Los ingleses son muy aficionados a hablar del tiempo. Hablan muy bien, muy largo y muy tendido del tiempo, sobre todo en los clubes. Aprecian mucho al interlocutor que puede seguirlos. Ahora bien, hablar del tiempo en Inglaterra es hablar del mal tiempo.
Pues a eso vamos, al mal tiempo que hemos tenido en Argentina en general y en Buenos Aires en particular, apenas entronizada la primavera. La lógica, antes que nada. La lógica, que ha determinado que en las dos primeras semanas de la primavera hayamos pasado más frío que en todo el invierno.
No es esta anomalía atmosférica como para rasgarse las vestiduras, que cada día están más caras, no nos cansaremos de repetirlo. Se da en todo el mundo cada dos por tres y se atribuye al efecto invernadero, el agujero de ozono, el recalentamiento global y a otros factores de tipo ecológico que sólo saben a conciencia los muchachos de Greenpeace.
Al Servicio Meteorológico, empero, le da vergüenza que pase esto. Y a grandes males, grandes remedios: añade algunos grados a la temperatura real, pícara práctica que divulgan prolijamente la radio y la televisión.
Pero los argentinos, sobre todo los porteños, que son muy listos, se han dado cuenta enseguida de que cuando se informa que la temperatura es de seis grados, en realidad es de un grado bajo cero. Y han sacado a relucir los abrigos, los gamulanes, las parkas y otras prendas de abrigo con las que salen a trabajar por la mañana temprano, pisando la escarcha. En primavera.
Los encargados de accionar la calefacción de los edificios se basan en el almanaque, más que en la realidad; y como ya estamos en primavera, han cortado la calefacción, haga frío o no. Así que las casas están heladas.
Lo peor es lo del agua caliente, que se corta con mucha frecuencia. Los responsables del mantenimiento esgrimen con aire de suficiencia varias teorías.
Pero la más bizarra es la del manso hombre de la calle, que sostiene que como cuando hace frío todo el mundo pone en marcha los artefactos calefactores, el sistema colapsa. En verano pasa igual, sino que con el aire acondicionado.
El tiempo se vuelve loco y el sistema colapsa. ¡Pues sí que estamos bien!
Pues a eso vamos, al mal tiempo que hemos tenido en Argentina en general y en Buenos Aires en particular, apenas entronizada la primavera. La lógica, antes que nada. La lógica, que ha determinado que en las dos primeras semanas de la primavera hayamos pasado más frío que en todo el invierno.
No es esta anomalía atmosférica como para rasgarse las vestiduras, que cada día están más caras, no nos cansaremos de repetirlo. Se da en todo el mundo cada dos por tres y se atribuye al efecto invernadero, el agujero de ozono, el recalentamiento global y a otros factores de tipo ecológico que sólo saben a conciencia los muchachos de Greenpeace.
Al Servicio Meteorológico, empero, le da vergüenza que pase esto. Y a grandes males, grandes remedios: añade algunos grados a la temperatura real, pícara práctica que divulgan prolijamente la radio y la televisión.
Pero los argentinos, sobre todo los porteños, que son muy listos, se han dado cuenta enseguida de que cuando se informa que la temperatura es de seis grados, en realidad es de un grado bajo cero. Y han sacado a relucir los abrigos, los gamulanes, las parkas y otras prendas de abrigo con las que salen a trabajar por la mañana temprano, pisando la escarcha. En primavera.
Los encargados de accionar la calefacción de los edificios se basan en el almanaque, más que en la realidad; y como ya estamos en primavera, han cortado la calefacción, haga frío o no. Así que las casas están heladas.
Lo peor es lo del agua caliente, que se corta con mucha frecuencia. Los responsables del mantenimiento esgrimen con aire de suficiencia varias teorías.
Pero la más bizarra es la del manso hombre de la calle, que sostiene que como cuando hace frío todo el mundo pone en marcha los artefactos calefactores, el sistema colapsa. En verano pasa igual, sino que con el aire acondicionado.
El tiempo se vuelve loco y el sistema colapsa. ¡Pues sí que estamos bien!
© José Luis Alvarez Fermosel
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