Sobre armas
Mucha gente piensa, y no sin razón, que lo mejor para defenderse son las armas. Pero, pequeño detalle, hay que saber manejarlas.
De las blancas mejor no hablemos. Su aprendizaje no es fácil. Téngase en cuenta que así como hay una esgrima de sable, espada y florete –nobles armas utilizadas en los duelos, preteridos hace muchos años- hay también una esgrima de puñal, y quien dice puñal dice cuchillo, estilete de resorte y navaja. Hay que hacer un curso, que no es precisamente corto ni fácil.
Vamos entonces a las armas de fuego. Comprémonos una pistola o un revólver, legalicemos su tenencia y o su portación y asunto terminado.
Pero el caso es que el asunto no termina con la adquisición de un arma de fuego de puño; por lo contrario, apenas empieza.
Primero hay que decidir entre pistola o revólver. Para personas que carecen de experiencia en el manejo de las armas de fuego, lo más conveniente, en mi modesta opinión, es el revólver porque su manejo es muy sencillo. En el centro hay un tambor giratorio con seis orificios _los de calibre 22 tienen ocho y hay algunos, como el venerable pero eficaz Webley inglés, de cañón basculante, que cargan cinco-. En cada oquedad se introduce una bala. Para accionar el arma sólo hay que apretar el gatillo.
Una vez servidas todas las cápsulas, se acciona una pequeña palanca que hay al costado izquierdo y el cilindro se desplaza en esa dirección; se impulsa el extractor automático de estrella y éste sacará los casquillos vacíos en pocos segundos.
Antes había que recargar el revólver metiendo una por una las seis balas en el tambor; ahora vienen unidas por una suerte de cinta metálica con un dispositivo que permite introducir los proyectiles a la vez, en una maniobra similar a la que se hace para meter un cargador nuevo en la pistola semiautomática.
Aunque a las pistolas se las llama automáticas en algunas películas y en las viejas novelas policíacas, la verdad es que no lo son. Un arma de fuego automática –la ametralladora, por ejemplo- lanza sus proyectiles uno tras a otro, a una velocidad endemoniada, mientras se mantenga apretado el gatillo. Para que una pistola dispare hay que jalar el gatillo cada vez que uno quiera que salga el tiro.
Las pistolas, además, son más complicadas. Casi todas tienen un triple mecanismo de seguridad, hay que mover una parte del cañón –la corredera- para introducir la primera bala en la recámara. El cañón se desplaza y vuelve a su lugar cada vez que se dispara, expulsando el cartucho vacío e instalando otro.
Si la munición no es buena, o es vieja, la pistola puede trabarse, aunque ahora no se traban tanto. Un amigo mío decía: “Las únicas pistolas que no se encasquillan son las del cine”. Tenía razón.
Las pistolas –las de calibre 9 milímetros- cargan 14 ó 15 balas, así que son pesadas. Tienen más retroceso que los revólveres, por lo general.
Para que el peso de una pistola de grueso calibre cargada no nos haga bajar la mano y no se nos escape de ella al primer tiro, por el retroceso, hay que empuñarla con mucha firmeza; hay que tener pulso, o sea, fuerza en la muñeca.
Conviene, entonces, hacer ejercicio frecuente con una vieja plancha de hierro o una mancuerna de tres kilos durante varios minutos, a fin de tomar fuerza. También es necesario aprender a armar y desarmar la pistola –no con los ojos vendados ni en un tiempo récord-, y mantenerla siempre limpia y engrasada. Hasta que no se tiene práctica, no es fácil meter las balas en el cargador.
Por todo eso, para una persona común es preferible el revólver, que no tiene tanta complicación: uno del 38 largo, de pequeño tamaño y chato –como el Colt Cobra de hace algunos años, el que tiene la baqueta debajo del cañón-. Pesa poco, es muy manejable, fácil de llevar e ideal para espacios reducidos. Su alcance efectivo, eso sí, no pasa de los 50 metros.
Se dice que un arma de fuego es de calibre 38 largo, por ejemplo, no porque el cañón lo sea. Se toma como medida la longitud de la bala. Un 38 corto tiene la bala más corta.
Una buena arma de defensa es el pistolón de dos cañones, de grueso calibre y cartuchos de perdigones, como los de las escopetas de caza. Al dispararse produce un estruendo infernal, por de más intimidatorio.
Cuanto mayor sea el calibre, más fuerte será el impacto. Una bala del 45 derriba, una del 22 no detiene.
Una vez que uno está en posesión de un arma de fuego, sea la que sea, es necesario familiarizarse con ella y practicar con frecuencia el tiro al blanco en un polígono de tiro. Excusado es decir que la pistola o el revólver deben estar en la casa en un lugar fuera del alcance de los niños.
Y no olvidarse nunca de que es cierto que a las armas las carga el diablo.
Mucha gente piensa, y no sin razón, que lo mejor para defenderse son las armas. Pero, pequeño detalle, hay que saber manejarlas.
De las blancas mejor no hablemos. Su aprendizaje no es fácil. Téngase en cuenta que así como hay una esgrima de sable, espada y florete –nobles armas utilizadas en los duelos, preteridos hace muchos años- hay también una esgrima de puñal, y quien dice puñal dice cuchillo, estilete de resorte y navaja. Hay que hacer un curso, que no es precisamente corto ni fácil.
