jueves, 29 de abril de 2010

¡Felicidades a nuestros hermanos menores!

Hoy se celebra el día dedicado a los animales, de quienes el entrañable santo de Asís dijo que eran nuestros hermanos menores.
Yo recordé un día en Radio Continental lo dicho por San Francisco y Fernando Abal, un buen locutor y una bellísima persona, amante de los animales si los hay, se emocionó.
El hombre tiene, pues, un parentesco directo con los animales, incluídos los perros, naturalmente; pero no sólo con ellos, ni con los gatos, ni con los considerados mascotas: con todos los animalitos de Dios –del diablo hay pocos- de toda raza y tamaño.
Los caballos, por ejemplo, nos han prestado inestimable ayuda desde tiempo inmemorial; en la paz y en esa locura que comete el hombre con tanta frecuencia, que es la guerra.
Los gansos –recordemos los del Capitolio romano- son excelentes vigías. También ellos nos sacaron las castañas del fuego en más de una oportunidad, desde que el mundo es mundo.
El cuervo es un pájaro extraordinariamente inteligente, y como tantas otras aves ha salido en los papeles, aunque por lo general no tiene muy buena prensa.
Yo no lo vi nunca, pero me dijeron que José María Castroviejo dictaba siempre su cátedra en la Universidad de Santiago de Compostela con un cuervo posado en su hombro izquierdo. Parece que algunos aprenden a hablar, como los loros. La corona británica tiene un presupuesto destinado al mantenimiento de los cuervos de la torre de Londres. “Dijo el cuervo, nunca más…”, sostenía Poe.
Otros escritores, como Chejov, tenían una gaviota en su estro poético o teatral, o un albatros, como Baudelaire. Los ruiseñores tuvieron siempre un papel preponderante en la poesía y en la prosa poética. El ruiseñor y la rosa, de Oscar Wilde. Un gorrión publicó en el diario ABC de Madrid.
No sólo los pájaros salieron en los libros, en las obras de teatro y en las canciones. Otros animales, domésticos o no, también fueron objeto de la atención de renombrados escritores.
Ionesco se ocupó del rinoceronte, Edgar Wallace de la serpiente emplumada, Nero Wolfe del toro campeón, Melville de la ballena blanca, James Oliver Curwood de los lobos, María Elena Walsh de las tortugas, o al menos de una: Manuelita, que se hizo muy popular.
Los animales no sólo poblaron la literatura, sino otras bellas artes como la pintura, la arquitectura, la escultura y el cine; y las mitologías y las leyendas populares de todos los pueblos del mundo, casi siempre con otros aspectos diferentes a los suyos.
Muchos, en todas las épocas, cobraron características monumentales y campean en fachadas, patios y salas de armas de palacios, museos y casas solariegas. La heráldica los ennobleció, haciéndolos figurar en divisas, escudos, coronas, timbres, alegorías y “ex libris”.
Pero con independencia, o por encima de todo eso, con todo lo expresivo que es y lo que tiene de recuerdo y homenaje, los animales son nuestros hermanos menores. Tengámoslo siempre presente y tratémoslos como tales.
Les debemos mucho, y nunca podremos pagarles. Nuestra vida sería mucho más difícil y oscura sin ellos.
Los que de niños tratamos mal a algunos, como yo, que perseguí implacablemente a los saltamontes y las lagartijas, tenemos que hacer hoy un acto de contrición, lo mismo que los cazadores y pescadores. Los disparos con que yo abatí a inocentes perdices, liebres y algún jabalí resuenan en mi alma culpable como truenos.
Me consuela el hecho de pensar que cuando entré en razón guardé el rifle y tuve, quise y cuidé de muchos animales, incluído alguno tan poco convencional como un mochuelo. Una noche un chacal me saludó afectuosamente en mi tienda de campaña, bajo la hermosa luna llena de Africa.
¡Os amo, hermanos míos!


© José Luis Alvarez Fermosel

miércoles, 28 de abril de 2010

El mundo del libro

Escritores, editores, agentes, lectores de editorial, intermediarios, vendedores de premios se debaten todos juntos en el revolcadero de monas en que se convirtió, tiempo ha, el mundo del libro. Es inevitable traer a colación el tango: “Vivimos revolcaos/en un merengue/y en un mismo lodo/todos manoseaos...”.
Hemos escrito lo nuestro y lo del vecino con conocimiento de causa y objetividad –y sin el resentimiento que tal vez implicara no tener libros publicados-, sobre los chanchullos, manipulaciones, enredos, mangoneos, dinero bajo la mesa y otras acciones propias de mafiosos que han convertido el mundo del libro en lo que es en este universo globalizado –y desquiciado- de 2010.
No fue la nuestra la única voz -una voz clamante en el desierto-, ni la única palabra que denunció inmoralidades como la de ser lector de una editorial y agente literario a la vez. Leo tu libro, Juanito y, como agente tuyo, se lo recomiendo a mis jefes; lo editan, me pagan mi sueldo y tú me pagas porque soy tu agente y me encargo de vender tus libros. Esto es sólo un botón de muestra.
Hoy nos complace dar cabida en este blog a un artículo de Fogwill (foto) que se titula Choripán literario, publicado en el diario Perfil de la capital argentina. El trabajo abunda en datos y su autor promete más y mejor material.
Naturalmente, lo publicaremos mientras, quizás, la Feria del Libro continúe siendo escenario de batallas campales que incluyan sillas volando sobre las cabezas de los asistentes.
¡Así está el mundo del libro, señores!
© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 24 de abril de 2010

