miércoles, 8 de julio de 2009

Perro y gato

“Se llevan (tan mal) como el perro y el gato”. Esta frase, incrustada hace mucho tiempo en nuestra mitología de andar por casa, quiere reflejar una mala relación, y hacerla proverbial, entre perro y gato que, en realidad, no existe.
Alguien tiró un día la sentencia que voló, cayó en terreno abonado, creció y se quedó entre nosotros, como tantos otros mitos: el perro y el gato se llevan mal.
La verdad es que ni el perro, ni el gato, ni ningún animal se lleva mal con otro, sino el hombre, que fue quien azuzó un día a un perro contra un gato.
Somos nosotros, los seres humanos, quienes sin ninguna humanidad lanzamos a unos animales contra otros: a los caballos y los perros en la caza del zorro y a los galgos tras las liebres; somos los hombres quienes creamos, para ganar dinero con las apuestas, las riñas de gallos, las luchas entre perros, matamos a tiros de escopeta a las crías de las palomas en el… “deporte” llamado tiro de pichón y hostigamos al jabalí con lebreles adiestrados para la caza.
Los animales no tienen nada contra nosotros; somos nosotros quienes los despreciamos porque son feos (algunos), los maltratamos, los acosamos y los cazamos a tiros o a machetazos –yo mismo confieso, contrito, que he cazado jabalíes a cuchillo-.
El pez grande se come al chico, la leona apresa a la bella gacela Thompson, la degüella y se la lleva a su macho y a sus cachorros para que coman. Otros animales salvajes hacen lo mismo, pero lo hacen por necesidad, porque no tienen otro medio de subsistir. Un animal, por más feroz que sea, no ataca a otro porque sí. Entre otras razones porque no siente odio, ni envidia, ni despecho, ni compite, a no ser por amor y la lucha es más fingida que real.
Yo he visto en las hermosas noches de luna africanas beber juntos en la misma charca al león, al antílope, a la hiena y a la cebra. Una vez satisfecha su sed, cada uno se iba por su lado, en silencio y en paz.
Lo he contado varias veces –lo haré una vez más, sin que me importe un bledo que no me crean-. Una noche, en la Yebala, en el Rif (1), un chacal entró en mi tienda de campaña, brujuleó un buen rato por todas partes, tiró una estatuilla de barro que había sobre un pequeño baúl, se asustó, salió y volvió a entrar.
Yo tenía un revólver encima de una caja vacía de botellas de cerveza Guinness, que me servía de mesita de luz. Por más que estiraba la mano haciéndome el dormido, con una cautela infinita, no llegaba mas que a rozar la culata con los dedos.
En un momento dado, el chacal se acercó a mi litera, me olfateó, me dio dos o tres lametazos y se fue.
Pasen medio minuto viendo el vídeo que ilustra esta nota y comprobarán que el perro y el gato se llevan bien, sobre todo si se han criado juntos.

(1) Región norteafricana del noroeste de Marruecos.


© José Luis Alvarez Fermosel


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