jueves, 31 de julio de 2014

Un elogio y una maldición



“George Sanders medía 1,92. Si lo cubrieras de basura, seguiría teniendo estilo”. Opinión de Ray Davies, líder de “The Kinks”, en la canción “Celluloid Heroes”, destinada a homenajear al cine de Hollywood clásico.
George Sanders (1906–1972), cayó en Hollywood, como tantos otros actores británicos entre  los años 30 y 40, entre ellos Melvyn Douglas, Laurence Olivier, David Niven y más tarde, Sean Connery, Jeremy Irons y Pierce Brosnan.
Después de una corta permanencia en Argentina, donde incursionó en la industria  tabacalera, regresó a Inglaterra. Fue contratado en Londres por una agencia de publicidad cuya secretaria, Greer Garson le instó a trabajar en el cine. 
Así lo hizo Sanders, que fimó 90 películas entre 1934 y 1972 -recordemos “Rebeca”, “El Hijo de la furia”, “Enviado especial”, “Soberbia”…-. Hizo algún protagónico en producciones de escasa importancia. Sólo en (El) “Cairo” su nombre figuró en el primer lugar de la cabecera del “casting”.
Fue premiado con el Oscar, como actor de reparto, por su magnífica interpretación del crítico de teatro Addison DeWitt en “All about Eve”, de Joseph Mankiewicz, que se dio en español como “Eva al desnudo” o “La Malvada”.
Podría haber llegado más lejos, pero el cine debió ser para él sólo un trabajo que le permitía pagar las cuentas de sus sastres ingleses, el champán y sus (cuatro) matrimonios y subsiguientes divorcios.
Se casó con Zsa Zsa Gabor y después con su hermana Magda. Fue amante de las actrices más hermosas de su tiempo: Gene Tierney, Hedy Lamarr, Lucille Ball, Dolores del Río…
Grabó el  disco “George Sanders Touch”: Songs for the Lovely Lady”. Había cantado antes en “Llámeme señora” y “El libro de la selva”.
Escribió dos libros, dos “best sellers”: “Memorias de un farsante” y “Caminos del mundo”.
Así que lo suyo no era superficial. Tenía talento, ingenio, sabía vivir y estar donde fuera con indudable buen gusto.
Algo oscuro que tal vez nunca se sabrá le llevó a suicidarse el 25 de abríl de 1972 en el Hotel Rey Don Jaime de Castelldefells –cerca de Barcelona- ingiriendo una dosis excesiva de barbitúricos.
Dejó dicho en una nota: “Querido mundo: He vivido demasiado tiempo, prolongarlo sería un aburrimiento. Os dejo con vuestros conflictos, vuestra basura y vuestras heces fertilizantes”. Tenía 66 años. 

Maldición gitana
 
Nadie como los gitanos andaluces con tanta gracia para echar maldiciones. Una cosa buena de esas maldiciones es que nunca se cumplen. Quizá eso contribuyó a hacerlas tan simpáticas, y a que corrieran de boca en boca, como los chistes.
Pues bien, iban un día por la calle Las Sierpes, en Sevilla, un forastero acompañado por un amigo que era natural de esas cálidas y salerosas tierras y se desvivía por mostrarle todo cuanto tienen de bueno, así como la idiosincrasia de sus pobladores.
El visitante estaba fascinado: salía de una tasca, tras embaularse una cerveza, y entraba en un bar para tomarse un chato de vino tinto, acompañándolo con alguna tapa, como unas aceitunas verdes rellenas de anchoas, unos boquerones en vinagre o fritos, una tablita de ahumados, unas rabas o unas virutas de jamón ibérico.
Calentaba el sol de lo lindo y la calle Las Sierpes, como siempre, estaba muy animada, con profusión de mujeres bonitas, también como siempre. Al fondo se divisaba un gitano: sin burro, desde luego; posiblemente con un teléfono móvil o una tableta –no de chocolate, claro-.
El sevillano se detuvo, como presa de una súbita inspiración y agarró a su amigo de un brazo:
- ¡Hombre, un gitano! Le voy a llamar para que nos eche una maldición.
- Pero, ¿qué dices?
- No te preocupes, que eso de las maldiciones de los gitanos es puramente folklórico. No se sabe de ninguna que se haya cumplido. Verás como nos divertimos.
Y el buen hombre llamó al gitano y después de cambiar unas palabras con él, le pidió que les echara una maldición, a lo que el gitano se negó... hasta que salieron a relucir algunos billetes de cien pesetas –todavía no habían sido cambiadas por los euros-.
El gitano pensó un poco, se rascó la cabeza y al final dijo:
- Pues ná, que Dios les de a ustedes mucho dinero y a mi mucha sarna.
Sorprendidos, los dos amigos interrogaron al gitano:
- ¿Y… ?
- Y que nos dure poco, respondió el gitano.

© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 24 de julio de 2014

Se venderá el otro piano de "Casablanca"



Van a subastar el pianito en el que Sam (Dooley Wilson) tocaba en “Casablanca” la inmortal melodía “As time goes by”, título que se tradujo de muchas maneras al español –casi todas mal-, por lo cual dejaremos el original en inglés.
La noticia nos encoge el sentimental corazón cinematográfico. No es para menos. El otro piano, en el que Sam ejecutaba en París para Rick e Ilse varias melodías, entre ellas “Perfidia”, ya lo vendió la casa Bonhams en 602.000 dólares. Ambos instrumentos deberían estar, quizás, en un museo del cine o en otro lugar análogo, donde pudieran admirarse públicamente.
Nos informan también de que muebles, carteles, venerables restos como paneles de madera y cartón piedra y otros objetos y quisicosas de la figuración escenográfica de la película están vendiéndose por todas partes.
No es que a uno le parezca mal que la gente se gaste sus dólares en recuerdos. Uno mismo habría invertido –si los hubiera tenido- esos 602.000 dólares en el piano de “Casablanca” que sale en París en la película.
Lo que nos sobrecoge un poco es la sensación de descuartizamiento, de desguace; de que a partir de ahora el subconsciente, que es tan aficionado a las bromas pesadas, nos meta en la cabeza la imagen de una “Casablanca” que se desmorona en pedazos. Como si la perdurable  película de Michael Curtiz fuera una entidad, una sociedad anónima, algo real, en suma.
Algún ínclito representante de las nuevas generaciones la vio una vez en un cine club con su padre, o en la televisión, o en DVD, pero ya no se acuerda de nada. No hace mucho leí en una de esas revistas de espectáculos un comentario sobre “Casablanca” en el que su autor decía que Rick era un gángster. Creo que escribí algo sobre eso.

La posesión por la posesión

Hay quien atesora por atesorar. La Gioconda fue robada varias veces. Una de ellas, creo que la primera, Mona Lisa sonreía para adentro –como siempre- desde una pared en la casa del mismísimo Napoleón. Una sirvienta robó el cuadro y lo tuvo escondido durante tres años debajo de la cama. ¡Vaya una manera de disfrutarlo! El robo por el robo.
Queremos creer que el pianito de Sam -el de París- todavía funciona; y que si no es así, el que lo compró lo hizo arreglar y de vez en cuando, después de leer lo que escribió Louise Brooks sobre “Bogey” –si es que dispone de ese texto-, se pondra en seguida a tocar en él “As time goes by”, suponiendo que sepa tocar el piano. De cualquier manera, sería conveniente que se tomara unas copas de champán, para que se viera que no todo  está perdido.
El mundo está lleno de chamarileros, de gente que compra barato y vende caro, de oportunistas, revendedores, quincalleros, rematadores, bichos de subasta, “coleccionistas” entre comillas…
Pero, no. Está todo bien. No pasa nada. Es que uno es muy novelero, está muy apegado a sus recuerdos –¡muchos de ellos son tan hermosos…!- y a veces los dedos se le hacen huéspedes, es decir, que ve la sombra mezclada con violetas. No hay que hacerle a uno caso.   

© José Luis Alvarez Fermosel

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miércoles, 23 de julio de 2014

