Estamos trabajando de noche frente a la computadora y de pronto se va la luz y nos quedamos a oscuras. Hacía mucho tiempo que no nos pasaba una cosa así; por tanto, nos quedamos petrificados y, naturalmente, sin ver nada. Al cabo, recuperamos algún reflejo y salen a relucir las socorridas velas y los fósforos con que las prendemos.
La oscuridad se convierte en una penumbra que no deja de tener su encanto. Es el momento de hacerse con la botella de Oporto y servirse una copa. Inmediatamente habremos de encender un puro en la vacilante llamita de una de las velas –un Montecristo del número cuatro, si es posible-.
La cosa cambia enseguida. Ya se ve lo suficiente como para hacer lo que tenemos que hacer: beber nuestro vino, fumar nuestro cigarro, cambiar de asiento y apoltronarse en el sillón, en mi caso en una silla verde de director de cine que es bastante cómoda.
El perfume del vino y su grato sabor en el paladar. El noble aroma del habano. Las sombras chinescas, indescifrables, que dibuja el humo del puro en las paredes.
Con un poco de imaginación estamos en una “cave” parisiense. Finaliza la década del sesenta.
La imaginación al poder. Iva Zanicchi canta “Fra noi”. Marcuse. Camus. ¡Qué novela, “El extranjero”! Cioran, con su pesimismo nihilista extremado.
Cécile no ha muerto. El bailarín tenía antecedentes penales y cocaína en los bolsillos. El Sena fluyendo bajo una fina niebla azul. La mesa de siempre al fondo de la Chope du Pont –Neuf y la partida de “belote”. Cabaré.
-¿Podemos pedir una botella de champán?
-No, rica.
-¿Te vas a quedar mucho tiempo?
-No.
-Entonces me voy a la mesa de aquel gordo, a ver si hago que me invite él.
-Suerte.
Una vez me dejé olvidado un libro de versos de Rimbaud en la mesita de luz de una habitación del hotel de la Rue-des-Dames. Ella se había ido al amanecer.
- No, en eso no lleva usted razón. No hay un azul tan azul como el de “Las bañistas”, de Cézanne.
- ¡Hombre, es que Cézanne… es Cézanne!
- Gran verdad. Vámonos al Fouquet a tomarnos un Pernod.
- Seguro que ya está allí el juez Gaztambide.
Nadie hizo de comisario Maigret en el cine como Jean Gabin, que se convirtió en estrella en 1937 con “Pépé-le-Moko”.“Jules et Jim”, de Truffaut. Ella llevaba un anillo en cada dedo, cantaba la canción y amaba a dos hombres –uno francés, el otro alemán-.
Rina Ketty había dejado de cantar “J’attendrai”, una bella y triste canción de amor que, en realidad, era la versión francesa de Louis Poterat de “Tornerai”.
Un fogonazo. Todo se inunda de claridad. Volvió la luz. Hay que tirar la colilla del puro y guardar la botella de Oporto. Las sombras chinescas se fueron con los recuerdos.
También uno siempre tendrá París, un París de cuando todavía estaba el mercado de Les Halles, Montmartre no era casi un decorado turístico ni Pigalle un barrio de emigrantes: el tiempo mísero y feliz de los últimos días de Henry Miller en Clichy y los fantasmas de Francis Carco, Pierre La Rochelle y otros “dandies”, golfos, macarras y putangas, las más bellas y más alegres del mundo.
La oscuridad se convierte en una penumbra que no deja de tener su encanto. Es el momento de hacerse con la botella de Oporto y servirse una copa. Inmediatamente habremos de encender un puro en la vacilante llamita de una de las velas –un Montecristo del número cuatro, si es posible-.
La cosa cambia enseguida. Ya se ve lo suficiente como para hacer lo que tenemos que hacer: beber nuestro vino, fumar nuestro cigarro, cambiar de asiento y apoltronarse en el sillón, en mi caso en una silla verde de director de cine que es bastante cómoda.
El perfume del vino y su grato sabor en el paladar. El noble aroma del habano. Las sombras chinescas, indescifrables, que dibuja el humo del puro en las paredes.
Con un poco de imaginación estamos en una “cave” parisiense. Finaliza la década del sesenta.
La imaginación al poder. Iva Zanicchi canta “Fra noi”. Marcuse. Camus. ¡Qué novela, “El extranjero”! Cioran, con su pesimismo nihilista extremado.
Cécile no ha muerto. El bailarín tenía antecedentes penales y cocaína en los bolsillos. El Sena fluyendo bajo una fina niebla azul. La mesa de siempre al fondo de la Chope du Pont –Neuf y la partida de “belote”. Cabaré.
-¿Podemos pedir una botella de champán?
-No, rica.
-¿Te vas a quedar mucho tiempo?
-No.
-Entonces me voy a la mesa de aquel gordo, a ver si hago que me invite él.
-Suerte.
Una vez me dejé olvidado un libro de versos de Rimbaud en la mesita de luz de una habitación del hotel de la Rue-des-Dames. Ella se había ido al amanecer.
- No, en eso no lleva usted razón. No hay un azul tan azul como el de “Las bañistas”, de Cézanne.
- ¡Hombre, es que Cézanne… es Cézanne!
- Gran verdad. Vámonos al Fouquet a tomarnos un Pernod.
- Seguro que ya está allí el juez Gaztambide.
Nadie hizo de comisario Maigret en el cine como Jean Gabin, que se convirtió en estrella en 1937 con “Pépé-le-Moko”.“Jules et Jim”, de Truffaut. Ella llevaba un anillo en cada dedo, cantaba la canción y amaba a dos hombres –uno francés, el otro alemán-.
Rina Ketty había dejado de cantar “J’attendrai”, una bella y triste canción de amor que, en realidad, era la versión francesa de Louis Poterat de “Tornerai”.
Un fogonazo. Todo se inunda de claridad. Volvió la luz. Hay que tirar la colilla del puro y guardar la botella de Oporto. Las sombras chinescas se fueron con los recuerdos.
También uno siempre tendrá París, un París de cuando todavía estaba el mercado de Les Halles, Montmartre no era casi un decorado turístico ni Pigalle un barrio de emigrantes: el tiempo mísero y feliz de los últimos días de Henry Miller en Clichy y los fantasmas de Francis Carco, Pierre La Rochelle y otros “dandies”, golfos, macarras y putangas, las más bellas y más alegres del mundo.
©José Luis Alvarez Fermosel
2 comentarios:
¡Extraordinario! No puedo decir más porque no tengo las palabras suficientes para elogiar tus trabajos. Admirable todo lo tuyo. Hugo (Montevideo)
Un millón de gracias, Hugo, por tu estimulante y halagador mensaje. Así merece la pena trabajar. Un abrazo.
Publicar un comentario