Quizás adquiera un día de éstos por lo menos uno de los tres libros del profesor español, o catalán, Sebastià Serrano sobre comunicación (El regalo de la comunicación, El instinto de la seducción y Los secretos de la felicidad), que dicen que constituyen un tratado esencial de la comunicación, casi completamente perdida hoy en día.
Un trabajo de Ferrán Ramón Cortés publicado en la revista de los domingos del diario El País de Madrid cita al profesor Serrano.
Uno se ha referido en innumerables ocasiones en este blog y en otros medios a la incomunicación, de la que sabe un rato largo, incluso antes de ver las películas de Antonioni.
Uno prefiere la incomunicación a la mala comunicación. Lanzado ya se atreve a citar un ejemplo, uno solo, de la mala comunicación reinante en la actualidad en Argentina, ni qué hablar en España, y creo que ya en casi todo el mundo.
Hoy, domingo, fui a uno de esos grandes supermercados en los que expenden medicinas y artículos de perfumería. Tienen una caja especial donde se pagan facturas –la del gas, la de la luz, la del teléfono, etc.-, como en los bancos. Pago fácil, lo llaman.
Entré en el local, saludé y pregunté que, si a pesar de ser domingo, aceptaban el pago fácil. La chica me contestó que todavía no.
- ¿Puedes decirme cuándo, por favor? –le pregunté-.
- No sé; venga dentro de veinte minutos, a ver…
Me di una vuelta por la ciudad endomingada, con matrimonios jóvenes con niños y otras parejas mayores que habían salido a pasear bajo el incierto sol de una tarde desangelada. Algunos turistas brasileños, casi todos gigantescos, todos con pantalones cortos iban de un lado para otro con caras de no tenerlas todas consigo. Me pregunto por qué los brasileños van siempre a todas partes con pantalones cortos, aunque haga frío. Claro, como en Brasil hace tanto calor…
Un hombre relativamente joven, de buen aspecto, con la nuez de Adan muy saliente, cantaba el tango Caminito de espaldas a una lujosa tienda de venta de ropa de caballeros, con un platillo para recibir monedas a sus pies.
Volví al supermercado de la salud y la higiene, pasados cuarenta y cinco minutos largos. Me atendió una muchacha que no supo informarme. Se la veía desganada. Cierto, no es muy agradable trabajar en domingo:
- ¿Hay pago fácil? –preguntó otra empleada que no era la que me había mandado a pasear antes.
- Ssssssssí… -contestó la otra, aún con menos ganas.
- ¿Puede ir el señor?
- ¡Bueno, que venga!
Fui, entregué mis cuentas, el dinero. La chica hizo una serie de operaciones complicadas –estas cosas no son fáciles, ya se sabe- y empezó a tratar de darme el cambio. Me ofrecí a redondearlo a su favor con unas monedas –en Argentina circulan muy pocas monedas, al menos legalmente, y por tanto son muy codiciadas-.
La muchacha me ignoró olímpicamente, me señaló los recibos que había tirado sobre un pequeño mostrador para que yo los recogiera, junto con el cambio, y volvió la cara para no tener que responder a mi saludo de despedida.
La comunicación, la mala comunicación, la incomunicación…
Digámoslo de una vez por todas y con todas las letras. La educación, lo que falta es la buena educación.
Un trabajo de Ferrán Ramón Cortés publicado en la revista de los domingos del diario El País de Madrid cita al profesor Serrano.
Uno se ha referido en innumerables ocasiones en este blog y en otros medios a la incomunicación, de la que sabe un rato largo, incluso antes de ver las películas de Antonioni.
Uno prefiere la incomunicación a la mala comunicación. Lanzado ya se atreve a citar un ejemplo, uno solo, de la mala comunicación reinante en la actualidad en Argentina, ni qué hablar en España, y creo que ya en casi todo el mundo.
Hoy, domingo, fui a uno de esos grandes supermercados en los que expenden medicinas y artículos de perfumería. Tienen una caja especial donde se pagan facturas –la del gas, la de la luz, la del teléfono, etc.-, como en los bancos. Pago fácil, lo llaman.
Entré en el local, saludé y pregunté que, si a pesar de ser domingo, aceptaban el pago fácil. La chica me contestó que todavía no.
- ¿Puedes decirme cuándo, por favor? –le pregunté-.
- No sé; venga dentro de veinte minutos, a ver…
Me di una vuelta por la ciudad endomingada, con matrimonios jóvenes con niños y otras parejas mayores que habían salido a pasear bajo el incierto sol de una tarde desangelada. Algunos turistas brasileños, casi todos gigantescos, todos con pantalones cortos iban de un lado para otro con caras de no tenerlas todas consigo. Me pregunto por qué los brasileños van siempre a todas partes con pantalones cortos, aunque haga frío. Claro, como en Brasil hace tanto calor…
Un hombre relativamente joven, de buen aspecto, con la nuez de Adan muy saliente, cantaba el tango Caminito de espaldas a una lujosa tienda de venta de ropa de caballeros, con un platillo para recibir monedas a sus pies.
Volví al supermercado de la salud y la higiene, pasados cuarenta y cinco minutos largos. Me atendió una muchacha que no supo informarme. Se la veía desganada. Cierto, no es muy agradable trabajar en domingo:
- ¿Hay pago fácil? –preguntó otra empleada que no era la que me había mandado a pasear antes.
- Ssssssssí… -contestó la otra, aún con menos ganas.
- ¿Puede ir el señor?
- ¡Bueno, que venga!
Fui, entregué mis cuentas, el dinero. La chica hizo una serie de operaciones complicadas –estas cosas no son fáciles, ya se sabe- y empezó a tratar de darme el cambio. Me ofrecí a redondearlo a su favor con unas monedas –en Argentina circulan muy pocas monedas, al menos legalmente, y por tanto son muy codiciadas-.
La muchacha me ignoró olímpicamente, me señaló los recibos que había tirado sobre un pequeño mostrador para que yo los recogiera, junto con el cambio, y volvió la cara para no tener que responder a mi saludo de despedida.
La comunicación, la mala comunicación, la incomunicación…
Digámoslo de una vez por todas y con todas las letras. La educación, lo que falta es la buena educación.
© José Luis Alvarez Fermosel
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