Hay un grupo, o logia belga, la Internacional Pastelera, que se dedica a elaborar tortas de crema y a entrenar a un equipo de lanzadores, encargados de tirárselas a la cara a aquellas personas que se creen importantísimas y desprecian a cuantos los rodean, o que a juicio de la logia son excesivamente acartonadas, petulantes o engreídas.
Han recibido tortazos de crema, entre otros, la escritora francesa Marguerite Donnadieu –que utilizaba el seudónimo de Marguerite Dura-, el cantante de la misma nacionalidad Patrick Bruel, el filósofo argelino Bernard-Henry Lévy y el estadounidense Bill Gates, el emperador del Silicon Valley (1).
A mí la iniciativa me parece fantástica. Total, las tortazos de crema Chantilly (2) no hacen daño, no ofenden como, por ejemplo, la bofetada, que es tan humillante, tan dolorosa y le deja a uno sin saber cómo reaccionar, porque en ese momento no se acuerda de lo de poner la otra mejilla; en todo caso, si la agresora es una señora siempre le queda a uno el recurso de decir: “Manos blancas no ofenden (3)”.
El impacto de una buena torta de crema en la cara le baja los humos al más pintado. El único perjuicio que puede esgrimir el escogido para recibir el varapalo es que la crema de la torta le haya manchado la corbata, o la blusa, si se trata de una mujer.
Que el damnificado mande la prenda que sea a la tintorería y la Internacional Pastelera se haga cargo de la cuenta.
¡Cuántos hociquillos respingados, cuántas testas como esculpidas en mármol, cuántas expresiones de altanería quedan purificadas al recibir un buen pastelazo en plena cara!: como el campo sucio cuando cae la nieve sobre él y lo deja inmaculado, y la imagen no es gratuita, pues la crema Chantilly es blanca como la nieve.
Me encantaría que en Buenos Aires hubiera una delegación de la Internacional Pastelera Belga. ¡Hay aquí tántos merecedores de esa punición, por así llamarla, cuando no de otras más severas…!
En tales casos queda siempre el consuelo de darle un lametazo a parte de la crema que le embadurne a uno el rostro, una vez disipada la primera impresión de sorpresa, de enojo o de rabia…
Cambiando de tema, o yendo a una variante del mismo: ¿se acuerdan –los más veteranos- de aquellas divertidas batallas con tortas de crema de las películas de Stan Laurel y Oliver Hardy, los hermanos Marx, el director Blake Edwards –el de Víctor Victoria- y tantas otras de tantos realizadores cinematográficos favorecidos con el don de hacer reir al prójimo, en vez de humillarlo?
Han recibido tortazos de crema, entre otros, la escritora francesa Marguerite Donnadieu –que utilizaba el seudónimo de Marguerite Dura-, el cantante de la misma nacionalidad Patrick Bruel, el filósofo argelino Bernard-Henry Lévy y el estadounidense Bill Gates, el emperador del Silicon Valley (1).
A mí la iniciativa me parece fantástica. Total, las tortazos de crema Chantilly (2) no hacen daño, no ofenden como, por ejemplo, la bofetada, que es tan humillante, tan dolorosa y le deja a uno sin saber cómo reaccionar, porque en ese momento no se acuerda de lo de poner la otra mejilla; en todo caso, si la agresora es una señora siempre le queda a uno el recurso de decir: “Manos blancas no ofenden (3)”.
El impacto de una buena torta de crema en la cara le baja los humos al más pintado. El único perjuicio que puede esgrimir el escogido para recibir el varapalo es que la crema de la torta le haya manchado la corbata, o la blusa, si se trata de una mujer.
Que el damnificado mande la prenda que sea a la tintorería y la Internacional Pastelera se haga cargo de la cuenta.
¡Cuántos hociquillos respingados, cuántas testas como esculpidas en mármol, cuántas expresiones de altanería quedan purificadas al recibir un buen pastelazo en plena cara!: como el campo sucio cuando cae la nieve sobre él y lo deja inmaculado, y la imagen no es gratuita, pues la crema Chantilly es blanca como la nieve.
Me encantaría que en Buenos Aires hubiera una delegación de la Internacional Pastelera Belga. ¡Hay aquí tántos merecedores de esa punición, por así llamarla, cuando no de otras más severas…!
En tales casos queda siempre el consuelo de darle un lametazo a parte de la crema que le embadurne a uno el rostro, una vez disipada la primera impresión de sorpresa, de enojo o de rabia…
Cambiando de tema, o yendo a una variante del mismo: ¿se acuerdan –los más veteranos- de aquellas divertidas batallas con tortas de crema de las películas de Stan Laurel y Oliver Hardy, los hermanos Marx, el director Blake Edwards –el de Víctor Victoria- y tantas otras de tantos realizadores cinematográficos favorecidos con el don de hacer reir al prójimo, en vez de humillarlo?
- Una torta de crema Chantilly grande, gruesa, pesada…
- ¿Cómo para cuántas porciones?
- No, si no es para comer, es para lanzar.
(1) Valle del Silicio en español, al sur de la bahía de San Francisco (California): el imperio de las compañías de alta tecnología, especializadas en informática.
(2) Creada por Vatel, cocinero del príncipe de Condé.
(3) Frase pronunciada por Francisco Tadeo Calomarde, ministro de Gracia y Justicia durante la restauración absolutista de Fernando VII, después de recibir una bofetada de la infanta Luisa Carlota durante un conflicto sucesorio por el trono de España.
- ¿Cómo para cuántas porciones?
- No, si no es para comer, es para lanzar.
(1) Valle del Silicio en español, al sur de la bahía de San Francisco (California): el imperio de las compañías de alta tecnología, especializadas en informática.
(2) Creada por Vatel, cocinero del príncipe de Condé.
(3) Frase pronunciada por Francisco Tadeo Calomarde, ministro de Gracia y Justicia durante la restauración absolutista de Fernando VII, después de recibir una bofetada de la infanta Luisa Carlota durante un conflicto sucesorio por el trono de España.
© José Luis Alvarez Fermosel
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