sábado, 30 de mayo de 2009

Aunque la mona se vista de seda...

Aunque hay dudas acerca de la etimología de la palabra snob -aceptada por la Real Academia Española como esnob-, parece ser que viene de la expresión latina sine nobilitas: sin nobleza.
Esa definición se divulgó urbi et orbi al saberse que los colegios y universidades más selectas de Inglaterra la consignaban en sus expedientes bajo los apellidos de los alumnos que no pertenecían a familias aristócráticas.
Los estudiantes sine nobilitas, que carecían de la distinción natural de sus compañeros nobles, procuraban imitarlos, comportándose de una manera que no les era propia.
Así parece haberse acuñado, a partir del siglo XVII, el término snob, cuya acepción fue popularizada por el novelista inglés William Thackeray en su obra El libro de los esnobs, una recopilación de artículos previamente publicados en el periódico satírico “Punch”.
Los esnobs presumen de lo que carecen y desprecian lo que tienen –que tampoco es mucho-; practican el quiero y no puedo, confunden la afectación y lo que en estas playas se llama tilinguería con la clase, el estilo y el buen tono, que no se adquieren con dinero, con estudio ni con nada. Se tienen o no se tienen. Sean cuales sean los orígenes. Yo he conocido vagabundos con mucha clase y gente encumbrada muy esnob.
Los que carecen de nobilitas se dan ínfulas con quienes creen que son menos que ellos y halagan e imitan a… “los de arriba”, porque el esnob es trepador; y yoísta, pagado de sí mismo, vanidoso y, a veces, deviene paranoico delirante.
Tratan de estar a la última moda, más que en lo que a la indumentaria se refiere, a los usos, costumbres y novedades; muere, por ejemplo, por todo lo que venga de Norteamérica.
Lo que aprendieron los esnobs en los Estados Unidos, o donde sea, lo tiran sobre la mesa, como un jugador sus naipes ganadores. La van de intelectuales. Son culturetas de Ateneo progre de pequeña ciudad de provincias.
El esnob nos recordará en cuanto pueda que vivió varios años en “Niú Yor” –así lo pronuncia él- y que en cuanto regresó a Buenos Aires se compró por 50.000 dólares un departamento en San Telmo con terraza y quincho que ahora vale 400.000.
Propio del esnob es hablar de dinero: del que tiene, el que se ha gastado en ésto, lo otro y lo de más allá y el que se va a gastar.
El esnob se mueve en los lugares de moda que él cree que le corresponden y, como es lógico, “come moderno”; es más, hace los honores a la cocina molecular, que cuenta con muchos adeptos que la califican de vanguardista, innovadora, lúdica, provocadora e inscripta en las tendencias más audaces de la nueva gastronomía universal.
La cocina molecular, también llamada de laboratorio, produce platos a base de oro de 24 quilates molido, yuca, jugo de trufa, taro: un vegetal originario de Tahití parecido al jengibre y agastache: una hierba aromática que tiene olor y sabor a anís. También se usa arena y un helecho terrestre llamado polipodio. En la cocina se emplean, entre otros instrumentos, mecheros Bunsen de laboratorio y nitrógeno líquido.
No todos los esnobs acaban como Beau Brummell. Algunos consiguen hacerse pasar por “gente bien”, medrar y adquirir una cierta cuota de poder. Hay que tener cuidado con ellos, porque son envidiosos y tejen intriguillas y comadreos que perjudican a los que verdaderamente saben ser y estar. Estos últimos son con frecuencia relegados, desplazados o víctimas de algún tipo de jaqueo o acoso.
Cuanto más sabe uno, cuanto más poder o influencia tiene, cuanto más admirado o popular es, más sencillo ha de mostrarse. Los más sabios, los más poderosos, los verdaderamente distinguidos no son afectados ni presumidos, ni se pasan la vida hablando de sus méritos; se dan con todo el mundo y se los admira y se los aprecia, así como se ridiculiza a los esnobs: eruditos a la violeta, desprovistos de densidad humana, talento, encanto, humor y muy propensos a caer en el ridículo del que, ya se sabe, no se regresa jamás.
“Aunque la mona se vista de seda, mona se queda”. Según este antiguo refrán, es inútil que las personas intenten disfrazar su verdadera índole, pues ésta sale a relucir a la larga, de todos modos. Por extensión, suele aplicarse para señalar que por mucho que mejoren la fortuna y el estado de un ser humano, ello nunca podrá disimular sus falencias educativas y sociales.
Con ese proverbio ilustró el escritor español Tomás de Iriarte una de sus fábulas, a la que tituló “La mona”. Algunos autores señalan que la frase puede leerse en los “Diálogos” de Luciano. Entre los romanos corría un dicho similar: “La mona siempre es mona, incluso si se viste de púrpura”.

© José Luis Alvarez Fermosel

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“Variaciones sobre un mismo tema”
“Mejor claro que oscuro”


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