La patata procede de América. Fue traída de allí por los conquistadores a finales del siglo XVI. Llegó primero a La Coruña (una de las cuatro provincias gallegas), en cuyo puerto fondeaban muchas de las naves que venían del otro lado del océano.
Los famosos tercios españoles de Flandes (Países Bajos) las llevaron a Italia. A Alemania las trajo el corsario británico Francis Drake, a quien se levantó por ello una estatua en la ciudad alemana de Offenburg, tras haberse salvado sus habitantes de una hambruna terrible gracias a las patatas.
(Francis Drake era en 1580 el más famoso pirata al servicio de la corona inglesa. Cuando no se dedicaba a asaltar en pleno mar a los galeones españoles que volvían de América con las bodegas repletas de oro, plata y especias -lo que constituía su ocupación favorita-, curioseaba, por así decirlo, por uno y otro mar.
Quizá haya sido Drake el primer hombre blanco que fijó su mirada en un paraje entonces inhóspito en el que, andando el tiempo, se fundaría una ciudad llamada Mar del Plata.
Drake tenía apenas 35 años, allá por 1575, cuando navegó por el Atlántico y pasó con su nave piratesca frente al actual paralelo 39 de la América India. Recorrió una y otra vez esas costas y confeccionó cartas marinas, tomando como punto de referencia los accidentes geográficos más destacados. Un día observó con su largo catalejo de cobre centenares de bultos negros en un promontorio. Aproximó su nave y advirtió que los bultos eran lobos marinos -no lobos de mar, que no es lo mismo- “¡Cap Lob!”, bramó en su mal español. Y desde entonces, aquello fue Cap Lob sólo.
El pirata siguió viaje, llegó al Atlántico Sur y se convirtió en el primer inglés que cruzó el Estrecho de Magallanes, anotándose la primicia -como se diría hoy en términos periodísticos- de descubrir el accidente costero que bautizó como Cap Lob. Mucho tiempo después, cuando se fundó Mar del Plata -concretamente en 1874-, Cap Lob fue rebautizado como Lobería Chica. Después el lugar se hizo habitable, e incluso turístico, y se llamó Cabo Corrientes.
Drake fue honrado en 1581 con el título de Sir o Caballero, por la Reina Isabel I a bordo de la nao del osado pirata, “The Golden Hind”. Desde entonces se hizo llamar siempre Sir Francis Drake. En la ciudad californiana de San Francisco hay una avenida que lleva su nombre. Pocas veces, o nunca, alcanzó un pirata tantos honores.)
En Irlanda, la patata causó una gran explosión demográfica. La isla llegó a tener ocho millones de habitantes –el doble que ahora- en el siglo XIX. El hongo Phytophtora infestans malogró la cosecha de patatas, provocando una hambruna que cobró las vidas de un millón de personas y obligó a otras tantas a emigrar a los Estados Unidos.
Hemos tomado esos datos datos de la (muy interesante) revista Muy Interesante, que recuerda en un documentado y bien pergeñado trabajo de Guadalupe Henestrosa que los principales países productores del antaño humilde y hogaño tan popular tubérculo americano son China, Rusia, Polonia, Estados Unidos y Ucrania.
La patata, lo mismo que le pasó a otros alimentos procedentes de nuevas tierras, tuvo mala prensa, al principio. El farmacéutico y gastrónomo francés Antonio Parmentier hizo caso omiso de la fama de impía y venenosa que había cobrado y la introdujo en su país, donde la puso tan de moda que los cortesanos, e incluso el rey, llevaban un ramito de flores de patata en el ojal de la solapa izquierda de la casaca.
Las patatas, a pesar de todo, tardaron en popularizarse, por lo menos en Europa. Durante algún tiempo fue un manjar que adornó las mesas de las clases más adineradas. Pero su consumo terminó por generalizarse y hoy día son insustituibles.
Los famosos tercios españoles de Flandes (Países Bajos) las llevaron a Italia. A Alemania las trajo el corsario británico Francis Drake, a quien se levantó por ello una estatua en la ciudad alemana de Offenburg, tras haberse salvado sus habitantes de una hambruna terrible gracias a las patatas.
(Francis Drake era en 1580 el más famoso pirata al servicio de la corona inglesa. Cuando no se dedicaba a asaltar en pleno mar a los galeones españoles que volvían de América con las bodegas repletas de oro, plata y especias -lo que constituía su ocupación favorita-, curioseaba, por así decirlo, por uno y otro mar.
Quizá haya sido Drake el primer hombre blanco que fijó su mirada en un paraje entonces inhóspito en el que, andando el tiempo, se fundaría una ciudad llamada Mar del Plata.
