Todos los años escribo sobre la floración de los jacarandáes, raros y hermosos árboles que apenas florecen –dos veces por año: en primavera y en otoño- se agostan, dejando caer sus flores color lavanda por toda la ciudad, que se tiñe de azul.
Parecen árboles de acuarela de pintor urbano, o de ilustrador de cuentos de hadas. Son mágicos y melancólicos, como la vida misma.
Yo me empeño en que, cuando aparecen con sus pequeñas flores como pimpantes campanillas turquí, son portadores de buenas nuevas, y es entonces cuando hay que enamorarse, viajar y comprarse una de esas corbatas alegres que sólo se pone uno –raro espécimen que todavía las usa- en primavera.
Sólo quería decir, con muy pocas palabras, que han florecido otra vez los jacarandáes. Recordemos una vez más eso que se ha repetido hasta no poder más de que una imagen vale más que mil palabras.
Así que dejemos la imagen antes de que yo me pase de las mil palabras.
Pongo punto final y me voy a dar un paseo por los bosques de Palermo.
© José Luis Alvarez Fermosel
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