Los entendidos dicen que la moda masculina que viene se caracteriza por el estilo dandy –palabra inglesa que la Real Academia Española se obstinó en desvirtuar, españolizándola, y le cambió la “y” final por una “i” latina, aunque peor fue lo que hizo con el whisky llamándole “güisqui”, con diéresis y todo-.
Siempre se identificó al dandy con un caballero elegante, y con razón. Pero el dandy, el hombre perteneciente al dandismo, fue algo más. Representó a un movimiento que tuvo mucho que ver con la ética y la estética.
La ética, como se sabe, es la parte de la filosofía que trata de la moral y las obligaciones del hombre. La estética –término introducido por Alexander Baumgarten en 1750- es el estudio del arte, sus categorías fundamentales, sus tareas y sus relaciones con la naturaleza y el hombre.
El dandismo fue un estilo de vida, una actitud ante la sociedad. Más allá del buen vestir tuvo una significación y una trascendencia profundas y constituyó una metafísica, una postura particular respecto al ser y aparecer, directamente relacionada con la modernidad.
En el ocaso de una época, Charles Baudelaire identificó el dandismo como la última hazaña posible: un afán de hacer de la apariencia una aristeia (excelencia). No fue una simple frivolidad, como piensan algunos.
Tanto más cuanto que implicaba una suerte de ascesis, una disciplina rígida y exigente, un refinamiento espiritual y un interés por lo artístico y cultural que venía del prerrafaelismo de Dante Gabriel Rossetti.
Hay quienes han calificado de dandy, en la actualidad, al futbolista inglés David Beckham, que es sólo, ¡y nada menos!, un hombre que se viste muy bien.
Desde mucho antes, el prototipo del dandy fue George “Beau” Brummell, que tenía un físico privilegiado y a quien le sentaba muy bien la ropa, toda la que se ponía. Tenía un gusto exquisito, eso hay que reconocerlo, y gastaba en vestir a manos llenas.
Brummell revolucionó la barroca moda de las casacas floreadas de su época -finales del siglo XVIII y principios del XIX-, pero para ser un dandy le faltaban finura, conocimientos, sentido del humor, generosidad, simpatía y capacidad de valerse por sí mismo.
Cuando el Príncipe de Gales –futuro rey Jorge IV de Inglaterra- le retiró su mecenazgo empezó su declive, al que siguieron rápidamente la bancarrota, la huída de Inglaterra, acosado por sus acreedores, una vida que de incierta pasó a ser miserable y, como triste final, la locura y la muerte en Caen (Francia), a los 61 años.
Dandies fueron literatos y estetas como Lord Byron, Percy Shelley, John Keats, Théophile Gautier, Jules Barbey d’Aurevilly, Oscar Wilde, Jores-Karl Huysmans, creador del brillante, refinado y libertino Des Esseintes, su excéntrico héroe de À rebours.
En España fungió de dandy, en pleno siglo XX, el encantador golfo César González-Ruano -tan citado por mí en estas páginas-, que además de dandy fue un magnífico periodista, o mejor, un magnífico escritor en diarios, como Larra. Ninguno de los dos supo nunca, ni falta que les hizo, lo que era un cícero, una platina o un medianil.
Quizás fue Albert Camus quien mejor explicó la quintaesencia del dandismo, cuando dijo que esa corriente se burló de las reglas y, sin embargo, siguió respetándolas. Las sufrió y se vengó de ellas, sin dejar de respetarlas. Es algo.
Siempre se identificó al dandy con un caballero elegante, y con razón. Pero el dandy, el hombre perteneciente al dandismo, fue algo más. Representó a un movimiento que tuvo mucho que ver con la ética y la estética.
La ética, como se sabe, es la parte de la filosofía que trata de la moral y las obligaciones del hombre. La estética –término introducido por Alexander Baumgarten en 1750- es el estudio del arte, sus categorías fundamentales, sus tareas y sus relaciones con la naturaleza y el hombre.
El dandismo fue un estilo de vida, una actitud ante la sociedad. Más allá del buen vestir tuvo una significación y una trascendencia profundas y constituyó una metafísica, una postura particular respecto al ser y aparecer, directamente relacionada con la modernidad.
En el ocaso de una época, Charles Baudelaire identificó el dandismo como la última hazaña posible: un afán de hacer de la apariencia una aristeia (excelencia). No fue una simple frivolidad, como piensan algunos.
Tanto más cuanto que implicaba una suerte de ascesis, una disciplina rígida y exigente, un refinamiento espiritual y un interés por lo artístico y cultural que venía del prerrafaelismo de Dante Gabriel Rossetti.
Hay quienes han calificado de dandy, en la actualidad, al futbolista inglés David Beckham, que es sólo, ¡y nada menos!, un hombre que se viste muy bien.
Desde mucho antes, el prototipo del dandy fue George “Beau” Brummell, que tenía un físico privilegiado y a quien le sentaba muy bien la ropa, toda la que se ponía. Tenía un gusto exquisito, eso hay que reconocerlo, y gastaba en vestir a manos llenas.
Brummell revolucionó la barroca moda de las casacas floreadas de su época -finales del siglo XVIII y principios del XIX-, pero para ser un dandy le faltaban finura, conocimientos, sentido del humor, generosidad, simpatía y capacidad de valerse por sí mismo.
Cuando el Príncipe de Gales –futuro rey Jorge IV de Inglaterra- le retiró su mecenazgo empezó su declive, al que siguieron rápidamente la bancarrota, la huída de Inglaterra, acosado por sus acreedores, una vida que de incierta pasó a ser miserable y, como triste final, la locura y la muerte en Caen (Francia), a los 61 años.
Dandies fueron literatos y estetas como Lord Byron, Percy Shelley, John Keats, Théophile Gautier, Jules Barbey d’Aurevilly, Oscar Wilde, Jores-Karl Huysmans, creador del brillante, refinado y libertino Des Esseintes, su excéntrico héroe de À rebours.
En España fungió de dandy, en pleno siglo XX, el encantador golfo César González-Ruano -tan citado por mí en estas páginas-, que además de dandy fue un magnífico periodista, o mejor, un magnífico escritor en diarios, como Larra. Ninguno de los dos supo nunca, ni falta que les hizo, lo que era un cícero, una platina o un medianil.
Quizás fue Albert Camus quien mejor explicó la quintaesencia del dandismo, cuando dijo que esa corriente se burló de las reglas y, sin embargo, siguió respetándolas. Las sufrió y se vengó de ellas, sin dejar de respetarlas. Es algo.
© José Luis Alvarez Fermosel
Notas relacionadas:
“Un pícaro elegante”
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/07/un-picaro-elegante.html)
“Aunque la mona se vista de seda”
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/05/aunque-la-mona-se-vista-de-seda.html)
“Un pícaro elegante”
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