domingo, 28 de diciembre de 2008

Café con anécdotas

El Gijón, situado en el céntrico Paseo de Recoletos de Madrid, es ahora un café para turistas, gente de paso y algunos supervivientes de sus tiempos de gloria, que fueron testigos de tertulias inolvidables de escritores, pintores y otros artistas –sobre todo de cine y teatro-.
Alguna gente del bronce salpimentaba el ambiente, como el cochero de punto “el Madriles”, que cuando llevaba al dramaturgo Buero Vallejo al Gijón se tomaba una copa de cazalla y compartía con el caballo del coche una lata de jamón de York.
Por el Gijón desfilaron varias generaciones de luminarias de las letras, las artes, el periodismo y la gallofa. Citemos, con voluntad de homenaje, algunos nombres:Gerardo Diego, José García Nieto, Eladio Cabañero, Francisco de Cossío, Ignacio Aldecoa, Camilo José Cela, Alvarez Ortega, el inefable César Gozález-Ruano –tan citado por mí en las páginas de este blog-, que escribía a mano en una de las mesas sus terceras páginas del diario ABC, y luego se pasó al Teide, vecino del Gijón.
Los más inquietos eran “los plásticos”, casi todos pintores: Navarro, Díaz, José Luis Verdes, Maruja Mouzas, Redondela, Cristino Mayo, Julio Cebrián –que me hizo Lord en una caricatura que conservo, enmarcada, en mi estudio-, Tino Grandío…
Por el café Gijón desfilaron, además de los actores y actrices vernáculos, con Fernando Fernán Gómez y Paco Rabal a la cabeza, Orson Welles, Ava Gardner, George Sanders, Joseph Cotten…
Algunos de los escritores entonces jóvenes, como Paco Umbral o Marino Gómez Santos escribieron libros sobre el cálido, efervescente y caleidoscópico reducto, al que uno iba con frecuencia con sus homólogos Raúl del Pozo, Miguel de la Quadra Salcedo, Fernando Montejano, Jesús Hermida, Juan Amigo –que hacía honor a su apellido-, el disparatado actor Fabián Conde, Joaquín Bravo –el más joven de todos, que apenas pasaba de los veinte años-.
Alfonso Paso pedía en la barra langostinos y Coca-Cola y Tino Grandío degustaba percebes.
Otro Alfonso inolvidable:el cerillero, que vendía tabaco y lotería. Presumía de anarquista y de que en su vida había leído un libro, pero era un hombre instruído, con mucha gramática parda. Fungía de factótum, confidente, secretario, prestamista y amigo de toda la clientela. Vendía El libro del Café Gijón, una estupenda compilación de José Esteban, Julián Marcos y Mariano Tudela. Alfonso murió hace poco. Una placa de bronce en su rincón perpetúa justificadamente su memoria.
También iban al Gijón políticos, científicos, diplomáticos, toreros, “businessmen”, mercaderes y sochantres.
El poeta maldito Carlos Oroza, que nunca tenía un céntimo, fue durante un tiempo el alma del café, donde sus improvisaciones lúdico-líricas divertían a ciertos contertulios. Recibió algún soplamocos –no fue el único-. Un día desapareció sin dejar rastro. Algunos dicen que murió y que su espíritu, junto con los de Madame Pimentón y Sandra, aletean por el salón a la hora de la noche en que todos los gatos son pardos.
Un día vino al Gijón un señor que tenía fama de “jettatore”. Alguien, que lo reconoció, se atrevió a pronunciar su nombre. Instantáneamente reventó con gran estruendo una cañería de gas que pasaba por la pared a la que estaba adosada su mesa.
Solía caer por el café un anciano muy simpático que echaba un vistazo y se iba sin pedir nada. Un día le confesó a un cronista de El País que hacía cuarenta años se había citado allí con un amigo y desde entonces entraba para ver si le encontraba.
Otro señor muy peripuesto llegaba todas las mañanas en un coche imponente con chofer de librea. Pasaba directamente al baño y al salir saludaba a todos los camareros, llamando a cada uno por su nombre. Uno de ellos se interesó un día por su proceder. El caballero le espetó sonriente: “Es que si yo no orino en el Gijón, oiga usted, es que no orino”.
Todo era posible en el Gijón, desde organizar una cena “underground” con un maniquí como invitado de honor hasta pagar un duro (cinco pesetas) por un café –recuerda El País-.
Uno de los mozos más antiguos se queja porque “las cosas ya no son lo que eran; cada vez viene menos gente seria y caballeresca, aunque todavía algún viejo cliente protesta porque en la jarra de agua hay cinco trozos de hielo en vez de siete, como es la costumbre”.



© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 27 de diciembre de 2008

Lluvia (II)

Qué cosas tan bonitas se han dicho y se han escrito sobre la lluvia.
“La lluvia preotoñal era un traje para la desnudez de nuestro encuentro”, escribió Francisco Umbral.
Georges Simenon, creador del comisario Maigret –por favor, críticos, comentaristas, articulistas, no le degraden llamándole inspector-, Simenon empieza la tercera parte de su novela “Cécile ha muerto” con este párrafo: “A la mañana siguiente seguía lloviendo; una lluvia suave, triste y resignada como la viudedad. No se la veía caer, no se notaba, sin embargo lo cubría todo de una fría laca y pintaba sobre el Sena miles de pequeños círculos dotados de vida. Aunque eran las nueve de la mañana, parecía que uno fuera a tomar un tren de madrugada, porque el sol no se decidía a salir y las farolas de gas seguían encendidas”. Precioso, ¿no?
Y aquello de Neruda, todo lleno por dentro de sangre dulce:
“Tal vez herido voy sin ir sangriento/ por uno de los rayos de tu vida/y a media selva me detiene el agua:/ la lluvia que se cae con sus cielos”.
Uno lee algo similar tendido en una hamaca, semidesnudo, en un jardín, bajo un sol de justicia, y anhela que el cielo se nuble y empiecen a caer gruesas gotas de esa bendita lluvia de verano, tan refrescante, tan oportuna.
Es maravilloso oir cómo repiquetea la lluvia sobre el techo de un “bungalow”, frente al mar, mientra uno hace el amor con una mulata cuarterona que parece salida de un relato de Frank Yerby.
La lluvia cobra un cierto significado poético cuando uno está “blue” y la ve caer oblicuamente por el lado de dentro de un gran ventanal, en “la casa grande del recuerdo, que canta flamenco por las cañerías…”
Pero si uno tiene diez años y está yendo al colegio, en pleno invierno, por una calle sin marquesinas ni toldos, ni siquiera árboles, y llueve a manta, y uno tiene que seguir su camino, y se empapa de pies a cabeza, y el agua se le cuela en la mochila y le emborrona las páginas del cuaderno en las que ha escritó su mejor composición, desde que comenzó el curso, ¡qué despiadada y qué odiosa puede resultar la lluvia!
¿Y cuándo se termina de preparar el bolso de fin de semana para irse de excursión al campo un viernes de verano, soleado y espléndido, y se desencadena una tormenta y no deja de llover hasta el martes?
Es lunes, uno no tiene muchas ganas de levantarse poco después del amanecer e irse a trabajar. Pero no hay más remedio. Así que uno se arregla, se viste con un traje más o menos elegante, recién planchado, y se lanza a la calle.
Llueve. Sopla un viento casi huracanado que da vuelta a los paraguas. No hay un taxi libre en doscientos metros a la redonda. Uno se moja, claro, camino al subte –que no funciona porque está inundado-. Nota que el pantalón se convierte rápidamente en una masa informe y húmeda y el agua se le mete en los zapatos y le moja los pies, porque inevitablemente se pisa un charco, o varios. Pasan raudamente coches, camiones de reparto y autobuses que también entran en los charcos y levantan cortinas de agua fangosa que van a parar a la chorreante y lastimosa humanidad de uno. En esas circunstancias, ¡qué agradable la lluvia!, ¿no es verdad?
Así, en conciencia, no se puede aprovechar el plano real y metaforizar. Es imposible poetizar la realidad.
Hay que esperar, para que no llueva, a tener ochenta años. Me explico. Una vez, “el Madriles,” cochero de uno de los dos mateos que quedaban en Madrid, había ido a recoger al café Gijón a una señora estadounidense para llevarla a la verbena. Se nublaba el cielo azul cobalto de Madrid. Olía ya a tierra húmeda.
--Se va a mojar.
--A las ochenta años ya no llueve.



© José Luis Alvarez Fermosel

miércoles, 24 de diciembre de 2008

¡Felicidades!

En memoria de José Luis Agromayor, motorizador y diseñador de este blog.
A mis familiares y amigos. A todos aquellos que ocasionalmente accedieron a estas páginas. En especial, a quienes enviaron mensajes, a cual más generoso, que me sirvieron de estímulo y acicate. A todos los lectores de tantos países:
Que los dioses de los caminos los protejan de emboscadas y acechanzas y la vida los mire a los ojos y les infunda valor, que los tiempos que corren son, cuando menos, raros, y hay que bancársela a pie firme.
Fuerza, pues; firmeza, temple. Y paz y justicia para todos. En la Navidad, en el nuevo año. Y siempre.



© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 22 de diciembre de 2008

En emergencia (y IV)

Sobre armas

Mucha gente piensa, y no sin razón, que lo mejor para defenderse son las armas. Pero, pequeño detalle, hay que saber manejarlas.
De las blancas mejor no hablemos. Su aprendizaje no es fácil. Téngase en cuenta que así como hay una esgrima de sable, espada y florete –nobles armas utilizadas en los duelos, preteridos hace muchos años- hay también una esgrima de puñal, y quien dice puñal dice cuchillo, estilete de resorte y navaja. Hay que hacer un curso, que no es precisamente corto ni fácil.
Vamos entonces a las armas de fuego. Comprémonos una pistola o un revólver, legalicemos su tenencia y o su portación y asunto terminado.
Pero el caso es que el asunto no termina con la adquisición de un arma de fuego de puño; por lo contrario, apenas empieza.
Primero hay que decidir entre pistola o revólver. Para personas que carecen de experiencia en el manejo de las armas de fuego, lo más conveniente, en mi modesta opinión, es el revólver porque su manejo es muy sencillo. En el centro hay un tambor giratorio con seis orificios _los de calibre 22 tienen ocho y hay algunos, como el venerable pero eficaz Webley inglés, de cañón basculante, que cargan cinco-. En cada oquedad se introduce una bala. Para accionar el arma sólo hay que apretar el gatillo.
Una vez servidas todas las cápsulas, se acciona una pequeña palanca que hay al costado izquierdo y el cilindro se desplaza en esa dirección; se impulsa el extractor automático de estrella y éste sacará los casquillos vacíos en pocos segundos.
Antes había que recargar el revólver metiendo una por una las seis balas en el tambor; ahora vienen unidas por una suerte de cinta metálica con un dispositivo que permite introducir los proyectiles a la vez, en una maniobra similar a la que se hace para meter un cargador nuevo en la pistola semiautomática.
Aunque a las pistolas se las llama automáticas en algunas películas y en las viejas novelas policíacas, la verdad es que no lo son. Un arma de fuego automática –la ametralladora, por ejemplo- lanza sus proyectiles uno tras a otro, a una velocidad endemoniada, mientras se mantenga apretado el gatillo. Para que una pistola dispare hay que jalar el gatillo cada vez que uno quiera que salga el tiro.
Las pistolas, además, son más complicadas. Casi todas tienen un triple mecanismo de seguridad, hay que mover una parte del cañón –la corredera- para introducir la primera bala en la recámara. El cañón se desplaza y vuelve a su lugar cada vez que se dispara, expulsando el cartucho vacío e instalando otro.
Si la munición no es buena, o es vieja, la pistola puede trabarse, aunque ahora no se traban tanto. Un amigo mío decía: “Las únicas pistolas que no se encasquillan son las del cine”. Tenía razón.
Las pistolas –las de calibre 9 milímetros- cargan 14 ó 15 balas, así que son pesadas. Tienen más retroceso que los revólveres, por lo general.
Para que el peso de una pistola de grueso calibre cargada no nos haga bajar la mano y no se nos escape de ella al primer tiro, por el retroceso, hay que empuñarla con mucha firmeza; hay que tener pulso, o sea, fuerza en la muñeca.
Conviene, entonces, hacer ejercicio frecuente con una vieja plancha de hierro o una mancuerna de tres kilos durante varios minutos, a fin de tomar fuerza. También es necesario aprender a armar y desarmar la pistola –no con los ojos vendados ni en un tiempo récord-, y mantenerla siempre limpia y engrasada. Hasta que no se tiene práctica, no es fácil meter las balas en el cargador.
Por todo eso, para una persona común es preferible el revólver, que no tiene tanta complicación: uno del 38 largo, de pequeño tamaño y chato –como el Colt Cobra de hace algunos años, el que tiene la baqueta debajo del cañón-. Pesa poco, es muy manejable, fácil de llevar e ideal para espacios reducidos. Su alcance efectivo, eso sí, no pasa de los 50 metros.
Se dice que un arma de fuego es de calibre 38 largo, por ejemplo, no porque el cañón lo sea. Se toma como medida la longitud de la bala. Un 38 corto tiene la bala más corta.
Una buena arma de defensa es el pistolón de dos cañones, de grueso calibre y cartuchos de perdigones, como los de las escopetas de caza. Al dispararse produce un estruendo infernal, por de más intimidatorio.
Cuanto mayor sea el calibre, más fuerte será el impacto. Una bala del 45 derriba, una del 22 no detiene.
Una vez que uno está en posesión de un arma de fuego, sea la que sea, es necesario familiarizarse con ella y practicar con frecuencia el tiro al blanco en un polígono de tiro. Excusado es decir que la pistola o el revólver deben estar en la casa en un lugar fuera del alcance de los niños.
Y no olvidarse nunca de que es cierto que a las armas las carga el diablo.

© José Luis Alvarez Fermosel
Nota relacionada:

“En emergencia” (III): Cómo convertir objetos en armas
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/12/en-emergencia-iii.html)

jueves, 18 de diciembre de 2008

En emergencia (III)

Cómo convertir objetos en armas

Los objetos más domésticos y en apariencia más inofensivos pueden convertirse en armas letales, o casi, como un bolígrafo tipo BIC utilizado como un puñal y dirigido al cuerpo en horizontal, tendiéndose a fondo.
Hablando de puñales, ni éstos ni arma blanca alguna se usan blandiéndolos de arriba hacia abajo, como se ve en el teatro, entre otras cosas porque si nuestro blanco se desvía podemos herirnos a nosotros mismos.
Un libro –cuanto más pesado mejor- agarrado firmemente por el ángulo superior derecho y lanzado contra el puente de la nariz, de forma tal que el lomo golpée en ese lugar, es un arma ofensiva importante. También se puede asir con ambas manos –siempre del lado de las hojas- y embestir con él contra la nariz del agresor.
Quien dice un libro dice una revista que sea lo suficientemente gruesa, o un periódico enrollado dirigido a los ojos.
Un mondadientes introducido en el oído, hundiéndolo lo más que se pueda, produce daños desastrosos. Y ya que hablamos de palillos de dientes, no olvidemos que la mesa del café o del restaurante nos ofrece infinidad de posibilidades ofensivas, desde la taza de café caliente al rostro hasta una cucharada, o el contenido de un sobrecito de azúcar a los ojos, por no hablar de tenedores, cuchillos, saleros, tazas, vasos, botellas, etc.
Las patillas de las gafas contra los ojos, una manzana aplastada con fuerza contra la nariz o uno de los ojos también pueden hacer lo suyo.
En cuanto a las llaves, los mejor es agarrar una de ellas y desparrramar las otras con fuerza sobre la cara del enemigo. También se puede usar una, pero en una urgencia no es nada fácil hacer un con una llave un blanco que resulte satisfactorio.
Para que las manoplas de hierro, bronce u otro metal sean útiles hay que saber dar golpes de puño o tener nociones de boxeo.
Volvemos a lo que dijimos en una nota anterior. En un entrevero es necesario tener serenidad, conservar la mayor sangre fría que se pueda. Dominar al adversario, dándole siempre el frente, irguiéndonos sobre la punta de los pies, de modo tal que aumente nuestra estatura, que él se sienta más bajo o de cierta manera dominado.


© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

“En emergencia” (II): Lo que hay que hacer
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/12/en-emergencia-ii.html)


domingo, 14 de diciembre de 2008

En emergencia (II)

Lo que hay que hacer

Lo ideal sería que no hubiera que hacer nada porque no pasara nada. Pero desgraciadamente pasa de todo, y de todo lo malo; así que hay que estar siempre alerta y en condiciones de defenderse de quien pretenda atacarle a uno.
Si tuviera que neutralizarse una agresión en la calle lo ideal sería mantener la serenidad, ya que el pánico paraliza y bloquea y la bronca nubla la razón y la vista. ¿Qué hacer, entonces?
Como para obtener el cinturón negro de cualquier arte marcial uno tiene que pasarse en el “dojo” (1) cuatro o cinco años practicando tres o cuatro veces por semana, y luego seguir entrenándose y, además, el aprendizaje es caro, yo creo que lo más práctico y menos costoso, en todo los sentidos, es que tratemos de manejarnos en situaciones de peligro con recursos un poco de andar por casa, valga la expresión, pero que nos puedan servir para salir airosos en una pelea callejera.
Un ejercicio interesante, ya que hablamos de andar por casa, es entrenarse en ratos libres con la pareja de uno, con su hermano o un amigo: abrazarse fuerte, tratar de zafar, rodar por el suelo, sujetarse, trabarse, destrabarse, precipitarse el uno contra el otro, boxear como Dios le dé a uno a entender, acostumbrarse al cuerpo a cuerpo, a salir de agarres y trabas, inventar golpes… Y procurar mantenerse en la mejor forma física posible, del modo que más fácil le resulte a uno.
Así uno se acostumbrará al contacto físico con otro cuerpo, en situación de lucha, y si la cosa va de veras podrá ofrecer resistencia, sacudirse, tratar de escapar, forcejear y, una de las cosas más positivas, dar a entender que uno no está dispuesto a someterse sin resistencia. Si la lucha dura dos minutos, el atacante emprende la fuga.Todo esto en el caso de que nuestro oponente no exhiba arma alguna, de la clase que sea, no nos cansaremos de repetirlo.
Como no hay mejor defensa que un buen ataque, juguémonos el todo por el todo. Conviene recordar que la cara es el lugar más vulnerable y, en la cara, los ojos y la nariz; la frente, no: el frontal es uno de los huesos más duros del cuerpo, si no el que más, y un golpe en él puede doler, pero no aturde.
Es mucho mejor impactar en la nariz con el puño, el filo de la mano o la cabeza –el típico cabezazo tucumano-; o estrellar la mano con los dedos “en desparramo”, en un gesto similar al que hacemos para indicar que hay prisa y hay que irse. Así podemos impactar en la nariz y en un ojo, o los dos.
Los golpes en la nariz atontan y provocan epíxtasis, o efusión de sangre, y ya sabemos lo que impresiona la sangre cuando fluye, y más cuando es nuestra.
En cuanto a los ojos lo mejor es apretarlos con las yemas de los pulgares o con los dedos índice y anular, en el clásico piquete. Desplegar en este caso toda la fuerza que podamos, que no vamos a dejar ciego a nuestro agresor.
Si el asaltante viene de frente, en cuanto nos demos cuenta de sus (malas) intenciones hay que tratar de frenarlo extendiendo los brazos y girándolos como aspas de molino, mientras uno se desplaza de uno a otro costado y grita con toda la fuerza de sus pulmones.
Si tratan de pegarnos en arco con el golpe que en boxeo se llama “cross” o gancho, es decir, girando el brazo en semicírculo, levantemos nuestros brazos con los puños cerrados a la altura de las sienes, contrayendo los músculos. (Esto se lo recomiendo también a los hombres golpeados por sus mujeres, que son muchos –en España hay ya 50.000- y todo se les va en acudir a foros y hacer declaraciones en los medios. Si uno se cubre adecuadamente el rostro con los brazos los golpes no llegan a su destino.)
Las mujeres deberían llevar el pelo corto, o recogido de manera tal que no pudieran agarrarlas tirándoles de los cabellos hacia atrás. Si el ataque viniera por la espalda, precisamente, y la trabaran con los brazos pegados al cuerpo, la víctima debería agacharse todo lo rápidamente que pudiera, en un movimiento seco, hasta casi llegar con la cabeza a los pies.También podría echar atrás la cabeza y golpear con la nuca la nariz del atacante, o clavarle con toda su fuerza los tacones de los zapatos –si es que lleva tacones- en los pies.
Para pegar en la nuez de Adan hay que hacerlo con mucha fuerza y mucha precisión, cosa que no siempre es factible, pero bueno es que se sepa que ese es un golpe muy efectivo.
Asir las orejas y tirar con fuerza hacia abajo hasta desgarrarlas. No es probable que nos quedemos con una o las dos orejas del agresor en las manos, pero sí así fuera y esto le ocurriera a una mujer más vale maleante desorejado que mujer violada, o muerta.
Contra el agarre del cuello no hay nada mejor que tomar los dedos pulgares de nuestro agresor y tirar hacia fuera con violencia, los dedos pulgares o los que sean, pero tirar hasta que se descoyunten o se rompan. Si nos toman de la muñeca, hagamos un giro violento hacia fuera y nos libraremos del agarre.
Volviendo a las artes marciales, la que hoy en día resulta más práctica y más fácil de aprender es el Krav Maga, lucha de contacto usada por la milicia israelí (ver nota relacionada).
En el próximo capítulo explicaremos cómo convertir en armas objetos domésticos como llaves, lápices, libros, cucharitas de café…¡y hasta manzanas!

