miércoles, 30 de noviembre de 2011

Llamarse andana


En lo que no se gana, llámate andana. Este dicho, o refrán aconseja no esforzarse en aquello de lo que no puede obtenerse algún beneficio.
El modismo “llamarse andana” equivalía a desentenderse de lo que fuera, o pudiera entenderse como un compromiso.
El significado de esta expresión, característica del habla popular, ha cambiado mucho desde que se instaló en el castellano.
La voz andana parece ser una corrupción de antana o altana, que en germanía quiso decir templo.
El dicho nació, probablemente, en el medioevo, cuando los delincuentes o perseguidos por la justicia se refugiaban en los templos, donde gozaban de inmunidad al llamarse a antana, es decir, al ponerse bajo el amparo del derecho de asilo concedido a las iglesias católicas.
Con el transcurso del tiempo, llamarse andana pasó a significar, de modo figurado, eludir o esquivar obligaciones o castigos.

© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 29 de noviembre de 2011

Plumas para plumíferos


Algunos de nosotros, los que escribimos –aunque sea, como aquél, cartas a algún familiar o amigo pidiéndole dinero- utilizamos plumas estilográficas para hacer también borradores, tomar notas, firmar escrituras, poderes, cheques y otros documentos.
Solemos tener varias plumas de distintos tamaños, formas y marcas, sin que ello nos convierta en coleccionistas: somos,  meramente, acopiadores compulsivos.
Recuerdo a Jorge Guinzburg, que se volvía loco por las plumas estilográficas. Siempre se le veía con una distinta.
Ciertos médicos -¡Santo cielo, con la letra que tienen!- escriben con pluma historias clínicas, diagnósticos, recetas, informes, órdenes de internación en clínicas y sanatorios y recetas.
Algunas personas que saben del tema nos han dicho que el mercado de la pluma fuente es importante; la prueba es la cantidad de comercios del ramo que hay por todas partes.

La pluma sin fin

Los nombres empleados para referirse al nuevo artilugio, maravillados sus inventores como estaban, eran exagerados, más que descriptivos: “pluma fuente”, “pluma eterna”, “pluma sin fin”…
Esos instrumentos estaban aureolados de retórica, a pesar de lo prácticos que eran y cómo evitaban la incomodidad que significaba mojar contínuamente la pluma en el tintero y afilar a cada minuto la punta, que se gastaba enseguida y se tornaba roma e inútil.
“La pluma sin fin” se refiere a un diseño de 1702 de Nicolas Bion (ilustración), un matemático e inventor que trabajaba al servicio de la corona francesa. El prototipo llegó hasta nuestros días por medio de la traducción que hizo en 1723 el británico Edmund Stone de la única obra de Bion, titulada “Sobre la construcción y uso principales de instrumentación matemática”.
Para Bian, uno de esos utensilios era la “pluma sin fin”, que a pesar de su ambicioso nombre sólo era capaz de almacenar la cantidad de tinta suficiente como para componer algunas frases seguidas.

Mentes poderosas

Corrían los primeros  años del siglo XVIII y Europa hervía de mentes poderosas que se dedicaban con fortuna a los quehaceres científicos, filosóficos y tecnológicos.
Galileo y Newton habían revolucionado el mundo de la física unos años antes, Pascal había dado ya a conocer la máquina calculadora y Fahrenheit trabajaba en su termómetro de mercurio.
Inglaterra fue pionera de los modernos métodos de producción, donde surgió la plumilla metálica; y concretamente Birminhgam, que a finales del siglo XVIII se convirtió en uno de los primeros centros industriales de Europa.
La verdadera historia de la pluma estilográfica empieza en 1884, cuando L. E. Waterman patenta un modelo que reúne lo que a partir de ese momento se considerarán requisitos imprescindibles de una pluma estilográfica.
Otros nombres ilustres como Conklin, Parker y Swan, Sheaffer o Montblanc, LeBoeuf o Dunhill, Omas o Eversharp aportaron su personal versión a la historia de la pluma estilográfica, contribuyendo con algo más que su granito de arena a convertir una herramienta en un objeto artístico que hoy como ayer sigue despertando pasiones.

© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 28 de noviembre de 2011

Las tipas



Buenos Aires estuvo, hasta hace unos días, color lavanda por los jacarandáes florecidos; pero ya se cayeron sus flores y ahora la ciudad está dorada, porque las flores amarillas de las tipas, que se caen en esta época del año, tapizan parques, veredas y plazas.
El viento y la lluvia de hace unos días aceleraron el proceso de agostamiento de las tipas, que son junto con los jacarandáes los árboles más conocidos, a los que suele llamárseles “árboles llorones” porque se les cae la savia, que les resbala por el tronco, por la acción de los parásitos.
Argentina tiene árboles bellísimos.

© J. L. A. F.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Que sí, que no


Con la corbata está pasando ya desde hace tiempo lo que con “La Parrala”, que unos dicen que sí y otros que no.
Pero como suele suceder en estos casos, a pesar de los agoreros de siempre, o de quienes abominan de la corbata, para ser precisos, esta prenda que carga con tantos sambenitos seguirá gozando de buena salud, ya lo verán.
Si subsiste y persiste, la llevará el que quiera, cuando a su juicio corresponda y donde corresponda, según los cánones de la elegancia clásica, como es natural.
No me parece que la corbata tenga un significado tiránico, que sea el jefe quien mande a los empleados que se la anuden al cuello, como un dogal, o que integre una pieza del vestuario del hombre de marcada tendencia derechista, como se ha dicho largo y tendido.
He conocido y he tratado en mi larga y agitada vida a gente que usaba corbata y era de izquierda, y a gente de derecha que iba siempre despechugada.
Hay otras prendas y accesorios que también se dice que son propios y característicos de gente de derecha, como los zapatos, el esmóquin, las sortijas de sello o los calcetines que no sean cortos, marrones, flojos y se deslicen por los tobillos.

Una obsesión

La corbata llegó a ser en España una obsesión de la moda romántica, e hizo furor en Madrid y Barcelona. Una cancioncilla de extracción popular, anónima, decía así en los albores de 1800:

“Con bastón y chistera,
hasta las tantas,
¡ay, quien pudiera…!
cortejar a las mozas
y usar corbata
pá no mostrar el cuello
que es cosa basta”

© José Luis Alvarez Fermosel

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domingo, 20 de noviembre de 2011

"¡Esto es historia!"


El título de estas líneas es el mismo de una de las columnas que yo hacía en el programa RH Positivo de Radio Continental, cuando trabajaba allí con Rolando Hanglin.
“¡Esto es historia!”, decía Lanny con voz estentórea. Y yo, medio en serio, medio en broma, contaba algo sobre la historia de la España antigua, media, moderna, contemporánea y aun posmoderna.
La columna salíó de aquel programa, pues. El mismo del que surgió, por obra y gracia de Lanny Hanglin, este humilde amigo y servidor de ustedes, ungido con un apelativo que para él es como un título nobiliario: el Caballero Español.  
Sin más preámbulo, vamos ya a la historia.
Pocos reyes, es decir, ningún rey español fue tan desastroso como Fernando VII, que nos vendió a Napoleón y sus huestes, ocasionando una guerra de independencia que duró seis años. Además, reconquistada ya España a los franceses, derogó la Cortes de Cádiz, instauró el absolutismo, sacó de nuevo a relucir la Inquisición, dejó que se desplomara el Imperio español, provocó sangrientas guerras carlistas por cuestiones dinásticas, dio lugar a la llamada Década Ominosa y mereció el mote de Rey Felón.
Dejándo de lado de momento a monarca tan protervo, aunque creo que ya lo dije yo también  –es “vox populi”-, recordaré que en una de nuestras primeras batallas, la de Bailén, luchó con denuedo a nuestro lado el militar argentino José de San Martín, que habría de distinguirse tanto o más luego en las guerras de independencia de su país.
En España hay una importante institución sanmartiniana y multitud de asociaciones y organizaciones referentes a San Martín que siempre están muy concurridas. San Martín es muy querido en España. Yo creo que en la misma Argentina, por regla general, se considera más a otros próceres que a San Martín.

