sábado, 27 de septiembre de 2008

Diálogo en la tarde

Acaricio a un gato -atigrado, por más señas—, que saca la cabecita por entre las rejas de la plaza Roberto Arlt (*). Una hermosa señora rubia de unos 40 años, con cierto aire a Sharon Stone, me increpa:
-- Pero, ¿a usted le parece?
-- Si a mí me parece, ¿qué?
-- Pues, hombre, agacharse a acariciar a un gato en plena calle, una figura de la radio como usted. ¡Si lo hubiera visto Rolando Hanglin!
--Le habría parecido muy bien. Es más, no sé si no se ha­bría agachado él también para jugar un ratito con el gato. ¿Usted no sabe que Rolando ha tenido gatos y perros?
-- No me diga.
-- Sí, señora, sí le digo.
-- ¿Y a usted le gustan los gatos?
-- Sí, señora, mucho. También me gustan los perros. En general, me gustan todos los animales.
-- ¿Todos los animales?
-- Sí, todos.
-- ¡Qué barbaridad!
-- ¿Por qué?
-- Pues hombre, porque los animales, ya se sabe, con los animales; y las personas, con las personas.
-- No siempre, ni necesariamente. Animales como los caballos estuvieron siempre con las personas. Y bien que las ayudaron, no sólo en las guerras. Hoy día sigue utilizándoselos en zonas rurales. Las palomas mensajeras también estuvieron en contacto con el hombre en épocas pasadas, y le fueron de extraordinaria utilidad. Los perros permanecen a nuestro lado, y no sólo nos brindan compañía y protección; nos prestan otros servicios inestimables: son lazarillos, arrastran trineos, arrean ganado, ayudan a la policía en la detección de drogas y en otras tareas, ahora se los va a utilizar en Playa Grande, en Mar del Plata, como auxilia­res de los bañeros...
-- Bien, ¿y qué perros le gus­tan a usted?
-- Los callejeros, sobre todo.
--¿Los callejeros, esos pe­rros inmundos, llenos de pul­gas, que andan siempre con los linyeras?
-- Si, esos.
-- Desde luego, tiene usted unos gustos muy particulares.
-- Si usted lo dice, señora...
-- Hombre, a la vista está.
-- Pues ya que estamos, se­ñora, le voy a hacer otra confe­sión. También me gustan los linyeras. A lo mejor lo soy yo también algún día.
-- Pero, ¡qué dice usted, hombre de Dios!
--Lo que oye, señora. Fíjese: ha habido periodistas que an­tes fueron linyeras, como Jacobo Timerman, sin ir más lejos. El mismo lo recordó varias veces. Otros dejaron de ser pe­riodistas por un tiempo y fue­ron linyeras, como Lolo Musladin, que vivía en las marismas del Río de la Plata con su fiel perro Boneco, que se convirtió en una estrella. Salió en la televisión, y todo.
-- Francamente, no lo veo a usted como linyera.
-- No sé si eso es un cumplido o…
-- ¡Es usted imposible!
-- No lo crea, señora, no lo crea…


(*) La plaza de Roberto Arlt está en la intersección de las calles Esmeralda y Rivadavia de Buenos Aires. Es una placita simpática, con profusión de árboles que dan flores rojas. También hay plantas verdes, violáceas y doradas. En ella conviven pacíficamente pare­jas de novios, gatos, palomas y gorriones. Mucha gente, so­bre todo en primavera y vera­no, se reúne al mediodía a comer un “sandwich” -algu­nos se llevan una viandita- y luego se quedan un rato a tomar el sol. Un matrimonio viejecito se acerca todas las noches a dar de comer a los gatos.


© José Luis Alvarez Fermosel


Anterior:

“La luz de la tarde es de raíz poética”

(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/05/la-luz-de-la-tarde-es-de-raz-potica.html)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Buenísimo! Me place mucho saber que a usted le gustan los animales. Yo muero por ellos: tengo 2 perritos y un gato (callejeros todos). Cuando llego de trabajar, sólo con el recibimiento que me hacen, me olvido de todos los inconvenientes que tuve en el día. Aunque le parezca mentira, me pongo a jugar con ellos antes de hacer nada. Menos mal que mi esposo y mi hijo son iguales que yo sino estaría perdida. Un beso y muchos cariños. Victoria (de Berazategui)

Anónimo dijo...

Estimada Victoria: a mí me pasa igual con mi perra. Nadie te recibe como ellos. Son hermosos. Aquí, afortunadamente, hay muchas personas amantes de los animales. Cariños.