domingo, 18 de octubre de 2009

Simenon

En la tan alambicada, cursi y esnob “crema de la intelectualidad” argentina pasó en estos días, sin pena ni gloria, el vigésimo aniversario de la muerte de un inteligente, lúcido y agudo escritor, famoso en todo el mundo, cuyo éxito fue subrayado por guarismos cercanos a la desmesura.
Nos referimos al belga Georges Simenon, afincado en Francia y, por temporadas, en los Estados Unidos y Suiza. (Murió en Lausanne en 1989; había nacido en Lieja, Bélgica, en 1903).
Simenon en cifras. Según la UNESCO vendió más de 500 millones de ejemplares en todo el mundo, desde 1921, de sus 500 obras publicadas en 39 países, traducidas a 87 idiomas y recopiladas en 72 volúmenes desde 1989. Escribió también miles de artículos. Se filmaron 55 películas basadas en otras tantas novelas suyas, para escribir muchas de las cuales utilizó 22 seudónimos.
Se casó tres veces, tuvo cuatro hijos y vivió en Suiza en 36 casas, muchas de ellas dignas de un rey.
Por si todo esto fuera poco, hizo el amor con…¡10.000 mujeres! Entre ellas figuró la bailarina negra Josephine Baker.
Demasiado como para que fuera saludado con alegría por los currinches de cierta crítica que ya conocemos, molestos como chinches en catre de cuartel, que lo calificaron de escritor menor, con tanto más cerrilismo cuanto que fue encumbrado por su personaje Maigret, el comisario -¡no inspector!- Jules Maigret, protagonista de una saga de 76 novelas.
Autor de novelas policiales, pero no de la serie negra –Chandler, Hammet, Chase, Himes, Mosley, Harrison…-, Simenon no podía ser considerado como escritor serio.
Aunque parezca mentira, algunos miembros de la intelligentsia local todavía menosprecian el género policíaco –a pesar de haber sido cultivado por Borges y Bioy Casares y otros muchos y muy buenos escritores argentinos-.
Lo consideran un género apropiado para muchachos imaginativos, o gente mayor que se despepita por las series de televisión de detectives, forenses y abogados: un género para ser aprehendido en libros de bolsillo de tapas multicolores, que se vendan en los kioscos de diarios y revistas de los aeropuertos internacionales.
A mayor abundamiento, Georges Simenon fue un escritor de estilo sencillo y directo, de sintáxis correcta y lenguaje claro y comprensible. Tuvo una gran capacidad para escribir rápida y fácilmente, extraordinarias dotes de observación y descripción de ambientes y personas –consecuencia de su paso por el periodismo-.
Expuso sin contemplaciones a sus personajes a la intemperie del azar, impulsado por una angustia existencial y una inquietud de fondo que delinearon la trágica figura del hombre único y solo, cargado de contradicciones.
Fue un constante estudioso de la moralidad social provinciana. Dibujo con maestría los tipos ridículos y tiernos que produce la campiña francesa, pero sin cargar las tintas.
Simenon fue comparado por la crítica seria con un moderno Balzac. André Gide dijo en 1938 que tal vez fuera el novelista más auténtico de la literatura francesa. Y lo equiparó a Walter Benjamin y Jean Paul Sartre, que no se perdieron un solo libro suyo.
Maigret contribuyó muchísimo a la fama de Simenon, por no decir que fue él quien le hizo famoso. Hay quien no ha leído más que las novelas de Maigret. Bastan para conocer y admirar a su creador. Otros leyeron todo, o casi todo lo que escribió el autor belga menos las novelas de Maigret. Por eso, si alguna vez se refieren a Simenon, al no tener más remedio que citar a su personaje más conocido lo categorizan como inspector, degradando al bonachón y jocundo comisario de división, jefe de la brigada criminal de la Policía Judicial de París, en el Quai des Orfévres 13.
Sobre Maigret se hicieron infinidad de películas. Fue encarnado, entre otros, por los actores Jean Gabin –el que mejor lo interpretó, a nuestro juicio-, Kirya Aikawa, Jean Richard, Boris Terine, Charles Laughton, Michel Simon y Gino Cervi.
De Maigret, al que adoramos, hemos escrito largo y tendido. Nos fue presentado cuando éramos niños. Volvemos con frecuencia a seguir sus pasos lentos y seguros por las calles y los bulevares de París, a la busca y captura de maleantes que en vano tratarán de escapar de su implacable persecución, que tiene algo de magnetismo.
Iinevitablemente terminarán siendo interrogados en el despacho del comisario, con el ambiente grisáceo por el humo de su pipa, recalentado por la vieja estufa de hierro, que se empeñó en conservar cuando quisieron sacarla para instalar un radiador de calefacción.
Si el interrogatorio se prolonga, Maigret hará subir de la vecina brasserie Dauphine sandwiches de jamón y cerveza para sus inspectores, él y, naturalmente, también el detenido. Cuando el sospechoso confiese, el comisario se irá a su casa, donde le espera la señora Maigret con alguno de los formidables guisos franceses que prepara con mano maestra. A esas alturas, el policía ya se ha olvidado del delincuente porque no juzga, sino que se limita a cumplir con su deber de apresarlo. Para juzgar, y condenar, están los magistrados.
Ah, casi nos olvidamos de recomendar alguna obra de Simenon que no tenga al comisario -¡no inspector!- Maigret de protagonista. Hubiera sido imperdonable.
La casa de las siete muchachas, La plantación, La nieve estaba sucia, Un turista en Tahiti, El señor que veía pasar los trenes, Los Pitard, “Strip-tease”, Los fantasmas del sombrerero, Los vecinos de enfrente…
Hay traducciones de Simenon muy buenas. Para nosotros las mejores fueron las de Julio Gómez de la Serna, Torrente Malvido, López Pacheco, Fernández de Castro, Sánchez Dragó y Ernest Jordá. Lo mejor, claro, es leer a Simenon en su idioma.


