domingo, 16 de noviembre de 2008

De los plesiosaurios al sapito limón

Están apareciendo fósiles de reptiles por todas partes. Una lagartija de hace 23 millones de años dentro de un bloque de ámbar en una mina de Chiapas (México). El esqueleto fosilizado de un plesiosaurio de 15 metros de longitud, reptil marino extinguido hace unos 65 millones de años, en la Antártida. Y los restos de un gliptodonte, mamífero que habitó la tierra 8.500 años atrás, en Puerto Deseado, en la sureña provincia argentina de Santa Cruz.
El descubrimiento del plesiosaurio se debe a los científicos argentinos Marcelo Reguero, Sergio Marenssi y Santiago Santillán y los estadounidenses James Martin y Jude Case.
Fuentes del Instituto Antártico Argentino especificaron que los restos del plesiosaurio se encontraron en el norte de la península Antártica, en una expedición costeada por ese organismo y la Fundación Nacional de Ciencias de los Estados Unidos.
En Argentina vivieron los reptiles más grandes del mundo, e incluso se dice que en la Patagonia hay un plesiosaurio vivo igual o parecido a “Nessie”, el supuesto habitante del lago Ness (Escocia).
El Antarctosaurus Wichmannianus, cuyos restos están en el museo de Historia Natural de La Plata -capital de la provincia de Buenos Aires-, medía 40 metros y pesaba 100 toneladas.
El Diplodocus Carnegu, de 26 metros de longitud y 4 de altura, se encuentra también en el museo de La Plata. Su gigantesco esqueleto blanco constituye un documento prehistórico de gran valor.
Según leyendas que corren de boca en boca por una buena parte del inmenso territorio argentino, monstruosos reptiles viven todavía en varias regiones del extremo sur del país.
Clemente Ollin organizó una expedición a la Patagonia en 1922, en busca del plesiosaurlo vivo que un aventurero norteamericano dijo haber visto en un lago patagónico.
Narraron su historia en su libro “Tierra maldita” Armando Braun Menéndez y Lobodón Garra –seudónimo de Liborio Justo, hijo del general Agustín P. Justo, que fue presidente de Argentina entre 1932 y 1938-.
Carlos Rusconi, uno de los más ilustres naturalistas de América Latina, fundador del museo de Historia Natural de Mendoza, descubrió el ictiosaurio Ancanamunía Mendozana, de siete metros de largo, que nadaba en el período Jurásico en los océanos que cubrían lo que hoy es la provincia de Mendoza -en el límite con Chile-. Se le llamó así en homenaje al cacique araucano Acan Amun.
No siempre los reptiles más grandes son los más venenosos. Cuando un visitante del zoo de Buenos Aires se asombra ante el tamaño y agresividad de una serpiente de cascabel, habría que explicarle que la Bothrodon Pridil fue más ponzoñosa, más grande y la primera -según el herpetólogo argentino Armando Greiberg, autor de la interesante obra "Batracios y Reptiles Sudamericanos"-, que habitó en el Chaco argentino, en el norte del país. Medía 20 metros de la cabeza a la cola, o sea, el doble de las imponentes anacondas de nuestros días.
Sus antepasados son unos advenedizos, pues sólo existían hace pocos millones de años, en el Cuaternario. Tenían dientes enormes y su veneno era mortal, incluso para enemigos gigantescos.
Si actualmente hay grandes ofidios como las anacondas, pitones y boas constrictoras, todas carecen de veneno, que no necesitan, pues la fuerza de sus músculos les basta y sobra para triturar a un potro.
Tortugas, yacarés -similares a los gaviales del Ganges hindú-, lagartos -menos grandes que los varanos de los desiertos de África y de los relatos de Pierre Benoit-, boas, "cascabeles", víboras de la cruz -que ostentan en el blanco vientre la cruz de Santiago- las "curijúes" -una variedad americana de la cobra- y las inofensivas y útiles para la agricultura mussuranas azules pueblan extensas zonas de la Argentina, desde Jujuy a Tierra del Fuego.
Algunos batracios, como el feo pero benéfico sapo, han sido reivindicados. A estos animalitos, que parecen pequeños Budas bonachones y apacibles, de color verde jade, se les concedió hace algunos años el título de caballeros del Mérito Agrícola, como reconocimiento a su meritoria labor sanitaria de exterminio de insectos dañinos.
La mussurana que habita en todo el noroeste de la Argentina, conocida también con los nombres de "mamona" y "luta", es sumamente beneficiosa, a diferencia de la terrible mamba negra -hay otra especie verde menos peligrosa-, que también vive en la Argentina.
La mussurana devora a sus congéneres ponzoñosos que después de inundaciones provocadas por lluvias torrenciales se convierten en plaga.
Ahora -y tal vez hace millones de años también- no todos los reptiles son dañinos, a pesar de su ominosa apariencia.
El "sapito limón" de aquella alegre guaracha de César Caminero, circunspecto caballero del Mérito Agrícola y la flexible mussurana azul Prusia de los médanos del Chaco dan fe.


© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

“¡Que no le falte agua a Gervasio!”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/11/que-no-le-falte-agua-gervasio.html)



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