Bufón viene del italiano "buffo" (risible, cómico). El diccionario dice que bufón es aquél que hace reír. Si bien los bufones ya no existen, sí hay personas que hacen reir e incluso otras que mueven a risa, aunque por lo general éstas últimas no lo saben.
Los antiguos bufones de las cortes medievales eran hombrecillos casi siempre enanos, corcovados o con la cabeza a pájaros, como quien dice. A veces perdían las cabezas, en una época en la que las cabezas rodaban con frecuencia y por un quítame allá esas pajas.
Su oficio consistía en hacer reir a los poderosos (gente de risa difícil) a cambio de comida y casa regia. Se debatieron siempre entre el aplauso y el castigo de sus amos, muchos de los cuales se divertían más midiéndoles las costillas que celebrando sus bromas.
La existencia de esta pobre gente, que andaba siempre vestida de colorines, con gorros con cascabeles y una suerte de cetro de tosca madera, en uno de cuyos extremos había, tallada, una cara de muñeca, se remonta a la antigüedad grecolatina, según el libro "Historias de bufones", escrito por el francés André Gazeau a finales del siglo pasado.
El fabulista Esopo -que era jorobado- hizo de bufón en sus comienzos. Homero habla de Térsites en el canto II de "La Ilíada". Térsites, que significa desvergonzado, era contrahecho, calvo y bizco pero capaz de cantarle en la cara cuatro verdades al mismísimo Agamenón.
Muchos de estos titiriteros, correveidiles y contadores de chistes se atrevían a veces a criticar a sus amos, o a echarles en cara sus defectos. No solía irles bien. Francesillo de Zúñiga, autor de la "Crónica burlesca" a Carlos V, murió de una paliza que recibió de un cortesano.
Velázquez, que denominó "sabandijas de palacio" a los bufones de la corte de Felipe IV, los plasmó, empero, en muchos de sus lienzos, en ocasiones en retratos de corte. Recordemos, sin ir más lejos, "Las Meninas".
Los bufones divertían a sus dueños, pero su vida no tenía nada de divertida. Comían en la cocina con los criados, usaban la misma ropa hasta que se les caía a jirones y tenían que mendigar las monedas que les daban sus amos, cuando se las daban, después de haber hecho el payaso durante un buen rato.
Los bufones pasaron de moda, al menos en España, con la llegada de Los Borbones. Se impusieron, en cambio, los favoritos o validos y, en el caso de Felipe V y Fernando VI, los cantantes italianos. Carlos III no permitía que se le acercara nadie que tuviera un título inferior al de marqués.
La literatura universal dedicó algún espacio, de pasada, a la figura del bufón, que aparece, por ejemplo, en la Comedia dell'Arte, en el "San Troilo" de Shakespeare y el "Triboulet" de Víctor Hugo.
Se merecen este recuerdo porque, al fin y al cabo, alegraron mal que bien sombrías cortes del pasado.
Los antiguos bufones de las cortes medievales eran hombrecillos casi siempre enanos, corcovados o con la cabeza a pájaros, como quien dice. A veces perdían las cabezas, en una época en la que las cabezas rodaban con frecuencia y por un quítame allá esas pajas.
Su oficio consistía en hacer reir a los poderosos (gente de risa difícil) a cambio de comida y casa regia. Se debatieron siempre entre el aplauso y el castigo de sus amos, muchos de los cuales se divertían más midiéndoles las costillas que celebrando sus bromas.
La existencia de esta pobre gente, que andaba siempre vestida de colorines, con gorros con cascabeles y una suerte de cetro de tosca madera, en uno de cuyos extremos había, tallada, una cara de muñeca, se remonta a la antigüedad grecolatina, según el libro "Historias de bufones", escrito por el francés André Gazeau a finales del siglo pasado.
El fabulista Esopo -que era jorobado- hizo de bufón en sus comienzos. Homero habla de Térsites en el canto II de "La Ilíada". Térsites, que significa desvergonzado, era contrahecho, calvo y bizco pero capaz de cantarle en la cara cuatro verdades al mismísimo Agamenón.
Muchos de estos titiriteros, correveidiles y contadores de chistes se atrevían a veces a criticar a sus amos, o a echarles en cara sus defectos. No solía irles bien. Francesillo de Zúñiga, autor de la "Crónica burlesca" a Carlos V, murió de una paliza que recibió de un cortesano.
Velázquez, que denominó "sabandijas de palacio" a los bufones de la corte de Felipe IV, los plasmó, empero, en muchos de sus lienzos, en ocasiones en retratos de corte. Recordemos, sin ir más lejos, "Las Meninas".
Los bufones divertían a sus dueños, pero su vida no tenía nada de divertida. Comían en la cocina con los criados, usaban la misma ropa hasta que se les caía a jirones y tenían que mendigar las monedas que les daban sus amos, cuando se las daban, después de haber hecho el payaso durante un buen rato.
Los bufones pasaron de moda, al menos en España, con la llegada de Los Borbones. Se impusieron, en cambio, los favoritos o validos y, en el caso de Felipe V y Fernando VI, los cantantes italianos. Carlos III no permitía que se le acercara nadie que tuviera un título inferior al de marqués.
La literatura universal dedicó algún espacio, de pasada, a la figura del bufón, que aparece, por ejemplo, en la Comedia dell'Arte, en el "San Troilo" de Shakespeare y el "Triboulet" de Víctor Hugo.
Se merecen este recuerdo porque, al fin y al cabo, alegraron mal que bien sombrías cortes del pasado.
© José Luis Alvarez Fermosel
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