Volviendo al felón

Volviendo a Fernando VII, pese a tener mala salud y carecer de disposición natural y habilidad para el deporte, la caza, el baile y ciertos juegos  y “divertimentos” cortesanos, presumía al menos de que jugaba muy bien al billar.
No era así, sino que los turiferarios que jugaban con él disponían en la mesa las bolas de billar  de modo que se luciera en cada tacada.
Siempre se pensó que lo que le ponían a su lado eran mujeres. Por eso se decía, cuando se quería indicar que a alguien le dejaban las cosas muy a mano: “¡Cómo se las ponían a Fernando VII!”
En los útimos años de su nefasto reinado le dio por hacer versos, malísimos, desde luego.
El pueblo se lanzó un día a la calle, en protesta por una ley de abastecimiento que les hambreaba, y llegó hasta las puertas del palacio real, protestando airadamente. Los soldados de guardia disolvieron en un periquete la manifestación con los mosquetes con bayoneta calada y el pobre pueblo se quedó con hambre otra vez.
Al día siguiente, Fernando VII, que comía muy poco, pues estaba enfermo del aparato disgestivo, dio a conocer la siguiente cuarteta, dirigida con gran “nonchalance” al público madrileño:

Que se estén a lo previsto,
Y se atengan a la ley.
Y que sólo coman pisto (1),
Como lo como Yo el Rey.

(1) Guiso de verduras con un huevo escalfado.

© José Luis Alvarez Fermosel

miércoles, 16 de noviembre de 2011

En el tren

El expreso partió de la gran estación, impulsado por su locomotora Santa Fe, de cuya chimenea salía a borbotones un humo espeso que emborronaba todo, como en una escena de una vieja película: “Shanghai Express”, por ejemplo, con una Marlene Dietrich bellísima. Todavía la pasan por televisión de vez en cuando.
En el lujoso tren viajaban, entre otras personas, una simpática ancianita de pelo blanco y claros ojos azules, que parecía salida de las páginas de una novela de Agatha Christie; un señor alto, esbelto, de rostro anguloso y aire de aristócrata vagabundo. En el dedo anular de la mano izquierda lucía un anillo con una extraña piedra, quizás un ópalo de fuego. Debía ser el espía. Pero, no: el espía era un hombre de aspecto vulgar, calvo y rechoncho, con corbata de lunares, que estaba en el fondo del vagón.
La institutriz, el matrimonio con dos hijos, niño y niña; el corredor de whiskies, réplica de aquel otro, inolvidable, de “La diligencia”, de John Ford.
El tren había salido ya de la estación. Se deslizaba por los rieles, cobrando velocidad. En las curvas acusaba su humilde origen de madera.
Por las ventanillas comenzaron a verse pueblos, la torre de alguna iglesia, caballos, un río blanqueado por la luna, con dos barcas negras cabeceando olor a sauce llorón. 
De pronto se precipitó en el vagón, desencajado, don Francisco, el escribano, que acababa de dar fe del siguiente acontecimiento estremecedor.
Dos hombres un tanto raros viajaban sentados uno frente al otro. De pronto, se les desorbitaron los ojos a los dos. Uno debía pensar, mirando al otro: “Este hombre está loco”. El otro tenía aspecto de estar diciéndose a sí mismo: “Este hombre está más loco que una cabra”.
De pronto, uno le preguntó al otro a voz en cuello:
-¿Qué hora es?
El otro, excitadísimo, sacó un reloj del bolsillo, lo miró con ojos desorbitados y gritó:
-¡Jueves!
- ¡Me pasé de estación! –exclamó el primero- Y se arrojó por la ventanilla.