(1) Gimnasio
© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 13 de diciembre de 2008

En emergencia (I)

Lo que no hay que hacer

Nunca, jamás, de ninguna manera hay que enfrentar a alguien que empuñe un arma. Sólo un comando o un ninja pueden neutralizar la peligrosidad de una pistola o de una navaja y reducir a quien la esgrima.
No hay que dar patadas. Por lo general no saben darse, o no se dan bien. Que las llamadas “patadas voladoras” que vemos en el cine, “may geri” (patada de frente), “maguasi geri” (patada circular), “may ashi geri” (patada con pie adelante), “kecomi” (con el talón), y “keage” (con el empeine) queden para los “senseis” o maestros de “karate do”, “karate shoto kan”, otras artes marciales y, sobre todo, el “tae kwon do”. Este último es el que mejor enseña a usar las piernas para atacar desde todos los ángulos y distancias.
Lo ideal es patear en los genitales o en cualquiera de las dos rodillas, pero cuando no se tiene práctica, ni habilidad ni fuerza suficiente, no es conveniente hacerlo porque el golpe con cualquier parte del pie no llegará a destino, o no producirá ningún efecto; nos quedaremos apoyados en una sola pierna, en difícil equilibrio, y si nuestro atacante es rápido nos la tomará, nos la retorcerá y nos mandará al suelo, donde quedaremos casi indefensos.
Nada de golpes al cuerpo. Se necesita mucha fuerza y mucha precisión para llegar con efectividad a alguno de los puntos vitales que hay entre la cintura y la barbilla -entre ellos el corazón, el plexo solar o la boca del estómago, bajo el esternón o hueso del pecho y el hígado-.
Además, la grasa que suele recubrir el cuerpo y la ropa, sobre todo si es de invierno y, por consiguiente, gruesa, amortiguarían el golpe. Nuestro rival tendría que ser tan flaco que se le notaran todas las costillas y estuviera desnudo de medio cuerpo para arriba, o llevara una prenda de tela muy liviana. De cualquier manera, una mujer promedio no tiene la fuerza suficiente como para romper una costilla de un puñetazo.
No pedir socorro a gritos. Nadie nos lo prestará. Gritar con determinación, con furia, no con miedo. Y decir: ¡fuego!
Si uno lleva un paraguas enrollado, no tratar de atacar revoleándolo. Ese golpe es muy fácil de parar. Lo mejor es usarlo como una espada, en horizontal, tirándose a fondo.
El gas de mostaza, o de pimienta, no siempre es efectivo. Hay que calcular bien la distancia –un metro y medio- para que no nos afecte a nosotros también, si estamos demasiado cerca. Además, nos pueden arrebatar el pomo y usar su contenido contra nosotros.
En lo que se refiere a la actitud, no mostrar, dentro de lo posible, pánico ni sumisión, ni pedir tregua ni piedad. Mirar fijamente a los ojos del asaltante y hacerle entender que uno está dispuesto a luchar con toda la determinación y el vigor de que sea capaz.
En estas circunstancias el que da el primer paso lleva siempre ventaja. Los primeros segundos son vitales. Remontar la situación es difícil.


© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

“En emergencia”: Introducción
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/12/en-emergencia_13.html)

En emergencia


Introducción

Las sugerencias que aparecerán en estas páginas y en otras posteriores, referentes a la defensa personal, tienen un origen totalmente empírico.
Proceden de la práctica del boxeo “amateur”, artes marciales y otros métodos de defensa y ataque más heterodoxos en gimnasios, cafetines de puerto, tabernas de arrabal, descampados “extra muros” de la ciudad, plazas solitarias en la noche, favelas y un largo etcétera.
Esos conocimientos me vinieron muy bien en las muchas peleas que tuve en mi vida, bien en contra de mi voluntad, por cierto. No estoy orgulloso, ni presumo de ellas. Preferiría que no hubieran ocurrido. Eso sí, yo no provoqué ninguna, que recuerde; tampoco me fue posible rehuirlas.
Como tal vez le haya pasado a alguna de las personas que lean estas líneas, yo tuve desde muy pequeño una gran propensión a recibir hostias. Bofetada que se perdía, yo me la encontraba.
Todos me pegaban, como al pobre Vallejo (1), que dice en su poema “Piedra negra sobre una piedra blanca”, refiriéndose a él mismo: “…le pegaban todos, sin que él les hiciera nada; le daban duro con un palo y duro…”.
Me pasaba, también, lo que a Quevedo (2), que decía que se parecía como una gota de agua a otra a todos aquellos a quienes se esperaba de noche tras las esquinas para molerlos a palos.
Me las tuve que rebuscar. Y lo hice a conciencia. De ahí que mis recomendaciones para salir más o menos airoso de situaciones peligrosas tengan, en mi modesta opinión, entidad y fundamento, por lo menos en cierta medida.
Espero que les sean útiles a todos, hombres, mujeres –con harta frecuencia asaltadas por violadores- y niños en el caso de que se les presente una emergencia.

(1) César Vallejo, notable poeta peruano, considerado como uno de los grandes innovadores de la poesía del siglo XX.
(2) Francisco de Quevedo y Villegas, una de las luminarias del Siglo de Oro español. Gran poeta satírico.

© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 7 de diciembre de 2008

Modos y modas del hombre posmoderno

Una gran cantidad de hombres heterosexuales –al menos en la superficie- se aproxima obsesivamente a la mujer para extraer de ella sus modos, modas, usos y costumbres y adoptarlos. Esta manía raya con lo adictivo y tiene una connotación fetichista, a juicio de muchos observadores.
Los analistas del posmodernismo y el hombre posmoderno, o “macho posmo”, como se le llama en lenguaje familiar, expresan su perplejidad ante esta actitud masculina que ya está marcando tendencia.
El hombre posmoderno, o una buena cantidad de ellos se empeñan en dar a entender que en el hombre hay también algo de mujer y es necesario mostrarlo a toda costa.
Se trata de ser y sentir como mujer. De ahí el hábito, porque ya es un hábito, de usar prendas íntimas femeninas, cuando no de vestirse completamente de mujer, aunque más no sea que un rato, en una fiesta, o en lugares íntimos destinados a ese transformismo temporal que están proliferando por toda la ciudad de Buenos Aires.
Son hombre comunes, de aspecto viril, vestidos –por fuera, al menos- de modo masculino. Los vemos en la oficina, en la redacción, en los transportes públicos, en los restaurantes, en la calle. Tienen pinta de varones. Algunos son muy jóvenes, otros no. A primera vista no parecen gays ni hombres que tengan relaciones frecuentes con travestis, como otros muchos, casados o solteros.
Abunda este tipo de hombre hoy en día. Un hombre que, evidentemente, quisiera ser mujer o sentirse como tal; un hombre que no prescinde de la mujer, que tiene aventuras, que se casa, que tiene hijos pero que no sabe cuál es su verdadera preferencia sexual.
No se anima a encuadrarse en la cultura gay, tan difundida y admirada. Tal vez él quisiera ser gay, gay pasivo, y no se atreve.
Estos especímenes son muy difíciles de entender por los hombres convencionales, los de antes, los de toda la vida; no sabemos cómo clasificarlos, cómo denominarlos, en qué grupo o estamento incluirlos.
Quizás ellos mismos se definan algún día, pero ¿cómo qué? Tenemos ya tantos sexos…
El fenómeno no es sólo argentino; es universal y va de norte a sur y de este a oeste del actual mundo globalizado.


© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

“En Japón hay un boom de corpiños para hombres”

(http://www.criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=16658)
“El macho posmo con faldas y a lo loco”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/09/el-macho-posmo-con-faldas-y-lo-loco.html)

sábado, 6 de diciembre de 2008

El macho posmo se casa


El “goming”

A veces, el macho posmo se casa. Y con tal de ser original, en lugar de celebrar su boda en un salón de un gran hotel, o en otro sitio por el estilo, se tira con su flamante esposa desde una plataforma elevada a 40 metros de altura, sujetos ambos por una cuerda elástica que permite caer acelerando y más despacio después, con rebotes, y llegar hasta rozar la cabeza con el suelo.
A este salto se le llama “goming” y está poniéndose rápidamente de moda en todo el mundo. Se parece al “puenting”, pero es un poco menos peligroso porque la soga es más fuerte, dicen los que saben.
Quienes estudian al macho posmo recuerdan que si practica algún deporte no es, ciertamente, ninguno de los que practicaba el padre, como el boxeo, el fútbol, el tenis, la natación, el “camping”, la pesca y, en cuanto a aficiones o juegos, los naipes, el ajedrez, el dominó y los dados de póker -en la barra del bar con los amigos-, por no citar sino los principales.
Ahora se llevan el diseño –de lo que sea-, juntar placas de policarbonato; se tiran las runas, se juega al “sudoku”, se baila en rondas célticas o incáicas y capoeira, se estudian el horóscopo maya y el “feng shui” , se va uno en bicicleta a Tepito Cura o a Machu Puchu, a las islas Chafarinas o al Cañón del Zopilote; ni que hablar de todo lo que da la computación y los cada vez más sofisticados teléfonos celulares.
El macho posmo ha sido criado de otra manera. Nos los dijo el otro día una señora que llamó por teléfono a la radio: “Yo he formado muy bien a mis hijos; todos saben coser a mano y a máquina, lavar, planchar, cocinar…”.
Antes los padres enseñaban a sus hijos a boxear, a jugar al fútbol o al tenis, a nadar y en España nos llevaban a las corridas de toros. Una de sus intenciones era que el chico se criara sano y fuerte y que estuviera en condiciones de defenderse en las peleas del colegio o de la calle.
Ahora a los niños los educan, como Dios les da a entender, las madres que –casi todas- están divorciadas. Los padres los ven los fines de semana o muy de cuando en cuando, y tratan de darles todos los gustos. Mientras estén protegidos, bien alimentados, vayan al colegio y se porten bien…
Esta es, a juicio de los especialistas en ciencias del comportamiento humano, una de las causas por las que algunos muchachos son como son: indiferentes, blandos, dependientes de sus madres –la figura del padre está muy diluída, actualmente-, inseguros, inconsistentes, aferrados a modas…”bizarras”, carentes de ideario y compromiso…
No todos son así, por fortuna. Muchos son responsables, bien educados, estudian o trabajan, o hacen las dos cosas, y se casan –sin tirarse desde ningún sitio cabeza abajo para celebrarlo-, y forman una familia, y son felices, y hacen felices a cuantos los rodean.
Subrayo esto para que nadie crea que generalizo. Hay, naturalmente, excepciones.
De los adolescentes que beben, se drogan, roban, asaltan, violan, secuestran y matan –que también son muchos- no vamos a hablar. Ahí están, enloquecidos, dañinos, nefastos, terroríficos, lamentables protagonistas de una actualidad trágica a más no poder.
El macho posmo es buenito.


© José Luis Alvarez Fermosel

El sexo en la lengua

Al pobre sexo se lo trae y se lo lleva de aquí para allá. Se habla de él en todas partes y a todas horas. Se escriben libros. Expertos y científicos salen por la televisión y explican y recomiendan, muy serios.
Proliferan las sevistas “sexies”. Cada día hay más travestis. Los homosexuales salen precipitadamente de los armarios. Son muchos. Hay ya una cultura gay, un modo, una moda, un “marketing” gay.
En conversaciones, en reuniones de ateneos, de universidad, de café, en todas partes se habla de sexo.
Lo que no se hace es practicarlo, o por lo menos tanto como se habla y se escribe de él. Parece que también se practica mal y de prisa y corriendo.
En España, en una época, se decía que se hacía poco el amor. César González-Ruano -¿quién, si no él?- dijo un día con su voz campanuda: “No es que se haga poco, es que siempre lo hacemos los mismos”.
Ahora, unos escritores y académicos se reúnen y hablan de sexo y lengua en Guadalajara. (“Guadalajara en un llano, México en una laguna…”, dice una vieja canción mexicana.)
Pues está muy bien, oiga usted.


© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

¿Por qué un español coge el avión cuando un mexicano nunca lo haría?
(
http://www.elpais.com/articulo/cultura/espanol/coge/avion/mexicano/haria/elpepucul/20081205elpepucul_1/Tes)

Patatas (papas)

Un nutrido grupo de cocineros latinoamericanos elaboró recientemente en Chile un recetario internacional con 65 maneras de cocinar con patatas. Aseguran que la patata es el cuarto producto más cultivado del mundo y que, últimamente, en los países andinos se sustituyó por el trigo y los granos; unos y otros se exportan y, entre paréntesis, su precio ha subido.
El gran investigador francés Antoine Parmentier introdujo la patata en Europa, donde su cultivo tuvo gran auge. Parmentier fue salvado por el pueblo cuando iba a ser guillotinado junto con Antoine Lavoisier durante la Revolución Francesa. Ambos era fieles a la Corte de Luis XVI y María Antonieta. Parmentier fue nombrado luego ministro de alimentación por el gobierno revolucionario.
La patata, procedente de América, fue providencial para el Viejo Mundo, al que salvó de hambrunas tremendas. Uno de los casos más notorios es el de Irlanda. La patata figura todavía como ingrediente del plato nacional irlandés, el “Irish stew”, o estofado irlandés. El tristemente célebre pirata inglés Francis Drake llevó la patata a Inglaterra.
Socorrido y sabroso alimento, forma parte de muchas gastronomías, entre ellas la española. Con las patatas pueden prepararse toda clase de platos. Damos a continuación la receta de uno de ellos, debido a la creatividad de Maite.

Patatas con pimientos
(4 porciones)

Ingredientes:

1 1/2 kilos de patatas cortadas en cubos de 2 ó 3 centímetros.
1 cebolla grande cortada en plumas.
4 ó 5 dientes de ajo aplastados (con o sin piel)
1 ó 2 pimientos verdes cortado en tiras.
1 ó 2 pimientos rojos cortado en tiras.
1 cucharada de perejil picado.
Caldo o vino blanco seco (poco y opcional)
Romero (apenas y opcional. Si se usa el fresco, picarlo.)
Pimentón dulce
Sal
Aceite

Preparación:

Poner en una fuente las patatas y espolvorearlas con el romero. Bañarlas con un poco de aceite y cocinarlas en horno precalentedo a fuego medio/alto hasta que estén doradas. Retirar, salar y reservarlas sobre papel absorbente.
En la misma asadera distribuir todas las verduras y bañar con un poco de aceite si están muy secas. Hornear a fuego alto unos 15 minutos. Luego salar y agregarles las patatas reservadas y un chorrito de vino blanco. Mezclar -muy poco- para integrar todos los ingredientes, rectificar de sal si es necesario y terminar de hornear a fuego alto unos minutos más. Lo ideal es que las verduras queden “al dente”.
Al servir, espolvorear por encima con pimentón.

Plato comodín, porque puede servirse como guarnición –ideal para acompañar carnes-, entrada o plato principal.

© José Luis Alvarez Fermosel

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Cuando los sapos vienen marchando (*)

Los periodistas nos pasamos la vida corriendo como galgos detrás de las noticias. Algunas veces las cazamos. Otras, como les pasa a los galgos con las liebres, se nos escapan. En no pocas ocasiones los lectores de los diarios y las revistas o los oyentes de los medios electrónicos nos las sirven en bandeja.
Vengo escribiendo de sapos últimamente porque varios gentiles lectores y oyentes me han hecho llegar noticias deliciosas relacionadas con esos inofensivos animalitos, que tuvieron siempre tan mala prensa (ver notas relacionadas).
Me llega ahora una historia que es la cereza en el pastel, como suele decirse. Gabriela Balossino, una señora o señorita de 43 años nacida en el Allen, en el Valle del Río Negro y residente desde hace 25 años en Neuquén, me cuenta que vive en una casa de su propiedad con cuatro perras que recogió en la calle, varios pájaros y…¡40 sapos!.
Ya es curioso que tantos sapos vivan en amor y compañía en el jardín de Gabriela –que evidentemente tiene muy buena mano para tratar con toda clase de animales-, pero lo más raro es que todos coman el alimento balanceado de las perras.
Gabriela dice que hace unos siete años se le ocurrió que para que las perras y los sapos vivieran juntos en paz y armonía comieran el mismo alimento. A los sapos les gustó y desde entonces no comen otra cosa.
Noche tras noche se congregan bajo las ventanas de Gabriela, apenas escuchan el ruido de las galletitas cayendo de una bolsa a un recipiente. Esto ocurre todo el año porque los sapos ya no hibernan como el resto de sus congéneres. Viven en una casita que les ha fabricado Gabriela.
Algunos dicen que los sapos, agradecidos, cantan todas las noches aquella canción de Gardel, “El sapo y la comadreja”. Pero yo creo que eso es un invento.
Gabriela me ha mandado un montón de fotos de sus sapos. He escogido una –todas son preciosas-, que es la que ilustra estas líneas.
Gracias, Gabriela. Y cariños a tus perras, tus pájaros y tus sapos.

