domingo, 13 de julio de 2008

A Cabo Polonio en camello

A miles de kilómetros del de­sierto del Sahara, Adauto Puñales, cuando fue intendente del departamento uruguayo de Rocha, utilizó camellos como transporte ecológico a fin de sortear cuatro kilómetros de dunas, declaradas Patrimonio Cultural de la Humanidad en Cabo Polonio.
Cabo Polonio es una aldea de pescadores sin luz, amenazada por el turismo pesado y los todo terrenos. Está a 250 kilómetros al este de Montevideo, sobre el océano Atlántico. Puñales se empeñó en conservarla. Y lo consiguió.
Pocos intendentes habrá tenido Rocha tan tradicionales, carismáticos y, sobre todo, con tanto sentido del humor como Adauto Puñales, quien llevó, en efecto, los camellos a Cabo Polonio en 1994.
El problema que se le habrá planteado a Puñales para llevar los camellos a Cabo Polonio no debió ser fácil, precisamente, pero más difícil fue, con toda probabilidad, atravesar el desierto de Nevada en camello en las postrimerías del siglo XIX.
La ocurrencia se debió a un teniente de la Marina estadounidense, Edward Fitzgerald, quien pensó en usar los camellos por la sobriedad y resistencia al calor y al frío de estos animales. Washington estuvo de acuerdo e inmediatamente se creó el Cuerpo de Camelleros del Ejército de los Esta­dos Unidos, que reunió en marzo de 1856 un rebaño de camellos en Campo Verde, cerca de San Antonio de Texas, donde se maniobraba con ellos con la ayuda de guías traí­dos de Egipto, Siria, Turquía y Libia.
Un recorrido de media distancia en­tre Texas y California no resultó mal. Los camellos aguantaban el agobiante calor, resistían caminatas interminables y mal que bien pres­taban un servicio. Pero cuando los entrenadores, cumplidos sus con­tratos, volvieron a sus países, ningún soldado consiguió que un solo ca­mello le obedeciera porque ningu­no entendía el inglés, sino el árabe.
Los muleros norteamericanos, acos­tumbrados a tratar con animales tan tercos como las mulas, no pu­dieron hacer carrera de los came­llos, que permanecían completa­mente sordos a sus órdenes. Ade­más, los muleros se mareaban en lo alto de aquellos gigantescos anima­les, que se mecían al trotar como un barco en mar gruesa.
Así que el Estado Mayor, entre mandar soldados a África para que aprendieran árabe y pudieran dirigirse a los camellos en ese idio­ma o prescindir de éstos, optó por lo último. Los camellos fueron "licenciados", por así decirlo. Y, lo que es peor, subastados. El Depar­tamento de Guerra se encargó de liquidarlos.
Uno de los guías egipcios, Hadji Alí, un tipo tan pintoresco como Adauto Puñales, se quedó en el Oeste americano, al que se adaptó mejor que sus animales. Se hizo buscador de oro y los yanquis lo aceptaron sin reservas, pues era un hombre inteligente, de temperamento bromista como Adauto Puñales, que aprendió inglés en poco tiempo. Los americanos lo llamaban "Hi Jolly" (algo así como "¡Hola, sim­pático!", en español).
Hadji Alí no encontró mucho oro, pero se divirtió de lo lindo en el Far West, donde desestimando alguna de las prohibiciones de su religión, como la de no beber alcohol, se aficionó al whisky de centeno, del que hacía un consu­mo más que regular.
Alí murió en 1902. Y si se habrá hecho querer por la ruda gente del Oeste que en Quattztite, un pe­queño poblado del desierto de Arizona, se yergue hoy un monumento que honra su memoria.


© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

30-12-2005: “Adauto: El Hombre”
http://www.uruguayinforme.com/news/30122005/30122005_dornel_adauto.htm










2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado Caballero: conozco este lugar de Uruguay pero desconocía esta parte de su historia. Gracias por tener un blog tan ameno y tan instructivo. Un abrazo. Fabricio.

Anónimo dijo...

Muchas gracias, Fabricio, por tus elogios. El lugar es muy bonito y Adauto Puñales un personaje. Un abrazo.