Drake tenía apenas 35 años, allá por 1575, cuando navegó por el Atlántico y pasó con su nave piratesca frente al actual paralelo 39 de la América India. Recorrió una y otra vez esas costas y confeccionó cartas marinas, tomando como punto de referencia los accidentes geográficos más destacados. Un día observó con su largo catalejo de cobre centenares de bultos negros en un promontorio. Aproximó su nave y advirtió que los bultos eran lobos marinos -no lobos de mar, que no es lo mismo- “¡Cap Lob!”, bramó en su mal español. Y desde entonces, aquello fue Cap Lob sólo.
El pirata siguió viaje, llegó al Atlántico Sur y se convirtió en el primer inglés que cruzó el Estrecho de Magallanes, anotándose la primicia -como se diría hoy en términos periodísticos- de descubrir el accidente costero que bautizó como Cap Lob. Mucho tiempo después, cuando se fundó Mar del Plata -concretamente en 1874-, Cap Lob fue rebautizado como Lobería Chica. Después el lugar se hizo habitable, e incluso turístico, y se llamó Cabo Corrientes.
Drake fue honrado en 1581 con el título de Sir o Caballero, por la Reina Isabel I a bordo de la nao del osado pirata, “The Golden Hind”. Desde entonces se hizo llamar siempre Sir Francis Drake. En la ciudad californiana de San Francisco hay una avenida que lleva su nombre. Pocas veces, o nunca, alcanzó un pirata tantos honores.)
En Irlanda, la patata causó una gran explosión demográfica. La isla llegó a tener ocho millones de habitantes –el doble que ahora- en el siglo XIX. El hongo Phytophtora infestans malogró la cosecha de patatas, provocando una hambruna que cobró las vidas de un millón de personas y obligó a otras tantas a emigrar a los Estados Unidos.
Hemos tomado esos datos datos de la (muy interesante) revista Muy Interesante, que recuerda en un documentado y bien pergeñado trabajo de Guadalupe Henestrosa que los principales países productores del antaño humilde y hogaño tan popular tubérculo americano son China, Rusia, Polonia, Estados Unidos y Ucrania.
La patata, lo mismo que le pasó a otros alimentos procedentes de nuevas tierras, tuvo mala prensa, al principio. El farmacéutico y gastrónomo francés Antonio Parmentier hizo caso omiso de la fama de impía y venenosa que había cobrado y la introdujo en su país, donde la puso tan de moda que los cortesanos, e incluso el rey, llevaban un ramito de flores de patata en el ojal de la solapa izquierda de la casaca.
Las patatas, a pesar de todo, tardaron en popularizarse, por lo menos en Europa. Durante algún tiempo fue un manjar que adornó las mesas de las clases más adineradas. Pero su consumo terminó por generalizarse y hoy día son insustituibles.
Una receta fácil de preparar es la siguiente:
Patatas guisadas con huevos.
Se necesita: un kilo y medio de patatas que se cortarán en rodajas de un centímetro, más o menos, 4/6 rebanadas de pan de medio centímetro de grosor, una cebolla mediana picada, 4 huevos, 3 dientes de ajo fileteados, 2 cucharadas soperas de perejil fresco picado, una o dos hojas de laurel, aceite, sal, pimienta negra molida y agua.
Pochar (rehogar) los ajos en el aceite caliente. Cuando estén apenas dorados, sacarlos y reservarlos. En ese mismo aceite, freir las rebanadas de pan. Al igual que los ajos, se retirarán cuando estén doradas y se reservarán. En el aceite que quedó (si es necesario, agregar un poco más) pochar la cebolla y cuando esté dorada añadirle las rodajas de patatas. Verter agua sólo hasta cubrirlas. Echar el laurel y salpimentar.
Se aplastan los ajos y el pan y se deslíe todo con un poco del caldo de las patatas. Verter lo machacado junto con una de las cucharadas de perejil en la cocción. Cocinar hasta que las patatas estén al dente. Luego, con la ayuda de una espumadera, retirar los ingredientes y distribuir en una fuente para horno cuidando de no romper las patatas. Una vez bien distribuído todo, hacer 4 pequeños hoyos, uno para cada huevo. Se cascan éstos y se salan -principalmente las claras-.
Hornear a fuego alto. Retirar la fuente del horno cuando las claras hayan cuajado y se vean bien blancas y las yemas estén aún líquidas. Al servir, espolvorear por encima de cada plato con el perejil fresco reservado.
© José Luis Alvarez Fermosel
Notas relacionadas:
“Patatas”
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/12/patatas-papas.html)
“A buen hambre no hay pan duro”
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2007/10/buen-hambre-no-hay-pan-duro.html)
“No a la tortilla líquida servida en copa”
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/08/no-la-tortilla-lquida-servida-en-copa.html)
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