domingo, 10 de octubre de 2010

La conquista de Pinkerton

¡Pues, hombre, lo único que nos faltaba, un ratón dentro de un queso!
Ya no se conforman con trincar el queso que les pones en las trampas y salir de naja con él en la boca. Ahora también se meten dentro de nuestros quesos. ¡Estos ratones…!
El ejemplar que aparece asomando apenas su hociquillo por un agujero del queso, tiene más de ratón de Walt Disney que de esos que se nos cuelan de rondón un día en casa y nos hacen revolver Roma con Santiago, hasta que lo pillamos en falsa escuadra y nos lo cargamos de un escobazo, pobre animalejo, que no nos ha hecho nada.
Cuando lo vemos ya sin vida, exánime sobre la alfombra, él que era todo vitalidad, movimiento y rapidez, nos da un poco de lástima.
Somos violentos, los seres humanos somos violentos, esa es la verdad. Tendemos a agredir. Por envidia, por celos, por despecho, por miedo, por lo que sea. Ya de niños se nos enseña que no hay mejor defensa que un buen ataque.
En virtud de una suerte de mea culpa, traemos hoy aquí a Pinkerton –ese es su nombre- vivito y coleando, con una expresión azorada, como si supiera que ha hecho una travesura, y un poco temerosa también, como si viera venir la trampa o la escoba, que en esta oportunidad hemos guardado bajo llave.
¿Que se ha metido en un queso? Bueno, pues ya saldrá. O se lo comerá poco a poco, si se deja el queso donde está, que mientras no se mueva le servirá también de casa. El sueño de la vida de un ratón: vivir en una casa de queso e ir comiéndosela bocado a bocado.
Un ratón –¿no se apellidaba Pérez?- nos ponía una moneda bajo la almohada a cambio de un diente, el primero de los dientes de leche que se nos cayó.
Esa fue la primera transacción comercial de nuestra vida, hecha por otros, por cierto. Andando el tiempo habríamos de hacer otras muchas, por cuenta de otros y por la nuestra.
Las andanzas del ratón Mickey nos divirtieron mucho de chicos. Lo vimos en Disney World, caminando del brazo de su novia Minnie por una avenida. No sabíamos que los dos habían crecido tanto.
El ratón Jerry le traía al gato Tom por la calle de la amargura. Pero en el fondo eran amigos.
El gran periodista y excelente ser humano español Vicente Romero recibe a veces en el estudio de su casa de la sierra madrileña, cuando está escribiendo, la visita de un ratoncillo –que debe venir del jardín-. Se pone de manos muy cerca de él y le observa fascinado durante un buen rato. Al cabo se va y tarda varios días en volver. Para Vicente ya es un amigo.
Saquemos a Pinkerton a la luz pública. Es más, regalémosle el queso.
¿Quién se va a comer un queso con un ratón dentro?


© José Luis Alvarez Fermosel

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