lunes, 22 de febrero de 2010

Zapatos y botas

Me dice mi amigo Alberto Villegas, el Duque:
- Me acabo de comprar unos zapatos que me han costado una pequeña fortuna. ¡Pero qué dinero tan bien empleado! No hay nada como un buen par de zapatos. Uno se siente con ellos, bien lustrados, importante, vigente, vivaz, invencible…
Hay gente que no le da a los zapatos la importancia que tienen en el atuendo, tanto el del hombre como el de la mujer. Yo, por ejemplo, conozco a un marqués que lleva siempre los zapatos sin lustrar, opacos, deslucidos. Francisco Umbral (sí, vuelvo a citarlo) sostiene que un hombre de zapatos sucios es difícil que piense claro.
A las mujeres les encantan los zapatos. A poco que tengan un cierto poder adquisitivo compran grandes cantidades de ellos.
Imelda Marcos, ex presidenta consorte de Filipinas, llegó a tener 1060 pares de zapatos, según confesó en una entrevista periodística, desmintiendo un rumor según el cual tenía 3000.
Pablo Neruda se asombró al entrar en plena Guerra Civil española en el Palacio de Liria –residencia de los duques de Alba-, de la cantidad de zapatos y botas que tenía el duque, en cuya alcoba entró como quien toma un blocao a punta de bayoneta. Los duques no estaban.
Neruda dedicó casi un capítulo de sus memorias a embetunar el calzado del duque de Alba con su fuerte literatura política. ¡Gran poeta, Neruda! Como que le dieron el premio Nobel de literatura, en 1971. No se lo iban a dar por su cara bonita, que no la tenía, a decir verdad, porque era más feo que Picio. Pero, claro, no se puede tener todo.
Francisco Umbral se pronuncia por las botas para el hombre. Dice que son más estéticas que los zapatos y hacen más alto. “Las botas, botas de media caña, terminan la figura con mejor base. Pero hay que procurar que la bota no sea de suela gorda, de puntera cuadrada ni de elástico, que es cosa de guardias civiles retirados”, dice Umbral para concluir que conviene que las botas sean de tafilete “(…) porque las arrugas del tafilete son bellas y hasta elegantes”.
César González-Ruano (sí, vuelvo a citarlo) dijo de los hermanos Machado: “El cuerpo de don Antonio, mal sostenido en aquellas botas desilusionadas, andaba encorvado, renqueante, con algo de caballo que van a llevar a la plaza de toros. Manolo, con sus zapatitos limpios, con sus patitas de bailaor, andaba con paso gracioso y aun quien le viera de espaldas imaginaba que llevaba en la boca el cigarro del que va a la plaza y sabe cómo se tienen que hacer las cosas. Pero el entrañable era Antonio, don Antonio, mientras que a Manolo se le buscaba para tomar una copa”.
Conocida es la anécdota de aquel hombre a quien le martirizaban los zapatos, un número menor del que usaba. Un amigo le dijo un día:
- Pero, ¿por qué no te deshaces de una vez de esos zapatos y te compras unos más grandes, que no te destrocen los pies?
Y el hombre contestó:
- Mira, soy tan infeliz, mi vida es tan desastrosa, que el único placer que experimento es el de llegar a casa y quitarme estos zapatos. ¡Chico, no sabes qué alivio siento!


© José Luis Alvarez Fermosel

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