miércoles, 31 de marzo de 2010

Chinitas y monedas

Las personas más humildes, las que desempeñan tareas sencillas, las que no ocupan un lugar de privilegio en la escala social, quienes se dedican a servir a los demás, de una manera u otra, nos dan con frecuencia los ejemplos más expresivos, no ya de buena educación, sino de cortesía, e incluso de delicadeza.
Vayamos al hecho por la vía de la anécdota.
Muy cerca de mi casa hay un pequeño mercado de chinitas. Todas son muy jóvenes y muy simpáticas.
Mi mujer, yo, ocasionalmente los dos juntos compramos algo en él de tanto en tanto. Las compras grandes las hacemos en el supermercado de siempre, que está más lejos de casa.
Suelen plantearse inconvenientes a la hora de pagar por la falta de monedas. Las monedas escasean, no se sabe quien las tiene, quien las retiene. Alguien me dijo que esta insuficiencia proviene de ciertas maniobras fraudulentas conducentes a que algunos especuladores se hagan de mala manera con… unas monedas, o con algunos miles de ellas, para ser precisos.
Un buen día empecé a hacer acopio de monedas y a guardarlas en una caja de cartón de color rojo. Cuando tuve unas cuantas pasé por el mercado de las chinitas y le di la caja a una de ellas, que es muy mona y cuando sonríe se le ilumina la cara.
La chinita quería darme el cambio en seguida, pero estaba ocupada en la caja y había una cola bastante larga, por lo cual le dije que ya arreglaríamos cuentas otro día y me fui.
Cuarenta y ocho horas después, el muchacho paraguayo del mercado que lleva los pedidos a domicilio vino a mi casa y me trajo 18 pesos en billetes, en la misma caja roja en la que yo había llevado las monedas a las chinitas.
Un detalle poco común, en estos tiempos en que los detalles brillan por su ausencia y la mala educación, los malos modos, la grosería, el feismo, el ventajismo y el atropello son, hablando de monedas, moneda corriente.
He tenido trato frecuente con orientales en mi práctica de artes marciales. En Argentina y en otros países. En pocos lugares me he sentido tan rodeado de caballeros como en los "dojos" (1), donde la caballerosidad no era patrimonio exclusivo de los "senseis" (2), sino de todos los alumnos orientales y, por contacto –nunca mejor empleada la expresión, hablando de artes marciales- los occidentales.
El escritor colombiano Alvaro Mutis dijo que las convenciones puramente formales, es decir, las buenas formas llegaron a su más alta expresión durante el siglo XVII en Occidente y, en el siglo XI, en China y Japón. Reciben el nombre de cortesía.
Recordemos a los dos samurais que se dirigen en el Japón del siglo XI al campo para batirse en duelo mortal. Sorprendidos por un aguacero, el único que lleva paraguas lo comparte con el otro.
Las buenas maneras no son un adorno inútil, un artificio amanerado, una hipócrita teoría de gestos y palabras gratuitos.
"La refinada cortesía es la mejor muestra de verdadera civilización, el fruto en sazón de una gran cultura, el producto de un buen tono incrementado durante varias generaciones", dijo textualmente Mutis en un diario español.
Le llevé a las chinitas unos claveles rojos. Los compré, con los billetes que me dieron por las monedas, en un quiosco cercano al mercadito. A tal señor, tal honor. En este caso, a tales señoritas tal honor.


(1) Gimnasios
(2) Maestros

© José Luis Alvarez Fermosel

2 comentarios:

Susan.B dijo...

Querido Jose, tu nota es un soplo de aire fresco dentro de nuestra candente atmósfera.
Hermoso gesto el tuyo .Y me encantó lo de la cajita roja . Nos revelaste un secretito hogareño . Cute.
En las escuelas deberían agregar una materia nueva : educación para la convivencia amable. O algo así.
Un abrazote.
Susan

Caballero Español dijo...

Susan.B: Muchas gracias por tu mensaje, tan amable, tan estimulante. Tienes razón: tendríamos que ser todos más considerados, más amables, ocuparnos más de las cosas aparentemente pequeñas. Un abrazo.