No importa cuántos sean, sino que vayan saliendo


miércoles, 21 de abril de 2010

Por su bien II

Si uno tiene la suerte de encontrar buenos restaurantes, en los que la relación producto-servicio-precio sea buena, excusado es decir que son los que uno tiene que frecuentar.
Conviene en esos locales hacerse amigo de dueños, socios, cocineros, maîtres y camareros (a estos últimos hay que darles propinas suntuarias).
Algo curioso: cuando los precios suben en los restaurantes baja automáticamente la calidad de la comida y la atención de los mozos deja de ser buena. Es matemático. No falla nunca. No es lógico, ya lo sé. Pero siempre pasa lo mismo. No sé por qué.
Llega, entonces, el momento de buscar nuevos horizontes gastronómicos.
Obvio es recordar que si el restaurante está siempre muy concurrido es conveniente, o mejor dicho necesario reservar mesa antes de ir.
Sabido es que antes de entrar hay que dejar pasar primero a la santa esposa, o a la señora con quien vayamos. Una vez dentro del local uno tiene que adelantarse, abrirse camino entre la gente, ponerse enseguida en manos del maître y que éste nos consiga una buena mesa.
Esto es elemental, pero no suele hacerse, casi nunca vemos a un caballero que lo haga. Lo que es peor, no se ayuda a la señora a que se despoje de su abrigo, no se la acompaña hasta la mesa y se le arrima la silla. Por lo general el caballero, es decir… el hombre llega, se sienta, agarra la carta, se pone a estudiarla y la señora se las arregla sola para todo.
Hablando de la carta, recordemos que hay que pedir sólo una. El caballero se la leerá a la dama hasta que ella elija lo que quiere comer. Es común que el señor haga alguna sugerencia o que la señora delegue en él para planear el menú.
En algunos comederos sofisticados el sommelier descorcha la botella de vino y nos ofrece el corcho para que lo olfateemos, como un perro perdiguero una liebre oculta entre la maleza.
Es un detalle esnob. Oliendo el vino en la copa, una vez servido, y bebiendo acto seguido un sorbo se tiene mejor idea de su calidad. Lo ideal es que el mozo vaya sirviéndolo en las copas, a medida que se consume. Deberá hacerlo, sí o sí, con la sangría, que viene en una jarra pesada y el pitorro se presta a que deje salir más vino del normal y se manche la mesa, si no se tiene buen pulso. Ellos están más acostumbrados.
Con respecto a los camareros, piense que tienen muchas horas de vuelo y buen ojo. En seguido catalogan: el tacaño, el que bebe demasiado, el que habla a gritos, el discutidor, el maníaco, el caballero…. Trate usted, amigo, de encajar a la perfección en la útima categoría. Le ayudará una propina generosa y el conjunto le garantizará siempre una atención especial.
Tenga en cuenta todo esto. Por su bien.


© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 19 de abril de 2010

Por su bien

Por su bien, por su comodidad no vaya a un restaurante poco antes de que cierre. Cocineros, camareros y el resto del personal estarán cansados, lógicamente, después de permanecer en pie muchas horas. La atención, el servicio no serán los mismos que cuando empiezan a trabajar, o están embalados a la mitad de la jornada, liberando adrenalina.
Tampoco es conveniente pedir pescado un lunes. Ni pescadores ni pescaderos trabajan los lunes, de manera que es difícil hallar pescado fresco ese día de la semana, o al menos pescado del día.
También en su beneficio no le conviene pedir, o consumir los que le sirvan, maníes con el aperitivo: se dan gratis, los que sobran no se tiran, se devuelven a su lugar de procedencia, en el mejor de los casos; en el peor pasan de un sitio a otro, adquieren humedad, polvo…
Hablando de aperitivos, prescinda de la rodaja de limón en su gin tonic, o en cualquier otra mezcla. El limón no suele lavarse, antes de ser cortado. Cuando esa rueda tan decorativa llega a su vaso ha pasado por infinidad de manos.
A no ser que el vino sea muy bueno, no pida un decanter –esa jarra de base grande y plana y cuello alto que alguien confundió una vez con un florero-, para trasvasar el vino y decantarlo.
Ah, nunca se dejan monedas en la mesa para la propina del mozo, ni para aumentarla –si ya dejó algún billete-, ni mucho menos como única gratificación. Ni se les dan a los encargados del guardarropa.
Mañana le recordaremos –porque usted ya lo sabe- lo que hay que hacer en el restaurante. Por su bien.


© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 18 de abril de 2010

Incomunicación

Quizás adquiera un día de éstos por lo menos uno de los tres libros del profesor español, o catalán, Sebastià Serrano sobre comunicación (El regalo de la comunicación, El instinto de la seducción y Los secretos de la felicidad), que dicen que constituyen un tratado esencial de la comunicación, casi completamente perdida hoy en día.
Un trabajo de Ferrán Ramón Cortés publicado en la revista de los domingos del diario El País de Madrid cita al profesor Serrano.
Uno se ha referido en innumerables ocasiones en este blog y en otros medios a la incomunicación, de la que sabe un rato largo, incluso antes de ver las películas de Antonioni.
Uno prefiere la incomunicación a la mala comunicación. Lanzado ya se atreve a citar un ejemplo, uno solo, de la mala comunicación reinante en la actualidad en Argentina, ni qué hablar en España, y creo que ya en casi todo el mundo.
Hoy, domingo, fui a uno de esos grandes supermercados en los que expenden medicinas y artículos de perfumería. Tienen una caja especial donde se pagan facturas –la del gas, la de la luz, la del teléfono, etc.-, como en los bancos. Pago fácil, lo llaman.
Entré en el local, saludé y pregunté que, si a pesar de ser domingo, aceptaban el pago fácil. La chica me contestó que todavía no.
- ¿Puedes decirme cuándo, por favor? –le pregunté-.
- No sé; venga dentro de veinte minutos, a ver…
Me di una vuelta por la ciudad endomingada, con matrimonios jóvenes con niños y otras parejas mayores que habían salido a pasear bajo el incierto sol de una tarde desangelada. Algunos turistas brasileños, casi todos gigantescos, todos con pantalones cortos iban de un lado para otro con caras de no tenerlas todas consigo. Me pregunto por qué los brasileños van siempre a todas partes con pantalones cortos, aunque haga frío. Claro, como en Brasil hace tanto calor…
Un hombre relativamente joven, de buen aspecto, con la nuez de Adan muy saliente, cantaba el tango Caminito de espaldas a una lujosa tienda de venta de ropa de caballeros, con un platillo para recibir monedas a sus pies.
Volví al supermercado de la salud y la higiene, pasados cuarenta y cinco minutos largos. Me atendió una muchacha que no supo informarme. Se la veía desganada. Cierto, no es muy agradable trabajar en domingo:
- ¿Hay pago fácil? –preguntó otra empleada que no era la que me había mandado a pasear antes.
- Ssssssssí… -contestó la otra, aún con menos ganas.
- ¿Puede ir el señor?
- ¡Bueno, que venga!
Fui, entregué mis cuentas, el dinero. La chica hizo una serie de operaciones complicadas –estas cosas no son fáciles, ya se sabe- y empezó a tratar de darme el cambio. Me ofrecí a redondearlo a su favor con unas monedas –en Argentina circulan muy pocas monedas, al menos legalmente, y por tanto son muy codiciadas-.
La muchacha me ignoró olímpicamente, me señaló los recibos que había tirado sobre un pequeño mostrador para que yo los recogiera, junto con el cambio, y volvió la cara para no tener que responder a mi saludo de despedida.
La comunicación, la mala comunicación, la incomunicación…
Digámoslo de una vez por todas y con todas las letras. La educación, lo que falta es la buena educación.

© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:
La callada por respuesta

La cultura del maltrato
Peores que las mulas

El ser posmoderno y la nada – El macho posmo y su influencia

sábado, 17 de abril de 2010

Pasa en las mejores familias


viernes, 16 de abril de 2010

Una encuesta favorece a los argentinos

Los inmigrantes mejor considerados, e incluso los más simpáticos, son los argentinos, según una encuesta realizada por el Ejecutivo regional de Madrid entre 1200 personas, españolas y extranjeras.
Los chinos se ubican segundos, detrás de los argentinos, y luego siguen otros inmigrantes procedentes de varios países latinoamericanos.
Según el mismo trabajo, los menos populares entre los españoles son los marroquíes.
Estos, y algún otro dato más están contenidos en un breve informe de Infobae.