(*) Del título de la canción inmortalizada por el trompetista de “jazz” Louis Armstrong: “When the saints go marching in”. (“Cuando los santos vienen marchando”)


© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

domingo, 30 de noviembre de 2008

El macho posmo crece


Renovación y cambio

El macho posmo ha crecido, es decir, que ha ido cumpliendo años y ya pasa de los 40.
Perdió el pelo –porque se le cayó o se rapó la cabeza y se la dejó como una bombita eléctrica-. Pero conserva las mañas y adquiere otras nuevas, amparado por padres y parientes que no saben qué hacer con él ni por él–sí, a su edad-, y transita por los inciertos senderos de una sociedad cada vez más vacía, más inconsistente y más frívola, en la que cuentan más los modos y las modas, y el afán de ser “ondero”, o estar de “onda”, que los valores, las virtudes y los códigos.
Antes de seguir, vaya una aclaración: el macho posmo no es un producto exclusivo de Argentina, se da en todo el mundo.
El macho posmo ya no se ocupa tanto de los ositos de peluche, ni calza borcegos. Ha crecido, ya lo dijimos. Ahora se dedica principalmente a “cambiar paradigmas” y “diseñar eventos”.
Al poco tiempo de haberse celebrado la Semana Mundial del Huevo –que muchos dicen que consistió en hacer huevo durante una semana-, se cumple el Día Mundial del Inodoro. La NASA -¡nada menos!- lo festejó por todo lo alto y en adhesión al…”evento” instaló un segundo retrete en la Estación Espacial Internacional (EEI).
La prestigiosa agencia estadounidense de noticias Associated Press (AP) informa que los baños públicos que un fabricante de papel higiénico instaló gratuitamente en Times Square, una de las principales plazas de Nueva York, tendrán en las fiestas de Navidad inodoros forrados de terciopelo y televisores de pantalla plasma en la pared.
La no menos prestigiosa escritora argentina Milagros Belgrano Rawson revela en un interesante artículo de la revista Noticias de Buenos Aires que el japonés Masaru Emoto dijo el otro día ante 900 personas, que pagaron 210 pesos por escucharle, que el agua cura todos los males que aquejan a la humanidad doliente.
Emoto, que no es médico ni tiene profesión conocida, propugna el tratamiento de todas las enfermedades mediante la ingesta de agua. Recomienda que se escriban frases cariñosas en las etiquetas de las botellas de agua mineral y decir “gracias” y “te amo” cada vez que uno tome un sorbo. Parece que ésto hace milagros.
Cambiando de tema, hace muy pocos días se celebró la segunda edición de la Lucha de Almohadas en el Planetario de Buenos Aires. Fue un “flash mob”, término procedente del inglés “flash” (destello rápido) y “mob” (multitud).
Los “flash mobs” corren a cargo de grupos de gente organizada que se reúnen en un lugar determinado, a fin de crear una acción inusual y pasajera y dispersarse enseguida. Tienen por objeto divertirse y hacer algo nuevo y diferente. Proceden, según Facundo Falduto, redactor de la revista Perfil de Buenos Aires, de Helsinki y Tokio. Los principales son los “Critical Mass”, bicicleteadas masivas que se realizan el último viernes de cada mes en 300 ciudades del mundo y el “Flash Mob Bang”. Varias personas se juntan en una plaza y se “disparan” con los dedos hasta que todas terminan “muertas” en el suelo.
Falduto recuerda que después de la primera batalla de almohadas se hizo una Danza Silenciosa, cuando varias personas bailaron en torno al Obelisco de Buenos Aires al son de la música de sus reproductores de mp3, de modo que los espectadores veían bailar a la gente sin que se escuchara ninguna música.
Un “flash mob” muy celebrado fue la Caminata de Zombies. Unas 200 personas, disfrazadas de muertos vivientes, caminaron los calles más céntricas de la capital argentina en silencio.
La psicoanalista argentina Mónica Gruppi señala que “hay una euforia permanente que exige estar linda o lindo y con buena ‘onda’. No hay lugar para el dolor, los duelos, la esperanza ni el compromiso”.
El macho posmo, ya cuarentón, se renueva. Porque ya se sabe: renovarse o morir.

© José Luis Alvarez Fermosel

Del autor:

sábado, 29 de noviembre de 2008

Lluvia

De pronto, en fracciones de segundo, me sorprende la lluvia en la ciudad, una ciudad que ha cambiado su clima mediterráneo por el del trópico.
El agua cae a oleadas, a borbotones, ruge, arrasa, inunda. El gran paraguas que compré en Nueva York se da vuelta por la fuerza del viento y tengo que agarrarlo con las dos manos, porque tira de mí como las velas tiran de los bergantines y temo que me arrastre a uno de los enormes charcos que se han formado instantáneamente, y parecen hervir, y me quede ahí, manoteando, hasta que me rescaten los bomberos.
El fragor de las turbonadas de agua que caen como si el cielo estuviera lleno de ella y quisiera vaciarse de pronto es, más que inquietante, amenazador. Las calles se anegan, de algunas bocas de tormenta brotan gruesos chorros de espuma de más de metro y medio de altura.
El agua es blanca, fría. Estamos a las puertas del verano, ha hecho estos días un calor de casi cuarenta grados centígrados. Se vino la tormenta, como era lógico; se vino con toda su artillería de rayos, truenos y lluvia aluvional.
Me refugio bajo una marquesina y trato de enderezar mi paraguas, seriamente amenazado por la furia del trópico, que es precioso, con ese mar tan sereno y tan azul, y las mulatas, y el ron y toda la parafernalia publicitaria, tan engañosa.
Tras esa bonanza, esa pachorra, las largas siestas con pesadillas bajo ventiladores de paletas, el cielo de tisú, el “beachcomber”, la luna de plata, el sabor frutal de los pechos turgentes y morenos de las chigras (1); detrás de esa belleza y esa sensualidad alienta un gigante resentido e hijo de perra que en un segundo, sin que se sepa por qué, declara el fin de la paz y parece decidirse a terminar con el mundo por el agua y el viento huracanado, como un asesino a sueldo que se prepara desde una azotea a disparar su fusil de precisión y largo alcance, fijando la mira en la frente del político o el magnate condenado a muerte por una sociedad anónima o en una reunión de un servicio de inteligencia.
Es la misma voluntad de hierro, inevitable, impiadosa y fríamente certera de acabar con alguien; el gigante del trópico quiere terminar con mucha gente y muchas cosas.
He visto llover y he estado bajo lluvias desatadas, coléricas, lacerantes en el hermoso y postalero Caribe. Si te daba un chorro de agua en la cabeza te noqueaba, te caías al asfalto con varios palmos de agua y te ahogabas. Como Dios pintó a Perico.
En ninguna parte del mundo llueve como en el con tanta benevolencia traído y llevado Caribe. Ese paraíso de melaza, aguardiente de caña, pieles de mujer de brillante seda oscura, guayaba y aceite de coco está pintado con purpurina, como los letreros de cartón piedra de los teatros; no tiene solidez ni seriedad, ni es seguro, ni mucho menos.
Está lleno de escorpiones –yo me encontré uno en Aruba, en la habitación de mi hotel de cinco estrellas, bajo la cama, al lado de una de mis chinelas-; te topas con serpientes y otras alimañas en cuanto te internas en la espesura; también hay murciélagos gigantescos que en realidad son vampiros que carecen de la distinción del conde Drácula, pero son igualmente letales.
Cuando llueve en el trópico la tierra tiembla, las palmeras se inclinan hasta casi tocar el suelo y el cielo se congestiona bajo el maquillaje de plomo que intoxica el paisaje rutilante y deslumbrador al sol del mediodía.
He sentido miedo de la lluvia en Trinidad, Tobago, Aruba, Curaçao, Bonaire, Montego Bay… En todos esos lugares esperaban a que yo llegara para desencadenar tempestades violentas, brutales, que casi siempre duraban una semana.
La mayoría de las veces veía desde una ventana del hotel, o del lugar donde me encontrara, cómo la lluvia se convertía en tromba de agua. Y me acordaba, suspirando, de la cariñosa garúa peruana, el suave orballo de Galicia y el pícaro chirimiri vasco. Lluvias encantadoras que llevaron a poetas y cronistas románticos a escribir preciosidades.
¡Qué pena que en Buenos Aires llueva ya como en las Antillas!


1).- Mestizaje de chino y negra, o de negro y china, que es muy común en Jamaica y da especímenes de gran belleza.

