martes, 29 de octubre de 2013

Odio y odiadores

El odio es lo opuesto al amor, definió con gran sencillez Elie Wiesel.
Con él coincidieron, entre otros muchos, René Descartes, Baruch Spinoza, David Hume…
El odio es de larga duración, es más una actitud que un estado emocional temporal, como la ira. Es un sentimiento destructivo, irracional, que tiene algo de repulsivo y mucho de aversión hacia personas, animales o cosas.
El odio se nutre de sentimientos como la envidia, la codicia de los bienes ajenos, la rivalidad, el resentimiento, la frustración…
También puede odiarse a impulsos de la indignación, que es no es innoble, o cuando uno es objeto de una injusticia, de un acoso, o de agresiones repetidas.
Los peores odiadores son los que odian porque sí, porque son odiadores por naturaleza, porque nacieron así. Pasa lo mismo con los envidiosos, o con muchos de ellos, que envidian desde que nacen.
El armero de Tarascón (ver nota relacionada) envidia al héroe local, Tartarin (1) hasta el extremo de que sufre ataques que parecen de epilepsia cuando se entera de un éxito, o un logro de quien él considera su principal competidor en cuestiones de popularidad.
El odio nubla la razón, enloquece. De ahí que por odio se cometan iniquidades y se llegue al crimen.
Odiar se ha odiado siempre, sabido es. Desde Caín hasta los políticos actuales, que se odian entre sí y a los que odia la gente por los desastres que hacen constantemente, y por su rapacidad.
En todas las épocas hubo odiadores notorios, como Herodes, Nerón, Cromwell, Hitler, Stalin  No seguimos porque no terminaríamos nunca.
Además, saldrían a relucir nombres de personas odiosas, y también de odiadores que podrían dedicarnos una parte de su odio, y no nos gusta odiar ni que nos odien, aunque esto último no podamos evitarlo.

Odiadores profesionales

La publicidad definió años ha como “El hombre al que le gustaría odiar” al director de cine y actor austríaco Erich von Stroheim, con su cabeza afeitada (fue un precursor); elegante según los dictados de la época, con monóculo y el cigarrillo en un larga boquilla de marfíl.
Antonio Astorga nos recuerda que en el café Gijón de Madrid había odiadores profesionales, que odiaban por encargo de otros que los pagaban. Casi todos tenían poco o mucho del odiado, al menos en lo físico, con la excepción del de Camilo José Cela, que era calvo y bajito. El de Buero Vallejo era grave, como el mismo Buero –un excelente dramaturgo-.
Había un escritor con dos zetas en su apellido que tenía fama de “jettatore”. Su odiador lo era a conciencia. Un día tropezó con un camarero que llevaba una bandeja llena de tazas de café y allá volaron tazas, platos y cucharillas y algunos contertulios resultaron escaldados con el café caliente. Otra vez se ligó un puñetazo que en realidad no estaba destinado a él, cayó sobre una mesa, barrió todo lo que había en ella y dio por fin con sus huesos en el santo suelo.
Francisco Umbral dijo del odiador: “El enemigo, el odiador, el que ha hecho del odiarnos su profesión, el ángel custodio de nuestra muerte en vida, tiene temporadas de asténico, de falso muchacho con suéters acusadoramente gastados, como tiene días de gordo albino, sonrisa blanca  y blanda, cordialidad apaisada y letal, manos sudadas y alguna enfermedad que se le adivina por dentro, como el contrabando mortal de su estar vivo”.
Hay muchas frases sobre el odio por ahí volando. Nos quedamos con ésta como final: Si odias a una persona, pregúntate alguna vez si de verdad merece la pena que la odies, y si no sería mejor que la ignoráras.

(1) Tartarin de Tarascón, personaje de varias novelas costumbristas del escritor francés Alphonse Daudet.

© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

lunes, 28 de octubre de 2013

Forajidos



Forajidos es el título de una película estadounidense basada en el cuento de Ernest Hemingway The killers (Los asesinos). Dirigida por Robert Siodmark en 1946, fue protagonizada por Ava Gardner, Burt Lancaster y Edmond O’Brien y nominada cuatro veces al Oscar de Hollywood.
Fue el primer trabajo cinematográfico de Burt Lancaster, que personifica a Swede Lunn, El Sueco, un boxeador de peso medio que tiene que abandonar los cuadrilateros al haberse roto una mano y no soldar bien la fractura.
Dando tumbos por la vida termina por caer en un grupo de… forajidos. Naturalmente, se enamora de la novia del jefe, la enigmática Kitty Collins, interpretada por una joven, bellísima y sensual Ava Gardner.
A partir de entonces empiezan las complicaciones. No contamos más porque nunca nos gustó revelar los finales de las películas, ni siquiera de las antiguas. De pronto aparecen en la televisión y muchas de ellas están en los cineclubes y videoclubes, y por tanto al alcance del espectador.  
Es imperdible, al principio de la película, la conversación en un diner entre dos gánsters y el encargado, como no podía ser de otra manera al haberse respetado íntegramente el diálogo escrito por Hemigway.
Aunque no es propiamente un film noir, no deja de tener muchas de sus particularidades, lo que le convierte en especialmente atractivo para los amantes de ese género.
El caso es que se trata de una buena película, con mucho ritmo y bien ajustada al relato de Hemingway, gracias al buen trabajo del guionista Anthony Veiller.
Título original: The Killers
Año: 1946
Duración: 103 min.
Director: Robert Siodmak
Guión: Anthony Veiller (Relato: Ernest Hemingway)
Música: Miklós Rózsa
Fotografía: Elwood Bredell (B&W)
Reparto: Burt Lancaster, Ava Gardner, Edmond O'Brien, Albert Dekker, Sam Levene, Vince Barnett…
Productora: Universal Pictures

© José Luis Alvarez Fermosel  

jueves, 24 de octubre de 2013

Ya lo dijo Lope de Vega



“Viose el perro en bragas de cerro (1) y no conoció a su compañero”.

Se dice del los que, venidos a más, no quieren saber nada de los que antes fueron sus iguales y compañeros. Lo dice Lope de Vega en “El piadoso aragonés”:

“Que a los que a grande riqueza
desde muy pobres subieron,
aborrecen a los que fueron
testigos de su pobreza”.

(1) En posición desahogada.

© Por la transcripción: J. L. A. F.

martes, 22 de octubre de 2013

Perder sabiendo



Sé que te perdí, dice la canción. ¡Ahí es nada! Un mal momento ese en el que uno se da cuenta de que la perdió, teniéndola todavía, lo cual suele pasar.
Peor es perderla sin haberla ganado, cosa que pasa, también. Ahí es cuando uno, al cabo del tiempo, desgrana “in mente” la manida y siempre amarga letanía que comienza con… “lo que pudo haber sido y no fue”.
Perder, incluso a los dados, no es nada grato. Nuestra vida registra pérdidas importantes, y también alguna ganancia. El Debe y el Haber de los libros de contabilidad. Nos pasa a todos.
Sé que te perdí  es una guarania de José Bragato, un gran músico nacido en la ciudad italiana de Udine en 1915 y afincado en Buenos Aires con sus padres desde muy niño. La letra es de Mauricio Cardozo Ocampo (1907-1982).

Un amor perdido

La canción habla de un amor perdido, que sembró la semilla que dio como fruto una hermosísima composición.
¿Está basada en una historia real? Parece que sí, y que la vivió y la sufrió Bragato. Pero el compositor, de 98 años, que vive una feliz agerasia, no suelta prenda. Sólo dijo una vez que, en todo caso, se trataba de una vieja historia que mejor es olvidar.
José Bragato fue violoncelista de la orquesta del teatro Colón de Buenos Aires y autor de otras canciones y muchos arreglos de música paraguaya para orquesta.
Mejor hubiera sido perder la cabeza por su amor, como dice otra canción, ésta de otro eximio músico, el español Manuel Alejandro, que la compuso hace muchos años para el cantante venezolano José Luis “Puma” Rodríguez.
Fue el caballito de batalla de una excelsa intérprete argentina, María Marta Serra Lima, cuando formaba parte del trío Los Panchos.
Lo mejor es morir de amor. Porque la muerte de amor, o por amor, es la única que nos permite seguir viviendo.

