sábado, 23 de octubre de 2010

De zurcidos y clarividencias

Me referí en un post anterior a un informe, avalado por científicos y especialistas, según el cual la capacidad de comprensión del ser humano es actualmente muy escasa.
El estudio que leímos nosotros –porque hay varios sobre el mismo tema- sostiene que cuesta mucho leer de corrido un texto, aun de una sola carilla, y entenderlo todo del principio al fin, aunque el escrito sea de un esquematismo de dos más dos son cuatro, como por ejemplo: Pepita no quiere comer cocido, por aquí se va a la panadería y otros por el estilo. Escritos, ojo al anteojo, sometidos a la lectura de adultos alfabetos y con estudios.
Afortunadamente hay personas –no sabemos cuántas- que son capaces de entender textos largos, y si a mano viene, enrevesados.
Pongo de ejemplo a Pablo Rubén Cano, un fiel seguidor de este blog, con el que he trabado una relación amistosa por correo electrónico, sin conocerle personalmente. Estas cosas de la Internet.
El y algún otro lector afirman, con gran generosidad, que se emocionaron cuando leyeron determinados escritos míos de corte intimista y evocador. ¡Qué mejor elogio para un escritor que decirle que es capaz de emocionar a sus contemporáneos, o por lo menos a un puñado de ellos, y entre ellos a un amigo, por más electrónico que sea!
“Está zurcido muy íntimamente de tu propia historia”, me dijo Pablo Rubén Cano el otro día después de leer uno de los artículos en los que saco a relucir recuerdos de tiempos pasados, que no sé si fueron mejores o peores que los actuales, diré para quedar en tablas con Jorge Manrique.
De modo que, aunque no abunden, hay personas que además de entender a la perfección un texto incluso largo, incluso escrito –no redactado-, pueden adivinar alguna faceta de la personalidad del autor.
Un señor me comunicó una vez en un e-mail a mi blog que a juzgar por las cosas que yo escribía debía ser bajito, gordo, calvo, con gafas y un bigote finito y recortado como los que lucían los actores que protagonizaban las películas de los años cuarenta. No tengo ni una sola de esas características físicas.
Lo que sí debo tener es voz de gordo, porque cuando hablaba por radio alguna señora me dijo que me imaginaba parecido a Sancho Panza.
Está bien, el juego de la imaginación es, debe ser libre. Quizás una de las mejores cosas que podamos ofrecer los escritores a nuestros lectores sea la posibilidad de que se hagan una idea, siquiera aproximada, de cómo somos y cómo parecemos.
Que sí, Pablo Rubén, que sí; que has dado en el clavo. Que tú, como muy pocos, eres capaz de ver bajo el agua.

© José Luis Alvarez Fermosel

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