sábado, 14 de noviembre de 2009

Aires Buenos de Buenos Aires

La Buenos Aires babélica y paradójica de la calle Corrientes -que nunca duerme, según el tango-, los teatros, los cafés, las pizzerías, las galerías comerciales y las eternas calles rotas, está personalizada también por sus plazas, sus parques y sus monumentos. Caminante, no pases sin mirarlos...y no los mires sin verlos.
Pasear sin prisa no es fácil, dado el ritmo trepidante de la “Buenos Aires bella en su bruma cortesana,/en su alcohol...” del poema de Julio Huasi, pero es interesante.
La andadura puede empezar en la intersección de la calle Corrientes y la Avenida 9 de Julio, donde se yergue un obelisco erigido en 1936 para conmemorar el cuarto centenario de la primera fundación de Buenos Aires.
Porque la llamada Reina del Plata es tan original que ha sido fundada dos veces. La primera por el español Pedro de Mendoza, en 1536, y la segunda por Juan de Garay, de la misma nacionalidad, el 11 de junio de 1580.
El Obelisco mide 67.50 metros de altura y está asentado sobre las bóvedas de dos subterráneos. Es hueco y lo recorre por dentro una escalera marinera, que sube hasta la afilada cúspide. Fue diseñado por el arquitecto Alberto Prebisch -que no tuvo nada que ver con el economista del mismo apellido- y se construyó en 60 días.
No lejos del Obelisco, en la Plaza de Mayo, está el monumento más antiguo y representativo del país: la Pirámide de Mayo, símbolo de la República, que data de principios del siglo XIX y es obra de Francisco Cañete.
En la Plaza de Colón está el Monumento de Cristóbal Colón, inaugurado en 1920 y donado por la colonia italiana. La estatua es de mármol de Carrara.
No podía faltar, en un país tan itálico como Argentina, un monumento a Garibaldi. Está en la Plaza de Italia, lógicamente. Hay otro a la Carta Magna y a las Cuatro Regiones Argentinas, conocido como el Monumento de los Españoles.
El máximo prócer argentino, el general José de San Martin, tiene su monumento frente a la estación de ferrocarril de Retiro. Su autor fue el francés Luis J. Daumas y el barroco grupo escultórico fue costeado por la municipalidad de Buenos Aires y un grupo de particulares. Se Inauguró el 13 de Julio de 1862. Su base fue elevada en 1910 para instalar figuras alegóricas a la campaña libertadora.
Entre tantos otros monumentos interesantes merecen especial mención los autómatas del Congreso: dos ciclópeas figuras de bronce que simulan golpear con mazas la campana de plata y cobre, de cuatro toneladas, de un reloj instalado en el último piso de la Caja del Estado, frente al monumento de los dos Congresos.
El figurativo artefacto fue montado en 1926 por Francisco Rebaudenco. Hecho en Turin por los hermanos Mlroglio, el reloj se inspiró en la llamada Torre del Reloj levantada en Venecla por Mauro Coducci en 1846.
El grupo escultórico que remata el rascacielos Atlas es una réplica exacta de otro erigido en la Catedral de San Marcos.
La estatua El Pensador de la Plaza del Congreso, frente al espectacular edificio neoclásico-barroco del Palacio de las Leyes, tiene su original en el panteón de París. Rodin, además del original, hizo dos copias: una la ya mencionada y otra que está en Nueva York.
Otro francés, el arquitecto que levantó la Estatua de la Libertad a la entrada del puerto de Nueva York, diseñó el Palacio del Correo Central de Buenos Aires.
Patios, puertas, cancelas...: “portones amplios, limpios, umbríos...”, dice el verso de Mario Binettl.
La iglesia ortodoxa rusa de la Calle Brasil, edificada a semejanza de los templos moscovitas del siglo XVII, con sus cúpulas bulbosas, acebolladas, de un verde plomizo, se recorta en el cielo de San Telmo, cobijando la historia de Buenos Aires colonial…
El templo, cuyo policromo altar mayor es una verdadera obra de arte, fue inaugurado el 6 de diciembre de 1901. Es la primera Iglesia Ortodoxa de la América de habla española.
Al final del paseo propuesto al principio puede uno encontrarse, por ejemplo, con el rostro pétreo de una mítica deidad que preside mayestáticamente la terraza de un edificio “Art Nouveau”, en la calle Rivadavia 2031, que los porteños o habitantes de Buenos Aires dicen que es la más larga del mundo.
Esa cara inmensa, de cuya barba selvática emergen los travesaños de una churrigueresca balaustrada, se asemeja al mascarón de proa de una antigua nao aventurera y parece contemplar, con hiératica estolidez, el azacaneo del viandante por la ciudad atrafagada y variopinta.

© José Luis Alvarez Fermosel

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