Como ya vimos en un post anterior (ver primera nota relacionada), a Cristóbal Colón le han hecho ahora espía portugués.
La siguiente… “entrevista” a Don Cristóbal, de Agustín de Foxá (1903/1959), conde de Foxá, se inscribe en el retablo hecho de “curiosidades” -por utilizar un suave eufemismo…- del Almirante.
Don Cristóbal ha caído en la manía de amueblar su cuarto como el camarote de la Santa María, con una brújula, un mapa portugués, unos damascos rojos y una talla policromada, riojana, de Nuestra Señora de la Balbanera.
Naturalmente que en torno a su cuarto, en vez de olas saladas, se anda sobre el algodón de unas nubes de bienaventurados.
- Hoy se cumplen -le digo- cuatrocientos cincuenta y nueve años del descubrimiento.
Le saludo y le felicito en italiano.
- Hábleme en castellano -me responde-, el italiano apenas lo entiendo.
- ¿Luego es verdad la tesis de que usted es gallego?
Sonríe.
-No lo sé; estoy hecho un verdadero lío. Tengo dos o tres cunas: Génova, Cataluña, Galicia. Y dos esqueletos: uno en Sevilla y otro en Santo Domingo.
- ¿De modo que no nos aclara nada?
- ¿Para qué? ¿En qué iba a entretenerme si no existieran estas polémicas? Aquí nos aburrimos un poco.
“Como vivimos tan poco tiempo sobre la tierra y luego tenemos toda una eternidad por delante para contarnos lo que hicimos, nuestras tertulias resultan monótonas”.
“Al pobre Homero le huímos. Nos sabemos ya de memoria su famosa Ilíada. ¡Y no le quiero hablar a usted de Dante! Como escribió sobre todo esto cuando aún estaba en el mundo, se cree el cronista oficial del Más Allá. En cuanto a Sócrates, se ha puesto imposible. Lleva siglos queriendo demostrarnos que él, en el fondo, no era pagano”.
Luego, tras una pausa, me pregunta:
- ¿Por qué hablan todavía latín en el Continente que descubrí? ¿No resulta un poco pedante?
- No se habla latín, don Cristóbal, sino español.
- ¡Ah! Como no oigo más que hablar de Latino América. Ya me chocaba; porque el único documento que llevamos en latín era una carta de los Reyes Católicos para el Gran Khan, que no fue entregada por falta de destinatario.
- Se ha desfigurado tanto todo aquello -le replico-. ¿Sabe usted que hace un mes, en una representación de un colegio extranjero, salía el niño que le representaba a usted, entre unos cocoteros pintados, enarbolando la bandera francesa?
- Sí, ya lo sé; me hizo mucha gracia. Me figuro a Rodrigo de Triana gritando ante la playa, al amanecer: “¡Terre, terre; la voila!”.
- Dicen que llevaba usted al nuevo Continente la libertad y la democracia.
- La demo... ¿qué?
- Es una fórmula política.
-¡Ah, sí, muy antigua! La inventaron los griegos.
“No sé, es posible. ¡Se me acusa de tantas cosas! Parece ser que soy uno de los últimos que llegaron al Nuevo Mundo; que antes que yo estuvieron los normandos, los polinesios y los chinos. Si lo llego a saber, no embarco. O hubiera venido más modestamente, en un vapor de la Trasatlántica, y ya con mi carnet del Centro Gallego.
“Menos mal que, por lo menos, las Indias llevan mi nombre: Colombia”.
- Bueno, no quiero desilusionarle, pero así se llama únicamente una nación, ilustre y culta, pero sólo una. El resto se denomina América, en honor de Américo Vespucio.
- Sí, ahora lo recuerdo. ¡Qué descarado este Américo Vespucio! ¡Lo que hace la propaganda, amigo mío!
Y añade con triste ironía:
- Sobre mí han dicho tantas cosas en las fiestas de la Raza. Me han abrumado con discursos, y con coronas de flores, que creen que me gustan. Para unos soy judío; para otros, portugués. En mi estatua de Barcelona estoy señalando, con mi dedo de piedra, al Mediterráneo. En una película inglesa boxeo con el Rey Don Fernando, mi señor. Unos historiadores afirman que soy un gran navegante; otros, que sabía menos geografía que el peor estudiante del bachillerato. Hay biógrafos que me llaman bíblico y místico; otros, ávido mercader.
