miércoles, 21 de abril de 2010

Por su bien II

Si uno tiene la suerte de encontrar buenos restaurantes, en los que la relación producto-servicio-precio sea buena, excusado es decir que son los que uno tiene que frecuentar.
Conviene en esos locales hacerse amigo de dueños, socios, cocineros, maîtres y camareros (a estos últimos hay que darles propinas suntuarias).
Algo curioso: cuando los precios suben en los restaurantes baja automáticamente la calidad de la comida y la atención de los mozos deja de ser buena. Es matemático. No falla nunca. No es lógico, ya lo sé. Pero siempre pasa lo mismo. No sé por qué.
Llega, entonces, el momento de buscar nuevos horizontes gastronómicos.
Obvio es recordar que si el restaurante está siempre muy concurrido es conveniente, o mejor dicho necesario reservar mesa antes de ir.
Sabido es que antes de entrar hay que dejar pasar primero a la santa esposa, o a la señora con quien vayamos. Una vez dentro del local uno tiene que adelantarse, abrirse camino entre la gente, ponerse enseguida en manos del maître y que éste nos consiga una buena mesa.
Esto es elemental, pero no suele hacerse, casi nunca vemos a un caballero que lo haga. Lo que es peor, no se ayuda a la señora a que se despoje de su abrigo, no se la acompaña hasta la mesa y se le arrima la silla. Por lo general el caballero, es decir… el hombre llega, se sienta, agarra la carta, se pone a estudiarla y la señora se las arregla sola para todo.
Hablando de la carta, recordemos que hay que pedir sólo una. El caballero se la leerá a la dama hasta que ella elija lo que quiere comer. Es común que el señor haga alguna sugerencia o que la señora delegue en él para planear el menú.
En algunos comederos sofisticados el sommelier descorcha la botella de vino y nos ofrece el corcho para que lo olfateemos, como un perro perdiguero una liebre oculta entre la maleza.
Es un detalle esnob. Oliendo el vino en la copa, una vez servido, y bebiendo acto seguido un sorbo se tiene mejor idea de su calidad. Lo ideal es que el mozo vaya sirviéndolo en las copas, a medida que se consume. Deberá hacerlo, sí o sí, con la sangría, que viene en una jarra pesada y el pitorro se presta a que deje salir más vino del normal y se manche la mesa, si no se tiene buen pulso. Ellos están más acostumbrados.
Con respecto a los camareros, piense que tienen muchas horas de vuelo y buen ojo. En seguido catalogan: el tacaño, el que bebe demasiado, el que habla a gritos, el discutidor, el maníaco, el caballero…. Trate usted, amigo, de encajar a la perfección en la útima categoría. Le ayudará una propina generosa y el conjunto le garantizará siempre una atención especial.
Tenga en cuenta todo esto. Por su bien.


© José Luis Alvarez Fermosel

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