viernes, 9 de julio de 2010

De escritores y escritos

Alejandro Dumas vuelve a ser noticia, a siglo y medio de aparecidas sus novelas histórico-folletinescas, con un texto inédito.
La revista rusa Knizhol Obezremie (Panorama Literario) reveló que el manuscrito fue encontrado en los viejos archivos del KGB –como se llamaba el Servicio Secreto de la Rusia soviética-, después de una exhaustiva reestructuración.
Dumas, autor de más de 300 obras, reunió en ese original al poeta ruso Alexander Puschkin y a Edmundo Dantés, protagonista de la que para muchos fue su novela cumbre, El conde de Montecristo.
Alejandro Dumas viajó por primer vez a Rusia en 1858. Allí conoció las obras de Puschkin, Nekrassov y Lermontov, entre otros escritores de reconocida fama en el entonces país de los zares.
A su regreso a Francia recogió las impresiones de su viaje a Rusia en varios libros, entre ellos De París a Astrakán, El Cáucaso y Cartas desde San Petersburgo.
De El conde de Montecristo se hicieron varias películas, una de ellas con Gerard Depardieu, y algunas series de televisión. Los beneficios que le proporcionan las obras de Dumas a la industria audiovisual son muy superiores a las que el escritor francés percibió por sus derechos de autor, y eso que ganó fortunas –y se las gastó-.
Hace dos o tres años, Debate lanzó en España una nueva edición de El conde de Montecristo, quizás la novela más ambiciosa de Alejandro Dumas, en la que dio nueva forma a casi todos los clichés del romanticismo. Cosa rara, está muy bien traducida por alguien que firma E. V.
La obra carece del equilibrio de Los tres mosqueteros, pero le gana en misterio y trascendencia: un misterio que procede, en buena medida, de la habilidad técnica.
En realidad, Alejandro Dumas hizo una novela con dos personajes centrales: Edmundo Dantés, joven e inocente antes de su injusto encarcelamiento, y el conde de Montecristo, que llega al París de la monarquía burguesa dispuesto a vengarse de quienes le habían confinado durante casi tres lustros en las mazmorras del castillo de If.
Montecristo, capaz de encarnar a otros personajes (el abate Busoni, lord Wilmore), concentra en sí una energía nitzscheana. Diabólico, brutal, poseedor de una sabiduría casi ilimitada, inmensamente rico, el conde es el débil de antaño que lleva a cabo su venganza con una precisión y una letalidad perfectas. Némesis despiadada, su regreso del ayer tiene consecuencias devastadoras para los villanos de entonces, que lo siguen siendo y ahora están encumbrados.
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Vuelven las novelas de aventuras, con personajes como Sandokan, Robinson Crusoe, Tom Sawyer, el capitán Nemo y tantos otros.
Esto se debe en parte al libro La infancia recuperada, del escritor español Fernando Savater.
Novelas como Moby Dick, La isla del tesoro, El castillo de Otranto y Los misterios de Udolfo vuelven a circular.
Las dos últimas obras acaban de reeditarse en casi toda Europa y se están vendiéndose muy bien.
La novela Los misterios de Udolfo, de la escritora inglesa Ann Radcliffe -considerada la reina de lo Gótico- fue satirizada por Jane Austen en La abadía de Northanger. Ahora, a pesar de los anacronismos que contiene, el libro está siendo releído con fruición por miles de personas.
Savater, profesor de filosofía pero no filósofo, como cree la gente, ganó el Premio Planeta 2008 de novela con La hermandad de la buena suerte, un relato de aventuras de 281 páginas con algo de metafísica y carreras de caballos al fondo. Tres cosas que le apasionan al escritor: la aventura, la filosofía y el turf.
Pedro González Calero cuenta en su Filosofía de bufones una anécdota muy divertida referente a Savater, que la recogió en su Ensayo sobre Cioran.
Una vez licenciado en Filosofía y Letras, Savater quiso doctorarse y consideró la posiblidad de basar su tesis doctoral en un filósofo inexistente, al que imaginaba discípulo de Heráclito y viviendo en la Atenas del período helenístico. Finalmente abandonó la idea y acabó escribiendo su tesis sobre Cioran. Pero como el filósofo rumano apenas era conocido entonces en España, empezó a correr por los círculos universitarios el rumor de que Cioran no existía más que en la imaginación de Savater.
Savater le escribió entonces una carta diciéndole: “Por aquí dicen que usted no existe”. Cioran, que proclamó siempre la inanidad de la existencia, y sostuvo a machamartillo la idea de que lo mejor de todo sería no haber nacido, le respondió con una nota en la que, al fin y a la postre, mostraba sentido del humor, acorde con su nihilismo, eso sí: “¡Por favor, no los desmienta!”.
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“Si la palabra está bajo fuego enemigo es porque la fuerza y el poder de la palabra son temibles, y de allí la necesidad de aniquilarla. De la palabra nacen el espíritu crítico y la inspiración creadora. Y si se la quiere destruir con tanto ahínco es porque se necesita una sordomudez fundamental para soportar la inmensa cantidad de charlatanería política, comercial y mental que nos rodea y nos asfixia sin pausa”.
Palabra de la escritora y lingüista argentina Yvonne Bordelois.
