lunes, 27 de septiembre de 2010

Kim Philby, audacia y traición

En el pasado mes de mayo se cumplieron veintiún años de la muerte del espía por antonomasia del siglo XX: Kim Philby, que en realidad fue un doble agente o un “topo”, como se dice en la jerga del espionaje.
Mientras se encaramaba en las más altas cotas de la inteligencia británica, trabajaba ya como agente en el NKVD soviético. Continuó luego en el sucesor de éste: el KGB.
Hombre de extraordinaria audacia, favorecido por una buena suerte poco común –según reconoció él mismo-, se llamaba Harold Adrian Russell Philby y nació en Ambala, en el actual estado de Punjab (India).
Su padre, Harry Saint John Philby, fue oficial del ejército británico, explorador, orientalista, escritor y asesor del rey Ibn Sau’d de Arabia Saudita.
Philby tomó el nombre de un personaje de Rudyard Kipling: Kim, un niño nacido en la India, de origen irlandés, que espiaba para los británicos durante el siglo XIX.
Kim Philby estudió historia y economía en el Trinity College de Cambridge.
Marxista recalcitrante, miembro del círculo de Cambridge, cuyos miembros más notorios fueron él, Donald McLean, Guy Borgess, Anthony Blunt y John Cairncross –todos espías y todos traidores-, Philby fue instructor de las artes de la “propaganda negra” del Special Operations Executive (SOE) en Beaulieu, condado inglés de Hampshire.
Sin dejar su trabajo de espía para la Unión Soviética, se las arregló para escalar posiciones importantes primero en el Secret Intelligence Service (SIS) y después en el MI6, espionaje en el extranjero.
Tuvo a su cargo después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), y durante la llamada Guerra Fría, el espionaje en el norte de Africa, Italia, España, Portugal, Turquía, el Líbano y Estados Unidos, en este último país como oficial de enlace ante la CIA.
Como tantos otros espías, Philby utilizó el periodismo como cobertura. También se destacó en esta disciplina. Fue corresponsal del Times en España durante la Guerra Civil española (1936-1939) y escribió para los periódicos Evening Standard, The Observer, The Economist, la revista Review of Reviews y las agencias Central News, London International y News Service.
Era un narrador nato, como lo demuestra en su autobiografía: “My silent war” (Mi guerra silenciosa).
El escritor inglés Graham Greene, que fue jefe de Philby en el MI6, cuando estuvieron los dos destacados en Africa, le admiraba profundamente, no ya como escritor sino como agente y aun como persona, sin que le importara el hecho de que hubiera vivido casi toda su vida traicionando a Inglaterra.
Greene, cocinero antes que fraile, fue autor de varias novelas de espionaje. En algunas de ellas el personaje central es Philby, convenientemente maquillado.
Los ingleses sospecharon de Philby en varias oportunidades, y lo sometieron a exhaustivos interrogatorios. El 25 de octubre de 1955 fue “blanqueado” por el entonces secretario de Relaciones Exteriores -y posteriormente primer ministro-, Harold McMillan en una comparecencia ante la Cámara de los Comunes, la cámara baja del Parlamento británico.
Poco después fue enviado a Beirut, donde permaneció por espacio de tres años.
El 10 de enero de 1963, el agente británico Nicholas Elliott, amigo de Kim, que había trabajado con él en el Líbano, fue enviado a Beirut para interrogar a Philby.
El 23 de enero, el Dolmotova, un carguero soviético que hacía escala en Beirut en esa fecha, levó anclas tan rápidamente que parte de su carga quedó desparramada por el muelle.
Su cargamento más importante era Kim Philby, que apareció poco tiempo después en Moscú, donde residió hasta su muerte, a los 76 años, en 1988.
Allí sedujo Philby a la esposa norteamericana de Donald McLean, otro de los espías ingleses del círculo de Cambridge que había precedido a su amigo y mentor Kim en su fuga a Rusia.
En 1972 se casó con la rusa Rufina Ivanova Pujova, 20 años menor que él, que le acompañó hasta su muerte.
Kim Philby se las arregló para vivir muy bien bajo la tremenda presión que debió sufrir por su peligrosa condición de espía múltiple. Se casó cuatro veces, tuvo varias amantes. Llevó una vida social muy activa. Era tímido y tartamudeaba ocasionalmente, pese a lo cual fue un gran seductor. Fumaba en pipa. Sus facciones eran regulares. No sobresalía por nada en lo externo, aunque lucía distinguido. Vestía con una mezcla de elegancia y descuido que lo distanciaba tanto del dandy como del hombre despreocupado en exceso por su aspecto.
La suerte le favoreció en todo, dotándole incluso de una gran capacidad para aguantar el alcohol, del que hacía un consumo más que regular en los últimos tiempos.
La entonces Unión Soviética puso su rostro en un sello postal. En él pudieron contemplarse sus facciones de hombre maduro, con el pelo blanco, gafas y una apariencia de profesor jubilado que no tenía en sus tiempos de intriga y falacia.
La foto que ilustra estas líneas muestra una imagen distinta. A poco que uno se fije notará cierta rigidez en los músculos de la cara, una tensión contenida y la mirada impávida y penetrante del impostor, o del hombre que ha vivido siempre en el filo de la navaja.


© José Luis Alvarez Fermosel


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