domingo, 17 de agosto de 2008

Los sombreros "Panamá" no son de Panamá

Los sombreros de paja conocidos como “Panamá” proceden, en realidad, de Ecuador. Los confeccionan artesanos costeños y de aldeas del interior, que trabajan con verdadero mimo –como se dice que hay que trabajar ahora, sobre todo en la cocina-, el blanco hilo vegetal que constituye la trama de estos cubrecabezas tan simpáticos.
Mujeres morenas de dedos agilísimos deshilachan la fibra de paja llamada toquilla, que deben humedecer constantemente para que no pierda su flexibilidad.
A los ecuatorianos no les gusta que a su artículo de exportación más famoso –que coronó testas tan célebres como las de Grover Cleveland, Herbert Hoover y los reyes Jorge V de Inglaterra y Alfonso XIII de España- los llamen “Panamás”. Tienen razón.
Los buscadores de oro californianos que pasaron por Centroamérica fueron los primeros que los usaron. A su regreso a Nueva York, y al preguntárseles que dónde habían comprado aquellos originales sombreros, dijeron que en Panamá como podrían haber dicho en otro sitio cualquiera.
Cincuenta años después, cuando el ingeniero francés Fernando de Lesseps emprendió, en 1880, la construcción del canal de Panamá, los trabajadores contratados en lugares menos cálidos descubrieron que esos sombreros de ala ancha y estructura rígida eran ideales para protegerse del sol.
Lesseps construyó también el canal de Suez, en Egipto. Según chismes de la época se enamoró de la española Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III. Ella le habría correspondido en secreto. Los ingenieros del estilo aventurero de Lesseps, o los exploradores como Stanley tenían éxito con las mujeres.
El también llamado “jipi japa”, el “canotier” del inefable Maurice Chevalier multiplica cientos de veces su precio al dejar las manos de la tejedora e ingresar en el mercado.
Los artesanos pueden tardar hasta tres meses en terminar un (mal llamado) “Panamá”. La materia prima se encuentra lejos de la bella y caótica capital de Ecuador, Quito. La “Cardulovica palmata”, verdadero nombre de la planta conocida como paja toquilla, crece en las colinas bajas de la ciudad portuaria de Guayaquil, donde hay una región refrescada por las brisas marinas de la corriente de Humbold.
El sombrero de paja constituía uno de los signos distintivos del “indiano”, como se llamaba en España a los emigrantes que se “habían hecho la América” y regresaban ricos a su terruño al cabo de los años, luciendo un anillo con un grueso diamante en el dedo anular de la mano izquierda, balanceando un bastón de caña de Malaca y en la otra mano una jaula con un guacamayo de hermosas plumas rojas, verdes, amarillas y azules.
Pero quien inmortalizó el sombrero de paja fue Maurice Chevalier, que con su frescura y su picardía tan características –tan parisienses- consiguió que armonizara con el esmóquin negro e hizo de él su caballito de batalla artístico, como Carlitos Chaplin con su bombín y su bastoncillo flexible.
Los sombreros de Ecuador se exportan a Japón, Estados Unidos, Brasil, Alemania y España.
Kurt Dortzad, un hombre de negocios alemán de origen judío, que se ha pasado casi toda la vida fabricando “Panamás” y vendiéndolos en el extranjero, produce ahora sólo medio millón de esos sombreros al año y se lamenta de que apenas queden 20.000 tejedores en su fábrica de Cuenca (ciudad homónima de la española).
Ya no se lleva sombrero, ni en invierno ni en verano. Es una lástima, porque es una prenda, por así llamarla, muy sentadora. Carlos Gardel, que cada día canta mejor, le sacó mucho partido a su “gacho” (sombrero flexible) gris perla.
“Quel Panamá!” (1)

(1) Expresión habitual en Francia que describe un conflicto, o algo inusual o extraordinario.


© José Luis Alvarez Fermosel

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