martes, 27 de octubre de 2009

Gato literato

El gato se solaza con las letras, lo que no hizo nunca ningún asno.
Rubio, bien nutrido, jocundo, el gato reclinado en el libro abierto, a pie de página, podríamos decir, tiene aspecto burgués.
Nada tan opuesto a sus congéneres golfos, tan entecos, que rondan de noche por los tejados, persiguiendo a las gatas.
Este es un gato ilustrado, lo que no significa que no sea un “bon vivant”. Lo uno no excluye lo otro.
Estamos acostumbrados a que la gente de letras se muera de hambre. Es lo común. Pero también hubo escritores que comieron y bebieron de lo lindo.
Desde Ovidio hasta Chesterton, pasando por Dumas padre, Chateaubriand –que dio su nombre a un bife de lomo grueso y sangrante- y el conde de Foxá.
Siguiendo con los escritores, se ve que al minino le gustan los clásicos, porque el libro que ha escogido para recostarse tan cómodamente parece ser un viejo tomo de aventuras de caballeros de capa y espada, a lo Elías Berthet o Walter Scott.
Los gatos entienden mucho de literatura. Osvalo Soriano me contaba que cada vez que veía a su gato sentado sobre las hojas del libro que estaba escribiendo sabía que iba a ser un éxito.
Este gato de la imagen, que mira al techo con ojos sonrientes, disfruta de las letras, ya desde jovencillo. Y las letras le apoyan, le sirven de apoyo.


© José Luis Alvarez Fermosel

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