viernes, 12 de febrero de 2010

Martín Carrera

Tengo yo a esta persona etiquetada en archivos decodificados de la memoria, primero como hombre de bien, que es lo más importante, y luego como “bon vivant” cosmopolita, emprendedor e inquieto que un día pensó que no tenía más remedio que hacerse cocinero, abandonando otras actividades –incluídas las universitarias-, porque no era cosa de salir a comer por ahí, comer lo que fuera y sabe Dios cocinado por quién.
Así que hace ya bastante tiempo que Martín Carrera abre y cierra restaurantes aquí y allí y se azacanea en las cocinas, en las que prepara exquisiteces. Ha dado y sigue dando clases de “haute cuisine”.
Martín es un hombre inteligente, polifacético, amante de los viajes y, “de tout coeur, du fond du coeur” de las mujeres, que se le dan muy bien -¡bendito sea!-.
Estuve sentado a la mesa de todos y cada uno de sus restaurantes y asistí a festivales internacionales de gastronomía a los que él aportó su sensibilidad, su buen gusto y su maestría.
Recuerdo el consumo desmesurado de ostras, salmón rosado ahumado y champán que hicimos sus invitados en los prolegómenos de una cena deliciosa con la que nos obsequió en un restaurante que tenía entonces en la calle Uriburu de Buenos Aires.
Otra vez, en un gran hotel de la misma ciudad, nos ofreció un menú degustación de ocho pasos, cortado por un sorbete de pisco con limón, que incluyó “delicacies” como una cazuela chilena y cordero patagónico.
La temporada culinaria de Buenos Aires alcanza niveles de excelencia cuando está Martín Carrera en la ciudad.
De pronto se va. Durante cierto tiempo no se sabe nada de él; al cabo reaparece en México, la República Dominicana o el norte de Italia, siempre al frente de un emprendimiento interesante.
Una canción que todavía se oye en el Caribe dice: “¡Se va el caimán, se va el caimán; se va para Barranquilla, se va el caimán…!”. Está en Medellín, pero en cualquier momento se va para Barranquilla.
En la canción se habla de “un hombre-caimán que comía queso, comía pan y bebía un trago de ron”. El hombre-caimán al que yo me refiero es omnívoro, es decir, come de todo. No desdeña un “palito” de ron, pero habitualmente bebe champán, que como se sabe es una bebida de marcado componente erótico.
Mujeres de Barranquilla y, cabría decir, con esto de la globalización, mujeres de todo el orbe, ¡prepárense!


© José Luis Alvarez Fermosel

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