© José Luis Alvarez Fermosel

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué grande Monsieur Simenon, qué grande el Comisario Maigret (en todos sus sabrosos significados), y qué pequeños los ojos de aquellos que se empeñan en desdeñar su incalculable valor humano (y por tanto, digo yo, literario).

Tuve el placer de conocer al mismísimo Georges Simenon en su ciudad natal. Lo encontré sentado en la place du Congrès, frío como el metal y mirando distraídamente, desde debajo del ala de su sombrero, las calles de las que se eleva como el vapor el espíritu de sus personajes. Tuve también la excitante (y ridícula) ocurrencia de sentarme a su lado e intercambiar con él unas frases tan amables como banales. Sin olvidar invitarle a visitar mi tierra algún día, me despedí con un gesto parecido a levantar el sombrero (que desgraciadamente no llevaba) y continué mi ruta, azorado pero contento.

Tiene mi querido Simenon la virtud de envolverte con sus historias en un mundo húmedo y asquerosamente humano del que se perciben especialmente bien los olores. Comenzar una de sus novelas es como poner la cabeza bajo una de aquellas fuentes de chocolate belga, líquido, caliente, espeso, cuyo aroma dulzón permanece pegado al cuerpo durante meses.

Gracias al Caballero Español por recordar a este autor y a su personaje, grandes, grandes, enormes...

Caballero Español dijo...

Querido guionista (insisto: de "despistao" no tienes nada): no sabes cuánto me alegro de lo que me dices y cómo te envidio: ¡ahí es nada, haber conocido a Simenon y haber hablado con él! Evidentemente, y como en aquella película, "Solos en la madrugada", en realidad no estamos solos todos aquellos que nos interesamos por la buena literatura, los buenos personajes y la buena gente, entre la que te cuento a ti. Y ahora me voy al Quai des Orfèvres, que tengo que hacer una declaración. Un abrazo.