domingo, 24 de octubre de 2010

Primavera

El sol parecía un gran disco de plata que se incrustara lentamente en un mar rocoso y extraño, de otro planeta.
La tarde se había vestido de franela gris, seguramente tratando de abrigarse.
Barría las calles un frío viento repentino. La ciudad daba la impresión de ser otra, o la única que hubiera subsistido tras una catástrofe mundial.
Asistía a un crepúsculo en tonos grises, del blanquecino al hierro colado: un paisaje oscuro y ominoso, como pintado por Max Ernst.
Los rascacielos y los grandes hoteles de la avenida se habían desleído, cubiertos por una especie de velo que desplegaba el cierzo gris, raro y gélido, envolviendo edificios, árboles, plazas, postes, farolas y gente que caminaba a paso de maniobra, diríase que huyendo de un fenómeno presentido.
Bajó una leve niebla polvorienta que formaba halos alrededor de las luces de la urbe inquietante, calcada de un relato de Stephen King.
El cielo estaba blanco, ya. El aire parecía también blanco, de un blanco helado.
Pasó a mi lado, casi rozándome, una señora de pelo gris, vestida de gris, con mitones. La tomé delicadamente de un brazo.
- Pero, ¿ha visto usted? –le pregunté-
- ¡Es la primavera! ¿No se ha enterado usted? ¡Ha llegado la primavera, la primavera! ¡Estamos en primavera! –me respondió-
E inmediatamente se soltó de mi mano, con la misma dulzura con que yo la había asido, y echó a correr por el bulevar, agitando los brazos y riéndose a carcajadas.
¡La primavera…! Pero en esa estación del año -tan traída y llevada por los poetas y las muchachas adolescentes-, el sol empieza a brillar con más intensidad, las ramas de los árboles se llenan de hojas verdes, aparecen flores por todas partes, los pájaros cantan, todo es luminoso y extraña pero deliciosamente turbador…; y esto: esta intranquilidad, este miedo soterrado, este silencio improcedente, esta grisura, este frío, esta niebla…
Me costó llegar a mi casa. Caminaba con dificultad, zarandeado por el viento. Cuando llegué, vi que en la entrada del edificio las luces estaban también encendidas. El hombre de la seguridad, en la recepción, clasificaba la correspondencia, inclinado sobre el “comptoir” de madera aglomerada.
- ¿Ha visto usted cómo está la calle? O, si no ha salido, ¿le han contado…? -le interrogué, en un estado raro.
Levantó su calva cabeza y me dijo con voz ronca:
- Es la primavera, señor.
- Pero…
- Tiene usted razón, señor, todo es tan raro…
Mientra esperaba el ascensor escuché las campanadas de un reloj lejano que sonaban forzadas, cansinas.
Primavera. Temperaturas para mañana: mínima 6 grados, máxima 15.
© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

El sol ya es de color uva moscatel por la tarde
Llegó la primavera

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