¿Será que no se entienden las cosas porque no nos las ponen claras?
Los medios, los audiovisuales, los gráficos, todos contribuyen con entusiasmo a la confusión general.
Salvo algunos periodistas de toda la vida –que ya van siendo mayores, y mejoraron como los buenos vinos-, y otros más jóvenes, pero que redactan de manera tal que se entiende lo que quieren decir, escribe en los diarios y revistas mucha gente ágrafa, o casi.
Cuando uno tropieza en las páginas de los periódicos con elucubraciones… “filosóficas” sobre esto, lo otro y lo de más allá, se las salta alegremente a la torera y pasa a leer los chistes, o la información sobre el fútbol, esperando que no haya errores en los resultados de los partidos.
Como uno no quiere machacar sobre hierro frío, se limitará a poner un solo ejemplo.
En estos días se informó en los diarios acerca de la puesta en vigencia –no en marcha, como se dijo- de nuevos Documentos Nacionales de Identidad (DNI).
Dejando aparte el detalle de que los medios no se pusieron de acuerdo acerca del precio de los documentos, los textos en general no se entienden.
En ocasiones queremos leer algo en un idioma que no dominamos por completo. Nos las arreglamos, con un poco de imaginación y la ayuda de un diccionario, para hacernos una idea de lo que dice el texto.
Otras veces cae en nuestras manos algo escrito en una lengua de la que no conocemos ni una palabra. Eso nos produce una cierta melancolía, al pensar en lo que nos perdemos por no haber aprendido ese lenguaje.
Pero no entender algo expresado en el habla que manejamos desde que comenzamos a balbucearla, no mucho tiempo después de haber nacido, es una verdadera tortura, tanto más insoportable cuanto que conocemos el significado de todas las palabras y no tenemos necesidad de acudir al diccionario.
Es el orden en que están dispuestas y entrelazadas, la escasez de sinónimos, la errónea conjugación de los verbos, el mal uso de las preposiciones, la abierta y rotunda contravención a las reglas sintácticas más elementales, en suma, lo que convierte el texto más sencillo en un galimatías.
Abundan los talleres literarios, en los que parece que es más el ruido que las nueces. Muchos escritores que tienen alguno reconocen que lo que se hace en ellos, esencialmente, consiste en que los alumnos se lean unos a otros sus escritos y los unos se los critiquen a los otros. Además, los talleres son para escritores en ciernes, gente que ya escribe, mejor o peor, pero que se la entiende.
¿No había lugares –colegios, escuelas y facultades de periodismo y centros docentes similares- que enseñaban a escribir inteligiblemente?
Los medios, los audiovisuales, los gráficos, todos contribuyen con entusiasmo a la confusión general.
Salvo algunos periodistas de toda la vida –que ya van siendo mayores, y mejoraron como los buenos vinos-, y otros más jóvenes, pero que redactan de manera tal que se entiende lo que quieren decir, escribe en los diarios y revistas mucha gente ágrafa, o casi.
Cuando uno tropieza en las páginas de los periódicos con elucubraciones… “filosóficas” sobre esto, lo otro y lo de más allá, se las salta alegremente a la torera y pasa a leer los chistes, o la información sobre el fútbol, esperando que no haya errores en los resultados de los partidos.
Como uno no quiere machacar sobre hierro frío, se limitará a poner un solo ejemplo.
En estos días se informó en los diarios acerca de la puesta en vigencia –no en marcha, como se dijo- de nuevos Documentos Nacionales de Identidad (DNI).
Dejando aparte el detalle de que los medios no se pusieron de acuerdo acerca del precio de los documentos, los textos en general no se entienden.
En ocasiones queremos leer algo en un idioma que no dominamos por completo. Nos las arreglamos, con un poco de imaginación y la ayuda de un diccionario, para hacernos una idea de lo que dice el texto.
Otras veces cae en nuestras manos algo escrito en una lengua de la que no conocemos ni una palabra. Eso nos produce una cierta melancolía, al pensar en lo que nos perdemos por no haber aprendido ese lenguaje.
Pero no entender algo expresado en el habla que manejamos desde que comenzamos a balbucearla, no mucho tiempo después de haber nacido, es una verdadera tortura, tanto más insoportable cuanto que conocemos el significado de todas las palabras y no tenemos necesidad de acudir al diccionario.
Es el orden en que están dispuestas y entrelazadas, la escasez de sinónimos, la errónea conjugación de los verbos, el mal uso de las preposiciones, la abierta y rotunda contravención a las reglas sintácticas más elementales, en suma, lo que convierte el texto más sencillo en un galimatías.
Abundan los talleres literarios, en los que parece que es más el ruido que las nueces. Muchos escritores que tienen alguno reconocen que lo que se hace en ellos, esencialmente, consiste en que los alumnos se lean unos a otros sus escritos y los unos se los critiquen a los otros. Además, los talleres son para escritores en ciernes, gente que ya escribe, mejor o peor, pero que se la entiende.
¿No había lugares –colegios, escuelas y facultades de periodismo y centros docentes similares- que enseñaban a escribir inteligiblemente?
© José Luis Alvarez Fermosel
Nota relacionada:
“La luz del entendimiento”
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/10/la-luz-del-entendimiento.html)
“La luz del entendimiento”
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/10/la-luz-del-entendimiento.html)
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