Nota relacionada:
Los argentinos en España – Crónicas de Madrid IV

La Psicosis de Hitchcock medio siglo después

Algunos cinéfilos –entre los que me cuento- creen que un genio de la cinematografía mundial como Alfred Hitchcock no está siendo recordado como se merecería.
Pasan los años, cambia el cine, cambian los espectadores. Pero las buenas películas permanecen inmutables, algunas incluso se embellecen con el transcurso del tiempo, al descubrirse nuevos brillos en sus facetas de celuloide. Lo mismo pasa con ciertas piedras preciosas: los diamantes, a los que se encuentran nuevas irisaciones cada vez que se los expone a la luz del sol.
Psicosis, considerada como la obra cumbre de Hitchcock, sigue intacta en su verdadera dimensión, por encima del tiempo, las mutaciones y los mutantes.
De Hitchcock se pasa de vez en cuando un ciclo de tres películas en un canal de cable, o uno se lo encuentra de pronto en un cine club de la ciudad en que menos esperaría que se conociera al gordo y jocundo realizador inglés, que pasó tantos años en Hollywood, donde filmó sus mejores películas.
Cuando se cumplieron los cien años del nacimiento de Hitchcock -en 1999-, Cabrera Infante dijo que el gran maestro del cine de suspenso dejó, más que ningún otro director una pléyade de seguidores e imitadores (desde el italo-americano Martin Scorsese hasta el francés François Truffaut), quienes juraron que siempre le rindieron homenaje.
Los filmes de Hitchcock remarcaron la existencia de un hombre y de una carrera asombrosos que siguen examinándose con admiración o con envidia, con celos o con provecho pero siempre con pasión.
Han pasado 50 años desde del estreno de Psicosis, un filme que revolucionó el cine universal y el modo de filmar.
Se tiende otra mirada sobre la cinta y su director. No puede evitarse el escalofrío que produjo la primera vez la escena del apuñalamiento de Janet Leigh en la ducha -la actriz confesó años después que jamás pudo volver a ponerse bajo una ducha, se limitó al baño de inmersión-.
Habría que reconocer, y proclamarlo, que si el cine no es inferior a la literatura hay que clasificar a Alfred Hitchcock en la categoría de artistas a los que signaron su inquietud y su asombroso manejo del suspenso, como Kafka, Dostoievsky, Lovecraft, Poe…
Como dijo Truffaut, el cine de Hitchcock no siempre exalta pero siempre enriquece, aunque más no sea que por la lucidez con que denuncia las ofensas que los hombres hacen a la belleza y la pureza.
Stephen Robb, de la BBC Mundo, explica cómo Psicosis cambió la historia del cine.
© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 13 de abril de 2010

Trezidavomartiofobia

En España, Grecia y toda América Latina se considera aciago al martes 13. La fobia a ese día se llama trezidavomartiofobia, ¡ahí es nada!
Hoy es martes 13, sí. ¡Pero que no cunda el pánico!
En todo caso, hagamos lo que decía Mario Tena en su famosa canción: toquemos madera.
Esta superstición, o creencia popular, no tiene explicación lógica ni fundamento científico alguno. Es sólo un mito.
Se dice que el mal fario atribuído a este día arranca de la Ultima Cena, en la que había 13 comensales. Una leyenda escandinava cuenta que Loki, el espíritu del mal, era el décimotercer invitado en una cena de dioses en el Valhalla. De ahí que haya muchos que procuren no tener 13 a su mesa y no asistan a comidas de 12 personas que, con ellas, sumen 13.
La Cábala contabiliza a 13 espíritus del mal. La llegada del Anticristo y la Bestia figuran en el capítulo 13 del Apocalípsis. El 13 es el número de la muerte en la baraja del Tarot.
También se cree que el martes es de mal agüero por su asociación con Marte, dios de la Guerra en la mitología romana.
Insistimos en que no hay que preocuparse por los martes 13, ni por los gatos negros que se crucen de noche en nuestro camino, ni porque se derrame la sal sobre la mesa, ni porque se rompa un espejo o se deje abierta una tijera encima de la cama.
Bastantes cosas malas nos pasan como para añadir leña al fuego.
Mucha gente inteligente tomó esta superstición al revés y creee que el martes 13 trae buena suerte. El número 13 sale mucho como premio en la lotería, la quiniela y otros juegos de azar.
Sin embargo, en los hoteles no hay piso 13, ni en los aviones asiento 13. En España, los albañiles que descargan ladrillos de un camión y los van contando, cuando llegan al número 13 dicen Toledo e inmediatamente después pasan al 14.
En la tradición anglosajona, el viernes 13 corresponde a nuestro martes 13. Aseguran que en ese día trae mala suerte cortarse las uñas y el pelo.


© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 12 de abril de 2010

Manuel Alvar

Quienes trabajamos muchos años en la agencia EFE –en la redacción central de Madrid y en varios países del extranjero como corresponsales-, tenemos siempre in mente a don Manuel Alvar, ilustre filólogo, dialectólogo y profesor español que formó parte del Consejo Asesor del Departamento de Español Urgente de la agencia española de noticias antes nombrada.
El otro día lo evoqué al releer el discurso de ingreso en la Real Academia Española de la Lengua de Arturo Pérez-Reverte, que lo cita con gran reconocimiento y afecto.
Manuel Alvar fue un maestro entrañable y uno de los más eficientes y apasionados impulsores del buen uso del idioma español.
Fue también una bellísima persona, a quien todos recordamos con mucho cariño.
Francisco Moreno se refiere a él en un trabajo de excelente factura publicado en la web de Fundéu (Fundación Español Urgente).



© J. L. A. F.

Kurosawa vigente

Acaban de cumplirse cien años del nacimiento del gran director de cine japonés Akira Kurosawa.
El aniversario pasó casi inadvertido, no ya en el mundo sino en su propio país, con lo cual se demuestra una vez más que nadie es profeta en su tierra.
El olvido nos parece injusto, pues Kurosawa fue un excelente realizador que nos dejó obras magistrales, como Rashomon, protagonizada, como tantas otras por su actor favorito, Toshiro Mifune.
Rashomon, filmada en 1950, fue premiada con el León de Oro del Festival Internacional de Cine de Venecia y, lo que es más, con el Oscar de la Academia de Hollywood a la mejor película extranjera.
Maribel Izcue escribe una interesante nota acerca del extraordinario cineasta nipón, distribuída al mundo por la agencia española de noticias EFE.

