martes, 8 de noviembre de 2011

La filosofía del camino

Traedme un hombre cuerdo y yo lo curaré. (Carl Jung)

Ya me daba a mí la impresión de que varios filósofos, cuyas abstrusas teorías tenía que estudiar en mi bachillerato, no podían tener razón cuando decían, por ejemplo, Schopenhauer, que la realidad, tal y como aparece ante nosotros no es la auténtica realidad en sí, sino una simple representación que se produce en nuestra mente: un velo que cubre nuestros ojos y nos hace ver espejismos. Es decir, que la realidad, no existe.
Luego me di cuenta, como tantos otros, de que los filósofos casi nunca alcanzaron sus objetivos, consistentes en que sus premisas generales tuvieran validez universal, sin que importaran el tiempo, la distancia, la geografía y la historia.
Ni Kant, ni Schopenhauer, ni Bergson, ni Hegel ni tantos otros alcanzaron esas cotas, ya que sus verdades sólo pudieron ser relativas en tanto en cuanto fueron impugnadas por otros filósofos.
A la filosofía puede accederse, como a tantas otras cosas, desde el camino. Desde el empirismo –la mayoría de las veces- y como consecuencia del ejercicio de actividades especulativas como el ensayo, el periodismo y hasta la ingeniería, que es una ciencia exacta –como en el caso de Wittgenstein-, aunque lo ortodoxo, según se dijo siempre, es crear un sistema filósofico, una corriente de pensamiento para ser considerado filósofo con todas las de la ley.
Un profesor de filosofía, un pensador, un ensayista, un sociólogo, un semiólogo, no necesariamente son filósofos. Más bien, eso era antes. Ahora cualquiera es un filósofo. Se filosofa sobre todo. Se habla de la… “filosofía” del mercado, de la de la serie de televisión de más audiencia, de la de la arquitectura minimalista, de la del “branding”.

A Ortega y Gasset le pedían un sistema

La filosofía nace en el camino. Ni siquiera Ortega y Gasset (ilustración), el filósofo español por antonomasia, tenía más antecedentes cuando empezó que unos cuantos artículos publicados en los periódicos que le granjearon la admiración de muchos, la envidia de no pocos y el respeto de todos. Entre paréntesis, el padre de Ortega fue el periodista José Ortega Munilla, director del diario El Imparcial. De casta le viene al galgo.
Ortega se desliza por todos los meandros que aparecen en su camino, como si divagara, hasta que está tan lejos del tema incial que la solución es dejarlo para otro día… “otro día” que nunca llega; pero eso que tanto se le critica es lo que le hace más moderno, más vivo, más actual.
- ¡Un sistema, Pepe, un sistema!, le pedían en la tertulia.
Pero Pepe –recuerda Francisco Umbral- no tenía tiempo ni ganas de organizarse un sistema, de desvertebrarse; y por eso  es el gran filósofo invertebrado desde que empezó predicando La Historia como sistema.
La deducción de Ortega en ese libro es que si nuestra vida individual es racional, la historia tienen un sentido porque es el resultado de proyectos humanos.
En La rebelión de las masas –libro que asombró en Europa- Ortega no opuso -como se dijo- la masa inculta a una elite intelectual, aristocratizante;  denunció la masificación de la vida humana, cuyos terribles efectos se verían muchos años más tarde.
Ortega fue un filósofo del camino. Llegó a la filosofía por lo que se considera un oficio, más que una profesión, y más bien menor, que engalanan unos pocos: el periodismo. Luego cultivó con fortuna el ensayo.
“Ortega y Gasset -según Carlos Gurméndez- era un revolucionario liberal, racionalista histórico-didáctico”.  
Ortega fue para una inmensa mayoría el filósofo español más importante del siglo XX. Creó el raciovitalismo, que intenta conciliar la razón y la vida. Profesor entre 1910 y 1936 de la Universidad Complutense de Madrid, considerado ya como filósofo, se convirtió en uno de los intelectuales más influyentes de la sociedad española del momento.

Wittgenstein

El ingeniero austríaco Ludwig Wittgenstein trabajaba en Manchester, donde contribuyó a desarrollar el motor a reacción.
Considerado por su maestro, mentor y amigo Bertrand Russell como un genio apasionado, profundo, intenso y dominante, vivió durante algunos años  una vida errante y aventurera. Combatió en la Primera Guerra Mundial y fue hecho prisionero.
Un día –revela Víctor Alvariño- se presentó a Russell en un estado de gran excitación y le dijo:
- Dígame con toda sinceridad si soy un idiota. Si es así, seguiré mi carrera de ingeniero. De lo contrario, me dedicaré a la filosofía.
Russell decidió alentar a quien después sería su discípulo favorito a dar sus primeros pasos en la filosofía.
Wittgenstein se lanzó de cabeza a la palestra, lo que le valió la crítica de los filósofos académicos.
Se le consideró en los círculos áulicos como a un filósofo poco agudo en sus argumentaciones, pero precisamente su procedencia del empirismo determinó que abordara los problemas especulativos con gran originalidad.
Alvariño recuerda que Wittgenstein le dijo a Norman Malcolm en una carta: “Estudiar filosofía sólo te sirve para poder hablar con cierta plausibilidad de cuestiones intrincadas sin que mejores tu modo de pensar de asuntos de la vida cotidiana”.
Plasmada en sus principales obras, Tractatus lógico-philosopharum y las Investigaciones philosophicus, la filosofía de Wittgenstein será en esencia una lucha contra el embrujo que ejerce el lenguaje sobre nuestro entendimiento.

Como si una mosca se hubiera metido en una botella

Para Wittgenstein los problemas filosóficos nacen de una mala comprensión del lenguaje, de una confusión, de un malentendido lingüístico. Surgen cuando hacemos un uso indebido del idioma y le obligamos a desenvolverse en un medio que no es el suyo, como si una mosca se hubiera colado en una botella y se aturdiera golpeándose contra las paredes sin saber cómo salir.
La función de la filosofía consiste sólo en “mostrar a la mosca el orificio de salida de la botella”.
Wittgenstein concluye en Tractatus con la célebre frase: “De lo que no se puede hablar, mejor es callar .
Los verdaderos problemas del hombre, los que siempre le turbaron y alarmaron fueron los que se le plantearon por medio del lenguaje en su propia mente.

Jerga de rufianes

Los ejercicios de contorsionismo lingüístico caracterizaron siempre el discurso filosófico.
González Calero recuerda que hasta los filósofos franceses, que un día utilizaron una prosa clara, dan muestras desde hace algunos años de este gusto por el estilo alambicado y oscuro. Ya no basta saber francés. Si se quiere leer a Derrida –no es aconsejable-, Deleuze o Lacan, que estuvo tan de moda hasta hace poco y ya está en cuarteles de invierno, hay que familiarizarse primero con un cierto, y complejo modo de expresarse.
Jerga de rufianes llamó Walter Benjamin a la manera de expresarse que ha prevalecido entre los filósofos.
A la vera del camino, como una rana que se zambulle en una charca, salta el último sistema filosófico, ideado por un joven cuya identidad aún se desconoce, pero que pronto será famoso: “Es lo que hay”.

© José Luis Alvarez Fermosel

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