Con la corbata está pasando ya desde hace tiempo lo que con “La Parrala”, que unos dicen que sí y otros que no.
Pero como suele suceder en estos casos, a pesar de los agoreros de siempre, o de quienes abominan de la corbata, para ser precisos, esta prenda que carga con tantos sambenitos seguirá gozando de buena salud, ya lo verán.
Si subsiste y persiste, la llevará el que quiera, cuando a su juicio corresponda y donde corresponda, según los cánones de la elegancia clásica, como es natural.
No me parece que la corbata tenga un significado tiránico, que sea el jefe quien mande a los empleados que se la anuden al cuello, como un dogal, o que integre una pieza del vestuario del hombre de marcada tendencia derechista, como se ha dicho largo y tendido.
He conocido y he tratado en mi larga y agitada vida a gente que usaba corbata y era de izquierda, y a gente de derecha que iba siempre despechugada.
Hay otras prendas y accesorios que también se dice que son propios y característicos de gente de derecha, como los zapatos, el esmóquin, las sortijas de sello o los calcetines que no sean cortos, marrones, flojos y se deslicen por los tobillos.
Una obsesión
La corbata llegó a ser en España una obsesión de la moda romántica, e hizo furor en Madrid y Barcelona. Una cancioncilla de extracción popular, anónima, decía así en los albores de 1800:
“Con bastón y chistera,
hasta las tantas,
¡ay, quien pudiera…!
cortejar a las mozas
y usar corbata
pá no mostrar el cuello
que es cosa basta”
© José Luis Alvarez Fermosel
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