“Para algunos descubrí América gracias a que seguí el vuelo de unos loros. No falta quienes quieren canonizarme”.
- Desearía que usted -le apremio-, que está en el secreto, me dijese la verdad.
- ¡La verdad! Amigo mío, se necesita mucha fuerza militar para poder decirla. Cada siglo tiene su verdad. Voy a decirle cuál será la verdad acomodaticia para el siglo xx.
-¿Cuál?
- Diga usted que nací en América; en la Florida, o en cualquier otro lugar de la zona del dólar.
- Pero ¿y las carabelas?
-De construcción francesa. Las velas, holandesas; la brújula, de Inglaterra, “made in England”.
- ¿Salió de Palos?
- No especifique; se molestaría el Havre.
- ¿Los tripulantes?
- De la Europa occidental. Europeos; blancos, algo vago. El grumete diga que era antepasado del Presidente Auriol; eso hará muy buen efecto entre los intelectuales.
- Pero ¿y la Reina Isabel?
- Silencio. ¡Una Reina! Y castellana, y reaccionaria, y católica. No; no hable de ella. ¡Ah si pudiéramos decir que los navíos fueron armados por una república laica, con créditos votados en el Parlamento y ante una iniciativa de la minoría socialista! Le aseguro que no hemos tenido suerte.
“Constantemente vienen a mi camarote, entre las nubes, muertos ilustres del siglo pasado y de éste, y todos me desilusionan. América, me dicen, nació con el descubrimiento de las alambradas. El barón de Humboldt es el verdadero descubridor de América. Hay dos descubrimientos de América; el segundo es el que vale. Comienza con la invención de los frigoríficos ingleses. Anoche mismo me aseguraba una sombra ilustre: América no nace el 12 de octubre de 1492, sino el año 1734, cuando la Academia de Ciencias de París envió a La Condamine para medir el arco de meridiano, en el Ecuador.
Hemos salido a pasear sobre las nubes. Se había apagado ya el sonido de las arpas y el cielo parecía la sala de un concierto después de una audición.
Don Cristóbal ha saludado a una sombra venerable.
- ¿Quién es?
- Noé.
Y añade con cierta envidia :
- Por lo menos, ése navegó solo, sobre una tierra inundada. Y nadie le discute. Lo peor en este mundo, amigo mío, es la competencia.
La siguiente… “entrevista” a Don Cristóbal, de Agustín de Foxá (1903/1959), conde de Foxá, se inscribe en el retablo hecho de “curiosidades” -por utilizar un suave eufemismo…- del Almirante.
Don Cristóbal ha caído en la manía de amueblar su cuarto como el camarote de la Santa María, con una brújula, un mapa portugués, unos damascos rojos y una talla policromada, riojana, de Nuestra Señora de la Balbanera.
Naturalmente que en torno a su cuarto, en vez de olas saladas, se anda sobre el algodón de unas nubes de bienaventurados.
- Hoy se cumplen -le digo- cuatrocientos cincuenta y nueve años del descubrimiento.
Le saludo y le felicito en italiano.
- Hábleme en castellano -me responde-, el italiano apenas lo entiendo.
- ¿Luego es verdad la tesis de que usted es gallego?
Sonríe.
-No lo sé; estoy hecho un verdadero lío. Tengo dos o tres cunas: Génova, Cataluña, Galicia. Y dos esqueletos: uno en Sevilla y otro en Santo Domingo.
- ¿De modo que no nos aclara nada?
- ¿Para qué? ¿En qué iba a entretenerme si no existieran estas polémicas? Aquí nos aburrimos un poco.
“Como vivimos tan poco tiempo sobre la tierra y luego tenemos toda una eternidad por delante para contarnos lo que hicimos, nuestras tertulias resultan monótonas”.
“Al pobre Homero le huímos. Nos sabemos ya de memoria su famosa Ilíada. ¡Y no le quiero hablar a usted de Dante! Como escribió sobre todo esto cuando aún estaba en el mundo, se cree el cronista oficial del Más Allá. En cuanto a Sócrates, se ha puesto imposible. Lleva siglos queriendo demostrarnos que él, en el fondo, no era pagano”.
Luego, tras una pausa, me pregunta:
- ¿Por qué hablan todavía latín en el Continente que descubrí? ¿No resulta un poco pedante?
- No se habla latín, don Cristóbal, sino español.
- ¡Ah! Como no oigo más que hablar de Latino América. Ya me chocaba; porque el único documento que llevamos en latín era una carta de los Reyes Católicos para el Gran Khan, que no fue entregada por falta de destinatario.
