Un carpintero alemán, Kaspar Faber, inventó el lápiz en 1761.
Este pequeño y alargado utensilio para escribir y dibujar, hecho de madera con el ánima de grafito, mereció enseguida los elogios de cuantos lo usaron, entre ellos Vincent Van Gogh, Peter von Cornelius, Wilhelm von Kaulbach, Jean Dominique Ingres y Gustavo Doré.
Faber, a cuyo apellido se agregó el del conde Alexander zu Castell-Rüdenhausen, creó el legendario imperio germano del lápiz Faber-Castell, cuyo glorioso pasado se conserva en el castillo que la familia posee en Stein, cerca de Nüremberg.
Kaspar Faber (1730/1784) comenzó a producir sus primeros y sencillos “bleistifte” (lápices) antes de la Revolución Francesa.
Lothar Faber (1817/1896), tres generaciones después, sacó adelante la producción y la venta con un esfuerzo que le valió el título de barón y a su familia la noble denominación de Consejo Imperial Hereditario de la Corona de Baviera.
La suerte del hombre trabajador se completó con el descubrimiento y la posterior adquisición de una mina en Siberia, cuyo grafito era mejor que el entonces famoso de Cumberland (Canadá).
Faber se hacía traer los bloques de grafito a lomos de reno o por barco hasta Stein. Al promulgar el Parlamento del Imperio Alemán en 1875 una ley de protección de marcas, el lápiz Faber-Castell se convirtió en el primer artículo patentado en Alemania.
Se le había añadido el nombre de Castell porque Wilhelm von Faber (1851-1893), hijo del primer barón de la familia, casó a su única hija, Otilie con el conde Alexander zu Castell-Rüdenhausen (1866/1928).
En virtud de un edicto del príncipe regente Luitpoldo se autorizó a la pareja y sus descendientes a usar el nombre compuesto de Faber-Castell.
El lápiz obtuvo medallas de oro y plata en las exposiciones de París, Londres, Berlín, Munich y Nueva York.
Antón Wolfgang, conde de Faber-Castell (foto), es el actual director de la empresa. Nacido el 7 de junio de 1941, estudió economía en el Crédit Suisse White & Weld en Nueva York y Londres y Derecho en Zurich.
El conde Toni, como le llama afectuosamente todo el mundo, fundó junto con Curt Heigl la Institución de Dibujantes de la Ciudad de Nüremberg, que desde 1980 otorga todos los años una beca a dibujantes con talento, quienes pueden residir en esa ciudad alemana y desenvolverse en ella con una generosa asignación para sus gastos durante seis meses.
Entre los becados hasta ahora están figuras tan notables como el polaco Mariusz Lukasik, el británico lan McKeever, la alemana-luxemburguesa Annad Recker, el austríaco Alois Köchl y la japonesa Leiko Ikemura. Todo un imperio descansa en la punta de un lápiz.
Desde mediados de la década del 80, la compañía opera un proyecto de forestación sustentable en Brasil. Bosques de coníferas constituyen la materia prima para los lápices de madera de Faber-Castell y, además, son un hábitat de numerosas plantas y animales, entre ellos 178 especies de aves, 40 de reptiles y 36 de mamíferos.
La empresa ha contribuído durante varios años a mantener la biodiversidad y a educar a los habitantes de la zona para que vivan en armonía con la naturaleza.
El conde Toni ha dicho: “No se necesita ser un visionario para darse cuenta de lo importantes que son los recursos naturales para las generaciones venideras. La responsabilidad social y ecológica forman parte de nuestros valores centrales y se aplican no sólo a nuestra marca, sino también a toda la organización”.
Este pequeño y alargado utensilio para escribir y dibujar, hecho de madera con el ánima de grafito, mereció enseguida los elogios de cuantos lo usaron, entre ellos Vincent Van Gogh, Peter von Cornelius, Wilhelm von Kaulbach, Jean Dominique Ingres y Gustavo Doré.
Faber, a cuyo apellido se agregó el del conde Alexander zu Castell-Rüdenhausen, creó el legendario imperio germano del lápiz Faber-Castell, cuyo glorioso pasado se conserva en el castillo que la familia posee en Stein, cerca de Nüremberg.
Kaspar Faber (1730/1784) comenzó a producir sus primeros y sencillos “bleistifte” (lápices) antes de la Revolución Francesa.
Lothar Faber (1817/1896), tres generaciones después, sacó adelante la producción y la venta con un esfuerzo que le valió el título de barón y a su familia la noble denominación de Consejo Imperial Hereditario de la Corona de Baviera.
La suerte del hombre trabajador se completó con el descubrimiento y la posterior adquisición de una mina en Siberia, cuyo grafito era mejor que el entonces famoso de Cumberland (Canadá).
Faber se hacía traer los bloques de grafito a lomos de reno o por barco hasta Stein. Al promulgar el Parlamento del Imperio Alemán en 1875 una ley de protección de marcas, el lápiz Faber-Castell se convirtió en el primer artículo patentado en Alemania.
Se le había añadido el nombre de Castell porque Wilhelm von Faber (1851-1893), hijo del primer barón de la familia, casó a su única hija, Otilie con el conde Alexander zu Castell-Rüdenhausen (1866/1928).
En virtud de un edicto del príncipe regente Luitpoldo se autorizó a la pareja y sus descendientes a usar el nombre compuesto de Faber-Castell.
El lápiz obtuvo medallas de oro y plata en las exposiciones de París, Londres, Berlín, Munich y Nueva York.
Antón Wolfgang, conde de Faber-Castell (foto), es el actual director de la empresa. Nacido el 7 de junio de 1941, estudió economía en el Crédit Suisse White & Weld en Nueva York y Londres y Derecho en Zurich.
El conde Toni, como le llama afectuosamente todo el mundo, fundó junto con Curt Heigl la Institución de Dibujantes de la Ciudad de Nüremberg, que desde 1980 otorga todos los años una beca a dibujantes con talento, quienes pueden residir en esa ciudad alemana y desenvolverse en ella con una generosa asignación para sus gastos durante seis meses.
Entre los becados hasta ahora están figuras tan notables como el polaco Mariusz Lukasik, el británico lan McKeever, la alemana-luxemburguesa Annad Recker, el austríaco Alois Köchl y la japonesa Leiko Ikemura. Todo un imperio descansa en la punta de un lápiz.
Desde mediados de la década del 80, la compañía opera un proyecto de forestación sustentable en Brasil. Bosques de coníferas constituyen la materia prima para los lápices de madera de Faber-Castell y, además, son un hábitat de numerosas plantas y animales, entre ellos 178 especies de aves, 40 de reptiles y 36 de mamíferos.
La empresa ha contribuído durante varios años a mantener la biodiversidad y a educar a los habitantes de la zona para que vivan en armonía con la naturaleza.
El conde Toni ha dicho: “No se necesita ser un visionario para darse cuenta de lo importantes que son los recursos naturales para las generaciones venideras. La responsabilidad social y ecológica forman parte de nuestros valores centrales y se aplican no sólo a nuestra marca, sino también a toda la organización”.
© José Luis Alvarez Fermosel
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