sábado, 6 de marzo de 2010

Poemas del camino

“Quel serait mon plus grand malheur? L’exil.”
(André Maurois)

La amargura del destierro, el exilio: la tragedia de aquel que abandona su tierra y llega a países extraños, con otros modos de vida, otras costumbres y a veces otros idiomas, en busca de un futuro mejor, o por las razones que sean, es de las peores que puede sufrir un ser humano.
El poeta español Néstor Astur Fernández, que vivió la mayor parte de su vida lejos de su amada Asturias natal, reflejó magistralmente en sus versos la nostalgia del terruño perdido, siempre soñado, que va royendo lenta e inexorablemente el corazón del desterrado hasta convertirlo en una llaga viva.
Astur, como se le llamaba cariñosamente en Buenos Aires, publicó esta poesía, perteneciente a la serie Poemas del Camino, en el diario La Prensa de Buenos Aires, en 1977.


El desterrado

I
Desde la orilla otea brumas de lejanía.
Fue allá -donde talaron los árboles sagrados-
donde hacharon su vida.
Y allá lejos, muy lueñe, detrás del horizonte,
quedó inmóvil un mundo. Ese mundo era el suyo.
Siente calar la ausencia, gota a gota, en sus días,
y atracción de raíces bajo el humus lejano.
A veces, cuando añora, presagia un paraíso
a través del retorno; pero no es más que un sueño.
La realidad es otra, porque es otra la vida.
No siempre la esperanza leuda las ilusiones.
Por eso cuando adviene la hora del ocaso,
y todo le sugiere angustias y fatiga,
desde un acantilado cortado a pico, sueña
siempre con esa tierra
por la que sufre el nombre fatal de desterrado.

II
Su memoria recubre de verdor el paisaje,
y la nostalgia enciende las rosas del invierno;
de oro y nácar las playas, mientras se va quedando
triste, apagado, seco.
¡Oh, infancia hecha de ensueño, de mimo, de ternura;
adolescencia ardiente, juventud impetuosa!
Ahora desde el exilio las ve allá en lontananza,
pero llorar no sabe. No le enseñaron nunca.
No he de volver –presiente-,
no he de volver -se dice-.
No ha de tornar al punto de partida, al origen,
para cerrar su ciclo.
Sus brazos fueron mástiles, y están rotas las velas.
Todo su cuerpo un asta. Se quedó sin bandera.
Ceniza de tabaco le susurra el memento,
y está de pie y suspira, creyendo que está vivo.

© Néstor Astur Fernández

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