Punto, raya y rizo



Alguien lanzó al aire claro, posiblemente de primavera, rizos cortados de la cabellera de una muchacha de pelo negro. Los rizos se convirtieron en hojas de árbol.
Un telegrafista jubilado y romántico –ya no los hay en activo, ni mucho menos románticos: los mensajes se mandan por correo electrónico-, distribuyó al mismo tiempo, con una armonía muy particular, una serie de puntos y rayas. (Morse se hace el distraído.)
Así se formó esta bella estampa con pareja, árbol y farol, o poste del alumbrado eléctrico.
El dibujante –ya hablando en serio- de esta escena consiguió una síntesis perfecta y, pese a la economía del trazo, muy expresiva.
Es un genio. Nos demuestra que la sencillez elevada a la enésima potencia no está reñida con la expresividad, e incluso con el romance, no por soterrado menos evidente, que en este caso palpita en el escorzo de las figuras. ¿Por qué no darles vida e inventarles una historia, o por lo menos un “affaire”? A veces hay que vestir la realidad de fiesta, porque casi siempre viene vestida de andar por casa.
El autor de este apunte ha hecho de él una instantánea con movimiento y significado- el que quiera darle cada uno-, sabiamente silueteada con una tinta alegre, que revela que el hombre y la mujer van camino a un parque. Una vez en él, se sentarán en un banco, bajo un árbol recién florecido y se confesarán su amor.
No con otra intención salieron cada uno de su casa, se encontraron y caminan juntos con una esquemática sordina en blanco y negro.
Hay algo geométrico en la consistencia del dibujo, en algunas líneas rectas que parecen trazadas con regla.
La geometría del espacio, en esta ocasión, ha cambiado sus coordenadas por un idilio en trámite con fondo blanco. ¡Ya era hora de que la geometría nos diera una satisfacción, que nos ha causado muchos quebraderos de cabeza en nuestra bachillerato!
Dicen que el miedo es libre. La imaginación también.
Punto, raya, punto, raya, rizo…

© José Luis Alvarez Fermosel 

martes, 22 de julio de 2014

Tecnología jibarizadora



Califico de excelente el artículo, titulado Minilenguaje, que la periodista y escritora Alina Diaconú publicó en la revista de los domingos del diario La Nación de Buenos Aires el 20 de julio de 2014.
Trata sobre la influencia jibarizadora (1) de los “gadgets” de la moderna tecnología de las comunicaciones en el idioma, concretamente en el nuestro: el español, una lengua tan sonora, tan rica, en la que se han escrito obras geniales de la literatura universal y que hablan más de 500 millones de personas en todo el mundo.
Yo anticipé este infortunio hace tiempo –permítaseme la inmodestia, poco o nada frecuente en mí-, cuando dije que pronto hablaríamos como Tarzán, pero en la selva de asfalto, no en la perteneciente a la mona Chita. (Los simios tan de actualidad, otra vez, por lo menos en el cine.)
No se pierdan el trabajo de Alina Diaconú, que está muy bien escrito, como todos los suyos, y además tiene mucha gracia.

(1) De jibarizar: reducir el tamaño de algo. Para S. Medialdes, las causas de la jibarización de las lenguas clásicas no están del todo claras. Rodríguez Adrados considera que “son modas de pedagogos”.

© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

Del autor:

miércoles, 16 de julio de 2014

Noche de tango y Mandarine Napoleón



Bailan un tango, justo cuando la porteña melodía arrabalera empieza a tomar el mundo como quien toma La Bastilla.   
Da gusto verlos tan bien conjuntados, tan elegantes.
Ella toda de gris, él de frac –¿se imaginan? ¡De frac…!-. Ella es rubia y grácil. El frac del caballero está muy bien cortado. Lo lleva con esa naturalidad tranquila que exige la etiqueta. El escorzo define y remarca. ¡Si hasta casi se ve la música!
El lleva una sortija con una pequeña piedra negra en un dedo de la mano que tiene voluntad de deslizamiento…
Una pareja de otros tiempos, quizás de los adecuadamente llamados “los locos veintes”, años de jade y champán, cigarrillos “Gold Flakes”, cabarés de lujo, automóviles con estribo y, algunos, con tapicería de terciopelo; señoras con pamelas, como la que se ve borrosamente al fondo de esta imagen, sentada a una mesa con mantel blanco y en denodada actitud de aburrimiento.
Es París, indudablemente, esto es París. El lugar bien podría ser Maxim’s. El año, mil novecientos veintitantos. Todo el “charme” del París de esa época y los amores locos.
Ese mundo burbujeante y un poco delicuescente de las novelas de Elinor Glyn, Colette y Gertrude Stein, con un Hemingway que empezaba. Drieu La Rochelle, Francis Carco, putangas, efebos y golfantes.
Eternas noches de “jazz”, muselina, Mandarine Napoleón, mansardas y sexo dulce. Mañanas con resaca y sopa de cebolla en Les Halles.
Y la alegría descocada, y las violetas en primavera, y el Sena gris, y la lluvia, y los toldos relucientes de las terrazas de los cafés de la orilla izquierda.
¡Qué hermosa postal de tiempos idos, en los que uno no existía y por eso no pudo bailar de frac con ella una noche azul e inolvidable!

