jueves, 24 de julio de 2014

Se venderá el otro piano de "Casablanca"



Van a subastar el pianito en el que Sam (Dooley Wilson) tocaba en “Casablanca” la inmortal melodía “As time goes by”, título que se tradujo de muchas maneras al español –casi todas mal-, por lo cual dejaremos el original en inglés.
La noticia nos encoge el sentimental corazón cinematográfico. No es para menos. El otro piano, en el que Sam ejecutaba en París para Rick e Ilse varias melodías, entre ellas “Perfidia”, ya lo vendió la casa Bonhams en 602.000 dólares. Ambos instrumentos deberían estar, quizás, en un museo del cine o en otro lugar análogo, donde pudieran admirarse públicamente.
Nos informan también de que muebles, carteles, venerables restos como paneles de madera y cartón piedra y otros objetos y quisicosas de la figuración escenográfica de la película están vendiéndose por todas partes.
No es que a uno le parezca mal que la gente se gaste sus dólares en recuerdos. Uno mismo habría invertido –si los hubiera tenido- esos 602.000 dólares en el piano de “Casablanca” que sale en París en la película.
Lo que nos sobrecoge un poco es la sensación de descuartizamiento, de desguace; de que a partir de ahora el subconsciente, que es tan aficionado a las bromas pesadas, nos meta en la cabeza la imagen de una “Casablanca” que se desmorona en pedazos. Como si la perdurable  película de Michael Curtiz fuera una entidad, una sociedad anónima, algo real, en suma.
Algún ínclito representante de las nuevas generaciones la vio una vez en un cine club con su padre, o en la televisión, o en DVD, pero ya no se acuerda de nada. No hace mucho leí en una de esas revistas de espectáculos un comentario sobre “Casablanca” en el que su autor decía que Rick era un gángster. Creo que escribí algo sobre eso.

La posesión por la posesión

Hay quien atesora por atesorar. La Gioconda fue robada varias veces. Una de ellas, creo que la primera, Mona Lisa sonreía para adentro –como siempre- desde una pared en la casa del mismísimo Napoleón. Una sirvienta robó el cuadro y lo tuvo escondido durante tres años debajo de la cama. ¡Vaya una manera de disfrutarlo! El robo por el robo.
Queremos creer que el pianito de Sam -el de París- todavía funciona; y que si no es así, el que lo compró lo hizo arreglar y de vez en cuando, después de leer lo que escribió Louise Brooks sobre “Bogey” –si es que dispone de ese texto-, se pondra en seguida a tocar en él “As time goes by”, suponiendo que sepa tocar el piano. De cualquier manera, sería conveniente que se tomara unas copas de champán, para que se viera que no todo  está perdido.
El mundo está lleno de chamarileros, de gente que compra barato y vende caro, de oportunistas, revendedores, quincalleros, rematadores, bichos de subasta, “coleccionistas” entre comillas…
Pero, no. Está todo bien. No pasa nada. Es que uno es muy novelero, está muy apegado a sus recuerdos –¡muchos de ellos son tan hermosos…!- y a veces los dedos se le hacen huéspedes, es decir, que ve la sombra mezclada con violetas. No hay que hacerle a uno caso.   

© José Luis Alvarez Fermosel

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