Alguien lanzó al aire claro, posiblemente de primavera,
rizos cortados de la cabellera de una muchacha de pelo negro. Los rizos se convirtieron
en hojas de árbol.
Un telegrafista jubilado y romántico –ya no los hay en
activo, ni mucho menos románticos: los mensajes se mandan por correo
electrónico-, distribuyó al mismo tiempo, con una armonía muy particular, una
serie de puntos y rayas. (Morse se hace el distraído.)
Así se formó esta bella estampa con pareja, árbol y
farol, o poste del alumbrado eléctrico.
El dibujante –ya hablando en serio- de esta escena
consiguió una síntesis perfecta y, pese a la economía del trazo, muy expresiva.
Es un genio. Nos demuestra que la sencillez elevada a
la enésima potencia no está reñida con la expresividad, e incluso con el
romance, no por soterrado menos evidente, que en este caso palpita en el
escorzo de las figuras. ¿Por qué no darles vida e inventarles una historia, o
por lo menos un “affaire”? A veces hay que vestir la realidad de fiesta, porque
casi siempre viene vestida de andar por casa.
El autor de este apunte ha hecho de él una instantánea
con movimiento y significado- el que quiera darle cada uno-, sabiamente
silueteada con una tinta alegre, que revela que el hombre y la mujer van camino
a un parque. Una vez en él, se sentarán en un banco, bajo un árbol recién
florecido y se confesarán su amor.
No con otra intención salieron cada uno de su casa, se
encontraron y caminan juntos con una esquemática sordina en blanco y negro.
Hay algo geométrico en la consistencia del dibujo, en
algunas líneas rectas que parecen trazadas con regla.
La geometría del espacio, en esta ocasión, ha cambiado
sus coordenadas por un idilio en trámite con fondo blanco. ¡Ya era hora de que
la geometría nos diera una satisfacción, que nos ha causado muchos quebraderos
de cabeza en nuestra bachillerato!
Dicen que el miedo es libre. La imaginación también.
Punto, raya, punto, raya, rizo…
© José Luis Alvarez Fermosel
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