© José Luis Alvarez Fermosel

viernes, 11 de noviembre de 2011

Escritores tras las rejas

Muchos escritores de todas las nacionalidades pasaron temporadas en la cárcel por cometer delitos más o menos graves –más bien más que menos-.
Entre los modernos, el periodista español José Ovejero cita a unos cuantos, desde Jean Genet (foto) hasta Frederick Beigbedar. Se dejó en el tintero, lo cual no tiene nada de particular, al estadounidense O’Henry (William Sidney Potter), eximio narrador de cuentos y gran humorista, al que admiraba mucho Borges, que dio su nombre al premio O’Henry de cuentos.
Muchos omitieron referirse a sus trastadas en sus obras, otros las maquillaron y otros las enmascararon, o las justificaron.
Ninguno de ello fue mal escritor por haber sido presidiario. Tampoco vendieron sus obras, ni se hicieron famosos por haber estado en la cárcel.
No es necesario pasar un tiempo entre rejas para ser buen escritor, aunque algunos hayan dado a la luz, en la oscuridad de sus calabozos, libros magníficos.
Muchos escritores deberían ir a prisión por lo mal que escriben. Una prisión “vip” donde no se les permitiera escribir una línea, aunque se tuviera con ellos toda clase de consideraciones y se les facilitaran manuales de estilo, libros y otra documentación, por si pudieran llegar a aprender a escribir por lo menos con calificación de regular, o pasable.
Ovejero no habla del Siglo de Oro español, en el que varios escritores sufrieron encierros prolongados en lóbregas mazmorras: unos con culpa, otros sin ella, entre ellos Cervantes y Quevedo.
De cualquier manera, el colega y compatriota que escribe en El País de Madrid, lo hace muy bien y más que una nota periodística lo suyo es un excelente artículo de corte monográfico que no hay que perderse.

© José Luis Alvarez Fermosel

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jueves, 10 de noviembre de 2011

Esos árboles mágicos

Todos los años escribo sobre la floración de los jacarandáes, raros y hermosos árboles que apenas florecen –dos veces por año: en primavera y en otoño- se agostan, dejando caer sus flores color lavanda por toda la ciudad, que se tiñe de azul.
Parecen árboles de acuarela de pintor urbano, o de ilustrador de cuentos de hadas. Son mágicos y melancólicos, como la vida misma.
Yo me empeño en que, cuando aparecen con sus pequeñas flores como pimpantes campanillas turquí, son portadores de buenas nuevas, y es entonces cuando hay que enamorarse, viajar y comprarse una de esas corbatas alegres que sólo se pone uno –raro espécimen que todavía las usa- en primavera.
Sólo quería decir, con muy pocas palabras, que han florecido otra vez los jacarandáes. Recordemos una vez más eso que se ha repetido hasta no poder más de que una imagen vale más que mil palabras.
Así que dejemos la imagen antes de que yo me pase de las mil palabras.
Pongo punto final y me voy a dar un paseo por los bosques de Palermo.

© José Luis Alvarez Fermosel

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martes, 8 de noviembre de 2011

La filosofía del camino

Traedme un hombre cuerdo y yo lo curaré. (Carl Jung)

Ya me daba a mí la impresión de que varios filósofos, cuyas abstrusas teorías tenía que estudiar en mi bachillerato, no podían tener razón cuando decían, por ejemplo, Schopenhauer, que la realidad, tal y como aparece ante nosotros no es la auténtica realidad en sí, sino una simple representación que se produce en nuestra mente: un velo que cubre nuestros ojos y nos hace ver espejismos. Es decir, que la realidad, no existe.
Luego me di cuenta, como tantos otros, de que los filósofos casi nunca alcanzaron sus objetivos, consistentes en que sus premisas generales tuvieran validez universal, sin que importaran el tiempo, la distancia, la geografía y la historia.
Ni Kant, ni Schopenhauer, ni Bergson, ni Hegel ni tantos otros alcanzaron esas cotas, ya que sus verdades sólo pudieron ser relativas en tanto en cuanto fueron impugnadas por otros filósofos.
A la filosofía puede accederse, como a tantas otras cosas, desde el camino. Desde el empirismo –la mayoría de las veces- y como consecuencia del ejercicio de actividades especulativas como el ensayo, el periodismo y hasta la ingeniería, que es una ciencia exacta –como en el caso de Wittgenstein-, aunque lo ortodoxo, según se dijo siempre, es crear un sistema filósofico, una corriente de pensamiento para ser considerado filósofo con todas las de la ley.
Un profesor de filosofía, un pensador, un ensayista, un sociólogo, un semiólogo, no necesariamente son filósofos. Más bien, eso era antes. Ahora cualquiera es un filósofo. Se filosofa sobre todo. Se habla de la… “filosofía” del mercado, de la de la serie de televisión de más audiencia, de la de la arquitectura minimalista, de la del “branding”.