Ilustración:

“Bailadores de Tango”, de
Rafael De Penagos Zalabardo        

© José Luis Alvarez Fermosel 

martes, 15 de julio de 2014

Transparencia cromática



Llueve. Unos edificios como los de época, que tienen balcones con grandes cristaleras y barandas de hierro de los llamados miradores; y la torre con sus buhardillas, que a veces dan a la calle por pequeñas ventanas redondas como ojos de buey.
Poca gente en la rúa antañona, con el pavimento que el agua caída parece haber revestido de papel de plata.
Del mismo modo, el paraguas –de los grandes- del señor parece bruñido.
El autor de esta hermosa acuarela, el pintor argentino Oscar Faliero ha elegido poéticos tonos violeta. La lluvia no llega a velar las fachadas de los edificios con historia… e historias entre sus cuatro muros de piedra, que se destacan en un elegante rincón de la ciudad.
El señor del paraguas luce una corbata roja, lisa, que le llega hasta un poco más abajo del esternón, tal como la llevaban en las películas de policías y ladrones de los años cuarenta Humphrey Bogart, James Cagney, Edward G. Robinson y otros duros de entonces. “Bogey” usaba de tanto en tanto corbatas de lazo, también llamadas “de pajarita”, o “pajaritas”.
La señora rubia, de espaldas y en primer plano, ¿irá a encontrarse con el caballero del paraguas, bajo el que se cobijará ella también, y se irán los dos a un café del barrio?
¿Cómo termina la palabra que empieza por cole –o algo así- y se lee parcialmente en la parte de arriba de lo que parece ser una tienda de venta de ropa, casi enfrente de la señora?
La acuarela es una técnica de pintura sobre papel con colores diluídos en agua. A veces deja ver el fondo del papel, que aparece como otro tono, blanco, por lo general.
En las pinturas japonesa, china y coreana la acuarela fue siempre el medio pictórico dominante, realizado frecuentemente en tonalidades monocromáticas negras o sepia.
Ver el mundo a través del procedimiento acuarelístico es, para un pintor dotado de sensibilidad y de pupila diáfana, contemplar el espectáculo humano en una viva y permanente transparencia cromática, dijo una vez Julio Trenas en el diario Pueblo de Madrid.
Privilegiado observador Oscar Faliero, que reúne las condiciones necesarias citadas en el párrafo anterior para la contemplación de la humanidad como salida de una paleta tan sabia como la suya.
Faliero nos muestra una bellísima acuarela de suave colorido, con un rasgo de tersa melancolía de tarde de lluvia en la ciudad.   

© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 13 de julio de 2014

Argentina subcampeón mundial de fútbol



Mis más sinceras y calurosas felicitaciones a todos mis amigos argentinos, que son legión, y muchos de ellos están conmigo en Facebook. La selección argentina llegó hasta el final de este torneo con gran profesionalidad. Con honor. Con humildad. Hubiera merecido ganar, pero así es el fútbol y así es la suerte.
Quedar subcampeones del mundo no es cualquier cosa. El desempeño de la selección argentina en este campeonato fue impecable. El de todos y cada uno de los once jugadores que batieron el cobre en el terreno de juego.
Los estrecho simbólicamente en un abrazo. Y reitero mi felicitación.

© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 8 de julio de 2014

Los políticos, la clase más corrupta



La corrupción avanza en una cantidad considerable de países de todos los mundos, del primero al enésimo; y se ha constituído en una característica, una condición, algo que forma parte de la urdimbre, del entramado de los gobiernos.
El soborno, el quedarse con vueltos, las… “comisiones”, la acumulación fraudulenta, en fin, de bienes de todo tipo y, en el colmo de la desvergüenza de grandes cantidades de billetes de banco metidos en maletas, es ya moneda corriente en el mundo político, lo mismo que el subsiguiente blanqueo, o lavado de dinero.
Se roba con gran soltura, sin la menor intranquilidad, como algo normal, entre otras cosas porque una vez que el gobernante y su legión de turiferarios se han enriquecido se les blinda, o se blindan ellos de modo tal que no pueda juzgárseles por ladrones y metérselos en la cárcel después de habérseles expropiado el dinero mal habido, como sería lo normal.
La palabra blindar ha adquirido, pues, un nuevo significado y se cita constantemente en los medios.
Adjúntase información que certifica y amplía estas líneas. Que se vea que la nuestra no es una voz clamante en el desierto, que ya no hay modo de tapar estos latrocinios y que la gente honrada de todo el mundo habla y se lamenta inútilmente de que la corrupción esté a la orden del día y a pleno sol, sin que los corruptos se molesten ya en ocultar sus turbios manejos, conducentes a su enriquecimiento ilícito.

