Eso de la humildad de los escritores es un mito como la copa de un pino. No hay escritores humildes, modestos, de autoestima normal, ni mucho menos baja. Los egos de los escritores, todos, salvo determinadas y honrosas excepciones, como Borges, fueron y son enormes.
En la revista AdnCultura del diario La Nación de Buenos Aires, Héctor M. Guyot nos sirve en bandeja, en su nota La vidriera de las vanidades, un adelanto de las memorias del periodista y editor de libros español Juan Cruz Ruiz, que versan sobre escritores en la intimidad.
En el libro en cuestión, titulado Egos revueltos, Juan Cruz Ruiz habla de los creadores que entrevistó y trató en el ejercicio de sus dos profesiones, y afirma que la desmesura de sus egos es asombrosa.
Cuenta, además, sabrosas anécdotas de los autores más conocidos, desde Pablo Neruda, que al parecer batía todos los récords de soberbia en esa feria de vanidades, hasta Cortázar, que hablando un día con su homólogo peruano José María Arguedas, autor de la maravillosa novela Los ríos profundos, le dijo: Usted toca una quena en Perú y yo dirijo una orquesta en París.
Arturo Pérez Reverte almorzaba un día con Mario Benedetti y otras personas en un restaurante de Montevideo. Pidió dulce de batata. No había. Juan Cruz cuenta que el autor de la saga del capitán Alatriste experimentó una decepción tan profunda que no pudo dejar de exclamar: ¡Ya me parecía a mí que algo iba a faltar en este maldito restaurante tan bueno!
Un joven editor uruguayo que asistía al almuerzo, salió subrepticiamente del maldito restaurante y volvió con el dulce de batata, que fue servido a los postres. A Pérez Reverte le volvió el alma al cuerpo.
El libro de Juan Cruz Ruiz, editado por Tusquets, llegará a Buenos Aires el mes que viene. En él se trazan rasgos de las personalidades, muchas de ellas desconocidos hasta ahora, de los más famosos escritores del último medio siglo. Muy pocos se caracterizaron por su modestia.
En la revista AdnCultura del diario La Nación de Buenos Aires, Héctor M. Guyot nos sirve en bandeja, en su nota La vidriera de las vanidades, un adelanto de las memorias del periodista y editor de libros español Juan Cruz Ruiz, que versan sobre escritores en la intimidad.
En el libro en cuestión, titulado Egos revueltos, Juan Cruz Ruiz habla de los creadores que entrevistó y trató en el ejercicio de sus dos profesiones, y afirma que la desmesura de sus egos es asombrosa.
Cuenta, además, sabrosas anécdotas de los autores más conocidos, desde Pablo Neruda, que al parecer batía todos los récords de soberbia en esa feria de vanidades, hasta Cortázar, que hablando un día con su homólogo peruano José María Arguedas, autor de la maravillosa novela Los ríos profundos, le dijo: Usted toca una quena en Perú y yo dirijo una orquesta en París.
Arturo Pérez Reverte almorzaba un día con Mario Benedetti y otras personas en un restaurante de Montevideo. Pidió dulce de batata. No había. Juan Cruz cuenta que el autor de la saga del capitán Alatriste experimentó una decepción tan profunda que no pudo dejar de exclamar: ¡Ya me parecía a mí que algo iba a faltar en este maldito restaurante tan bueno!
Un joven editor uruguayo que asistía al almuerzo, salió subrepticiamente del maldito restaurante y volvió con el dulce de batata, que fue servido a los postres. A Pérez Reverte le volvió el alma al cuerpo.
El libro de Juan Cruz Ruiz, editado por Tusquets, llegará a Buenos Aires el mes que viene. En él se trazan rasgos de las personalidades, muchas de ellas desconocidos hasta ahora, de los más famosos escritores del último medio siglo. Muy pocos se caracterizaron por su modestia.
© José Luis Alvarez Fermosel
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