sábado, 14 de noviembre de 2009

El momento más importante de la vida de Sean Connery

¿El momento más importante de mi vida?- Y Sean Connery -alto, fuerte, bronco, tostado por el sol-, dudó un instante y se puso a juguetear con la cinta de su sombrero Stetson gris claro, mirando a lo lejos.
Estábamos en Almería, o exactamente a 29 kilómetros de esta ciudad, una de las ocho que conforman la sureña provincia española de Andalucía. El sol brillaba en el cielo, pero la mañana, casi el amanecer, era fresca, cosa rara en esas latitudes. Por eso yo me había puesto un suéter.
Caballos y destellos acerados que venían de cañones de rifles emboscados. Todo, o casi todo, era de guardarropía.
Se rodaba Shalako, una superproducción de Edward Dmytryk, producida por Euan Lloyd, filmada en setenta milímetros, en technicolor y widescreen, que distribuiría Palomar Pictures en los Estados Unidos y Anglo Amalgamated en Inglaterra. (Copio estos datos del block en que los anoté, que todavía conservo; no crean que tengo una memoria prodigiosa).
Sean Connery había sustituído temporalmente el esmóquin blanco y la Walter del 7'65 de James Bond por la cazadora de ante y el Colt 45 del llanero, o habitante de las Grandes Llanuras norteamericanas de finales del siglo XIX.
Compartían honores estelares con él, Brigitte Bardot, Stephen Boyd -de quien me hice muy amigo, pero ésta es otra historia-, Peter Van Eyck, Jack Hawkins, Honor Blackman y Woody Strode. Un elenco bueno para una película mala.
- ¿El momento más importante de mi vida?-, repitió Sean Connery, mirándome de hito en hito. Y luego, sonriendo, me dijo:
- ¿Y ha venido usted hasta aquí para preguntarme esto?
- Bueno
-le contesté-, no supondrá usted que he venido, como todos, a preguntarle qué piensa de James Bond...
Sonrió otra vez e hizo un ademán ambiguo con la mano diestra:
- ¡Al diablo con James Bond...!
Después de permanecer callado durante unos segundos, me dijo lo siguiente, que copio del block que usé entonces, en el que todavía se leen mis anotaciones, hechas con una pluma estilográfica muy rara, pero muy funcional, que me regaló un amigo japonés y perdí al cabo de algunos años, como he perdido tantas otras cosas.
“Yo creo que el momento más importante de mi vida fue cuando me licencié de la Marina. Me enrolé en ella a los dieciséis años y pasé muchos tratando de hacerme un lobo de mar, sin conseguirlo. Surqué los siete mares y conocí ciudades remotas, tipos curiosos y me familiaricé con costumbres extrañas. Pero nada de todo esto me hizo vibrar de un modo especial. Lo mío no era el mar, ni los barcos. El día en que me encontré en un muelle con mi petate a cuestas, libre al fin, con el mundo por frontera, el cielo sobre mi juventud, ganas de hacer algo importante y una vocecilla que me decía al oído que era el dueño de mi destino por primera vez en mi vida, comprendí que ese momento era crucial en mi existencia. Se abría ante mí la posibilidad de hacer algo que definiera mi devenir posterior, la posibilidad de 'ser alguien', cosa que siempre ambicioné. Allí estaba, sólo conmigo mismo, con la facilidad de ir adonde quisiera, de hacer lo que me viniera en gana, bajo aquel sol agobiante y con el peso de una experiencia anormal a mis años que, indudablemente, me iba a venir muy bien en el futuro. He recordado después, muchas veces, aquel momento y he llegado a la conclusión, al cabo de los años, de que fue el momento más decisivo, más importante de mi vida. Yo me he hecho a mí mismo, ¿sabe? Todo lo que tengo ahora me lo debo a mí y a nadie más que a mí. Soy realista y duro. Lo he pasado mal en la vida. ¿Sabe que he sido camionero y he descargado cántaros de leche en Escocia? Por eso ahora, que he llegado, conservo los pies sobre la tierra y no me dejo deslumbrar por nada. La vida es así, amigo mío. En pleno siglo veinte, más cerca del final que del principio, no puede uno andarse con romanticismos ni con tonterías. Y ahora, perdóneme, pero tengo que volver a rodar".
Dijo Sean Connery. Luego se fue adonde estaba su caballo, un magnifico alazán, montó en él ágilmente y partió al trote largo hacia las cámaras.
La última vez que vi a Sean Connery, precisamente en Buenos Aires, volví a hacerle la misma pregunta y me dio la misma respuesta.



© José Luis Alvarez Fermosel

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