Foto:
De la serie “Cielos”
© Maite


© José Luis Alvarez Fermosel



martes, 25 de noviembre de 2008

Variaciones sobre un mismo tema

He oído decir últimamente ”porcionado” por fraccionado o dividido en porciones, “tunear” por tonificar, “ondero” por alguien que está “de onda”, “le propiciaron” por le propinaron…
- Oiga, ¿pero dónde se mete usted?; ¿con quién anda, para oir esas cosas?
- No crea que voy a ningún sitio en especial. Voy al Malba, de cuando en cuando; almuerzo alguna vez en uno u otro restaurante de Puerto Madero, o de Palermo Soho; veo la televisión, escucho a los políticos…
- ¿Y en esos lugares oye usted esas cosas?
- En esos y en otros de más alto alto nivel.
- Pero, ¿estamos rodeados de ignorantes?
- No, estamos rodeados de esnobs, que es peor.
- ¿Y los esnobs hablan así, dicen esas cosas?
- Sí, y otras más… “bizarras”, porque hay que inventarse cosas, crear expresiones, palabras, modas y costumbres que sean “trendy” para que nosotros podamos ser “cool”. A una persona de escasa instrucción no se le ocurriría nunca decir “tunear” por tonificar. Tal vez pronuncie mal algunas palabras, pero no juega con ellas, ni las retuerce para que le digan cuán de onda es, o está.
- Entonces…
- Hay una obsesión enfermiza y enfermante por estar a la moda, a la que publicita el “marketing”. Hay que hacer algo nuevo y diferente, ya lo dije. Hay que ser individualista. Ir por la vida de culto, de informado. Crear una jerga que revele que somos selectas minorías, que la nuestra no es una “cultura de masas”, sino una “cultura elevada”, que hablamos inglés –más o menos “broken”-, que tenemos acceso a altos niveles de refinamiento…
- ¡Pare usted, hombre de Dios, pare usted, que me va a volver loco!
- No tengo más remedio que seguir. Alguien tiene que contar esto, para que la gente se entere. Como bien dijo Jaime Rest, la simulada y espuria seriedad sólo sirve para confundir a la gente, ya sea porque se le dé una noción falsa de su saber o porque se le proporcione una visión distorsionada del conocimiento y la cultura.
- Así que…
- Hay mucha superchería, mucha delicuescencia, mucha cursilería: un “ersatz” cultural llamado a satisfacer un nocivo esnobismo que seduce cada día más.
- ¿Pero qué es en realidad el esnobismo, qué es un esnob?
- Virginia Woolf dijo en “Momentos de vida”: “La esencia del esnobismo estriba en el deseo de impresionar a la gente. El esnob es un ser aturdido y de escasa capacidad mental, tan poco contento de sí mismo que, a fin de consolidar su personalidad, no hace más que pasar un título o algo que suponga un honor por la cara del prójimo a fin de que el prójimo le crea y ayude al esnob a creer lo que realmente no cree –que él o ella es, de una manera u otra, persona importante-”.
- ¡Válgame Dios!
- Sí, así están las cosas, qué le vamos a hacer.



© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 23 de noviembre de 2008

"¡Aquí estoy y aquí me quedo...!"

Tengo un amigo, Guillermo –no voy a decir su apellido-, que no es que more o habite en una plaza, sino que la ha tomado como quien toma La Bastilla, pero sin más armas ni bagajes que su determinación y su sentido de la libertad y la independencia.
Llegó un día a una plaza, echó un vistazo, escogió un banco, depósito en él su impedimenta y pronunció la misma frase que el general Patrice Mac-Mahon –presidente de Francia entre 1873 y 1875-, que cuando llegó a las murallas de Malakoff, en la guerra de Crimea (1), dijo:
“¡Aquí estoy y aquí me quedo!”.
Guillermo es un hombre de edad mediana, ni alto ni bajo, más bien robusto; se deja la barba, que le sale gris, y tiene los ojos azules e invictos como el mar; a veces se toca con un gorro negro que, visto de lejos, parece una boina que se hubiera calado hasta las orejas.
Guillermo es el señor de la tarde y el vigía del crepúsculo. Tiene una guardia de palomas.
Tuvo un pasado, como el de usted, el mío y el de cualquier otro. Sufrió y fue feliz, como todos. Ahora mira el futuro sin hacer planes, sin sobresaltos. Lo que tenga que ser, será.
Guillermo vende café y gana unos dineros. No le pide nada a nadie. Tiene sus mínimas necesidades vitales cubiertas y aún le sobra para darse un gustito de vez en cuando, asegura.
Tiene amigos que le prestan libros. Y, ya lo dijimos, una libertad plena y total, hasta el punto de que, como él dice recordando al cantante Alberto Cortez, no tiene horario para dar unas cabezadas. Quiere ésto decir que se puede echar a dormir la siesta –el yoga hispánico, según Camilo José de Cela-, en el momento del día que quiera. Si ésto se supiera despertaría no pocas envidias.
Un hombre honrado, sereno, alegre, digno, que está más allá del bien y del mal. Por eso le aprecio y le estimo. Hay que tener muchos bemoles para estar por encima del bien y del mal.
Damos noticia de que en una plaza de la ciudad vive un hombre bueno a pleno sol. Cuando vienen las sombras, impredecibles, misteriosas, que todo lo oscurecen y lo tornan un poco ominoso, Guillermo se abraza al paisaje.
Los jacarandáes –recién florecidos- y los perros callejeros son sus amigos. Y yo también.

(1)Librada de 1854 a 1856 para defender la integridad de Turquía. Firmado el Protocolo de Viena entre Francia, Inglaterra, Austria y Prusia, Francia e Inglaterra formaron una alianza y declararon la guerra a Rusia. Siguiendo el parecer de Napoleón III, sitiaron la plaza fuerte de Sebastopol, en Crimea, donde los rusos sufrieron un gran descalabro que les obligó a capitular.


© José Luis Alvarez Fermosel


sábado, 22 de noviembre de 2008

También en inglés

Las traducciones del inglés al español de los diálogos de los actores en los subtítulos de las películas estadounidenses, y de otros textos en diferentes medios dejan mucho que desear.
Veamos:
“Blind alley” no es calle ciega, sino callejón sin salida. “Mr. Speaker” no es señor orador; la traducción correcta es señor Presidente de la Cámara de Representantes (de los Estados Unidos).
“Miserable”, en inglés, no quiere decir miserable, sino abatido, desdichado, lo mismo que “to be blue” no es estar azul, sino melancólico y “Blue Moon” –título de una vieja canción que jamás pasará de moda- no es luna azul, sino luna triste.
Los “domestic flies” no son vuelos domésticos, sino vuelos internos o de cabotaje. “Emphasize” no es enfatizar, sino subrayar o recalcar. La diferencia es sutil, pero hay que acostumbrarse a traducir con la mayor exactitud posible, para lo cual es necesario manejar muy bien los dos idiomas –en este caso que estamos tratando el inglés y el español- y, sobre todo, la lengua propia.
“Dramatic” no significa dramático, como parece; quiere decir drástico, espectacular o llamativo, que no es lo mismo que dramático, que viene de drama.
“Deception” no es decepción: es engaño. Y “school of fishes” no es, naturalmente, escuela de peces, sino banco de peces.
“Vicious” no es vicioso: es salvaje, violento. “scholar” es estudioso, erudito y no escolar, del mismo modo que sensible no es “sensible”, sino sensato, persona con sentido común. Sensible es “sensitive”.
“Actually” quiere decir verdaderamente, de hecho, y no actualmente, que en inglés se dice “presently”, “currently” o “nowadays”. “Ability” es capacidad y no habilidad.
“Aggresive” no es agresivo, sino dinámico, emprendedor, insistente. Así que la expresión “vendedor agresivo” no es correcta, lo que pasa es que ya se coló, hizo callo y todo el mundo la usa, mal pero la usa.
“Appreciable” es considerable, no apreciable ni apreciado y “appreciate” es agradecer.
“Contemplate” no significa contemplar, sino proyectar, proponerse algo.
“Directives”, mejor que por directrices tendría que traducirse como órdenes o indicaciones.
“Eventually” no significa eventualmente, como parece, sino finalmente, por último. E “ingenuity” no tiene nada que ver con la ingenuidad, sino con la inventiva o el ingenio.
“Disgusting” no es algo que disguste, significa repugnante. Y “securities” son valores de renta fija. “Compass” no es compás, sino brújula y “porter” no es portero sino porteador, maletero, changarín; portero es “doorman”.
Por último, “stinking bishop” no es obispo maloliente, sino un queso inglés riquísimo.
Seguiremos, porque hay mucha tela que cortar.


© José Luis Alvarez Fermosel

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Más sobre sapos

“Sapo de la noche,
sapo cancionero…”

Me escribe Susan sobre el tema sapos y me dice que ella tuvo uno en los fondos de su casa que se crió en un desagüe. Al principio era pequeño, pero luego creció, y engordó y no podía salir de lo que se había constituído en su hogar porque no cabía por la puerta, como quien dice.
“Cuando regábamos, disponíamos la manguera de tal forma que sus ‘aposentos’ se llenaran de agua ¡Y el tío se asomaba en seguida y nos miraba, muy contento!”, dice Susan.
Es que los sapos son muy buenos, y agradecen las atenciones que se tienen con ellos. En una época oscura y felizmente pasada se los asoció con culebras y se dijo que las brujas los usaban para preparar pócimas y venenos.
También se le ha colgado al pobre sapo el sambenito de que es venenoso. No es verdad. Lo único cierto es que su piel está cubierta de glándulas que segregan una sustancia irritante que afecta sólo, ahuyentándolos, a sus enemigos naturales, como las serpientes, los murciélagos y otras alimañas.
El sapo es noctívago, como uno; es campechano, de natural tranquilo, bonachón. Como muchos gordos, tiene voz de bajo profundo, así que suele cantarle a la luna.
Las ranas, que son de la familia, tienen pretensiones de contralto, pero sí, sí, qué más quisieran.
Además, su canto, como el del grillo, o el sonido que emite el grillo es un poco monótono, aunque en las noches de primavera y verano en el campo, el croar de la verde y vivaracha ranita y el cri cri del grillo constituyen un contrapunto simpático, muy agradable, de la paz nocturna: algo así como la voz del centinela que nos da el parte, diciéndonos que no hay novedad, que todo está bien.
Lo de tragarse un sapo, un dicho de mal gusto, a mi juicio, que equivale a sufrir una contrariedad o a tener que hacer a la fuerza algo desagradable, no tiene lógica, además, porque uno no se comería un sapo ni a tiros, pero bien que se come de vez en cuando unas ancas de rana que, repetimos, es pariente del sapo.
En el jardín de la casa de mi colega, y sin embargo amigo Alfonso Zubas he visto y he tenido en mis manos unos sapos enormes, lustrosos y simpatiquísimos.
Mis hijos aprendieron en la bella ciudad uruguaya de Colonia del Sacramento a no tenerles a los sapos la aprensión que les tiene la mayoría de la gente.
Hemos ido a Colonia de vacaciones varias veces. Casi siempre alquilábamos una casita con un jardincillo en el que había sapos, a los que perseguíamos hasta alcanzarlos y luego nos los pasábamos de mano en mano. Las luciérnagas enjoyaban la noche.
Recibo un cable en el que se informa que en Santa Clara del Mar se acaba de encontrar un sapo de casi medio metro de envergadura y más de un kilo de peso.
¡Hombre, tampoco es cosa de exagerar!


