domingo, 24 de mayo de 2009

Por puro empirismo

Las reglas están escritas, o se reciben verbalmente de nuestros mayores. Las reglas del buen comportamiento y otras. Pero muchas de las cosas que hacen a un caballero se aprenden, por ejemplo, viajando y sacando partido de los viajes, o viendo lo que hacen los demás, o preguntando a los que saben de verdad, no a los que dicen que saben, que siempre son sospechosos.
Hay conocimientos que se adquieren por puro empirismo, como saber que la tira de apio o zanahoria que emerge del “bloody Mary” cuando nos lo sirven se come, no se deja al lado de la copa. Para ello hay que haberse tomado unos cuantos “bloody Mary”, o haber visto cómo se los tomaron otros, o haber escuchado de jovencito la amable sugerencia de un viejo barman amigo de nuestro padre.
- Muy bien, y con los carozos de las aceitunas, ¿qué se hace si uno no tiene dónde dejarlos?
- Le recuerdo la famosa “prueba del cenicero” que se aplica en ciertos “colleges” de Oxford. Se invita al candidato al “common room” para que conozca a todos los profesores y se sirven bebidas alcohólicas –por lo general “gin tonic” y jerez-, y se pasan unas bandejas con aceitunas verdes y negras. El candidato se come una aceituna y se da cuenta de que no hay un lugar “ad hoc” para depositar el hueso, o el carozo, como se dice en Argentina. ¿Qué hacer? Si se traga el carozo o lo tira al suelo está perdido. El que gana es el que se acerca a cualquiera de sus anfitriones y le dice con toda naturalidad: “¿No podría traer alguien un cenicero para poner los huesos de las aceitunas?” En cuanto a los norteamericanos, los estudiantes de Yale entran en la universidad como si conocieran al rector de toda la vida; los de Princeton como si la universidad les perteneciera y los de Harvard como si les importara un rábano quien es el rector. Yo me quedo con estos últimos.
Así como hay detalles para andar por casa –la de uno y la del vecino-, también los hay para andar por la calle.
Si alguno de esos chicos o chicas que reparten papelitos nos ofrecen uno y se lo aceptamos –no hay obligación de hacerlo-, démosles las gracias, que no nos cuesta nada.
Si hay un señor que canta tangos en una vereda, o toca el violín o cualquier otro instrumento, y tiene a sus pies una gorra o un recipiente para que el transeúnte que quiera escucharlo deje ahí su óbolo, escuchémosle hasta que termine y aplaudámosle. Es un artista, callejero pero artista, y no podemos tirarle unas monedas al pasar como a un mendigo.
- Oiga usted, ¿y si un caballero adinerado le da un cheque a una señora, o a una señorita, en pago de … lo que sea y ella le añade un cero a la cifra que escribió él?
- Pues si es un caballero no tendrá más remedio que honrar su firma.
- El dinero, ¡ah…, el dinero!
- Enseguida se ve quien lo tiene y desde hace cuánto. Cuando se tiene hay que gastarlo –sabiendo gastarlo-, pero sin hacer ostentación. No hay que llevar carradas de dinero encima, ni andar por ahí esparciéndolo por las las mesas, ni siquiera en las de juego, que para eso están las fichas.
Se tenga mucho dinero o poco, hay una regla de oro: manejarlo con rapidez, no obligando a los demás a fijarse en él, o a lo que uno ha comprado con él.
No puede tenerse lo que se conoce como buen tono sin estar educado; pero pueden observarse todas las normas de la buena crianza y no tener buen tono, o clase, que es una actitud particular que no está al alcance de cualquiera.


© José Luis Alvarez Fermosel

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