“Terciar el bastón” significaba, en la edad de oro de este adminículo, darle a uno de bastonazos, cosa que hizo un día Luis XIV, rey de Francia, quien moliendo a palos a un lacayo, rompió uno de sus mejores bastones de palisandro. "Hélas!"
El bastón, pieza insustituible en la elegancia masculina durante el primer tercio del siglo XX, junto con el sombrero, se resiste a desaparecer como ornamento. El sombrero ya no lo lleva nadie, o casi nadie.
El escritor español Antonio Gala usa bastón y tiene una interesante colección de ellos. El aristócrata y “play boy” de la misma nacionalidad, Jaime de Mora y Aragón también lo usaba. A Jaime lo llamábamos “Fabiolo” sus amigos porque era hermano de la reina Fabiola de Bélgica que, entre paréntesis, acaba de cumplir 8O años.
El bastón-artilugio adquirió un extraordinario desarrollo a partir del siglo XVIII. Aún se pueden encontrar piezas que incorporaron relojes de sol, recipientes de perfume (o de… ¡veneno!, según lo requiriera la ocasión), catalejos, cigarreras, licoreras, paletas de pintor, estoques, escopetas, juegos de cubiertos y todas las curiosidades que se puedan imaginar.
Todo el mundo recuerda al actor José Ferrer en su (extraordinario) papel del pintor francés Toulouse Lautrec en la película "Moulin Rouge", bebiendo el brandy que contenía su bastón hueco, cuyo puño de plata se desenroscaba y servía de vaso.
Los bastones eran también arma ofensiva y defensiva. Había, incluso, una esgrima de bastón. Uno de ellos, mejor dicho, un bastonazo ocasionó una pérdida irreparable: la de un brazo, exactamente el izquierdo, del gran escritor gallego Ramón María del Valle Inclán.
Fue en 1899, en el Nuevo Café de la Montaña de Madrid. Valle y el cronista Manuel Bueno discutían acaloradamente acerca de un duelo –que no los involucraba a ninguno de los dos-.
En un momento dado, Bueno amenazó con su bastón al autor de “Luces de Bohemia”. Valle Inclán tomó de la mesa en la que estaba sentado una jarra llena de agua y la esgrimió como una maza, empapando a sus contertulios. Manuel Bueno le propinó un bastonazo que le incrustó un gémelo del puño de la camisa en la muñeca, causándole una herida.
A los pocos días la herida se gangrenaba rápidamente y no hubo más remedio que ampuntarle el brazo, poco más abajo del codo.
No mucho tiempo después, Valle Inclán citó a Manuel Bueno al mismo café y, tuteándolo por primera vez, le dijo con su voz de trueno:
- Mira, Bueno, lo pasado, pasado. Todavía me queda la mano derecha para estrechar la tuya.
Corrían otros tiempos. Había otra gente.
El bastón, pieza insustituible en la elegancia masculina durante el primer tercio del siglo XX, junto con el sombrero, se resiste a desaparecer como ornamento. El sombrero ya no lo lleva nadie, o casi nadie.
El escritor español Antonio Gala usa bastón y tiene una interesante colección de ellos. El aristócrata y “play boy” de la misma nacionalidad, Jaime de Mora y Aragón también lo usaba. A Jaime lo llamábamos “Fabiolo” sus amigos porque era hermano de la reina Fabiola de Bélgica que, entre paréntesis, acaba de cumplir 8O años.
El bastón-artilugio adquirió un extraordinario desarrollo a partir del siglo XVIII. Aún se pueden encontrar piezas que incorporaron relojes de sol, recipientes de perfume (o de… ¡veneno!, según lo requiriera la ocasión), catalejos, cigarreras, licoreras, paletas de pintor, estoques, escopetas, juegos de cubiertos y todas las curiosidades que se puedan imaginar.
Todo el mundo recuerda al actor José Ferrer en su (extraordinario) papel del pintor francés Toulouse Lautrec en la película "Moulin Rouge", bebiendo el brandy que contenía su bastón hueco, cuyo puño de plata se desenroscaba y servía de vaso.
Los bastones eran también arma ofensiva y defensiva. Había, incluso, una esgrima de bastón. Uno de ellos, mejor dicho, un bastonazo ocasionó una pérdida irreparable: la de un brazo, exactamente el izquierdo, del gran escritor gallego Ramón María del Valle Inclán.
Fue en 1899, en el Nuevo Café de la Montaña de Madrid. Valle y el cronista Manuel Bueno discutían acaloradamente acerca de un duelo –que no los involucraba a ninguno de los dos-.
En un momento dado, Bueno amenazó con su bastón al autor de “Luces de Bohemia”. Valle Inclán tomó de la mesa en la que estaba sentado una jarra llena de agua y la esgrimió como una maza, empapando a sus contertulios. Manuel Bueno le propinó un bastonazo que le incrustó un gémelo del puño de la camisa en la muñeca, causándole una herida.
A los pocos días la herida se gangrenaba rápidamente y no hubo más remedio que ampuntarle el brazo, poco más abajo del codo.
No mucho tiempo después, Valle Inclán citó a Manuel Bueno al mismo café y, tuteándolo por primera vez, le dijo con su voz de trueno:
- Mira, Bueno, lo pasado, pasado. Todavía me queda la mano derecha para estrechar la tuya.
Corrían otros tiempos. Había otra gente.
© José Luis Alvarez Fermosel
No hay comentarios:
Publicar un comentario