© José Luis Alvarez Fermosel

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lunes, 7 de julio de 2014

Lo mató el corazón



Ha muerto Alfredo Di Stéfano en Madrid, capital de su segunda patria, donde transcurrió una buena parte de su existencia y dejó una impronta de caballero del deporte y de la vida tan marcada como su magnífico buen saber hacer profesional.
Toda España está de luto y el argentino apodado La Saeta Rubia presente en las conversaciones de mucha gente de una generación determinada que lo vio jugar al fútbol, más aún, convertirlo poco menos que en un juego ciencia, como el ajedrez, y llevar al Real Madrid cinco veces al campeonato de Europa.
Pero no voy a hablar de sus muchos logros profesionales, sus premios, sus trofeos, su prodigiosa combinación de inteligencia y sabiduría en la cancha, su obsesión por estar siempre en buena forma física, su intuición y otras cualidades deportivas y humanas que le llevaron al estrellato sin que él pareciera enterarse.
Eran otros tiempos. Había seriedad, humildad, honradez, sentido de la proporción, nadie se saltaba a la torera el orden, los límites, la decencia y otras cosas por el estilo. A pocos de los encumbrados -en lo que fuera- se le disparaba el ego como un cohete que se convierte en papel quemado después del estallido.
Citaré otra vez en este réquiem de urgencia su caballerosidad, su hombría de bien, su conducta, que fue siempre intachable y no tuvo nunca nada que ver con  con el alcohol, las drogas, el desorden, la confusión ni el escándalo.
Mi padre me llevaba algunos domingos al estadio Bernabéu, a ver al Madrid, es decir, a ver a Di Stéfano: una primera figura de la actualidad de aquel entonces, cuando los jugadores no escupían en el terreno de juego ni golpeaban por la espalda a un contrario y le rompían una costilla.
Quizás no todos sepan que Alfredo Di Stéfano estudiaba ingeniería antes de dedicarse al fútbol, que era buen estudiante, que leía, sobre todo Historia y biografías, que le gustaba escribir cartas, que invirtió sus primeras ganacias en comprarse un tambo, que desayunaba siempre mate, que una vez dijo en una entrevista: “Mi moral depende de cómo haya jugado. No está ni en el triunfo ni en la derrota. La clave es para mí la responsabilidad que uno ha de crearse ante sí mismo”. Así tenía que ser un buen profesional
Dicen que ha muerto del corazón, que tenía el corazón débil. Quizás de tanto ponerlo en la cancha.
Con él se va parte de una época. Y un resto de nuestra adolescencia que todavía nos quedaba dulcemente apresado en una pelota de fútbol.

© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 5 de julio de 2014

Ministros flojos en Aritmética



¿Puede uno ser ministro de un país del primer mundo, o de cualquiera de los del tercero –que ahora se llaman emergentes- y no saber bien la tabla de multiplicar, o por lo menos cuánto es siete por ocho?
Pues parece que en Inglaterra, sí. El ministro de Economía, George Osborne, no fue capaz de responder a unos escolares que le preguntaron que cuánto era siete por ocho.
Osborne se salió por la tangente. Salirse por la tangente significa no decir ni sí ni no, ni blanco ni negro, pero hay que decirlo con elegancia, como los diplomáticos. La expresión tiene que ver con la Geometría, disciplina que quizás tampoco domine el ministro.
Si un ministro de Economía –un hombre de números- no sabe cuánto es siete por ocho, mucho menos lo sabrá uno de Pesca, o uno de esos a los que no se les da cartera, por lo cual se les llama ministros sin cartera, pobres. Uno ha sentido siempre cierta conmiseración por ellos.
No tener cartera no es bueno, aunque peor es tenerla vacía. Muchos ministros la tienen tan llena que estalla, o tienen varias carteras, todas repletas. Se ve que a esos les pagan muy bien. O que saben mucho de números.
El ministro laborista Stephen Byers contestó en 1998 a la pregunta de cuánto es siete por ocho diciendo que eran cincuenta y cuatro. No dio la respuesta correcta sólo por dos números, lo cual le valió la comprensión y el apoyo de colegas, correligionarios y amigos. ¡No acertar por tan poco! ¡Qué rabia!
Las fuentes son la firma de Investigaciones Flurrish y Mike Ellicok, director de la National Numeracy –una entidad que se ocupa de fomentar la educación-. El diario La Nación de Buenos Aires recogió la información y la publicó el tres de julio en su sección de Sociedad.
Ah, ministros del mundo: siete por ocho son cincuenta y seis. De nada.

