viernes, 23 de octubre de 2009

La luz del entendimiento

“La luz del entendimiento me hace ser muy comedido…”, decía Federico García Lorca en su poema La casada infiel, que nos revolvió las hormonas a los adolescentes españoles cuando lo leímos por primera vez, años ha.
La luz del entendimiento es ahora muy débil, ni siquiera es luz, sino apenas una llamita que tiembla y casi se apaga, poco menos que cuando uno suspira cerca de ella. Y más que comedidos, nos hace ser descomedidos.
Dijo Kant: “Todo nuestro conocimiento arranca del sentido, pasa por el entendimiento y termina en la razón”.
Chicos y grandes muestran por doquier que su nivel de entendimiento y su capacidad de expresión han dado un bajón de aquí te espero, Baldomero.
Grandes y chicos no están haciendo últimamente honor a la máxima de Kant. Esto es: no utilizan ningún sentido –ni siquiera el común- como punto de partida, el entendimiento parpadea y con respecto a la razón, les pasa lo mismo que en lo referente a la realidad: se hacen un lío.
De modo que el conocimiento, o los conocimientos tampoco son muchos, ni muy variados.
Estas afirmaciones nuestras no son gratuitas, ni carecen de fundamento. No hay más que darse una vuelta por cualquier comercio de Buenos Aires y tratar de entenderse con algunos dependientes que, no importa cual sea su edad, sexo y condición, no tienen así como precisamente un grado muy alto de entendimiento. ¡Ideal para el turismo!
Por su parte, los empleados sostienen que muchos de los compradores no saben ni siquiera explicar lo que quieren.
Generalizamos, creemos que se entiende. Hay muchas excepciones.
Otra cosa: infinidad de gente no acusa recibo de nada de lo que se le manda: correos electrónicos, mensajes de texto, llamadas dejadas en los contestadores de los teléfonos móviles, notas manuscritas entregadas en las recepciones de los edificios…
Entienden que la falta de respuesta equivale a una negativa, lo cual es una barbaridad. Tal vez no comprenden lo que se les dice, les da vergüenza reconocerlo y no responden.
En todas partes se cuecen habas. Según el último informe que conocemos del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos, que pondera los conocimientos de más de 400 estudiantes de 15 años en 57 naciones, España aparece al final de la lista de los países ricos, sólo por delante de Grecia, Turquía y México en comprensión de lectura.
España está un poco más abajo de la media de los países desarrollados.
Un 28 por ciento de jóvenes españoles entre los 14 y los 24 años reconoce que no lee, según el último estudio del Gremio de Editores.
El presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero echa la culpa del retroceso en la educación a la deficiente formación de los padres. Tirios y troyanos echaron su cuarto a espadas en torno al asunto e inundaron los medios informativos con sus opiniones.
De todo esto hablamos en una de nuestras crónicas escritas en Madrid a finales del año 2007, e incluímos en ella una carta de la profesora de Lengua Cristina A. García, publicada en el diario ABC de Madrid.
La docente expresaba que “(…) si tan pobre es el nivel de comprensión de nuestro alumnado, ¿por qué no se insiste más en la necesidad de leer?, ¿por qué no se obliga a los chicos a que lean y hagan crítica literaria sobre aquello que han leído?”
Y concluía: "No podemos lamentarnos del bajo nivel de entendimiento y expresión de unos alumnos que a lo largo de su vida académica apenas leen dos o tres libros".
¿Será por eso? ¿Porque no se lee? ¿Porque se ve mucha televisión y se pasan muchas horas navegando por Internet, o jugando con el IPod?
El caso es que sufrimos del mal de las entendederas, o tenemos las entendederas mal. Y eso no es bueno.


© José Luis Alvarez Fermosel

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