© J. L. A. F.

domingo, 11 de abril de 2010

"Finnegans Wake"... again

¿Se gastaría usted 300 euros en comprar la edición básica –o 900 en la de lujo-, de una novela que según ciertos críticos, y muchos lectores, es una frase de 700 palabras, o una palabra de medio millón de caracteres, para revisar la cual dos eminentes filólogos británicos tuvieron que hacer una revisión del corpus textual de más de 20000 página de notas manuscritas, repartidas en 60 cuadernos, investigación que arrojó un total de 9000 errores?
Consideren, por si les entra la tentación de desembolsar los 300, o los 900 euros que cuando la novela vio la luz, el 4 de mayo de 1939, la inmensa mayoría de los lectores dijo que no había podido leerla y que el autor estaba loco.
El escritor sentenció que los críticos tardarían al menos 300 años en descifrar su obra, escrita en un inglés desnaturalizado que incorpora oraciones y párrafos enteros en 70 idiomas.
Se trata de la última novela del irlandés James Joyce, Finnegans Wake, de la que se llegaron a hacer 20 versiones diferentes, suprimiéndose 120 páginas.
El Ulises de Joyce se las trae, pero Finnegans Wake, incluso en su actual versión expurgada, es la novela más difícil de leer del mundo, dicho por lo expertos. Se calcula que a partir de ahora se tardarán 10 años hasta que el hombre de a pie pueda leerla y enterarse de algo.
No hay esnob que diga que no la ha leído y releído varias veces, que su lectura le resultó fácil y que disfrutó mucho con ella, hasta el punto de que se convirtió en su libro de cabecera, que tiene siempre en su mesilla de noche.
Eduardo Lago, del diario El País de Madrid, no piensa lo mismo.


© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 10 de abril de 2010

Sobre la vírgula de Colón y el descubrimiento de América

El descubrimiento de la vírgula de Cristóbal Colón por una reputada catedrática española de Comunicación ha revuelto un avispero en el que zumban nuevas investigaciones y se desempolvan añejas teorías del pasado, investigaciones y teorías tendentes a demostrar que Colón era un zascandil, un tramposo, un mercenario, un tarambana, un macarra, un tipo de avería y judío, o goy, y gay, catalán, o portugués, o italiano, o vikingo y “(…) colchonero, rey de bastos, caradura o polizón”.
Se ha dicho que América nace del trabajo de ingenieros, agrimensores, astrónomos, antropólogos, geólogos, geógrafos, paleontólogos y otros científicos de varias nacionalidades –menos la española-, provistos de teodolitos, cintas métricas, telescopios, tablas de logaritmos, compases y últimamente el carbono catorce.
Para otros, América se descubrió gracias al vuelo de unos loros.
Ese gran escritor y académico de la Española que fue Agustín de Foxá dijo ya a mediados de la década del cincuenta lo que sigue:
Según Von Hagen, Suramérica comienza en diciembre de 1734, cuando la “Académie de Sciences”, de París, encarga a La Condamine las mediciones del arco del meridiano en el Ecuador.
Esta fecha se quiere hacer válida y contraponerla a nues­tro “12 de Octubre”. Como si engendrar un hijo fuera menos importante que explicarle una asignatura (ya enseñada, por otra parte) del bachillerato.
Con el viejo truco de la Ciencia -con mayúscula- se nos quiere arrebatar el alma de América.
Los hombres de La Condamine llevan a París, con unción, religiosa, trozos del volcán Chimborazo.
América se abre a la civilización por las cajas de hoja de lata para guardar insectos, por los estantes y las pinzas. De nada sirven las catedrales barrocas edificadas en pleno Tró­pico, los autos sacramentales en los Andes nevados de Are­quipa, las Universidades de San Marcos de Lima, las impren­tas de Méjico, funcionando ochenta años antes que las in­glesas en Norteamérica. Lo importante es el teodolito, no la Cruz. Los vasos sagrados de los incas son analizados quí­micamente. Histéricamente gritará el geógrafo francés D'Auville: “¡Traedme ángulos, señores, y triangulaciones! ¡Yo soy implacable con las leyendas!”
Porque hay que llevar a la joven América la manía senil y cartesiana del racionalismo; urge acabar con las leyendas del fabuloso “Lago de Manoa”. Es preciso exportar al Nuevo Mundo el tedio de clínica de Europa.
Se presenta a La Condamine, a Humboldt, a Darwin, a Spruce, como heroicos descubridores, en un continente bár­baro y cerrado, en plena selva virgen.
¡Curiosa amnesia de más de dos siglos y medio de cul­tura teológica y científica, de perfectas cartas marineras, de bibliotecas, de libros de ciencia, de diccionarios indígenas!
Porque Humboldt, con su casaca color tabaco, con espi­gas y amapolas bordadas, se despide de un Carlos IV, pinta­do por Goya, en los jardines de Aranjuez, antes de emprender el viaje hacia América. Y lleva cartas de recomendación del Rey, con su sello de cera, para sus Gobernadores y Capitanes generales de las Indias.
Y anteriormente, La Condamine, que había partido acom­pañado de nuestro gran matemático Jorge Juan y Santacilla y del joven científico Antonio de Ulloa, había reposado en las ciudades del virreinato, en mansiones con sedas, cornuco­pias y retratos al óleo, y enamorado a señoritas que canta­ban romanzas al piano, bajo verdes o rojas velas perfumadas.
Y todos ellos encontraron en plena selva posadas reales y misiones de jesuítas, que les proporcionaron piraguas, con tripulación y hierbas medicinales, y toda clase de noticias e indicaciones para navegar por inmensos ríos, ya explo­rados.
En esta terca obsesión de ignorar lo hispánico, tengo no­ticia de que se ha publicado un libro titulado “Contribución de los españoles al descubrimiento de América”. Sería tanto como afirmar la leve influencia de Jesucristo en la Iglesia Católica.
Porque es muy fácil, cuando un mundo está ya descu­bierto y conquistado, y honda y profundamente colonizado, introducir “con alma botánica o eléctrica” la “botella de Leyden” o estudiar los “excrementos marinos de las islas Gua­neras”.