© José Luis Alvarez Fermosel

Ver vídeo:

lunes, 21 de octubre de 2013

En castellano puro



Palabra con alma de comodín y cuerpo de descargador de muelle, ejemplo expresivo de la rotundidad del idioma de Quevedo y de Jorge Luis Borges y una de las más utilizadas en conversaciones, diatribas, broncas, bromas, chistes, monólogos, diálogos y un largo  etcétera.  

Ver Vídeo:

jueves, 17 de octubre de 2013

La canción del inmigrante



“Quel serait mon plus grand malheur? L’exil.”                                         
(André Maurois)  

Las notas de la canción del inmigrante rebotan con saudades indescriptiblas contra una lontananza que se torna cada vez más lejana. Y hay música triste de gaitas, y percutir de panderos monótonos.   
La canción del inmigrante es la canción de la amargura del destierro.
La tragedia de aquel que abandona su tierra y llega a un país extraño, con otros modos de vida, otras costumbres y a veces otro idioma, en busca de un futuro mejor, o por las razones que sean es de las peores que puede sufrir un ser humano.
A veces al inmigrante le va bien, económica y socialmente hablando. Después de trabajar de sol a sol durante muchos años –en lo que sea- consigue lo que en la calle se llama un buen pasar.
Sus hijos, los que deciden estudiar, pasan por la universidad, de la que salen con un título. (“M’hijo El Dotor”, del dramaturgo uruguayo Florencio Sánchez.) Otros trabajan con el padre.
Algunos inmigrantes viajan a su patria lejana al cabo de muchos años, pero allí ya nada es igual. En la aldea, de la familia sólo queda una prima viejecita que cultiva tomates en un jardín con pretensiones de huerta, y tiene un no menos añoso perro que se echa a sus pies cuando ella se sienta en una mecedora por la noche, frente al televisor.
Su novia se casó con el hijo del dueño de la tienda de ultramarinos y se fue a la capital.
Su casa, la casa de la que se fue soñando con una vida mejor, la casa en que nació fue derribada y en su lugar hay una sucursal de La Caixa de Galicia.
La taberna a la que iba a tomar un vasito del vino de la tierra, terminada la faena, es hoy un locutorio con computadoras.
El poeta español Néstor Astur Fernández, que vivió la mayor parte de su vida lejos de su amada Asturias natal, reflejó magistralmente en sus versos la nostalgia del terruño perdido, siempre soñado, que va royendo lenta e inexorablemente el corazón del desterrado hasta convertirlo en una llaga viva. La triste canción del inmigrante.
Astur, como se le llamaba cariñosamente en Buenos Aires, publicó esta poesía, perteneciente a la serie Poemas del Camino en el diario La Prensa de Buenos Aires, en 1977.

El desterrado

I
Desde la orilla otea brumas de lejanía.
Fue allá -donde talaron los árboles sagrados-
donde hacharon su vida.
Y allá lejos, muy lueñe, detrás del horizonte,
quedó inmóvil un mundo. Ese mundo era el suyo.
Siente calar la ausencia, gota a gota, en sus días,
y atracción de raíces bajo el humus lejano.
A veces, cuando añora, presagia un paraíso
a través del retorno; pero no es más que un sueño.
La realidad es otra, porque es otra la vida.
No siempre la esperanza leuda las ilusiones.
Por eso cuando adviene la hora del ocaso,
y todo le sugiere angustias y fatiga,
desde un acantilado cortado a pico, sueña
siempre con esa tierra
por la que sufre el nombre fatal de desterrado.

II
Su memoria recubre de verdor el paisaje,
y la nostalgia enciende las rosas del invierno;
de oro y nácar las playas, mientras se va quedando
triste, apagado, seco.
¡Oh, infancia hecha de ensueño, de mimo, de ternura;
adolescencia ardiente, juventud impetuosa!
Ahora desde el exilio las ve allá en lontananza,
pero llorar no sabe. No le enseñaron nunca.
No he de volver –presiente-,
no he de volver -se dice-.
No ha de tornar al punto de partida, al origen,
para cerrar su ciclo.
Sus brazos fueron mástiles, y están rotas las velas.
Todo su cuerpo un asta. Se quedó sin bandera.
Ceniza de tabaco le susurra el memento,
y está de pie y suspira, creyendo que está vivo.

© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 14 de octubre de 2013

El maestro de la intriga



He recibido el encargo de escribir una monografía, o algo parecido, sobre la vida y obra de ese genio del “roman feuilleton” que fue Alejandro Dumas. Y estoy trabajando con gusto, porque personajes de Dumas como el conde de Montecristo, Artagnan y sus amigos, el duque de Saboya, el caballero de Harmental y otros muchos me hicieron pasar muy buenos ratos en mi lejana niñez novelera y soñadora.
- ¡Dumas…! ¿A estas alturas?
- ¡Sí, Dumas! No podemos continuar girando en torno a Schmidt, Clauss Offe, Habermas, los posestructuralistas, los kojevianos, los neoweberianos y otros que también están pasados de moda, si a eso vamos. Hay gente a la que le gusta releer libros que leyó de niño, o de adolescente. Dumas es muy entretenido.
- Dumas, Stevenson, Mark Twain, Joseph Conrad, Bierce...
- ¿Por qué no? Stevenson escribió “La isla del tesoro”, pero también “El club de los suicidas”, y otras obras de no menor densidad. Fue uno de los escritores favoritos de Borges. Conrad también es apto para mayores. Ni que hablar de Ambrose Bierce, que además hizo de su vida una novela, entre paréntesis.
Alejandro Dumas fue un maestro de la intriga, procedente de su indiscutible habilidad técnica. De Montecristo se ocuparon muchos pensadores y escritores de diversas nacionalidades, entre ellos Antonio Gramsci, que vio en el conde a un precursor del Superhombre nitzscheano.

Literatura de corte novelesco

Su literatura de corte novelesco sigue viva en nuestro tiempo. Sus obras se reeditan constantemente y el cine y la televisión las adaptan una y otra vez.
Lo que puede discutirse es la abundancia de su obra original, ya que parece ser, o es, de hecho, que tenía cierta cantidad de “negros”, o “ghost writers” –escritores fantasmas, como los llaman los americanos- que le escribían parte de sus obras. La leyenda los magnificó, menos mal, pobre gente. Todos de buena pluma pero condenados a un eterno anonimato. Probablemente se exageró su número, también.
Lo que sí parece que escribió el solo, sin ninguna ayuda, fue su “Gran Diccionario de Cocina”, que incluye una receta de pata de oso asada y dedica unos párrafos al absenta, el licor maldito de los escritores malditos.
La revista rusa “Knizhol Obezremie” (Panorama Literario) aseguró recientemente que se halló en los viejos archivos del KGB –como se llamaba el Servicio Secreto de la Rusia soviética-, el manuscrito original de una novela de Dumas en la que aparecen el poeta ruso Alexander Puschkin y Edmundo Dantés, protagonista de la que para muchos fue la novela cumbre de Alejandro Dumas, “El conde de Montecristo”.
Pero la obra, si es que existe, todavía no se ha publicado, al menos que  sepamos nosotros.
Y vamos a la anécdota, cuando no. Una anécdota de los “negros” de Alejandro Dumas que he contado en otra parte. La repetiré aquí.
Cuentan que un día Dumas padre preguntó a su hijo –el autor de “La dama de las camelias”-:
- ¿Has leído mi última novela?
- No –contestó el hijo-, ¿y tú?

© José Luis Alvarez Fermosel

viernes, 11 de octubre de 2013

Réquiem con brindis



Siguen cayendo los buenos. Es una maldita constante que nos sume en una desesperación tranquila en general; y en una profunda tristeza cuando cae uno de los nuestros, como Fernando Vidal Buzzi, colega de la crítica  gastronómica.
Conocí a Fernando hace muchos años, cuando aún no escribía de estas cosas excelsas del “comercio” y el “bebercio”.
Fue buen compañero y mejor ser humano. Lamentamos enormemente su desaparición. Le echaremos de menos.
Tal como él hubiera querido, abriremos una botella de champán, nos serviremos una copa y brindaremos por él, por el recuerdo de lo que fue y lo que hizo.
Ya está en la sala principal de nuestra memoria y allí seguirá entre sinoples heráldicos, panoplias con oxidados sables, espejos nublados y doradas melancolías.

© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 8 de octubre de 2013

La señora está leyendo, ¿qué leerá la señora?



Cabe suponer que la señora leía un libro de algún poeta simbolista cuando su marido, el escultor y pintor francés Paul-Albert Bartholomé (1848–1928) pintaba su retrato.
El cuadro –grises humo, dorados brillantes y algún verde seco- muestra a Prospérie (Périe), hija del marqués de Fleury, muellemente reclinada en un diván, leyendo con aparente interés, o haciendo que leía un libro que a lo mejor no era un libro, sino un dibujo.
Su esposo se adhirió al simbolismo, un movimiento que para unos fue el lado oscuro del romanticismo y para otros una reacción literaria contra la Naturaleza y el realismo.
Bartholomé, después de la muerte de su mujer, en 1878, abandonó la pintura, aconsejado por su amigo Degas, y se volcó a la escultura.
Su primera obra fue la erigida en la tumba de su esposa, en el cementerio de Bouillant Crépi-en-Valois.
La obra cumbre de Bartholomé, empero, fue el monumento a los muertos en la Primera Guerra Mundial de Crespi en Valois.
El simbolismo literario español, cuyos principales cultores fueron Salvador Rueda y Gustavo Adolfo Bécquer, dio lugar a un movimiento más general: el modernismo, que empezó en América Latina, donde tuvo representantes tan ilustres como el cubano José Martí, el mexicano Gutiérrez Nájera y algunos posrománticos como el argentino Leopoldo Lugones, el peruano José María Eguren y el nicaragüense Rubén Darío.
Périe salió tal cual era, bella y calma, en el cuadro que le pintó su marido, que aún hacía honor a la descripción objetiva de la que luego abjuró.

© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 7 de octubre de 2013

Poetas

El escritor Bretón de los Herreros (foto), autor de infinidad de exitosas comedias y el también escritor y, además, médico, Pedro Mata vivían en el mismo edificio, en Madrid, cada uno en su departamento, claro está.
El cartero entregaba con harta frecuencia a Pedro Mata cartas dirigidas  a Bretón, y viceversa.
Mata se enojó y pegó un día un letrero en la puerta de su departamento que decía:

En esta mi habitación
Ni vive ningún Bretón.

A lo que contestó Bretón de los Herreros diciendo en un cartel similar al de su vecino que colocó en el portal del inmueble:

Vive en esta vecindad
cierto médico poeta,
que al pie de cada receta
pone Mata y es verdad.

© J. L. A. F. 

viernes, 4 de octubre de 2013

El homenaje más merecido



Rindamos homenaje en el Día Mundial de los Animales a nuestros hermanos menores, los animalitos de Dios que nos acompañan como mascotas en el calor del hogar y donde quiera que estemos, que nos prestan una ayuda inapreciable en infinidad de tareas y labores y nos cuidan y nos defienden a ultranza.
No necesitan para estar a nuestro lado, brindándonos afecto y una lealtad ciega, más que una frugal pitanza, un cuidado elemental y, desde luego, nuestra presencia.
Sin embargo, son maltratados  en las cinco partes del mundo por muchos seres humanos: esos seres sombríos y esquinados, crueles, cobardes en extremo e ingratos.
No se concibe que se patée, porque sí, a un pobre gato perdido en la calle o se ahorque con un alambre a un viejo galgo –un galgo no vale una bala he oído decir, estremeciéndome- que ya no puede correr a la misma velocidad de la liebre que tiene que cazar a campo traviesa. Gente sin corazón, de alma negra.
Nada tan agradable como oir piar a los pájaros tempraneros en las mañanas luminosas de la primavera, o ver de pronto en la oscuridad del bosque los enormes y fosforescentes ojos amarillos de la lechuza, o el atlético salto de la rana al charco, o sentir en la mano el peso leve y acariciador de la ardilla que mora en el árbol del bulevar, y se ha acostumbrado a bajar a la calle y jugar con los niños, que les dan avellanas.
Yo las he visto en las inmediaciones de la Casa Blanca, en Washigton, en el parque de El Retiro de mi Madrid natal y en otros lugares de otras ciudades.
Mientras escribo estas líneas, mi perra Dolce, que ya está viejecita, pero sigue animosa y ágil de cuerpo y de espíritu, me mira desde mi sillón favorito, del que tomó posesión desde que lo trajeron con sus ojos redondos y negros como botones de azabache, que tienen una expresión aprobadora.
Para mí que sabe de lo que estoy escribiendo.

© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

jueves, 3 de octubre de 2013

Eufemismos



Firmeza de criterio: intolerancia.
Fracaso escolar: suspenso, aplazamiento, ida a marzo (en Argentina)
Prudencia: apocamiento.
Hábil negocio: estafa
Persona de dimensión vertical limitada: bajito
Ingesta protocalórica: empinamiento de codo

© J. L. A. F.

martes, 1 de octubre de 2013

El profeta del futuro



¡Cuántas cosas hemos ido descartando con el paso del tiempo! Algunas útiles, muchas hermosas, además.
Pero ya no son actuales, no están de moda, y no nos atrevemos a usarlas, aunque las tengamos, aunque recordemos aquello de Jean Baudrillard: “La moda es siempre lo no actual”.
La moda se acata a rajatabla, está sacralizada y hay que seguir sus dictados como los mandamientos de una religión, un rito ancestral o como se conserva un legado de familia.
Muchos objetos, prendas, adminículos y aun herramientas de antaño continúan siendo útiles hogaño; poseerlos y usarlos nos agrada, nos distiende o nos proporciona algún solaz.
La pluma estilográfica, por ejemplo, que todavía se usa para firmar determinados documentos, como poderes notariales o registros de la propiedad.
Hubo una época no precisamente remota, en la Argentina, en que el escribano mayor de gobierno guardaba las plumas con las que se había firmado un tratado, generalmente internacional. Después se exhibían al público. Algunas piezas eran verdaderamente de colección.
La negra y suave ebonita acaricia nuestros dedos, mientras el plumín dorado, o plateado se desliza por el papel trazando letras, o números con un garbo rápido y singular.
Un puñado de periodistas de los más veteranos, y varios escritores todavía escribimos en nuestras casas a mano borradores o apuntes, o firmamos nuestros recibos de sueldo con plumas estilográficas -para desesperación de los administrativos, afectos al bolígrafo y su escritura grumosa- y coleccionamos, o hacemos acopio de tan bellos instrumentos.

Algunos médicos…

Lo mismo hacen algunos médicos, lo cual no significa que por escribir con lapicera fuente su letra sea más legible.
¡Y qué me decís del lápiz! El lápiz de toda la vida, largo, esbelto, amarillo y negro, o azul y plata –Steadler 2B o Goldfaber HB-, cuya mina se afila con un sacapuntas, pequeño y simpático artilugio que sigue vendiéndose en las papelerías, como la goma de borrar y los cuadernos, utensilios para colegiales que también usamos los que ya pasamos con creces la edad escolar.
La máquina de escribir, las grandes cámaras fotográficas, los antiguos grabadores, llamados magnetófonos, las agendas, los blocks de notas, ni que hablar de los cuadernos de tapas de hule negro, con hojas rayadas…
En materia de prendas de vestir y accesorios pasaron a la historia los guantes –que no se usan,  haga el frío que haga-, los gemelos para los puños de la camisa, el clip de corbata – bueno, la corbata está ya en las últimas-, el sombrero, que tanto realza la altura, los anillos de sello y los prendedores, o sujetadores de billetes de banco.
Sólo los llamados “metrosexuales” se aplican loción para después de afeitar y se friccionan con colonia después de la ducha. Suelen ser criticados.

Las mujeres…

Las mujeres se desprendieron de menos cosas, me parece a mí. O las que desecharon fueron sustituídas por otras mejores y más prácticas. Así y todo, las españolas siguen luciendo airosamente mantón de Manila, mantilla de blonda, peineta de carey y abanico. 
Todo lo que hagan las mujeres –menos cuando se despendolan-, bien hecho está y a los hombres nos parece muy bien.
Muchos pensarán que todo esto de lo que escribo pertenece al pasado y “lo pasado pisado”.
Sí, pero el mejor profeta del futuro es el pasado.
Esto no lo digo yo, lo dijo Lord Byron.

© José Luis Alvarez Fermosel