A Ortega y Gasset le pedían un sistema

La filosofía nace en el camino. Ni siquiera Ortega y Gasset (ilustración), el filósofo español por antonomasia, tenía más antecedentes cuando empezó que unos cuantos artículos publicados en los periódicos que le granjearon la admiración de muchos, la envidia de no pocos y el respeto de todos. Entre paréntesis, el padre de Ortega fue el periodista José Ortega Munilla, director del diario El Imparcial. De casta le viene al galgo.
Ortega se desliza por todos los meandros que aparecen en su camino, como si divagara, hasta que está tan lejos del tema incial que la solución es dejarlo para otro día… “otro día” que nunca llega; pero eso que tanto se le critica es lo que le hace más moderno, más vivo, más actual.
- ¡Un sistema, Pepe, un sistema!, le pedían en la tertulia.
Pero Pepe –recuerda Francisco Umbral- no tenía tiempo ni ganas de organizarse un sistema, de desvertebrarse; y por eso  es el gran filósofo invertebrado desde que empezó predicando La Historia como sistema.
La deducción de Ortega en ese libro es que si nuestra vida individual es racional, la historia tienen un sentido porque es el resultado de proyectos humanos.
En La rebelión de las masas –libro que asombró en Europa- Ortega no opuso -como se dijo- la masa inculta a una elite intelectual, aristocratizante;  denunció la masificación de la vida humana, cuyos terribles efectos se verían muchos años más tarde.
Ortega fue un filósofo del camino. Llegó a la filosofía por lo que se considera un oficio, más que una profesión, y más bien menor, que engalanan unos pocos: el periodismo. Luego cultivó con fortuna el ensayo.
“Ortega y Gasset -según Carlos Gurméndez- era un revolucionario liberal, racionalista histórico-didáctico”.  
Ortega fue para una inmensa mayoría el filósofo español más importante del siglo XX. Creó el raciovitalismo, que intenta conciliar la razón y la vida. Profesor entre 1910 y 1936 de la Universidad Complutense de Madrid, considerado ya como filósofo, se convirtió en uno de los intelectuales más influyentes de la sociedad española del momento.

Wittgenstein

El ingeniero austríaco Ludwig Wittgenstein trabajaba en Manchester, donde contribuyó a desarrollar el motor a reacción.
Considerado por su maestro, mentor y amigo Bertrand Russell como un genio apasionado, profundo, intenso y dominante, vivió durante algunos años  una vida errante y aventurera. Combatió en la Primera Guerra Mundial y fue hecho prisionero.
Un día –revela Víctor Alvariño- se presentó a Russell en un estado de gran excitación y le dijo:
- Dígame con toda sinceridad si soy un idiota. Si es así, seguiré mi carrera de ingeniero. De lo contrario, me dedicaré a la filosofía.
Russell decidió alentar a quien después sería su discípulo favorito a dar sus primeros pasos en la filosofía.
Wittgenstein se lanzó de cabeza a la palestra, lo que le valió la crítica de los filósofos académicos.
Se le consideró en los círculos áulicos como a un filósofo poco agudo en sus argumentaciones, pero precisamente su procedencia del empirismo determinó que abordara los problemas especulativos con gran originalidad.
Alvariño recuerda que Wittgenstein le dijo a Norman Malcolm en una carta: “Estudiar filosofía sólo te sirve para poder hablar con cierta plausibilidad de cuestiones intrincadas sin que mejores tu modo de pensar de asuntos de la vida cotidiana”.
Plasmada en sus principales obras, Tractatus lógico-philosopharum y las Investigaciones philosophicus, la filosofía de Wittgenstein será en esencia una lucha contra el embrujo que ejerce el lenguaje sobre nuestro entendimiento.

Como si una mosca se hubiera metido en una botella

Para Wittgenstein los problemas filosóficos nacen de una mala comprensión del lenguaje, de una confusión, de un malentendido lingüístico. Surgen cuando hacemos un uso indebido del idioma y le obligamos a desenvolverse en un medio que no es el suyo, como si una mosca se hubiera colado en una botella y se aturdiera golpeándose contra las paredes sin saber cómo salir.
La función de la filosofía consiste sólo en “mostrar a la mosca el orificio de salida de la botella”.
Wittgenstein concluye en Tractatus con la célebre frase: “De lo que no se puede hablar, mejor es callar .
Los verdaderos problemas del hombre, los que siempre le turbaron y alarmaron fueron los que se le plantearon por medio del lenguaje en su propia mente.

