lunes, 4 de octubre de 2010

El obispo y los prostíbulos

En los tiempos heroicos, cuando se hacía periodismo en serio, los que empezábamos entonces aprendíamos muchos de los veteranos. Como sabían todo lo que hay que saber, y más, les hacíamos caso. En la calle encontrábamos la corroboración empírica.
Cuando digo que aquellos veteranos lo sabían todo quiero decir que escribían muy bien, pero asímismo conocían a la perfección el medio para el que trabajaban, de la redacción a la platina. Ningún género periodístico les era extraño. Hacían fotos y las revelaban, manejaban el taller, el archivo, sabían titular, diagramar, corregir…
En la calle no se les escapaba nada, llegaban a donde hubiera que ir, y más lejos, abrían todas las puertas y cuando no, entraban por la ventana. Así que volvían siempre al periódico con la información. Ni que hablar de los fotógrafos, profesionales y audaces hasta la temeridad.
Más les valía no volver a la redacción con las manos vacías, porque si así ocurría se hacían acreedores a una buena reprimenda, cuando no a una suspensión de empleo y sueldo.
Si por causas de fuerza mayor les era imposible regresar a la “cuadra” con la noticia, o el material para la crónica, se las arreglaban para traer algo todavía mejor que lo que se les había encomendado, algo que no tenía nadie: una primicia, un “scoop”, como dicen los norteamericanos, maestros del reporterismo.
No había entrevistado que no quisiera hacer declaraciones que se les resistiera. Siempre les hacían soltar prenda.
Yo tuve la suerte, nada más llegar a Buenos Aires, de empezar a trabajar en la Crónica de Héctor Ricardo García -a quien nunca podré agradecer bastante todas sus deferencias y gentilezas-. Allí me codée de igual a igual con muchos de los mónstruos sagrados de la Crítica de Botana, un diario que hizo historia en Argentina. García tuvo el buen sentido de llevárselos a Crónica, cuando cerro Crítica. Cree que es justo traerlos a colación aquí: es gratitud y es recuerdo.
Juan Petrone, secretario general –desempeñó el mismo cargo en Crítica-, Roberto Cook –hermano de John William Cook- diplomático de carrera, Vicente “Tuchi” Thomas, que fue boxeador y vivió varios años en Estados Unidos. A él le escuché el lema “Rolling stone gathers no moss” (Piedra que rueda no cría musgo).
Cook, “Tuchi” Thomas y yo mismo hablábamos varios idiomas. En la “cuadra” había dos poetas: Leónidas Lamborghini y Joaquín Ianuzzi.
Eduardo Portillo, que firmaba en Crítica sus crónicas de “turf” como “Tres y Dos”, en Crónica hacía de todo, y todo lo hacía bien. Gustavo Germán González fue el mejor reportero de policiales de Argentina. Estuvo en el diario de Botana, donde estampaba al pie de sus crónicas sus iniciales: G. G. G. Luego pasó a Crónica, él también.
Américo Barrios dirigía el matutino. De Ricardo Gangeme, Alfredo Bonatto, Pepe Cardinali, Néstor Ruiz, Norma Vega y otros hablaré en cualquier otra ocasión para dedicarles el espacio que se les debe. Capítulo aparte merecen los legendarios hermanos Jacobson. De Jorge soy muy amigo.
En toda la América de habla española hubo siempre muy buenos periodistas. Recordemos, sin ir más lejos, a los bolivianos Ted Córdova Claure y Augusto Montesinos Hurtado.
Un diario de Chile –hace de esto muchos años- mandó a uno de sus reporteros a una provincia a la que viajaba un obispo en visita pastoral.
El director del diario, rabiosamente anticlerical, encareció a su enviado especial que procurara conseguir alguna noticia a tono con la tendencia del periódico.
Apenas llegó el prelado se vio rodeado de periodistas, incluído el chileno, que se las había apañado para situarse a su lado y decirle rápidamente al oído, con una suerte de desesperación: “¡Los prostíbulos, Eminencia Reverendísima, los prostíbulos…!”
El obispo, aterrado, gritó, más que dijo: “¿Cómo? ¡Los prostíbulos…! ¿Dónde están los prostíbulos?”.
Al día siguiente el diario encabezaba su primera página con el siguienter título: “¿Dónde están los prostíbulos?, preguntó el obispo nada más llegar…”.
A los católicos no les habrá parecido nada bien la artimaña del periodista chileno.
Reconozcamos –sin entrar en la deontología del periodismo, que ese es otro tema- que al chileno no le faltó astucia, ni rapidez mental. Ante todo y por todo era periodista, y trabajaba para un diario que estaba contra el clero.
Aquellos periodistas que eran veteranos en el último tercio del siglo pasado se distinguieron por el conocimiento perfecto del oficio que eligieron, su profesionalismo, su ingenio, su amplia cultura general y su dominio del idioma español, cuando no de otros.
Eran otros tiempos, eran otros periodistas.

© José Luis Alvarez Fermosel

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