Insistimos sobre el jamón con verdadera tozudez casi vocacional, pues que lo de uno es ya casi un oficio o, al menos, una afición comparable con la del artesano que repuja el cuero, o labra la plata, y dedica a tan nobles tareas una considerable cantidad de tiempo.
Uno ha invertido una buena parte de su vida en comer jamón y beber vino, qué le vamos a hacer. Otra gente hace cosas peores y uno, desde luego, las ha hecho también y se arrepiente por haberlas hecho. De lo que no se arrepentirá nunca es de haber comido tanto jamón y haber bebido tanto vino –que tampoco fue tanto, bah-. Uno espera seguir consumiendo durante muchos años más. A la salud de ustedes, naturamente.
El jamón fue siempre para los españoles un alimento, o un manjar, para ser más precisos, infaltable y deseado –cuando escaseaba-. Es una exquisitez hispánica… “emblemática”, para utilizar uno de los términos del lenguaje posmoderno más empleado en la actualidad.
Cuántas veces se habrá escuchado decir en España: ¡Qué no nos falte el jamón!, o ¿habrá algún médico que nos quiera quitar el jamón?
El jamón serrano, referente antonomásico de la gastronomía española, fue distinguido no hace mucho por la Unión Europea con el sello Especialidad Garantizada (ETG), convirtiéndose así en el principal alimento español que obtiene esta etiqueta de calidad tan importante.
El jamón no es lo único que nos da el cerdo, que en realidad nos da todo, pero sí lo mejor. Noble animal al que por fin alimentamos los españoles con lo que más le gusta, que son las bellotas –el fruto de la encina-, después de haberle dado de comer de todo, incluso las sobras de la comida de uno, como a los perros antes de que se impusiera el alimento balanceado.
De cualquier manera, bien se merece el cerdo un poema y en ese sentido transcribimo el que le dedicó Chorot en la revista humorística “La Codorniz”, que se publicó durante muchos años en Madrid.
No fuiste, no -muy otro era tu sino-,
bello animal como el caballo hermoso,
ni como el cisne en su bogar sedoso
estiraste el pescuezo peregrino.
No es tu gruñido el canto delicioso
del arroyo quebrado y cristalino,
ni tu rabo rizado, buen cochino,
pudo ser nunca tu remate airoso.
Tus bellas cualidades, tan famosas,
las descubren tus carnes sustanciosas
que en alarde de líder las impones.
Porque para vencer en toda raya
al cisne, o al arroyo, o al caballo,
te bastan tus magníficos jamones.
© José Luis Alvarez Fermosel
Uno ha invertido una buena parte de su vida en comer jamón y beber vino, qué le vamos a hacer. Otra gente hace cosas peores y uno, desde luego, las ha hecho también y se arrepiente por haberlas hecho. De lo que no se arrepentirá nunca es de haber comido tanto jamón y haber bebido tanto vino –que tampoco fue tanto, bah-. Uno espera seguir consumiendo durante muchos años más. A la salud de ustedes, naturamente.
El jamón fue siempre para los españoles un alimento, o un manjar, para ser más precisos, infaltable y deseado –cuando escaseaba-. Es una exquisitez hispánica… “emblemática”, para utilizar uno de los términos del lenguaje posmoderno más empleado en la actualidad.
Cuántas veces se habrá escuchado decir en España: ¡Qué no nos falte el jamón!, o ¿habrá algún médico que nos quiera quitar el jamón?
El jamón serrano, referente antonomásico de la gastronomía española, fue distinguido no hace mucho por la Unión Europea con el sello Especialidad Garantizada (ETG), convirtiéndose así en el principal alimento español que obtiene esta etiqueta de calidad tan importante.
El jamón no es lo único que nos da el cerdo, que en realidad nos da todo, pero sí lo mejor. Noble animal al que por fin alimentamos los españoles con lo que más le gusta, que son las bellotas –el fruto de la encina-, después de haberle dado de comer de todo, incluso las sobras de la comida de uno, como a los perros antes de que se impusiera el alimento balanceado.
De cualquier manera, bien se merece el cerdo un poema y en ese sentido transcribimo el que le dedicó Chorot en la revista humorística “La Codorniz”, que se publicó durante muchos años en Madrid.
No fuiste, no -muy otro era tu sino-,
bello animal como el caballo hermoso,
ni como el cisne en su bogar sedoso
estiraste el pescuezo peregrino.
No es tu gruñido el canto delicioso
del arroyo quebrado y cristalino,
ni tu rabo rizado, buen cochino,
pudo ser nunca tu remate airoso.
Tus bellas cualidades, tan famosas,
las descubren tus carnes sustanciosas
que en alarde de líder las impones.
Porque para vencer en toda raya
al cisne, o al arroyo, o al caballo,
te bastan tus magníficos jamones.
© José Luis Alvarez Fermosel
Nota relacionada:
“Pan con tomate y jamón”
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2007/10/jamn-jamn.html)
“Pan con tomate y jamón”
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2007/10/jamn-jamn.html)
No hay comentarios:
Publicar un comentario