La escena me sorprende en la avenida Callao, casi en su intersección con la calle Corrientes, en pleno centro de Buenos Aires.
Un muchacho alto, fuerte, de “jean” color tiza y camisa azul, le está dando lo que le ha sobrado de un helado de cucurucho a su perro, un hermoso “setter” irlandés de pura raza. El perro se chupetea los restos del helado con delectación. Me pregunto por qué les gustarán tanto los helados a los perros.
Recuerdo a "Kiruna", mi querida perra “boxer”, a quien le encantaban los helados -y las empanadas: un día se comió media docena de una sentada, no sé cómo no reventó-.
Me acuerdo también de "Watson", el “foxterrier” de mis hijos, al que llevábamos con nosotros a veces a la heladería de la esquina; siempre pedíamos un helado pequeño para él, que devoraba con fruición en la vereda, fuera de lo que fuera, aunque me parece que le gustaba el de crema americana y frutilla más que ninguno otro.
“Slick", que tenía algo de “fox” y mucho de callejero, no le hacía ascos, precisamente, a los helados. En realidad, "Slick" no le hizo nunca ascos a nada, pobre viejo querido. Quise estar a su lado cuando le sacrificaron, con mi mano sobre su barriguilla rosada, sintiendo los últimos latidos de su corazón…
Bien..., que a los “setters” también les gustan los helados, me entero, quiera o no, en la avenida Callao. Es un dato.
Los cuatro perros “setter” de Manuel Gil Navarro... El “setter” que le regala Maureen Stockfield al pintor Steed Vickers en la novela “Serás hombre”, de John Louis Cromwell: "...un ‘setter’ rojo fuego ‘pur sang’, recién nacido". ¿No era de esa raza "Binkie", el perro de otra novela, -“En tinieblas”, de Rudyard Kipling-, que siempre estaba al lado de su amo, el también pintor Dick Heldar? Se hizo una película que conservó el título de la obra de Kipling y protagonizó Ronald Colman.
Me escribe mi amigo Roberto Cazorla desde Madrid y me dice: "En otra carta te hablaré de la pérdida de mi perro, que durmió a los pies de mi cama durante diecisiete años y tres meses. Era pequeño, un ‘fox’ cruzado con 'grifón'. Con él se fue parte de mi vida. Ya hizo dos años y aún le sigo llorando".
(Cazorla es un periodista y poeta cubano de exquisita sensibilidad, que se asiló en España a finales de la década del 60, siendo casi un adolescente. Ha publicado libros de narrativa y poesía y ganado premios en importantes certámenes literarios en varios países).
Los artículos de otro escritor, el español Antonio Gala sobre sus perros -los que murieron y los que viven-, son de una ternura conmovedora.
Hay gente que no quiere a los perros, que vive quejándose de ellos y haciéndoles mala prensa.
Los perros, como todos los animales o, al menos los domésticos, las mascotas, son nuestros hermanos menores; nos dan todo, incluso la vida, sólo a cambio de albergue, comida, un rincón junto al fuego y un afecto al que corresponden con creces. Se merecen nuestros cuidados, nuestro cariño y nuestra gratitud. Son guardianes y buenos y leales compañeros en nuestros buenos momentos y en los malos. Algunos los abandonan. Ellos no nos abandonan jamás. Permanecen a nuestro lado cuando ya nos ha dejado de lado todo el mundo.
Un muchacho alto, fuerte, de “jean” color tiza y camisa azul, le está dando lo que le ha sobrado de un helado de cucurucho a su perro, un hermoso “setter” irlandés de pura raza. El perro se chupetea los restos del helado con delectación. Me pregunto por qué les gustarán tanto los helados a los perros.
Recuerdo a "Kiruna", mi querida perra “boxer”, a quien le encantaban los helados -y las empanadas: un día se comió media docena de una sentada, no sé cómo no reventó-.
Me acuerdo también de "Watson", el “foxterrier” de mis hijos, al que llevábamos con nosotros a veces a la heladería de la esquina; siempre pedíamos un helado pequeño para él, que devoraba con fruición en la vereda, fuera de lo que fuera, aunque me parece que le gustaba el de crema americana y frutilla más que ninguno otro.
“Slick", que tenía algo de “fox” y mucho de callejero, no le hacía ascos, precisamente, a los helados. En realidad, "Slick" no le hizo nunca ascos a nada, pobre viejo querido. Quise estar a su lado cuando le sacrificaron, con mi mano sobre su barriguilla rosada, sintiendo los últimos latidos de su corazón…
Bien..., que a los “setters” también les gustan los helados, me entero, quiera o no, en la avenida Callao. Es un dato.
Los cuatro perros “setter” de Manuel Gil Navarro... El “setter” que le regala Maureen Stockfield al pintor Steed Vickers en la novela “Serás hombre”, de John Louis Cromwell: "...un ‘setter’ rojo fuego ‘pur sang’, recién nacido". ¿No era de esa raza "Binkie", el perro de otra novela, -“En tinieblas”, de Rudyard Kipling-, que siempre estaba al lado de su amo, el también pintor Dick Heldar? Se hizo una película que conservó el título de la obra de Kipling y protagonizó Ronald Colman.
Me escribe mi amigo Roberto Cazorla desde Madrid y me dice: "En otra carta te hablaré de la pérdida de mi perro, que durmió a los pies de mi cama durante diecisiete años y tres meses. Era pequeño, un ‘fox’ cruzado con 'grifón'. Con él se fue parte de mi vida. Ya hizo dos años y aún le sigo llorando".
(Cazorla es un periodista y poeta cubano de exquisita sensibilidad, que se asiló en España a finales de la década del 60, siendo casi un adolescente. Ha publicado libros de narrativa y poesía y ganado premios en importantes certámenes literarios en varios países).
Los artículos de otro escritor, el español Antonio Gala sobre sus perros -los que murieron y los que viven-, son de una ternura conmovedora.
Hay gente que no quiere a los perros, que vive quejándose de ellos y haciéndoles mala prensa.
Los perros, como todos los animales o, al menos los domésticos, las mascotas, son nuestros hermanos menores; nos dan todo, incluso la vida, sólo a cambio de albergue, comida, un rincón junto al fuego y un afecto al que corresponden con creces. Se merecen nuestros cuidados, nuestro cariño y nuestra gratitud. Son guardianes y buenos y leales compañeros en nuestros buenos momentos y en los malos. Algunos los abandonan. Ellos no nos abandonan jamás. Permanecen a nuestro lado cuando ya nos ha dejado de lado todo el mundo.
© José Luis Alvarez Fermosel
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