© José Luis Alvarez Fermosel


Nota relacionada:

“¡Que no le falte agua a Gervasio!”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/11/que-no-le-falte-agua-gervasio.html)




lunes, 17 de noviembre de 2008

Bodegón casero

Si, como dicen, con pan y vino se anda el camino, con queso, uvas y almendras se anda no ya uno, sino varios, e incluso puede llegarse a Roma, ya que como es público y notorio todos los caminos conducen a Roma.
Puede uno irse a la bella y atrafagada capital de Italia o a cualquier sitio, bien alimentado y, más aún, reconfortado por un vasito de vino como el que aparece en el bodegón de andar por casa cuya foto encabeza estas líneas.
El caviar, las trufas negras, las ostras, el salmón rosado, el chocolate con ámbar… Sí, muy bien, pero todo eso es carísimo y a veces no fácil de adquirir.
Organicémonos y preparémonos un condumio para la media tarde –la hora de la merienda, cuando se tiene más hambre-, que si somos personas de buen gusto y mejor diente seguramente va a ser muy rico.
Uvas con queso saben a beso. Vengan, pues. Unas uvas y un buen pedazo de queso. Unas almendras. Un vaso de vino. ¿Para qué más? ¿Qué mejor tentempié?
Las cosas pequeñas y sencillas son muy importantes, también en materia de cocina. Son la sal de la vida. Pues, hombre, ¿no decía Santa Teresa de Jesús que hasta en los pucheros anda el Señor?
Simple, elemental bodegón preparado para hacer una foto, que luego se deshizo porque los componentes, de cierta estética gastronómica casera, fueron consumidos por hambrientos a la caída de la tarde.
Quedó la foto. Algo es algo.

Foto:
De la serie “Bodegones”
© Maite


© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 16 de noviembre de 2008

De los plesiosaurios al sapito limón

Están apareciendo fósiles de reptiles por todas partes. Una lagartija de hace 23 millones de años dentro de un bloque de ámbar en una mina de Chiapas (México). El esqueleto fosilizado de un plesiosaurio de 15 metros de longitud, reptil marino extinguido hace unos 65 millones de años, en la Antártida. Y los restos de un gliptodonte, mamífero que habitó la tierra 8.500 años atrás, en Puerto Deseado, en la sureña provincia argentina de Santa Cruz.
El descubrimiento del plesiosaurio se debe a los científicos argentinos Marcelo Reguero, Sergio Marenssi y Santiago Santillán y los estadounidenses James Martin y Jude Case.
Fuentes del Instituto Antártico Argentino especificaron que los restos del plesiosaurio se encontraron en el norte de la península Antártica, en una expedición costeada por ese organismo y la Fundación Nacional de Ciencias de los Estados Unidos.
En Argentina vivieron los reptiles más grandes del mundo, e incluso se dice que en la Patagonia hay un plesiosaurio vivo igual o parecido a “Nessie”, el supuesto habitante del lago Ness (Escocia).
El Antarctosaurus Wichmannianus, cuyos restos están en el museo de Historia Natural de La Plata -capital de la provincia de Buenos Aires-, medía 40 metros y pesaba 100 toneladas.
El Diplodocus Carnegu, de 26 metros de longitud y 4 de altura, se encuentra también en el museo de La Plata. Su gigantesco esqueleto blanco constituye un documento prehistórico de gran valor.
Según leyendas que corren de boca en boca por una buena parte del inmenso territorio argentino, monstruosos reptiles viven todavía en varias regiones del extremo sur del país.
Clemente Ollin organizó una expedición a la Patagonia en 1922, en busca del plesiosaurlo vivo que un aventurero norteamericano dijo haber visto en un lago patagónico.
Narraron su historia en su libro “Tierra maldita” Armando Braun Menéndez y Lobodón Garra –seudónimo de Liborio Justo, hijo del general Agustín P. Justo, que fue presidente de Argentina entre 1932 y 1938-.
Carlos Rusconi, uno de los más ilustres naturalistas de América Latina, fundador del museo de Historia Natural de Mendoza, descubrió el ictiosaurio Ancanamunía Mendozana, de siete metros de largo, que nadaba en el período Jurásico en los océanos que cubrían lo que hoy es la provincia de Mendoza -en el límite con Chile-. Se le llamó así en homenaje al cacique araucano Acan Amun.
No siempre los reptiles más grandes son los más venenosos. Cuando un visitante del zoo de Buenos Aires se asombra ante el tamaño y agresividad de una serpiente de cascabel, habría que explicarle que la Bothrodon Pridil fue más ponzoñosa, más grande y la primera -según el herpetólogo argentino Armando Greiberg, autor de la interesante obra "Batracios y Reptiles Sudamericanos"-, que habitó en el Chaco argentino, en el norte del país. Medía 20 metros de la cabeza a la cola, o sea, el doble de las imponentes anacondas de nuestros días.
Sus antepasados son unos advenedizos, pues sólo existían hace pocos millones de años, en el Cuaternario. Tenían dientes enormes y su veneno era mortal, incluso para enemigos gigantescos.
Si actualmente hay grandes ofidios como las anacondas, pitones y boas constrictoras, todas carecen de veneno, que no necesitan, pues la fuerza de sus músculos les basta y sobra para triturar a un potro.
Tortugas, yacarés -similares a los gaviales del Ganges hindú-, lagartos -menos grandes que los varanos de los desiertos de África y de los relatos de Pierre Benoit-, boas, "cascabeles", víboras de la cruz -que ostentan en el blanco vientre la cruz de Santiago- las "curijúes" -una variedad americana de la cobra- y las inofensivas y útiles para la agricultura mussuranas azules pueblan extensas zonas de la Argentina, desde Jujuy a Tierra del Fuego.
Algunos batracios, como el feo pero benéfico sapo, han sido reivindicados. A estos animalitos, que parecen pequeños Budas bonachones y apacibles, de color verde jade, se les concedió hace algunos años el título de caballeros del Mérito Agrícola, como reconocimiento a su meritoria labor sanitaria de exterminio de insectos dañinos.
La mussurana que habita en todo el noroeste de la Argentina, conocida también con los nombres de "mamona" y "luta", es sumamente beneficiosa, a diferencia de la terrible mamba negra -hay otra especie verde menos peligrosa-, que también vive en la Argentina.
La mussurana devora a sus congéneres ponzoñosos que después de inundaciones provocadas por lluvias torrenciales se convierten en plaga.
Ahora -y tal vez hace millones de años también- no todos los reptiles son dañinos, a pesar de su ominosa apariencia.
El "sapito limón" de aquella alegre guaracha de César Caminero, circunspecto caballero del Mérito Agrícola y la flexible mussurana azul Prusia de los médanos del Chaco dan fe.


© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

“¡Que no le falte agua a Gervasio!”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/11/que-no-le-falte-agua-gervasio.html)



sábado, 15 de noviembre de 2008

¡Que no le falte agua a Gervasio!

Nos lo contó por teléfono una oyente de la radio que no dejó su nombre ni sus datos personales, al menos a nosotros. Tal vez los tenga la producción.
De todos modos, con lo poco que nos dijo basta para reconstruir la historia, que merece tomar estado público, como quien dice.
Nuestra oyente nos llamó en relación con una sección nueva que se le ocurrió al conductor del programa, Rolando Hanglin, destinada a recibir comentarios sobre alguien que tenga un animal más o menos exótico en su casa, o que se haya topado con alguno en el campo, la carretera o donde sea.
La señora en cuestión nos dijo que en el tejado de su casa, que debe estar en alguna localidad del Gran Buenos Aires, vive un sapo al que ella ha adoptado, por así decirlo, y le ha puesto de nombre Gervasio, un nombre de lo más apropiado para un sapo.
Los tejados no son lugares para sapos, cuyos hábitats suelen ser las cercanías de una charca o cualquier sitio fresco, umbrío y húmedo en el que haya hierba y juncos. En los tejados da el sol y están siempre resecos y calientes, a no ser que llueva, y en ellos no crece más que un musgo ralo y oscuro, bastante desagradable.
Los tejados son ideales para los gatos, que celebran en ellos ruidosos cónclaves nocturnos, no precisamente gratos para los vecinos. Al lado de los campanarios de las iglesias y en las torres suelen anidar las cigüeñas.
Gervasio vive en un tejado, lo más pancho. Para los habitantes del inmueble es de la familia.
Cuando el tejado está muy seco, la señora de la casa –que debe ser de un piso, y no muy alta- apoya una escalera de mano contra una de las paredes, sube por ella con un cubo de agua fresca y se lo vuelca encima al sapo.
Si está ocupada, o tiene que salir a hacer un mandado, llama a alguien de la familia y le encomienda:
“¡Que no le falte agua a Gervasio!”.
Hasta aquí, con la poca información que tenemos, pudimos reconstruir al menos parte de una historia suburbana, hermosa en su sencillez, que es una síntesis de la bondad y ternura que anida en el corazón de la gente que ama a los animales, pertenezcan a la especie o raza que sea.
Teníamos ya el drama “La gata sobre el tejado de zinc caliente”, de Tennessee Williams.
Ahora tenemos la historia del sapo Gervasio sobre un tejado fresco por la (buena) voluntad de sus amos.
Que pase lo que tenga que pasar –que no será bueno, con los tiempos que corren-, ¡pero que no le falte agua a Gervasio!


© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 10 de noviembre de 2008

Jerga de rufianes

Hemos hablado varias veces en este blog de la claridad idiomática, de la claridad de pensamiento y expresión que, a nuestro juicio, deben caracterizar a todo comunicador, sea periodista, animador de radio o televisión, escritor, filósofo, cineasta…
Consideramos de interés citar parte de un capítulo del divertido libro “Filosofía para bufones”, de Pedro González Calero, ilustrado por Anthony Garner y editado en 2007 por Ariel, S.A. (colección Claves), Barcelona.
González Calero -no es ésta la primera vez que lo mencionamos- recuerda en un capítulo de su libro que Walter Benjamin, bastante más radical que nosotros, llamó “jerga de rufianes” a la manera de explicarse de una buena parte de los filósofos del siglo XX. (En el siglo XXI hay muy pocos, ¡ay…!)
El autor de “Filosofía para bufones” dice, a su vez, que “cuanto más difícil de entender parezca el pensamiento propio, más profunda resultará a los ojos del vulgo y más autoridad confiere al pensador. Además, ¿qué iba a ser de los aduladores de la doctrina del maestro, si no pudieran especializarse en la disciplina de descifrar sus palabras?”
González Calero, madrileño, de 45 años, es soltero, sin hijos, republicano y ateo. Profesor de filosofía, ha recogido anécdotas humorísticas de grandes filósofos y coincide con Bertrand Russell en que “todo acto de inteligencia es un acto de humor”.



© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 8 de noviembre de 2008

"Blues" de la calesita

La calesita, antaño sonoro y policromo jalón de la ciudad, apenas gira ya ronca, rota, casi loca en algún barrio extra muros de la City.
El alegre "tiovivo" -como se le llama en España-, con sus caballos y cochecitos multicolores, que giraban lentamente al son de una agridulce musiquilla verbenera, fue acarreada en principio, como el organito, por un caballo: un jamelgo flaco y pardo, eternamente cansino.
Luego adoptó la corriente eléctrica para impulsar ese dar vueltas y vueltas en pos de una sortija que, si se conseguía, daba derecho a una vuelta más.
La calesita le daba "clima" al paisaje yerto y desolador del mísero arrabal. Y tangueros tan ilustres como Cátulo Casti­llo y Mariano Mores le pusieron letra y un compás dos por cuatro:
"Grita la calesita/su larga cita/ maleva.../Cita que por la acera/de Balvanera/nos lleva. Vamos de nuevo, amiga/para vos bailando...Vamos que en su rutina/la vieja esquina/me está llorando…/Vamos que nos espera/con tu/pollera marchi­ta/esta canción que rueda/la calesita...".Y aquello otro de “Carancanfú… vuelvo a bailar/y al recordar una sentada/ de tu enagua almidonada/ te grito ¡Carancanfú!.../y al taconear/y la “lustrada”/ cuando a tu lado, tirado/ tuve mi corazón...".Pasaba el tiempo, barrendero de ilusiones. La calesita se modernizaba. Automóviles aerodinámicos, “jeeps", "Sput­niks", "Apolos" y “Challengers” fueron sustituyendo a los unicornios, cisnes, carrozas y diligencias. Y nuevos ritmos, casi todos trepidantes, desplazaron a los "fox trot", los pasodobles y los tangos de la "guardia vieja".
Pero seguía el mágico "carrousel", la entrañable noria sonora girando y girando en plazas, esquinas y jardines, mien­tras se tejían a su vera ingenuos idilios primerizos, con los libros del "cole" sobre un cercano banco de madera despinta­da por la lluvia, bajo el "pullover" de ella, que olía a lavanda...
"Las vueltas que da la vida", de las que tanto hablan los …"mayores", se diluían en las vueltas de la calesita en una sordina poética, en un tempo que parecía eternizarse y tenía ya la pátina amarillenta de la nostalgia en su corazón azul...
La calesita estaba allí, con su cúpula escarlata, barroca de orlas y grecas de colores violentos, sus "breaks" pintados con purpurina, móvil la basta madera deslucida de su suelo ta­chonado de clavos baratos, goteando música, girando y giran­do bajo el cielo turquí…
Un día, de pronto, como tantas otras cosas, desapareció la calesita de la ciudad.
Ahora los niños hablan de emoticones, “web mail”, navegación, “chat”, videollamada, cámaras de 1.3Mp, reproductores de MP3, “Bluetooth”, memoria de 512Mb, auricular stereo, cable USB, “home theatre” con “play station”…
Permítasenos una coda melancólica, con ritmo de “blues”, sostenida por los versos de González Tuñón:
"La calesita en el baldío,/la calesita está con frío./Frío, frío./ Los últimos pibes se fueron./La música también ha callado,/dejando en el aire un temblor/como cuando se muere un pájaro...".

© José Luis Alvarez Fermosel

viernes, 7 de noviembre de 2008

La Real Academia Española trabaja

La Real Academia Española (RAE) trabaja, no vayan a creer ustedes…
Muchos dicen que trabaja “al pepe”, valga una expresión del lenguaje popular de estas cálidas tierras criollas que todavía no aceptó la docta institución. Ya se sabe que nunca llueve a gusto de todos y que “palos porque bogas y palos porque no bogas”.
Quienes critican a la RAE lo hacen porque sostienen que es muy permisiva y acepta expresiones de aquí y allí, dando la sensación de que no se esfuerza demasiado por defender a ultranza el idioma español, antaño tan puro y tan hermoso y salpicado hoy en día por extranjerismos (anglicanismos, sobre todo) y palabras procedentes de la tecnología de punta.
Es que no hay más remedio que renovarse, compréndanlo ustedes. Ya lo dice la voz del pueblo, que siempre dijeron que era la voz de Dios: “Renovarse o morir”.
El lema de la Real Academia Española es: Limpia, fija y da esplendor.
En 2013 saldrá a la luz una nueva edición del Diccionario, en coincidencia con el tricentenario de la RAE. Preténdese renovar definiciones que hayan quedado anticuadas y, al mismo tiempo, innovar, por encima de todo innovar, una de las grandes preocupaciones de nuestro tiempo: ser y estar moderno.
Apliquémonos a hablar y escribir “cool”, a fin de no ser “old fashion”.



© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

“El ‘pen drive’ y el ‘USB’, en el Diccionario”
(
http://www.elmundo.es/elmundo/2008/11/07/cultura/1226062217.html)

jueves, 6 de noviembre de 2008

Los chicos con los chicos...

Se justifica, siempre se ha justificado que los jóvenes hablen en un idioma, por así llamarlo, suyo, muy particular, una lengua que en realidad es una jerga, o un argot que, como la risa, va por barrios, es decir, que en determinadas zonas de la ciudad se habla de una manera y en otras de otra, según el nivel económico social.
Ese modo de expresarse casi siempre produce simpatía y, en muchas oportunidades, aquí y en Pekín, los no tan jóvenes adquieran alguno de esos términos y los usan por estar a la moda: una de las obsesiones de estos tiempos pormodernos que soplan por doquier. El “marketing” también hace lo suyo, para qué vamos a negarlo.
Así que carta blanca para los jóvenes, a los que zarandeamos tanto, a veces pasándonos de rosca, y a los mayores un poco de sentido del ridículo –lugar del que no se regresa-, que hacerse el chico no queda bien.
Nosotros, los grandes, tenemos las malas palabras tan en boga, tan difundidas a toda hora, vengan a cuento o no, sobre todo por conductores y columnistas de radio y televisión.
Peor es la forma gramaticalmente incorrecta de expresarse y la introducción de latiguillos y ripios que empobrecen y afean nuestra hermosa lengua. Están presente en todas partes.
El esnobismo imperante ha hecho sentar últimamente patentes de corso a expresiones como: obvio u obviamente repetido hasta la saciedad, como que y la “vedette”: ¡A ver…!, dicho con un tono imperioso o displicente, como si quisiera decirse: “¿A ver si me entendéis lo que quiero decir, manga de bobos!”.
La palabra obvio, como la expresión ¡A ver!, es correcta, lo que irrita es la constante reiteración; lo mismo pasa con éste, digamos, nocierto, cómo se llama, cómo es y otras. Como que no es correcto gramaticalmente hablando; en todo caso, habría que decir como si, y no cada veinte segundos.
A continuación, lo último que he cosechado en estos días en los medios y en otros lugares:
Floristería por florería, pasivar por desactivar, completud por plenitud, bendicionar por bendecir, desaveniencia por desavenencia, convalescencia por convalecencia, ficcional por ficticio o algo relativo a la ficción, ficcionalizar por hacer ficción, lesión ligamentaria por lesión de o en los ligamentos, arribamiento por arribo, compite por compete, produjieron por produjeron, esfigie por esfinge o efigie, lo traigo a acotación por lo traigo a colación, multicidad por multiplicidad, tendencial por tendencioso, cartelizar por fijar carteles o señalizar, rediticio por redituable, especificidades por especificaciones, exceptó por exceptuó, extensar por estirar y prensable por noticioso.
Hay muchas más, pero tampoco es cuestión de cansar al lector. Ya volveremos.


© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

“Los jóvenes hablan raro, pero eso refleja una sociedad plural”
http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0309/articulo.php?art=10783&ed=0309
“A la lengua la crea el pueblo”
http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0309/articulo.php?art=10785&ed=0309