Jerga de rufianes

Los ejercicios de contorsionismo lingüístico caracterizaron siempre el discurso filosófico.
González Calero recuerda que hasta los filósofos franceses, que un día utilizaron una prosa clara, dan muestras desde hace algunos años de este gusto por el estilo alambicado y oscuro. Ya no basta saber francés. Si se quiere leer a Derrida –no es aconsejable-, Deleuze o Lacan, que estuvo tan de moda hasta hace poco y ya está en cuarteles de invierno, hay que familiarizarse primero con un cierto, y complejo modo de expresarse.
Jerga de rufianes llamó Walter Benjamin a la manera de expresarse que ha prevalecido entre los filósofos.
A la vera del camino, como una rana que se zambulle en una charca, salta el último sistema filosófico, ideado por un joven cuya identidad aún se desconoce, pero que pronto será famoso: “Es lo que hay”.

© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 7 de noviembre de 2011

Arte cisoria


Al aristócrata español Enrique de Villena (Madrid, 1384–1434), prolífico y culto escritor de la corte de Enrique III se debe, entre otras obras curiosas y enigmáticas, un tratado de corte y presentación de manjares titulado Arte de cortar con cuchillo (1423) o Arte cisoria: el primer manual de etiqueta cortesana que enseña cómo comportarse correctamente en la mesa y que, al mismo tiempo, fue uno de los primeros libros de cocina de la historia de España.
Consciente de su ineptitud para la guerra o la vida política propias de aquellos azarosos tiempos, se dedicó a la literatura.
Cargó con fama de nigromante, por la que se hizo popular entre sus homólogos más que por la de escritor, hasta el extremo de que inspiró a Ruiz de Alarcón, Rojas Zorrilla, Quevedo, Hartzenbusch y siglos después al crítico costumbrista Mariano José de Larra para crear personajes cargados de esoterismo.
Según una conocida –y disparatada- leyenda, el marqués de Villena, que no era marqués sino un distinguido cortesano, había estudiado nigromancia con el mismísimo diablo. (¡A cuántos les habría gustado…!)
Fue un excelente traductor de latín e italiano, que tradujo al castellano nada menos que La Eneida de Virgilio, la Retórica nueva de Marco Tulio Cicerón y La Divina Comedia de Dante.

© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 6 de noviembre de 2011

Profesionalidad y cultura


He recibido dos libros muy buenos sobre Inmigración y Literatura (El viaje y Motivos), con una documentación exhaustiva, de la escritora, profesora de Letras -egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires-, investigadora y periodista argentina, nieta de gallegos y biznieta de lombardos, María González Rouco (foto). Le quedo muy agradecido.
También me manda María un libro de no inferior calidad de su marido, Carlos Prebble, sobre Música Celta Argentina. Prebble es Contador Público Nacional y periodista.
Hemos escrito los tres en los mismos medios en alguna oportunidad, dicho sea esto entre paréntesis.
He leído, además, varios trabajos de María, cuyo curriculum es impresionante. No ha dejado de trabajar desde que salió de la facultad, centrándose en el tema de la inmigración y publicando además ensayos, comentarios, reportajes, crónicas de actualidad, cuentos y versos sobre los más diversos temas.

La belleza no invalida la profesionalidad

Tuve el gusto de conocer personalmente a María González Rouco en el Club Español de Buenos Aires, el día que recibí la distinción que me otorgó la Asociación de la Prensa Española en Argentina (APEA). Y me pasó lo mismo que a ese otro gran investigador, historiador y escritor que es Alberto Sarramone, quien dijo por escrito: “María: Lamentablemente eres muy linda y simpática y mi testimonio podría ser invalidado por esta admiración, pero es increíble tu despliegue para estar en toda actividad cultural. De no existir, alguien te debería haber inventado”.
Hago mías, una por una, las palabras de Sarramone, otra personalidad seria y del máximo interés de la cultura argentina, investigador e historiador de primerísima línea.
Es precisamente lo que falta, la seriedad, la responsabilidad, la investigación, la dedicación apasionada a un tema. De todo eso y más tienen para dar de sobra María González Rouco y Carlos Prebble. Del libro de éste último ha dicho Luis Daniel Zuluaga: “Considero un gran aporte a la identidad nacional una obra abarcadora de manifestaciones culturales y en especial de las expresiones musicales con consecuencias integradoras”.            
María sigue trabajando a marchas forzadas, recorriendo facultades, bibliotecas, ateneos, casa de altos estudios, archivos y recibiendo y clasificando material de infinidad de centros culturales, lo cual se materializará en la próxima aparición de nuevos libros en los que tendremos oportunidad de seguir adentrándonos en el siempre apasionante tema de la inmigración, sus factores determinantes, sus modalidades, sus resultados y sus consecuencias, entre otros factores.
Cabrá esperar también el surgimiento de trabajos de no menos interés sobre otros asuntos concernientes a la vida y la circunstancia del hombre –digamos orteguianamente-, que serán muy bien acogidos por la crítica y el público.