Por la transcripción: © J. L. A. F. 

viernes, 4 de julio de 2014

Sombras



La sombra, las sombras…
Leí el otro día no sé donde que nadie ni nada puede asustarnos tanto como nuestra sombra
- Es verdad.
- Pues a mí me parece que las sombras de los demás pueden asustarnos tanto o más que la nuestra.
- No, porque del miedo que nos producen las sombras de otros podemos escapar, pero de nuestro miedo no: lo arrastramos con nuestra sombra.
- No entiendo muy bien eso de los miedos. La sombra es la proyección oscura (de un cuerpo opaco) que intercepta los rayos de un foco luminoso.
- Sí, pero es muchas cosas más, también; y algunas “non sanctas”: oscuridad, bruma, negación... Tener mala sombra, por ejemplo, es tener mala leche -como se dice en España-, o no tener ninguna gracia. Y estar a la sombra es un eufemismo pretendidamente humorístico por estar en la cárcel. Tampoco es grato que le hagan a uno sombra.
Lo reconozco, entonces: las sombras provocan temores –las circunstancias influyen- y tienen mala prensa.
Pero las sombras chinescas son simpáticas. Consisten en proyectar sombras de siluetas. En tiempos remotos, cuando se iba la luz eléctrica, se prendían velas, que se introducían en unos receptáculos verticales con asa, llamados palmatorias. A la luz de las velas se formaban con manos y dedos figuras que se proyectaban en la pared y aparecían como cabezas de animales o rostros. Había quienes hacían casi un arte de las sombras chinescas. Claro, no esperaban a que se produjera un apagón para mostrar su habilidad. Ellos mismos apagaban las luces y encendían las velas. Los niños disfrutaban de lo lindo.

Buenas sombras

Las sombras son literatura, siempre lo fueron. Los escritores las aman, o por lo menos se ocupan de ellas con frecuencia. Algunos las cantaron en versos apasionados: “Elogio de la sombra”, de Borges. Otros las relacionan con la meteorología: “La sombra del viento”, del español Carlos Ruiz Zafón, “La estación de la sombra”, de Léonora Miano, de Camerún.
¿Hay libertades sombrías? ¿Puede ensombrecerse la libertad? Francisco José Alfonso López habla de “Sombras de la libertad: una aproximación a la literatura brasileña”.
Las sombras dieron nombre a obras y personajes como “Don Segundo Sombra”, novela rural del escritor argentino Ricardo Güiraldes y, en nuestros días, a la saga de “Cincuenta sombras de Grey”, de la inglesa  E. L. James, un “boom” más o menos justificado.   
La Sombra, con s mayúscula, era el personaje central de una serie de novelas policiales del norteamericano Maxwell Grant que hicieron las delicias de nuestra niñez.
La umbraquinesis es una habilidad psíquica que permite manipular las sombras, y hasta usar la propia para fundirse con ellas.
En la novela “Jack of Shadows”, del estadounidense Roger Zelazny, el protagonista tiene una habilidad especial para utilizar mágicamente las sombras. Podría decirse que es umbraquinético.
“La sombra del ciprés es alargada”, reconoce el español Miguel Delibes. La chilena Isabel Allende escribe acerca “De amor y de sombras”.
Hasta en el tango hay sombras. Es decir, el tango está lleno de sombras, de claroscuros. (También de luz, aunque sea “Una luz de almacén…”).
Recordemos “Sombras, nada más” (1943), con letrá de José María Contursi y música de Francisco Lomuto.
Una frase inquietante: “Tus sombras te definen…”

© José Luis Alvarez Fermosel