martes, 12 de agosto de 2008

Terciar el bastón

“Terciar el bastón” signifi­caba, en la edad de oro de este adminículo, darle a uno de bastonazos, cosa que hizo un día Luis XIV, rey de Francia, quien mo­liendo a palos a un lacayo, rompió uno de sus mejores basto­nes de palisandro. "Hélas!"
El bastón, pieza insustitui­ble en la elegancia mascu­lina durante el primer ter­cio del siglo XX, junto con el sombrero, se resiste a desaparecer como orna­mento. El sombrero ya no lo lleva nadie, o casi nadie.
El escritor español Antonio Gala usa bastón y tiene una interesante colección de ellos. El aristócrata y “play boy” de la misma nacionalidad, Jaime de Mora y Aragón también lo usaba. A Jaime lo llamábamos “Fabiolo” sus amigos porque era hermano de la reina Fabiola de Bélgica que, entre paréntesis, acaba de cumplir 8O años.
El bastón-artilugio adquirió un extraordinario desarro­llo a partir del siglo XVIII. Aún se pueden encontrar piezas que incorporaron relo­jes de sol, recipientes de perfume (o de… ¡veneno!, se­gún lo requiriera la oca­sión), catalejos, cigarre­ras, licoreras, paletas de pintor, estoques, escopetas, juegos de cubiertos y todas las curiosidades que se puedan imaginar.
Todo el mundo recuerda al actor José Ferrer en su (extraordinario) papel del pintor francés Toulouse Lautrec en la película "Moulin Rou­ge", bebiendo el brandy que contenía su bastón hueco, cuyo puño de plata se desenroscaba y servía de vaso.
Los bastones eran también arma ofensiva y defensiva. Había, incluso, una esgrima de bastón. Uno de ellos, mejor dicho, un bastonazo ocasionó una pérdida irreparable: la de un brazo, exactamente el izquierdo, del gran escritor gallego Ramón María del Valle Inclán.
Fue en 1899, en el Nuevo Café de la Montaña de Madrid. Valle y el cronista Manuel Bueno discutían acaloradamente acerca de un duelo –que no los involucraba a ninguno de los dos-.
En un momento dado, Bueno amenazó con su bastón al autor de “Luces de Bohemia”. Valle Inclán tomó de la mesa en la que estaba sentado una jarra llena de agua y la esgrimió como una maza, empapando a sus contertulios. Manuel Bueno le propinó un bastonazo que le incrustó un gémelo del puño de la camisa en la muñeca, causándole una herida.
A los pocos días la herida se gangrenaba rápidamente y no hubo más remedio que ampuntarle el brazo, poco más abajo del codo.
No mucho tiempo después, Valle Inclán citó a Manuel Bueno al mismo café y, tuteándolo por primera vez, le dijo con su voz de trueno:
- Mira, Bueno, lo pasado, pasado. Todavía me queda la mano derecha para estrechar la tuya.
Corrían otros tiempos. Había otra gente.



© José Luis Alvarez Fermosel



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