© José Luis Alvarez Fermosel

¿Y quién no?

viernes, 9 de abril de 2010

Marconi y los otros

Marconi y su invento, la radio, siguen dando que hablar.
Ahora aparece un libro del profesor español de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra, Angel Faus, que sostiene que el inventor de la radio fue un ingeniero y comandante (mayor) del ejército español llamado Julio Cervera Baviera (foto).
El profesor Faus afirma, además, en su libro La radio en España (1896-1977), una historia documental, publicado hace cinco años, que la primera emisión de radio en España surgió entre Ceuta y Tarifa y se mantuvo durante tres meses consecutivos entre 1901 y 1902.
Ceuta es una ciudad autónoma española situada al norte de Africa, en el Estrecho de Gibraltar y frente al campo de Gibraltar (en Cádiz, una de las ocho provincias andaluzas, al sur de España). Tarifa es un municipio español ubicado en el extremo meridional de Cádiz.
Según el profesor Faus, Marconi no trabajó en la radio hasta 1913.
Marconi inventó la telegrafía sin hilos (T.S.H.) o radiotelegrafía. Eso no lo niega el profesor Faus, ni nadie.
Guglielmo Marconi era ingeniero electrónico. Fue presidente de la Academia d’Italia y se le otorgó el Premio Nobel de Física en 1909.
Angel Faus afirma categóricamente que dispone de planos y patentes de Cervera que certifican que él fue el verdadero inventor de la radio.
Mucho nos tememos que todavía no se haya dicho la última palabra acerca de un invento al que se debe tanto, y uno en particular.

© J. L. A. F.

martes, 6 de abril de 2010

La vírgula de Colón

Una profesora que da clases de literatura española en la universidad estadounidense de Georgetown aseguró a la agencia española de noticias EFE que Cristóbal Colón fue judío y hablaba catalán. Se basa en la presencia de la vírgula en la escritura de Colón.
La profesora –catedrática, en realidad- es Estelle Irizarri, condecorada por el gobierno español, no por decir que Colón era judío y hablaba catalán, naturalmente, aunque muy bien podría tener razón.
Lo de judío y catalán, que se ha repetido hasta el cansancio, ¿no tendrá una connotación peyorativa, discriminatoria? Porque ya sabemos cómo las gastamos los españoles, que nos damos duro y parejo entre nosotros mismos.
Al Almirante se le atribuyeron –en España también, que es lo que llama la atención- y siguen atribuyéndosele varias nacionalidades menos la española, a ver si al cabo de los siglos puede hacerse tambalear el andamiaje de la historia, y quitarle un poco de mérito a la gesta española del descubrimiento de América.
Por decir cosas de Colón hasta se dijo que era un espía portugués.
¿Y qué? ¿En nombre de quién se lanzó a la mar en esas tres cáscaras de nuez: Santa María, Pinta y Niña? ¿Quién financió el viaje? ¿A quién le ofreció las tierras descubiertas?
Y si Colón hubiera sido realmente judío y su primera lengua la catalana, ¿en qué cambiaría eso la historia?
A más de cinco siglos se sigue investigando a Colón, a ver si sale algún trapo verdaderamente sucio. Es que Colón no gusta, no nos engañemos; no nos ha gustado ni siquiera a los españoles.
Se insistió machaconamente en que sus orígenes fueron humildes y que zascandileó de aquí para allí en la Europa de finales del siglo XV, secreteando como el espía que dicen que fue.
De buena fuente me dijeron el otro día que hay un grupo de historiadores que trata de averiguar por todos los medios si Cristóbal Colón era homosexual, porque acaban de surgir rumores en ese sentido.
¡Tánto estudio, tánto quemarse las pestañas…! Tánto extraer papelorios amarillos de vejez de los polvorientos archivos del cronicón, husmear en códices antiquísimos, traducir, conjeturar, aventurar, deducir. Una vírgula por aquí, otra vírgula por allí...
A Jacinto Benavente le pateaban una obra en un céntrico teatro de Madrid. La sala se venía abajo, tanto y con tanta fuerza pataleaba el “respetable público”.
El incomparable don Jacinto –laureado con el premio Nobel de literatura en 1922- asistía impertérrito al pateo entre bastidores, con su infaltable habano y su amigo, el también escritor (peruano, radicado en Madrid) Felipe Sassone a su vera.
En un momento dado, el autor de Los intereses creados dejó el puro y le dijo suavemente a Sassone, refiriéndose al “respetable”:
¡Pobres, cuánto trabajan! Toda esa energía aplicada al Plan Nacional de Carreteras…
Si los científicos trabajaran tanto como los estudiosos de Colón ya se habría descubierto el remedio contra el cáncer.
© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 4 de abril de 2010