Excelente manejo del idioma

Por último, pondremos el acento en algo que hemos observado con la mayor atención y es muy poco común entre los mandarines de nuestra intelectualidad: los libros de María y Carlos están muy bien escritos, con un excelente manejo del idioma. No se observan en ellos los errores –algunos garrafales- y las confusiones que suelen ser consecuencia de la soberbia de creer que se sabe todo y que no son necesarias la comprobación, la revisión y la corrección.
Para contrastar esto añadimos a nuestro comentario, por completo imparcial y objetivo, algunas notas en las que se muestra el reverso de la medalla acuñada por María González Rouco y Carlos Prebble, dos intelectuales auténticos que, precisamente por su autenticidad y sus valores son gente sencilla y humilde, muy distante del esnobismo y la pedantería tan comunes en la “intelligentsia” local.

© José Luis Alvarez Fermosel

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sábado, 5 de noviembre de 2011

La psicología en entredicho por un escandaloso fraude

Un psicólogo holandés que gozaba de gran predicamento ha resultado ser un embaucador que engañó miserablemente durante casi dos lustros a colegas, colaboradores, ayudantes, alumnos y medios especializados, convulsionando una disciplina que se considera de capa caída y no se sabe como resistirá ahora este trompicón.
El embaucador, Diederik Stapel, divulgó profusamente investigaciones carentes de toda entidad y validez. La conclusión de una de ellas es que comer mucha carne produce egoísmo. ¡Apañados estarían los argentinos, que son muy generosos, si esto fuera verdad!
No tiene nada de particular que la gente común crea a quienes se dicen expertos, pero lo que llama poderosamente la atención a los observadores es que profesionales serios y revistas del prestigio de la norteamericana Sciencie y la británica Nature no advirtieran durante tanto tiempo las burdas imposturas de este psicólogo, las recogieran y las divulgaran. Debieron impresionar sus muchos títulos y honores.
La psicología, el… “análisis” estuvo furiosamente de moda años ha en Buenos Aires, a la que se colgó el merecido remoquete de Villa Freud. Era de buen tono tumbarse en el diván del psicólogo al menos una vez por semana. Aún es el día en que mucha gente perteneciente a todos los sexos que hay en la actualidad dice, llenándose la boca: “Yo, con treinta años de análisis encima…”.
Muchos psicólogos se hicieron ricos. Les vendrá bien haber invertido inteligentemente su dinero, y poder vivir de él, porque la psicología ya no es lo que era y, lo que es más, va a ser menos a partir de la farsa de Stapel, que según los que verdaderamente saben destruye años de análisis.
Denunciado Stapel ante los tribunales, su esposa Marcelle afirma que su tramposo consorte está enfermo. El ya cantó la palinodia, pero su larga excusa ha sido calificada de “repugnante”.      
El fraude podía ser catártico, afirma el divulgador científico holandés Simon Rozendaal, mientras que ya se hace “vox populi” en el ambiente de la psicología que es peligroso llevar la ciencia hasta el extremo de la actualidad y mucho más hacer de ella una boga.
Parece ser que en el Primer Mundo también se cuecen habas.
El diario ABC de Madrid publicó una nota sobre este caso tan “bizarre” que recogió el 4 de noviembre de 2011, ampliándola, la web Periodista Digital.

© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:
Del autor:

jueves, 3 de noviembre de 2011

Ya nos pegan ellas

Ya le pegan las mujeres a sus febles maridos posmodernos.
En Francia están registrados oficialmente, federados, podríamos decir, 41000 hombres a quienes sus mujeres dan de hostias libre, liberal, contundente y frecuentemente. En España hay más de 50000.
Un centro de atención para personas maltratadas recientemente abierto en Amsterdam planea incluir hombres apaleados por sus esposas, que son muchos.
Hombres golpeados, jaqueados, humillados, rebajados, convertidos moralmente en guiñapos caminan a diario por la ciudad, usan los transportes públicos, conducen sus coches, van a trabajar, toman café con sus amigos, hacen asados los domingos, ven el fútbol por la televisión: en una palabra, llevan una vida aparentemente normal. Pues bien, sus esposas les pegan.

La procesión va por dentro

La procesión irá por dentro, como suele decirse, y esos pobres hombres llevarán  su drama hogareño en el alma como Dios les dé a entender. Uno se figura, cuando los ve con un ojo en compota o un labio partido, que incluso sin que nadie les pregunte nada dirán que se pelearon en la calle, o en un bar, con alguien que le faltó al respeto a su esposa, o que los asaltaron y los golpearon. ¡Claro, no van a confesar que fue ella, precisamente, quien los molió a golpes!
Además, ya ningún energúmeno –como un servidor- se lía a puñetazos en la calle o en las tabernas para defender a su mujer, a otra cualquiera, o por un quítame allá esas pajas; eso es cosa de un pasado en el que todavía existía una épica de al menos para andar por casa, o por la taberna, como quien dice.      
Me dirán –con razón- que hay muchas más mujeres golpeadas por sus maridos que hombres golpeados por sus mujeres. Parece que sí, según las estadísticas. Lo ideal sería que nadie pegara a nadie, y menos los maridos a sus esposas y éstas a sus maridos.

Una sociedad desquiciada
Pero vivimos, es decir, nos debatimos en una sociedad desquiciada en la que lo más extraño, lo más incoherente, lo más inconcebible, lo más aberrante es cosa de todos los días, como exhibir excremento humano en una lata de sardinas en una exposición de pintura, por poner sólo un ejemplo.  
Antes, siempre, hubo violencia en los hogares, pero no tanta y tan feroz como ahora: no hasta el extremo de rociar a una mujer con alcohol y prenderla fuego, como pasó hace algún tiempo en Buenos Aires.
Otra cosa que no se entiende es cómo un hombre puede dejarse pegar -en el sentido más literal- por una mujer. Bastaría, al menos para evitar la segunda bofetada, porque la primera se atiza con la velocidad del rayo y no hay quien la pare, levantar los brazos como quien se pone en guardia y elevarlos hasta las sienes, o aferrar la mano de la mujer que nos va a pegar.
No hay que ser ningún coloso, ni cinta negra de un arte marcial para esquivar el bofetón de una mujer. ¡Hombre, cualquiera puede comerse un tortazo, pero dejarse apalear un día tras otro sin hacer nada me parece cosa de idiotas, masoquistas o de hombres sin una pizca de carácter ni de fuerza física!
El caso es que ya nos dejamos sopapear regularmente por nuestras queridas medias naranjas.
Lo que es peor, alguno de nosotros tiene que ir a parar a un refugio para maridos golpeados.
¡Qué machos somos los hombres del posmodernismo!

© José Luis Alvarez Fermosel

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martes, 1 de noviembre de 2011

Se acaba la cosecha de mujeres

“¡La cosecha de mujeres nunca se acaba…!”, decía una vieja canción. Y repetía: “¡Nunca se acaba…!”.
Pues resulta que la cosecha de mujeres puede llegar a acabarse, miren ustedes lo que son las cosas.
Muchos expertos en demografía opinan que en cincuenta años -que no son nada en la historia de un país- la escasez de mujeres causará un efecto en la sociedad equivalente al recalentamiento global.
La disminución de mujeres constituye un fenómeno invisible, pero a todas luces más que inquietante, e incluso puede desembocar en la poliandria, es decir, que una mujer tenga varios maridos.
La web 26noticias nos pinta un sombrío panorama  en la nota relacionada, que lleva por título “Temor por posible surgimiento de ‘países de hombres solteros’”.
Muchos no son partidarios del matrimonio. ¡Pero de ahí a quedarse sin mujeres…!
¡Qué tiempos tan raros nos ha tocado vivir! Y precisamente ahora, que tenemos más años y menos paciencia.

© J. L. A. F.

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