lunes, 21 de julio de 2008

Recordando a Alfonso Sánchez

Tengo una amiga catalana que cocina como los dioses. Tan así es que le invita a uno a comer y después no se puede ir a otro sitio porque en ninguno se come tan bien como en su casa.
Mi amiga, cuyo nombre de pila es Àngels, vive en un piso amplio y luminoso –para lo que son las viviendas hoy en día- del barrio de Núñez de Buenos Aires. Un jardín terraza con infinidad de plantas y flores y una casita con alpiste y agua para pájaros, que la visitan a diario. La gata "Mimi". Libros, “compact discs”, diremos para ajustarnos a la terminología al uso; cuadros y “bibelots” por todas partes.
El domingo fuimos Maite y yo a comer a su casa. Nos quedamos a cenar, ya que estábamos. Comimos y bebimos como siempre, maravillosamente. Sopa de pescado, gambas al ajillo, calamares rellenos, espalda de cordero, trilllas, queso, “goulash”, ensalada de frutas frescas, un vino tinto buenísimo, coñac Napoleón…
Charlamos agradablemente de todo un poco. Àngels es una persona culta, habla varios idiomas, ha vivido en Francia y trabajado en su Barcelona natal siempre con libros, a tal punto que puede decirse que nada referente a los libros le es ajeno; es una lectora impenitente y apasionada y tiene una biblioteca impresionante.
Recordamos en un momento dado a algunos de los escritores españoles de finales de los protéicos y encantadores años sesenta. Muchos escribían en los periódicos, que salían espléndidos, gracias a ellos.
Salió a relucir Alfonso Sánchez (foto), un columnista con quien yo estuve indirecta y humorísticamente relacionado por una anécdota que provocó mi hermano Manolo, que era un gran bromista y tenía un irreprimido sentido del humor.
Alfonso Sánchez escribía de todo, y muy bien. Era un excelente crítico de cine y un hombre bueno y afectuoso, a pesar de que a veces ponía cara de ogro para asustar a los niños y, a renglón seguido, darles caramelos.
Transcribo al pie de la letra los párrafos que le dedicó Paco Umbral en su libro “Las palabras de la tribu”:
“Además de Neville está López Rubio, finísimo en el teatro y la prosa, y hasta Ruiz Iriarte ya como estriba­ciones generacionales. En cuanto a los humoristas grá­ficos, tan literarios, Herreros es el Solana del chiste, Mingote es el Picasso de los periódicos, Chumy es el surrealismo en crudo, que todavía hoy tiene un alum­no, el Roto, y, finalmente, el gran ‘cronniqueur’ genera­cional, Alfonso Sánchez, que creó un género de colum­na periodística que no se conocía en España, y cuya clave me explicaba un día:
-A nuestras marquesas y nuestros políticos tene­mos que prestarles nuestro ingenio, Paco, porque ellos no dicen nada.
Una tarde, como tantas, fui a buscarle a la redac­ción del Informaciones. Estaba haciendo la columna.
-¿De qué escribes hoy, Alfonso?
-Estoy deseando terminar para saberlo.
Alfonso era bajo, calvo, solterón, protegido de los Fierro (1), gangoso y gracioso, de un gran ingenio conversacional, un talento ‘mondain’, francés, interesado por lodo lo exterior, del cine a los toros. Parece que, previo pago, se beneficiaba a las modelos más exquisitas de Madrid, que por entonces eran las de Pedro Rodríguez, Herrera y Ollero y toda aquella gente, entre la que yo conocí a la malvada y gildeana Belén. Alfonso se obsti­naba en que él y yo estábamos igual de sordos y de ca­tarrosos, lo cual no era verdad, pero cuando el acata­rrado era yo venía a casa, me daba conversación y me regalaba una corbata.
-Le he regalado otra igual a Perico Chicote, que anda jodido, el hombre.
Su sección en ‘La Codorniz’ se llamaba «Nada con si­fón» y la firmaba Chistera. No se puede escribir nada, tan primoroso sobre la pura nada, una nada de arabes­co, mundanismo y gracia. Una nada plateresca. Alfon­so es un talento olvidado en este país sin memoria lite­raria. Así nos va. Tenemos tanta gente como Francia, pero no tenemos memoria, lo cual es una manera fina de decir que no tenemos cultura.”
Alfonso Sánchez era un fumador empedernido. Fumaba más de 40 cigarrillos al día y sus toses atronaban la redacción del vespertino “Informaciones”, en el que trabajó una temporada, así como las de César González-Ruano, compulsivo fumador de tabaco negro, detonaban en los cafés que él había convertido en sus reductos literarios. Alfonso fue el autor de la frase: “Compañero y, sin embargo, amigo”, me recordó Manolo Martín Ferrán el otro día en una carta.
Fueron los últimos bohemios, los últimos golfos y también los últimos “dandies”, los últimos escritores que enaltecieron los diarios con sus artículos a cambio de una soldada que no les alcanzaba para pagar las cuentas de bar y al sastre.

(1) Una de las familias mas adineradas de la época.


© José Luis Alvarez Fermosel

4 comentarios:

àngels miarnau dijo...

¡Qué emocionante ha sido toparme de buenas a primeras con el retrato de Alfoso Sánchez! Sin rubor confieso que se me "ha salido" una lagrimilla...
Gracias por haberlo resucitado con tu pluma; un regalo tan delicioso, al menos, como la comida del otro día.
Àngels

Anónimo dijo...

Lo verdaderamente delicioso es que existan en esta era posmoderna tan huera e idiota, y tan desprovista de gente con sensibilidad, algunas personas entre las que te pongo a ti a la cabeza. Soy yo quien agradece el constante regalo de tu amistad... ¡y tus magníficas dotes de gourmet! Cariños.

Anónimo dijo...

Estimado Caballero: leyendo esta nota me recordé mucho de mi padre porque él, español como ud., me habló mucho de Alfonso Sánchez, su voz, etc. Ni me podía imaginar que después de tantos años estaría leyendo sobre este profesional en su blog. Ya mi padre no vive y yo tenía totalmente olvidado el tema. Gracias por sus notas verdaderamente magníficas. Besos. Silvia.

Anónimo dijo...

Silvia: tu padre y Alfonso Sánchez deben haber sonreído desde el cielo, complacidos de verse enlazados en el recuerdo por ti y por mí. Me alegro de haberte traído recuerdos gratos. Es la magia de la buena memoria y el sentimiento. Muchas gracias por tus líneas, tan simpáticas y afectuosas y muchos cariños.