¡De prisa, de prisa...!

Qué poca gente camina ya despacio por las calles, qué poca gente pasea, qué poca gente mira al cielo. Cómo hemos perdido las buenas costumbres…
Se anda de prisa, sin paz, por las calles rotas de una ciudad atrafagada e insensible, con un ruido ensordecedor y un horizonte nublado.
Nos apelotonamos en las esquinas, en los cruces. Nos empujamos. Y no nos disculpamos.
Vamos todos aprisa, cada uno a lo suyo. Estamos ligeros de esperanza, ligeros de bolsillo, también. Y, por tanto, enfurruñados.
Muy poca gente está de buen humor, o pasa de buen humor por la calle despacio, sonriente, o al menos propensa a la sonrisa. Es que la calle está muy dura.
Hasta las mujeres –las hermosas mujeres que tiene esta heterogénea, variopinta y enorme ciudad- van por la calle de prisa y corriendo y apenas puede uno mirarlas, lo cual es una pena, porque si pasaran más despacio las veríamos mejor y ello mejoraría nuestro humor.
Así podríamos aflojar el paso y detenernos de cuando en cuando para observar todas las cosas interesantes que hay en la ciudad, que son muchas, y en la bella gente que va por ella, que no es tan poca como parece en principio.
No hay tiempo que perder. Ya se sabe: Al camarón que se duerme, la corriente se lo lleva.
Podemos llegar tarde a la reunión que tenemos con ese amigo de nuestro primo que tiene una agencia de publicidad, y nos va a dar un trabajo. ¡Si no nos apresuramos cierra el banco!
Qué acelerados estamos… Tanto que los niveles de estrés suben y suben, y los de la presión, y los del colesterol.
Estamos más sombríos cada día. Ya casi ni nos reímos. Eso es lo malo. Reírse, al menos sonreirse es saludable, incluso estimulante. Dicen que reírse libera muchas endorfinas.
Tenemos que parar un poco, porque no podemos correr el riesgo de pasar velozmente por la calle indiferentes a las risas de los niños, el canto de los pájaros urbanos del atardecer, las notas de un tango que viene de un viejo café de barrio y el lento son de un reloj de cúpula con autómatas que da la hora.

© José Luis Alvarez Fermosel

La senda de la papa chip

No suele considerarse que merezcan a conciencia los honores de la letra impresa, por lo menos en lugares destacados de los medios gráficos, ni que se comenten por los audiovisuales, los temas llamados menores, como los relacionados con los “comeres” y “beberes”, los cambios de las estaciones climáticas y todo lo que traen aparejado, las costumbres populares, las modas pasadas, lo que ocurre en la calle, las relaciones humanas, la nostalgia de los tiempos idos y un larguísimo, interminable etcétera.
Uno, sabido es, no sigue esas reglas, se las salta a la torera –como tantas otras…- y no es que le dé importancia a esas cosas, y hable y escriba de ellas, sino que le encantan, porque a su leal saber y entender tienen su significado, su importancia y su repercusión.
Y, lo más importante de todo, a la gente le gusta que esos… “temas menores” salgan a colación de vez en cuando. No todo lo relevante y lo imprescindible, lo trascendente y lo destacable es sólo, y nada más, lo que tiene que que ver, lo que está directamente relacionado, más aún, consustanciado con la política, le economía, las internas de palacio y lo que dicen los grandes personajes.
Así que nos hemos ido por las ramas, una vez más, es decir, por la ruta de las papas chips, trazada por ese entrañable país que es Uruguay y dada a conocer por el diario El País de Montevideo.



© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:
Un tubérculo con historia
Patatas (papas)
No a la tortilla líquida servida en copa

sábado, 3 de abril de 2010

El último favor


viernes, 2 de abril de 2010

"Caprosta" y otras "fraslafras"

Como si no tuviéramos bastante con el argot general –el de todos para todos-, cada uno se inventa el suyo, lo cual no deja de tener gracia.
Un amigo mío, brillante abogado del foro argentino, acuñó el término “caprosta” para espetárselo al automovilista que, a su entender, realiza una maniobra incorrecta o le adelanta cuando él conduce su estupendo coche de origen alemán por la calzada, o por la carretera. A mi amigo no le gusta que le adelanten.
La palabreja en cuestión, dicha con la suficiente fuerza, impresiona y suele desconcertar al destinatario, acaso por la dificultad de hallar en el acto una réplica adecuada.
Otro amigo se sacó un comodín de la manga: “drango”. Lo usa como interjección, como adjetivo (admirativo) que tira a sus amigos cual dardo sin punta, piropo, soliloquio concentrado en una sola palabra, voz de bullanga o jaculatoria laica.
La palabra “drango” será aceptada muy pronto por la Real Academia Española de la Lengua, sabia institución que se tira cada vez más a la bartola.
Mi querido hermano Manolo denominaba “funfarretas” a los chatos, esos cortos y gruesos vasos de vidrio en los que se sirve en las tabernas de Madrid el áspero vino de Castilla, que sabe a pedernal. Mi hermano era afortunado poseedor de la gracia natural del madrileño castizo y, además, tenía un gran sentido del humor. Ambas cosas, la gracia y el humor, rara vez van juntas; se tiene una o se tiene otra, lo hemos repetido hasta el cansancio.
“Chatas”, aunque tengan la nariz larga, se les llama cariñosamente a las mujeres en España.
“Barjuleta” es otra palabra de jerga personal. Se le debe a Servodeo Ausin. Servodeo tocaba el violín como los dioses, a quienes siempre se les atribuyeron el arpa y la lira como instrumentos musicales favoritos. También estaba el dios Pan, que tocaba la siringa.
“Barjuleta” es sinónimo de “trompa”, “castaña”, “tomatera”, “tablón”, “merluza”, “cogorza” o, simplemente, borrachera: ese estado de exaltación al que lleva el consumo de cierta –bastante…- cantidad de bebidas alcohólicas.
Una vez saltó la extraña expresión “pastrofia” en una “cuadra” –redacción en la jerga periodística-, y enseguida campó por sus respetos y fue adoptada por todos. Se refería a un texto redactado de tal manera que resultaba incomprensible.
Algo mal dicho, o que no tiene entidad alguna, ni informativa ni de ninguna otra índole, es una “fraslafra”.
De niños teníamos el hábito de hojear diccionarios. Nos fascinaba descubrir en ellos palabras como tejavana, andarivel, flegmasía y otras que llenan la boca, como pepino, pelma, plúmbeo, plasma y bombarda, entre otras muchas.
El idioma es algo vivo, móvil, iridiscente; se puede jugar con él, enriquecerlo, modernizarlo e incluso… conservarlo; sobre todo sus palabras más bellas, que son las que se refieren al amor y que figuraban en esas cartas de nuestras abuelas que acaso nos encontremos un día en un mazo atado con una cinta de moaré color vino de Burdeos, en la buhardilla.
Esas palabras están todavía vigentes –figuran en el diccionario de la Real Academia Española-, pero apenas se utilizan, hoy en día; o se usan, entre la gente grande, con notoria falta de sinceridad.

© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 1 de abril de 2010

Tenga paciencia

Posteamos un artículo de Silvina Bullrich aparecido en el diario porteño La Nación a mediados de 1980. Con unos pocos retoques podría publicarse hoy en el mismo medio, o en otros, y seguiría estando de actualidad. Es decir, que si no vamos para atrás como el cangrejo poco nos falta.
Silvina Bullrich fue siempre considerada como una “escritora menor”, o “pasatista”. Nada que ver con las hermanas Ocampo, ¡que esas sí que eran unas señoras escritoras!, ¿o no?
A Bullrich le pasó lo mismo que a Beatriz Guido, Martha Lynch, María Angélica Bosco, María Elena Walsh y tantas otras.
Igual suerte corrieron los varones, algunos de ellos como el gran poeta Edgar Bayley, los narradores Ricardo Piglia, Marco Denevi, Osvaldo Soriano -¡que ni siquiera fue a la universidad…!-, el negro Fontanarrosa, el uruguayo Enrique Amorín, su compatriota, más cercano en el tiempo, Enrique Estrázulas y otros no reconocidos ni por la “gente paqueta” ni por la progresía de izquierda, la “gauche galante”.
Precisamente de Bullrich, Guido y Lynch, el “trío más mentado”, se ocupa nuestra inteligente colega Cristina Mucci en una extensa entrevista de Sandra Chatra que se publicó en el diario Página 12 hace más de un lustro, pero que no ha perdido actualidad, como el artículo de Silvina Bullrich, y además nos ofrece un simpático paseo por unos años protéicos y dinámicos del siglo pasado.
© José Luis Alvarez Fermosel

Nota: Para leer bien el artículo de Silvina Bullrich aumentar el nivel del "zoom".

Abril

Abril es el mes más cruel, criando
lilas de la tierra muerta, mezclando
memoria y deseo, removiendo
turbias raíces con lluvia de primavera.
El verano nos sorprendió, llegando por encima
del Stanrbergersee
con un chaparrón; nos detuvimos en la columnata,
y seguimos a la luz del sol, hasta Hofgarten,
y tomamos café y hablamos un buen rato.
Bin gar keine Russin, stamm’aus Lituanen, echt deutsch.
(La tierra baldía, fragmento, T. S. Eliot)