- Se ha desfigurado tanto todo aquello -le replico-. ¿Sabe usted que hace un mes, en una representación de un colegio extranjero, salía el niño que le representaba a usted, entre unos cocoteros pintados, enarbolando la bandera francesa?
- Sí, ya lo sé; me hizo mucha gracia. Me figuro a Rodrigo de Triana gritando ante la playa, al amanecer: “¡Terre, terre; la voila!”.
- Dicen que llevaba usted al nuevo Continente la libertad y la democracia.
- La demo... ¿qué?
- Es una fórmula política.
-¡Ah, sí, muy antigua! La inventaron los griegos.
“No sé, es posible. ¡Se me acusa de tantas cosas! Parece ser que soy uno de los últimos que llegaron al Nuevo Mundo; que antes que yo estuvieron los normandos, los polinesios y los chinos. Si lo llego a saber, no embarco. O hubiera venido más modestamente, en un vapor de la Trasatlántica, y ya con mi carnet del Centro Gallego.
“Menos mal que, por lo menos, las Indias llevan mi nombre: Colombia”.
- Bueno, no quiero desilusionarle, pero así se llama únicamente una nación, ilustre y culta, pero sólo una. El resto se denomina América, en honor de Américo Vespucio.
- Sí, ahora lo recuerdo. ¡Qué descarado este Américo Vespucio! ¡Lo que hace la propaganda, amigo mío!
Y añade con triste ironía:
- Sobre mí han dicho tantas cosas en las fiestas de la Raza. Me han abrumado con discursos, y con coronas de flores, que creen que me gustan. Para unos soy judío; para otros, portugués. En mi estatua de Barcelona estoy señalando, con mi dedo de piedra, al Mediterráneo. En una película inglesa boxeo con el Rey Don Fernando, mi señor. Unos historiadores afirman que soy un gran navegante; otros, que sabía menos geografía que el peor estudiante del bachillerato. Hay biógrafos que me llaman bíblico y místico; otros, ávido mercader.
“Para algunos descubrí América gracias a que seguí el vuelo de unos loros. No falta quienes quieren canonizarme”.
- Desearía que usted -le apremio-, que está en el secreto, me dijese la verdad.
- ¡La verdad! Amigo mío, se necesita mucha fuerza militar para poder decirla. Cada siglo tiene su verdad. Voy a decirle cuál será la verdad acomodaticia para el siglo xx.
-¿Cuál?
- Diga usted que nací en América; en la Florida, o en cualquier otro lugar de la zona del dólar.
- Pero ¿y las carabelas?
-De construcción francesa. Las velas, holandesas; la brújula, de Inglaterra, “made in England”.
- ¿Salió de Palos?
- No especifique; se molestaría el Havre.
- ¿Los tripulantes?
- De la Europa occidental. Europeos; blancos, algo vago. El grumete diga que era antepasado del Presidente Auriol; eso hará muy buen efecto entre los intelectuales.
- Pero ¿y la Reina Isabel?
- Silencio. ¡Una Reina! Y castellana, y reaccionaria, y católica. No; no hable de ella. ¡Ah si pudiéramos decir que los navíos fueron armados por una república laica, con créditos votados en el Parlamento y ante una iniciativa de la minoría socialista! Le aseguro que no hemos tenido suerte.
“Constantemente vienen a mi camarote, entre las nubes, muertos ilustres del siglo pasado y de éste, y todos me desilusionan. América, me dicen, nació con el descubrimiento de las alambradas. El barón de Humboldt es el verdadero descubridor de América. Hay dos descubrimientos de América; el segundo es el que vale. Comienza con la invención de los frigoríficos ingleses. Anoche mismo me aseguraba una sombra ilustre: América no nace el 12 de octubre de 1492, sino el año 1734, cuando la Academia de Ciencias de París envió a La Condamine para medir el arco de meridiano, en el Ecuador.
Hemos salido a pasear sobre las nubes. Se había apagado ya el sonido de las arpas y el cielo parecía la sala de un concierto después de una audición.
Don Cristóbal ha saludado a una sombra venerable.
- ¿Quién es?
- Noé.
Y añade con cierta envidia :
- Por lo menos, ése navegó solo, sobre una tierra inundada. Y nadie le discute. Lo peor en este mundo, amigo mío, es la competencia.
© Agustín de Foxá, Conde de Foxá
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