Vamos entonces a las armas de fuego. Comprémonos una pistola o un revólver, legalicemos su tenencia y o su portación y asunto terminado.
Pero el caso es que el asunto no termina con la adquisición de un arma de fuego de puño; por lo contrario, apenas empieza.
Primero hay que decidir entre pistola o revólver. Para personas que carecen de experiencia en el manejo de las armas de fuego, lo más conveniente, en mi modesta opinión, es el revólver porque su manejo es muy sencillo. En el centro hay un tambor giratorio con seis orificios _los de calibre 22 tienen ocho y hay algunos, como el venerable pero eficaz Webley inglés, de cañón basculante, que cargan cinco-. En cada oquedad se introduce una bala. Para accionar el arma sólo hay que apretar el gatillo.
Una vez servidas todas las cápsulas, se acciona una pequeña palanca que hay al costado izquierdo y el cilindro se desplaza en esa dirección; se impulsa el extractor automático de estrella y éste sacará los casquillos vacíos en pocos segundos.
Antes había que recargar el revólver metiendo una por una las seis balas en el tambor; ahora vienen unidas por una suerte de cinta metálica con un dispositivo que permite introducir los proyectiles a la vez, en una maniobra similar a la que se hace para meter un cargador nuevo en la pistola semiautomática.
Aunque a las pistolas se las llama automáticas en algunas películas y en las viejas novelas policíacas, la verdad es que no lo son. Un arma de fuego automática –la ametralladora, por ejemplo- lanza sus proyectiles uno tras a otro, a una velocidad endemoniada, mientras se mantenga apretado el gatillo. Para que una pistola dispare hay que jalar el gatillo cada vez que uno quiera que salga el tiro.
Las pistolas, además, son más complicadas. Casi todas tienen un triple mecanismo de seguridad, hay que mover una parte del cañón –la corredera- para introducir la primera bala en la recámara. El cañón se desplaza y vuelve a su lugar cada vez que se dispara, expulsando el cartucho vacío e instalando otro.
Si la munición no es buena, o es vieja, la pistola puede trabarse, aunque ahora no se traban tanto. Un amigo mío decía: “Las únicas pistolas que no se encasquillan son las del cine”. Tenía razón.
Las pistolas –las de calibre 9 milímetros- cargan 14 ó 15 balas, así que son pesadas. Tienen más retroceso que los revólveres, por lo general.
Para que el peso de una pistola de grueso calibre cargada no nos haga bajar la mano y no se nos escape de ella al primer tiro, por el retroceso, hay que empuñarla con mucha firmeza; hay que tener pulso, o sea, fuerza en la muñeca.
Conviene, entonces, hacer ejercicio frecuente con una vieja plancha de hierro o una mancuerna de tres kilos durante varios minutos, a fin de tomar fuerza. También es necesario aprender a armar y desarmar la pistola –no con los ojos vendados ni en un tiempo récord-, y mantenerla siempre limpia y engrasada. Hasta que no se tiene práctica, no es fácil meter las balas en el cargador.
Por todo eso, para una persona común es preferible el revólver, que no tiene tanta complicación: uno del 38 largo, de pequeño tamaño y chato –como el Colt Cobra de hace algunos años, el que tiene la baqueta debajo del cañón-. Pesa poco, es muy manejable, fácil de llevar e ideal para espacios reducidos. Su alcance efectivo, eso sí, no pasa de los 50 metros.
Se dice que un arma de fuego es de calibre 38 largo, por ejemplo, no porque el cañón lo sea. Se toma como medida la longitud de la bala. Un 38 corto tiene la bala más corta.
Una buena arma de defensa es el pistolón de dos cañones, de grueso calibre y cartuchos de perdigones, como los de las escopetas de caza. Al dispararse produce un estruendo infernal, por de más intimidatorio.
Cuanto mayor sea el calibre, más fuerte será el impacto. Una bala del 45 derriba, una del 22 no detiene.
Una vez que uno está en posesión de un arma de fuego, sea la que sea, es necesario familiarizarse con ella y practicar con frecuencia el tiro al blanco en un polígono de tiro. Excusado es decir que la pistola o el revólver deben estar en la casa en un lugar fuera del alcance de los niños.
Y no olvidarse nunca de que es cierto que a las armas las carga el diablo.
© José Luis Alvarez Fermosel
Nota relacionada:
“En emergencia” (III): Cómo convertir objetos en armas
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/12/en-emergencia-iii.html)
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2 comentarios:
¡Qué pena que este es el último post sobre el tema! Todo el blog es excelente, de gran calidad y calidez. Tal como es su voz al micrófono. Lo felicito por todo lo que nos aporta. Muchas felicidades y seguiré leyéndolo y escuchándolo. Soy fanático suyo. Leo (de Belgrano)Nota:tengo muchííísimo de posmo. Me reconozco en sus descripciones. Pero lo sigo igual.
Leo: ¡Hombre, no te desanimes, que ser posmo no es nada malo! Gracias por tu mensaje y tus buenos deseos, a los que correspondo con todo afecto. Gracias también por tus elogios. Un fuerte abrazo.
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