jueves, 26 de noviembre de 2009

Entrevista con Don Cristóbal

Como ya vimos en un post anterior (ver primera nota relacionada), a Cristóbal Colón le han hecho ahora espía portugués.
La siguiente… “entrevista” a Don Cristóbal, de Agustín de Foxá (1903/1959), conde de Foxá, se inscribe en el retablo hecho de “curiosidades” -por utilizar un suave eufemismo…- del Almirante.

Don Cristóbal ha caído en la manía de amueblar su cuar­to como el camarote de la Santa María, con una brújula, un mapa portugués, unos damascos rojos y una talla policro­mada, riojana, de Nuestra Señora de la Balbanera.
Naturalmente que en torno a su cuarto, en vez de olas sa­ladas, se anda sobre el algodón de unas nubes de bienaven­turados.
- Hoy se cumplen -le digo- cuatrocientos cincuenta y nueve años del descubrimiento.
Le saludo y le felicito en italiano.
- Hábleme en castellano -me responde-, el italiano ape­nas lo entiendo.
- ¿Luego es verdad la tesis de que usted es gallego?
Sonríe.
-No lo sé; estoy hecho un verdadero lío. Tengo dos o tres cunas: Génova, Cataluña, Galicia. Y dos esqueletos: uno en Sevilla y otro en Santo Domingo.
- ¿De modo que no nos aclara nada?
- ¿Para qué? ¿En qué iba a entretenerme si no existie­ran estas polémicas? Aquí nos aburrimos un poco.
“Como vivimos tan poco tiempo sobre la tierra y luego tenemos toda una eternidad por delante para contarnos lo que hicimos, nuestras tertulias resultan monótonas”.
“Al pobre Homero le huímos. Nos sabemos ya de memo­ria su famosa Ilíada. ¡Y no le quiero hablar a usted de Dan­te! Como escribió sobre todo esto cuando aún estaba en el mundo, se cree el cronista oficial del Más Allá. En cuanto a Sócrates, se ha puesto imposible. Lleva siglos queriendo demostrarnos que él, en el fondo, no era pagano”.
Luego, tras una pausa, me pregunta:
- ¿Por qué hablan todavía latín en el Continente que descubrí? ¿No resulta un poco pedante?
- No se habla latín, don Cristóbal, sino español.
- ¡Ah! Como no oigo más que hablar de Latino América. Ya me chocaba; porque el único documento que llevamos en latín era una carta de los Reyes Católicos para el Gran Khan, que no fue entregada por falta de destinatario.
- Se ha desfigurado tanto todo aquello -le replico-. ¿Sabe usted que hace un mes, en una representación de un colegio extranjero, salía el niño que le representaba a usted, entre unos cocoteros pintados, enarbolando la bandera fran­cesa?
- Sí, ya lo sé; me hizo mucha gracia. Me figuro a Rodri­go de Triana gritando ante la playa, al amanecer: “¡Terre, terre; la voila!”.
- Dicen que llevaba usted al nuevo Continente la libertad y la democracia.
- La demo... ¿qué?
- Es una fórmula política.
-¡Ah, sí, muy antigua! La inventaron los griegos.
“No sé, es posible. ¡Se me acusa de tantas cosas! Parece ser que soy uno de los últimos que llegaron al Nuevo Mun­do; que antes que yo estuvieron los normandos, los poline­sios y los chinos. Si lo llego a saber, no embarco. O hubiera venido más modestamente, en un vapor de la Trasatlántica, y ya con mi carnet del Centro Gallego.
“Menos mal que, por lo menos, las Indias llevan mi nom­bre: Colombia”.
- Bueno, no quiero desilusionarle, pero así se llama úni­camente una nación, ilustre y culta, pero sólo una. El resto se denomina América, en honor de Américo Vespucio.
- Sí, ahora lo recuerdo. ¡Qué descarado este Américo Vespucio! ¡Lo que hace la propaganda, amigo mío!
Y añade con triste ironía:
- Sobre mí han dicho tantas cosas en las fiestas de la Raza. Me han abrumado con discursos, y con coronas de flo­res, que creen que me gustan. Para unos soy judío; para otros, portugués. En mi estatua de Barcelona estoy señalan­do, con mi dedo de piedra, al Mediterráneo. En una película inglesa boxeo con el Rey Don Fernando, mi señor. Unos historiadores afirman que soy un gran navegante; otros, que sabía menos geografía que el peor estudiante del bachille­rato. Hay biógrafos que me llaman bíblico y místico; otros, ávido mercader.
“Para algunos descubrí América gracias a que seguí el vuelo de unos loros. No falta quienes quieren canonizarme”.
- Desearía que usted -le apremio-, que está en el se­creto, me dijese la verdad.
- ¡La verdad! Amigo mío, se necesita mucha fuerza mi­litar para poder decirla. Cada siglo tiene su verdad. Voy a decirle cuál será la verdad acomodaticia para el siglo xx.
-¿Cuál?
- Diga usted que nací en América; en la Florida, o en cualquier otro lugar de la zona del dólar.
- Pero ¿y las carabelas?
-De construcción francesa. Las velas, holandesas; la brú­jula, de Inglaterra, “made in England”.
- ¿Salió de Palos?
- No especifique; se molestaría el Havre.
- ¿Los tripulantes?
- De la Europa occidental. Europeos; blancos, algo vago. El grumete diga que era antepasado del Presidente Auriol; eso hará muy buen efecto entre los intelectuales.
- Pero ¿y la Reina Isabel?
- Silencio. ¡Una Reina! Y castellana, y reaccionaria, y católica. No; no hable de ella. ¡Ah si pudiéramos decir que los navíos fueron armados por una república laica, con cré­ditos votados en el Parlamento y ante una iniciativa de la minoría socialista! Le aseguro que no hemos tenido suerte.
“Constantemente vienen a mi camarote, entre las nubes, muertos ilustres del siglo pasado y de éste, y todos me des­ilusionan. América, me dicen, nació con el descubrimiento de las alambradas. El barón de Humboldt es el verdadero descubridor de América. Hay dos descubrimientos de Amé­rica; el segundo es el que vale. Comienza con la invención de los frigoríficos ingleses. Anoche mismo me aseguraba una sombra ilustre: América no nace el 12 de octubre de 1492, sino el año 1734, cuando la Academia de Ciencias de París envió a La Condamine para medir el arco de meridiano, en el Ecuador.
Hemos salido a pasear sobre las nubes. Se había apagado ya el sonido de las arpas y el cielo parecía la sala de un con­cierto después de una audición.
Don Cristóbal ha saludado a una sombra venerable.
- ¿Quién es?
- Noé.
Y añade con cierta envidia :
- Por lo menos, ése navegó solo, sobre una tierra inun­dada. Y nadie le discute. Lo peor en este mundo, amigo mío, es la competencia.

© Agustín de Foxá, Conde de Foxá

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