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“Cuando volvió de buscar oro en Klondike, fue, como era su costumbre, a la casa grande para informar al viejo Klakee-Nah de todo el mundo que había visto; y allí vio por primera vez a El-Soo, quien ya hacía tres años que había vuelto de la misión. A partir de entonces Akoon no deambuló más. Rechazó un sueldo de veinte dólares como piloto en los grandes barcos de vapor. Cazó y pescó otro poco, pero nunca lejos de Tana-naw Station, y permanecía a menudo en la casa grande durante mucho tiempo. Y El-Soo lo comparaba a los otros hombres y le encontraba bueno. Akoon le cantaba canciones, y era ardiente y apasionado, hasta el punto de que todo Tana-naw Station llegó a saber que estaba enamorado de ella. Y Porportuk no hacía sino sonreir burlonamente y seguir adelantando dinero para la conservación de la casa”.
(Cuentos del Artico, de Jack London).
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El Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona pidió recientemente a varios escritores vanguardistas que aportaran lecturas iconoclastas acerca de don Quijote.
Según el filólogo Manuel Zabala, la época en la que apareció el Quijote –marcada por la difusión de la imprenta-, guarda similitudes notables con nuestros días. “La revolución que significó la extensión de la cultura impresa fue tan importante como el desafío que nos plantean en la actualidad las nuevas tecnologías”.
Zabala citó la locura en que cae don Quijote después de leer libros de caballerías, un trastorno parecido al que producen hoy el hábito de los videojuegos y otros igualmente digitales entre los adolescentes. “El Quijote es un adicto a la lectura y pierde por ello el contacto con la realidad, como les pasa hoy a los jóvenes que se enganchan en Internet”.
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“Tome este manuscrito”, le dijo Rudyard Kipling a una enfermera que había cuidado de su primer hijo una vez que estuvo enfermo. “Algún día, si necesita dinero, quizás pueda venderlo por una buena suma”, añadió el escritor.
La enfermera lo haría, años más tarde, y viviría confortablemente el resto de sus días con la cantidad que le dieron por el original. Era El libro de la selva.
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Cyrano de Bergerac (1620-1655) existió de verdad, con nariz y todo.
Fue poeta, dramaturgo y escritor de ciencia ficción. José Ferrer y Gerard Depardieu le dieron vida en el cine.
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Según cuenta Plutarco en la que quizás sea su obra más conocida, y más citada –sobre todo por Perón-, Vidas paralelas, la primera vez que Julio César llegó a Africa tuvo la mala suerte de tropezar y caer al suelo. Con la presencia de ánimo que le caracterizaba, César se sobrepuso en el acto y levantándose con gran presteza dijo: “Teneo te, Africa” (“Te tengo, Africa”), dando así a entender que su caída fue en realidad un acto voluntario con el que simbolizó que había tomado posesión de aquella tierra.
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“El hombre es en el fondo un animal salvaje y terrible. Lo conocemos sólo tal como ha sido domesticado y educado por lo que llamamos civilización. De ahí que nos alarmemos cuando alguna vez sale a la luz su verdadera naturaleza; cuando, por ejemplo, en reunión con varios de sus semejantes enfurecidos, se convierte en turba. Siempre que desaparecen los frenos y las cadenas de la ley del orden, dando paso a la anarquía, se presenta como realmente es”.
(Schopenhauer)
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“Una revolución violenta cae al principio en manos de fanáticos de mentalidad estrecha y de hipócritas despóticos. Después les toca el turno a todos los intelectuales presuntuosos y fracasados, que se convierten en caudillos y jefes. Los hombres escrupulosos y justos, de carácter noble, humanitario y abnegado, los altruistas y los inteligentes pueden empezar un movimiento, pero éste se les va de las manos. No son líderes de una revolución: son sus víctimas”.
(Joseph Conrad)
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“En un viejo tratado sobre enanos y bufones se lee que el bufón del rey Jacobo IV de Escocia era un ser doble o, dicho de otro modo, siamés. De los dos in­dividuos que lo componían, uno estaba dotado de inteligencia y vivacidad, era un buen músico y en­cantaba a las damas de la corte por su donaire y su ingenio. Por el contrario, el otro era torpe, idiota y borrachín, hasta el punto de que acabó por matar a su hermano, muriendo en seguida alcoholizado. Es­tos dos seres nunca se llevaron bien; se pegaban y se arrancaban continuamente la botella de las manos: uno para beber, el otro para tirarla.
En el mismo tratado sobre los bufones, sir Grenville Temple cuenta que en 1835 le fue presentado durante su viaje a Túnez un personaje extraordina­rio: era un enano y se llamaba Abu Zadek; medía menos de sesenta centímetros, tenía cuarenta y cinco años, cuatro hijos, cuatro hijas y una esposa, dicen, extremadamente bella. Durante uno de sus viajes, Sidi Mustafá lo vio y se lo llevó a Túnez, donde le proporcionó una cómoda morada y magníficos ves­tidos y él, a su vez, le sirvió para divertir a toda la corte. De vez en cuando lo metían en un gran tarro de mermelada y, cuando había visitantes, el hermano del bey decía que acababa de recibir frutas confitadas de Constantinopla y rogaba a los visitantes que abrie­sen el tarro y tomaran algunas. En cuanto abrían la tapa, Abu Zadek saltaba fuera, con gran espanto de los huéspedes, que no paraban de repetir aterroriza­dos: '¡Alá, Alá!' ”.
(Breviario de idiotas, de Ermanno Cavazzoni)
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Transcripción y comentarios: J. L. A. F.

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