Ya hay caviar de caracol. Y, al parecer, muy rico. El caracol, como es público y notorio, se toma todo con mucha calma. Lo cual demuestra el hecho, tan significativo, de que tarda nada menos que 36 horas en hacer el amor -¡bendito sea...!
Como resultado pone, o sea, la caracola, cerca de 50 huevecillos unidos entre sí por un hilo viscoso. (¡Todo es viscoso en el caracol, Dios mío...!)
Con esos huevos se elabora en Francia un curioso caviar que está haciendo verdadero furor entre los más exigentes “gourmets”.
Ya hay varias granjas dedicadas al cultivo del caracol “petit gris”, de cuyos huevos de primera puesta se afirma que son los más adecuados para la preparación de esta rara variante del caviar que se vende... ¡a 700 dólares el kilo!
Mucho más barato resultó siempre comer los caracoles, presentes antes, guisados con un poco de picante en sus cacerolas de barro en los bares y restaurantes de la española Avenida de Mayo de Buenos Aires.
Ahora ya no es tan frecuente encontrarlos, y es una pena, porque si el caracol no es un bicho así como precisamente sabroso, sí lo era la salsa que le acompañaba, la cual era lo que en realidad le daba gracia al guiso.
Yo tengo la suerte de comer caracoles con frecuencia en casa de mi inteligente y sensible amiga Àngels Miarnau, que los prepara, como tantas otras “delicacies”, magníficamente.
Como resultado pone, o sea, la caracola, cerca de 50 huevecillos unidos entre sí por un hilo viscoso. (¡Todo es viscoso en el caracol, Dios mío...!)
Con esos huevos se elabora en Francia un curioso caviar que está haciendo verdadero furor entre los más exigentes “gourmets”.
Ya hay varias granjas dedicadas al cultivo del caracol “petit gris”, de cuyos huevos de primera puesta se afirma que son los más adecuados para la preparación de esta rara variante del caviar que se vende... ¡a 700 dólares el kilo!
Mucho más barato resultó siempre comer los caracoles, presentes antes, guisados con un poco de picante en sus cacerolas de barro en los bares y restaurantes de la española Avenida de Mayo de Buenos Aires.
Ahora ya no es tan frecuente encontrarlos, y es una pena, porque si el caracol no es un bicho así como precisamente sabroso, sí lo era la salsa que le acompañaba, la cual era lo que en realidad le daba gracia al guiso.
Yo tengo la suerte de comer caracoles con frecuencia en casa de mi inteligente y sensible amiga Àngels Miarnau, que los prepara, como tantas otras “delicacies”, magníficamente.
© José Luis Alvarez Fermosel
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